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Historia

Conexiones de ultramar

Estudios ahondan en la producción y la circulación del conocimiento en el Imperio Portugués, y en las ambigüedades de las relaciones de poder con sus colonias

El mural de azulejos del Hospital São José, en Lisboa, remite a una alegoría del pensamiento geométrico europeo del siglo XVIII

Rede Investigação em Azulejo/Pinterest

La existencia de conexiones entre Brasil y África durante el período colonial es un tema recurrente en los estudios históricos abocados a investigar los factores económicos y sociales relacionados con la trata negrera. Sin embargo, el comercio de esclavos no fue el único factor responsable de la creación de puentes entre los distintos territorios explotados por los portugueses. De acuerdo con los historiadores que abordaron el tema en el marco de un seminario a distancia que se llevó a cabo en el mes de febrero, las técnicas de cura y los conocimientos sobre la fauna y la flora circularon por las diferentes áreas que conformaban el imperio lusitano, fundamentalmente a través de tratados médicos y cartografías topográficas que se elaboraron entre los siglos XVI y XVIII. Las consecuencias de la interacción entre las autoridades de la metrópoli, naturalistas y depositarios de saberes locales son objeto de estudios recientes que procuran entender de qué manera esa relación –a la vez signada por conflictos y cooperaciones– causó impacto en la cultura europea e introdujo las condiciones para el uso de la ciencia como un instrumento de poder.

La competencia entre los distintos imperios europeos por las posesiones en África, en la India y en Brasil llevó a la Corona portuguesa a emprender las denominadas “expediciones filosóficas”, según explica la historiadora brasileña Gisele Cristina da Conceição. “Estas travesías, coordinadas por el naturalista italiano Domenico Vandelli [1735-1816], tenían por objeto la elaboración de una historia natural de los dominios coloniales, con el propósito de identificar el potencial económico de los recursos naturales y hallar suelos propicios para el cultivo de plantas de otros continentes”. Por consiguiente, tales viajes contribuyeron para consolidar en Portugal los estudios de historia natural que redefinieron lo que hasta entonces se sabía sobre el Nuevo Mundo.

El contacto con los conocimientos tradicionales sobre el uso de las plantas, animales y mercancías que oficiaban como moneda de intercambio para el comercio local abrió camino al establecimiento de factorías comerciales en Brasil, África y Asia. “En esos viajes, los europeos se enfrentaban a dificultades para adaptarse y, a menudo, eran acometidos por enfermedades tropicales. Era habitual que se valieran de la sabiduría local en busca de posibles tratamientos”, dice Da Conceição, quien en diciembre concluyó una pasantía posdoctoral en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (FFLCH-USP), con el apoyo de la FAPESP.

En su investigación, Da Conceição encontró referencias a las artes curativas que se practicaban en el reino de Angola en los manuales médicos que circulaban en Europa durante el siglo XVIII. “El conocimiento producido por los portugueses en territorio angolano fue elaborado a partir de la observación, la incorporación y la reconfiguración de las prácticas y saberes botánicos generados a nivel local”. Una de las obras analizadas por la historiadora es A árvore da vida [El árbol de la vida], publicada en 1731 por el militar portugués Francisco de Buytrago. “Él estuvo trabajando en Angola durante dos décadas y se propuso redactar una guía medicinal a su regreso a Lisboa”.

Domenico Vandelli/Wikimedia Commons En 1788, el italiano Domenico Vandelli publicó el Diccionario de términos técnicos de la historia natural, que incluía representaciones de especies vegetales conocidas a partir de las “expediciones filosóficas” realizadas en las posesiones del Imperio PortuguésDomenico Vandelli/Wikimedia Commons

 

El objetivo de Buytrago, relata Da Conceição, era aportar información de fuste acerca de las enfermedades comunes en Angola y cómo podría curárselas utilizando plantas y hierbas medicinales. “Al catalogar las enfermedades y las especies botánicas, Buytrago produjo un trabajo con carácter transcultural”, dice la Investigadora. “El libro no es un mero intento por difundir los saberes médicos de Angola, sino el resultado del encuentro entre dos culturas diferentes. Esas zonas de contacto fueron capaces de generar nuevos conocimientos, los cuales, a su vez, no pueden entenderse como puramente europeos”.

Según Da Conceição, los estudios producidos en las colonias circulaban habitualmente por todo el Imperio. Los conocimientos sobre el uso de las plantas con fines curativos surgidos en Brasil influyeron en Angola. “En las colonias había gran circulación de plantas y de médicos, y esto sirvió para afianzar los lazos entre ellas”. No obstante, el intercambio de información tenía como telón de fondo la preocupación por las enfermedades incapacitantes que podrían afectar a los cautivos desterrados de África rumbo a América.

“Es por eso que para los tratantes y los amos de esclavos era fundamental tener acceso a los conocimientos médicos relacionados con las enfermedades que eran comunes en Brasil, pues la muerte de los negros redundaba en una merma de la fuerza laboral y de las ganancias”, analiza Da Conceição, una de las organizadoras del seminario a distancia intitulado “La producción, el acopio y la transmisión del conocimiento en el Imperio Portugués. Prácticas y objetos (siglos XVI al XIX)”, que realizó a comienzos de febrero el Laboratorio de Estudios de Cartografía Histórica de la Cátedra Jaime Cortesão, ligada a la FFLCH-USP.

“La historia de la ciencia en el período colonial cobró mayor protagonismo en la última década”, analiza la historiadora Íris Kantor, docente del Departamento de Historia de la FFLCH-USP y otra de las organizadoras del evento. Según ella, los abordajes contemporáneos procuran reconstruir los meandros tanto de la producción como de la transmisión de los saberes útiles para la colonización y la evangelización de las poblaciones bajo el control portugués. “Son conocimientos que fueron generándose en los circuitos de intercambio de mercaderías, en las interacciones que promovieron los misioneros y en los enfrentamientos militares”.

Dominio Público/Colección Archivo Nacional Ilustraciones de etnias indígenas producidas en las expediciones lideradas por el naturalista bahiano Alexandre Ferreira entre 1783 y 1792: 1 y 2 Jurupixuna, 3 Guaicurú y 4 MuraDominio Público/Colección Archivo Nacional

De acuerdo con Kantor, el conocimiento adquirido en las expediciones cartográficas y filosóficas posibilitó la concreción de la ocupación territorial y la defensa militar de los dominios portugueses en la época de la Independencia de las 13 colonias inglesas y de la expansión napoleónica. “Los mapas y censos de la población elaborados por los naturalistas y cartógrafos también sirvieron para el desplazamiento compulsivo y la relocalización de las poblaciones indígenas, especialmente luego de los tratados con el Imperio Español, entre 1750 y 1777”.

Los datos recabados en esas expediciones contribuyeron para elaborar las leyes de los Directorios Indígenas, decretada en 1755, que transformó a las aldeas aborígenes –hasta entonces administradas por misioneros– en villas municipales autogobernadas por líderes indígenas y directores civiles. La nueva ley tenía por objetivo sumar a los pueblos nativos a las tropas militares, poblar las zonas de frontera y garantizar el suministro de mano de obra destinada a la agricultura, para la construcción de fortalezas y el transporte de mercaderías (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 249).

“En este contexto, describir y representar tanto verbal como gráficamente la realidad observada fue clave para acumular información científica durante el período colonial”, subraya Kantor. Según ella, puede decirse que las expediciones crearon hábitos culturales que permitieron subalternar a los pueblos nativos, “toda vez que las interacciones no eran simétricas y no propiciaban el desarrollo pleno de las comunidades locales, pese a la retórica iluminista”.

Al mismo tiempo, y a diferencia de España, Portugal promovió la formación intelectual de naturalistas, ingenieros militares, médicos y magistrados nativos de América, concediéndoles becas de estudio en instituciones tales como la Universidad de Coímbra, y empleos en la administración pública. Cuando regresaban a Brasil, estos hombres, descendientes de familias aristocráticas europeas, se enrolaban en expediciones filosóficas y de reconocimiento geográfico. Por lo tanto, seguían estando al servicio de la Corona, asumiendo cargos de gestión y produciendo datos e informes botánicos, geológicos y demográficos.

Simultáneamente, Portugal ponía rémoras a la constitución de academias de ciencia en Brasil e impedía la publicación de estudios, incluso prohibiendo el funcionamiento de las imprentas, algo que solo empezó a permitirse en 1808, cuando la sede del imperio fue trasladada a Brasil. “El conocimiento científico generado en los dominios coloniales se trataba como secreto de Estado, al que solamente podían tener acceso las instituciones científicas de la metrópoli”, dice Kantor.

Dominio Público/Colección Archivo Nacional Durante los viajes de Ferreira también se realizaron cartografías de ciudades, entre ellas Belém…Dominio Público/Colección Archivo Nacional

En algunos casos, el conocimiento generado en las expediciones ni siquiera circulaba dentro del propio Imperio. Ese fue el caso de los textos redactados durante lo que se denominó Expedición Filosófica, al mando del naturalista bahiano Alexandre Rodrigues Ferreira (1756-1815). A lo largo de casi 10 años, él y su expedición recorrieron más de 39.000 kilómetros, pasando por las capitanías de Grão-Pará, de São José do Rio Negro y de Mato Grosso. En ese recorrido, recolectaron y dibujaron plantas, animales y fósiles. También cartografiaron el curso de varios ríos y produjeron documentación visual sobre la cultura material y los hábitos de las poblaciones con las que se toparon en el trayecto entre Belém y Cuiabá.

No obstante, los resultados de la expedición no fueron divulgados en los periódicos científicos europeos, como hubiera cabido esperar. “La documentación enviada a Portugal se desordenó durante el viaje y luego quedó archivada por muchos años”, explica el historiador Breno Ferraz Leal Ferreira, quien analizó la obra del naturalista en su pasantía de posdoctorado en el Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de Campinas (IFCH-Unicamp). “Recién se la comenzó a publicar en el siglo XX, a partir de la década de 1940, cuando el contexto ya era completamente distinto. Una parte de los productos naturales remitidos a Lisboa fue confiscada por los franceses cuando sobrevino la ocupación napoleónica de Portugal, a partir de 1807, y llevada a instituciones científicas y museos franceses”.

Gran parte de los informes elaborados por Alexandre Ferreira, a la fecha solo se conservan como manuscritos. En el texto “Observaciones generales y particulares sobre la clase de los mamíferos” (1790), el naturalista reconoce que los indígenas pertenecen a la misma especie del Homo sapiens, utilizando la clasificación científica moderna propuesta por el taxonomista sueco Carl Linneo (1707-1778), en el siglo XVIII. Se intentaba, en cierto modo, de darle un “ropaje” moderno y científico, según los cánones de la época, a una perspectiva anterior, que situaba a los indígenas en una condición subalterna. “Alexandre Ferreira sostenía que los aborígenes eran una variante ‘degradada’ del Homo sapiens, si se los comparaba con los europeos”, dice el historiador.

Aunque se consideraba que los nativos estaban en una etapa primitiva de desarrollo –en “la infancia de la sociedad”–, Alexandre Ferreira reconocía la importancia de los indígenas para la obtención de información sobre los recursos naturales y sus posibles usos económicos, médicos y dietéticos. En sus escritos, el naturalista bahiano llega a mencionar los nombres de los indígenas Cipriano de Souza y José da Silva, que colaboraron en la preparación de muestras de plantas “hábilmente” y, por eso, fueron promovidos a la condición de alférez, un rango militar antiguo.

Da Conceição hace hincapié en la necesidad de poner en evidencia la complejidad inherente en la construcción del conocimiento. La investigadora cita como referencia al historiador francés Kapil Raj, de  L’École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS), de París. “Según Raj, la ciencia no es el resultado de un proceso lineal y unificado de conocimientos, sino un sistema condicionado por los aspectos históricos relacionados con la identidad cultural de sus productores, las prácticas sociales, las coyunturas políticas y las habilidades cognitivas”.

Para la historiadora portuguesa Amélia Polónia, del Departamento de Historia, Estudios Políticos e Internacionales de la Universidad de Porto, el relato histórico dominante, construido por los europeos, ha ocultado a individuos y grupos que contribuyeron para la evolución de la ciencia. Ella pone de relieve el rol que cumplieron las mujeres para la circulación del conocimiento en el Imperio Portugués. “A grandes rasgos, tanto las mujeres portuguesas como las de las poblaciones nativas actuaron como intermediarias entre el mundo de la metrópoli y el de las colonias, componiendo redes informales y autoorganizadas que hacían circular el conocimiento”.

A modo de ejemplo, Polónia alude a la cuestión del parto. “En 1567, los consejos eclesiásticos prohibieron la presencia de mujeres no católicas en los partos de mujeres católicas. En la práctica, no obstante, muchas cristianas dieron a luz con la ayuda de parteras que poseían conocimientos procedentes de las culturas orientales”. Al mismo tiempo, dice Polónia, existen informes sobre mujeres portuguesas que se desempeñaron como comadronas en la India y aprendieron las técnicas locales, que más tarde aplicaron en Europa. “Los métodos abortivos fundados en saberes populares de sitios tales como la India y China también tuvieron influencia sobre los nuevos abordajes puestos en práctica en el mundo occidental”.

Dominio Público/Colección Archivo Nacional ….y elaboradas representaciones de aldeas, como la de CaboquenaDominio Público/Colección Archivo Nacional

La construcción de nuevos saberes en suelo europeo, a menudo ocurría a partir de procesos de reestructuración del conocimiento tradicional que se producía en la colonia, dice el historiador brasileño Fabiano Bracht, investigador de la Universidad de Porto. “Cuando se habla de circulación, eso no implica solamente la propagación o transmisión de conceptos. Remite a la comprensión del modo en que una producción local se reconfigura a partir de los embates inherentes a la lucha por controlar un conocimiento determinado y sacar partido del mismo”, dice Bracht, autor del libro intitulado Ao ritmo das monções: Medicina, farmácia, filosofia natural e produção de conhecimento na Índia portuguesa do século XVIII (ediciones Afrontamento, 2019).

Un ejemplo de esa reconfiguración del conocimiento es el libro Simplices sinicos medicinaes, del fraile jesuita António de Barros (1717-1759). En realidad, la obra es una versión en portugués de un documento llamado Y Haoc, un vocablo vietnamita que significa “medicina”. Barros trabajó como embajador de las misiones portuguesas en Goa (India), en Macao y en Pekín (China). “Probablemente lo haya escogido porque poseía conocimientos avanzados de algunas lenguas orientales, entre ellas el mandarín, el idioma oficial de la Corte y de la burocracia estatal china”.

El manuscrito de Barros es mucho más que una mera traducción, señala Bracht. “Describe más de 500 hierbas medicinales, no solo desde el enfoque de la medicina oriental, sino también buscando relaciones con lo que se sabía de esas plantas en Europa”. Ese es el caso de la falsa acacia (Robinia pseudoacacia), una planta originaria de América del Norte introducida en Europa en el siglo XVII y, en Asia, en el siglo XVIII. El género botánico Acacia incluye a 163 especies, 52 nativas de América, 83 africanas, 32 asiáticas y 9 australianas. “La mayoría de las especies tienen espinas, flores amarillas y raíces olorosas. Al tratarse de leguminosas, todas ellas producen vainas. A las acacias se las conocía por sus propiedades medicinales en Europa, América, África y Asia desde tiempos inmemoriales”, dice Bracht.

“Lo que hizo Barros fue identificar las similitudes entre las plantas, teniendo en cuenta el sistema de clasificación galénico que se basa en las propiedades ‘subjetivas’, tales como cálido, frío, seco y húmedo”, dice Bracht. Así pues, dejando de lado los aspectos morfológicos o químicos (que aún no formaban parte de la ciencia en aquellos tiempos), pero considerando, eso sí, los efectos de las plantas en el tratamiento de enfermedades, Barros supuso que una planta conocida por los vietnamitas como Huinh cám, podría ser en realidad una falsa acacia, clasificándola entre las que tenían propiedades calientes y que era adecuada para el tratamiento de enfermedades de la vejiga, derivadas de causas “frías”.

Otro caso de circulación y reconfiguración del conocimiento en el Imperio Portugués es el trabajo sobre las plantas medicinales publicado por el militar bahiano Domingos Alves Branco Muniz Barreto (1748-1831) hacia finales del siglo XVIII, a partir de saberes indígenas. “El estudio que realizó es interesante porque no oculta la interacción con las poblaciones nativas. Al contrario, Alves Branco Muniz Barreto deja claro que fue a través del intercambio cultural que construyó su propio conocimiento sobre la flora local”, dice Da Conceição.

De acuerdo con la historiadora, en el trabajo del bahiano puede reconocerse la presencia de las culturas europea e indígena. “Al mismo tiempo que cita, por ejemplo, el trabajo de Linneo, también menciona el conocimiento de un nativo sobre determinada hierba”. La obra de Alves Branco Muniz Barreto llegó a Portugal por intermedio de sus contactos en la Academia de Ciencias de Lisboa y otras personalidades influyentes vinculadas al poder central.

Para Kantor, de la USP, los estudios sobre los procesos de conformación de redes de transmisión y acumulación de conocimientos científicos durante el período colonial pueden ayudar a entender los retos actuales a los que se enfrentan los Estados que pasaron por una experiencia colonial. “La cultura de recolectar, observar y representar estadísticamente información científica fue el distintivo de toda una generación de hombres que reivindicaron y sostuvieron la idea de un Estado brasileño emancipado a partir de 1822. No es casual que ellos supieran que el ejercicio de la soberanía política dependía de la creación de instituciones científicas autónomas”.

Proyectos
1. Materia medica angolana. Los procesos de circulación, construcción y reconfiguración de los conocimientos médicos en Angola durante la primera mitad del siglo XVIII (nº 18/11552-8); Modalidad Beca posdoctoral; Investigadora responsable Iris Kantor (USP); Becaria Gisele Cristina da Conceição Bracht; Inversión R$ 218.876,63
2. Materia medica sinensis: La construcción, la circulación y la reconfiguración de los conocimientos médico-farmacéuticos en Macao entre los siglos XVII y XVIII (nº 18/02259-5); Modalidad Beca posdoctoral; Investigadora responsable Iris Kantor (USP); Becario Fabiano Bracht; Inversión R$ 161.702,38
3. La gran cadena del ser. El reino animal desde el enfoque de los naturalistas expedicionarios portugueses y lusoamericanos (1772-1818) (nº 16/23264-1); Modalidad Beca posdoctoral; Investigadora responsable Leila Mezan Algranti (Unicamp); Becario Breno Ferraz Leal Ferreira; Inversión R$ 749.694,74

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