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ITINERARIOS DE INVESTIGACIÓN

Caminos que se cruzan

Adepta al concepto de salud única, la veterinaria Nathalia Juocys abrazó la medicina humana en su carrera académica

Nathalia Juocys en el laboratorio del InCor-USP

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

La medicina veterinaria siempre fue un camino natural para mí. Vengo de una familia de veterinarios y desde muy pequeña seguía de cerca las cirugías en la clínica de mi padre, Robinson, en la zona oeste de la ciudad de São Paulo. Entre 2007 y 2011, cursé la carrera en la Universidade Anhembi Morumbi, de São Paulo. Cuando me recibí, empecé a trabajar en la clínica de mi padre, pero ansiaba convertirme en investigadora e incluso con tener una experiencia académica internacional.

Mi abuelo paterno, Edson Dias Moreira, trabajó durante 50 años como técnico del Laboratorio de Hipertensión Experimental del Instituto del Corazón del Hospital de Clínicas [InCor] de la Facultad de Medicina de la Universidad de São Paulo [FM-USP]. Conocedor de mi anhelo de forjarme una carrera académica, me recomendó para que comenzara allí como aprendiz. En un primer momento dudé de aceptar el puesto, porque no quería involucrarme con la medicina humana, pero mi abuelo me convenció de que no renunciara a esa oportunidad.

Me incorporé al laboratorio en marzo de 2012, sin por ello dejar mi trabajo en la clínica veterinaria. Como aprendiz del laboratorio, comencé a seguir de cerca los experimentos y aprendí a manipular equipos y animales como ratas y ratones. Dos años después, aprobé en la maestría en medicina.

Muchos me preguntan si me topé con algún rechazo de parte de los médicos. Siempre digo que el diálogo entre los veterinarios y los médicos es casi inexistente en el campo clínico, pero habitual y deseado en el ámbito académico. En los grupos de investigación de la medicina, solemos cruzarnos con profesionales de diversas áreas del conocimiento, como fisioterapeutas y biólogos, porque se entiende que los distintos enfoques se complementan. Esta búsqueda de una integración es la base conceptual de la one health [o salud única], a la cual soy adepta, que estudia las interconexiones entre los seres humanos, las plantas, los animales y el medio ambiente.

Mi investigación de maestría la realicé en colaboración con la Unifesp [Universidad Federal de São Paulo], un centro brasileño de referencia en nefrología. En mis estudios me dirigió la médica Maria Claudia Irigoyen, jefa del Laboratorio de Hipertensión Experimental de la USP. A grandes rasgos, investigué cómo impacta el procedimiento de denervación renal bilateral en el funcionamiento de la aorta y en el sistema nervioso autónomo.

El uso de este procedimiento está siendo evaluado para el tratamiento de los llamados pacientes hipertensos resistentes, que son aquellos que no responden a los fármacos y representan alrededor de un 10 % de quienes sufren de hipertensión en Brasil. Mediante un catéter, se interrumpe la conexión nerviosa entre los riñones y el cerebro para reducir la presión arterial. La técnica existe a nivel mundial desde hace más de tres décadas, pero recién el año pasado la FDA [Food and Drug Administration], la agencia que regula los alimentos y medicamentos en Estados Unidos, aprobó su uso clínico. Hoy en día se la utiliza más que nada en el ámbito de la investigación. En mi caso, realicé el procedimiento en ratas espontáneamente hipertensas.

En 2014, el año en que empecé la maestría, tuve que afrontar grandes cambios en mi vida personal. Mi hijo, Lucca, nació en agosto y poco después me separé de su padre. Como muchas otras mujeres que compatibilizan la ciencia y la maternidad, redacté mi tesina mientras Lucca dormía. Siguiendo el ejemplo de mi abuelo, a menudo tenía que ir al laboratorio del InCor por la noche o los fines de semana para realizar los experimentos.

Archivo personalCon su hijo Lucca, durante el doctorado sándwich en Estados UnidosArchivo personal

En 2016 defendí mi tesina en la Unifesp y, al año siguiente, empecé mi doctorado en la USP, también bajo la dirección de la profesora Irigoyen. Analicé las repercusiones de la denervación renal bilateral en los vasos mesentéricos de resistencia, unas arterias diminutas que irrigan, por ejemplo, la red que sostiene las asas intestinales y tiene implicaciones en nuestra presión arterial. La realización de este experimento conlleva todo un reto y su ejecución puede demandar hasta 10 horas. Entre otras cuestiones, es necesario introducir alambres de tungsteno de menos de 300 micrones [milésimas de milímetro] de diámetro en el interior de los vasos. Si el alambre toca la pared arterial el experimento se estropea y hay que comenzar todo de nuevo.

En este experimento, utilizamos un dispositivo denominado miógrafo, que evalúa la función de los vasos. Para aprender el manejo de la máquina, tuve que asistir a una semana de capacitación en el campus de Ribeirão Preto de la USP. Mi tía Rosana vino desde Goiânia [estado de Goiás] para quedarse conmigo y ayudarme con el cuidado de Lucca. Luego de eso pasé meses entrenándome hasta adquirir la habilidad que el experimento requiere. El esfuerzo valió la pena. Unos dos años más tarde, un investigador de la Universidad de California en San Diego (EE. UU.), vino de visita a nuestro laboratorio. Él trabajaba con el anestesiólogo Erik Kistler, jefe del laboratorio de microcirculación de esa universidad, y estaba buscando algún investigador que supiera operar el miógrafo, una idoneidad poco frecuente también en Estados Unidos.

Acordamos con la profesora Irigoyen que solicitaríamos a la Capes [Coordinación de Perfeccionamiento de Personal de Nivel Superior] una beca de doctorado sándwich. Casualmente, mi madre vive actualmente en Orange Country, en California [EE. UU.], a aproximadamente una hora de viaje de la universidad, y podría ayudarme con el cuidado de mi hijo.

En 2019, una vez organizado todo, con mi certificado de inglés en mano y mi nombre entre los aprobados para la beca, finalmente no sabía si iba a poder viajar debido al recorte de fondos para la investigación por parte del gobierno federal. Fue el momento de mayor angustia en toda mi vida.

Comencé la etapa estadounidense de mi doctorado en enero de 2020, bajo la dirección de Kistler. Allá, formé parte de un proyecto para estudiar el impacto del shock hemorrágico en los vasos mesentéricos. Los estudios fueron financiados por el Ejército estadounidense. Allá, las investigaciones en las universidades pueden ser financiadas tanto por el gobierno como por el sector privado, como es el caso de la industria farmacéutica. En este último caso, la ventaja principal radica en que la subvención es más cuantiosa pero, por otro lado, muchas investigaciones revisten conflictos de intereses.

Tenía previsto quedarme un año, pero la temporada de investigación en California se prolongó otros ocho meses. Cuando regresé a Brasil, a finales de 2021, quedé sorprendida con los cambios en las reglas de financiación de los doctorados en el extranjero y, para resumir una historia de muchas idas y venidas, me quedé sin beca. Para completar el doctorado trabajé como veterinaria atendiendo en el consultorio y realizando cirugías. En 2023 defendí mi tesis en el Departamento de Cardiología de la USP.

En mi breve trayectoria académica, una de las cosas que más me molestan es darme cuenta de que mucha de la gente de mi entorno, ajena al ámbito académico, no consideran a la investigación un trabajo real. Pero no me desanimo. Sigo trabajando en el Laboratorio de Hipertensión Experimental de la USP y hago visitas veterinarias domiciliarias. Ahora en julio volveré a la Universidad de California para realizar una pasantía posdoctoral. Tengo muchas ganas de seguir investigando. Para nosotras, las mujeres, el reto es mayor y sin la ayuda de esta red de apoyo femenino, que incluye a mi madre y a mi directora, me hubiera sido mucho más difícil llegar hasta aquí.

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