INSTITUTO SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL / WIKIMEDIAAlgunas personas con epilepsia pueden presentar un ritmo cardíaco superior al normal con riesgo de muerte súbita, sin ninguna causa aparente, tres veces mayor que las personas sanas. Ahora, esas dos características de la enfermedad se encajan: las alteraciones en el ritmo cardiaco — principalmente la aceleración de los latidos, denominada taquicardia — pueden constituir uno de los mecanismos desencadenantes de la muerte súbita por epilepsia, según estudios recientes realizados en Brasil y en otros países.
“Cuanto más frecuentes son las crisis epilépticas y la taquicardia, mayor es el riesgo”, dice Fulvio Scorza, docente de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp). Scorza comenta que les presentó las conclusiones a las que arribó con su equipo ante cardiólogos de la Unifesp que se interesan en la posibilidad de aplicación de los resultados y, junto, se encuentran abocados a la preparación de un estudio de monitoreo cardíaco constante de personas con la enfermedad que no respondan al tratamiento convencional, en busca de medios para reducir la incidencia de este tipo de muerte súbita, la principal causa del muierte en las personas con epilepsia.
En promedio, uno de cada mil individuos con ese trastorno neurológico muere de manera inesperada, durante o después de una crisis, mientras duerme o al despertarse. Entre los años 2000 y 2009, Vera Terra, médica del Centro de Cirugía de Epilepsia de la Universidad de São Paulo (USP) de la localidad paulista de Ribeirão Preto, monitoreó a 1.054 niños (con edades entre 0 y 18 años) con epilepsia; 12 sufrieron muerte súbita. Definida como una muerte sin motivos ni ninguna causa aparente, la muerte súbita por epilepsia ha sido un problema de difícil investigación, porque no puede prevenirse, ni tampoco las crisis, caracterizadas principalmente por intensas contracciones y temblores musculares.
Algunos factores de riesgo ya se encuentran delineados: edades entre 27 y 39 años, inicio precoz y duración de las crisis epilépticas, frecuencia de las crisis no controladas, exposición continua a ambientes fríos, dificultad de respuesta a los tratamientos convencionales y efectos colaterales de medicamentos utilizados para su tratamiento. Las causas permanecen inciertas. Sólo había algunas trazas de que la superexitación eléctrica de regiones del cerebro que generaban las crisis epilépticas, pudiesen originar un descontrol fatal del corazón o una brusca caída de la presión arterial.
Scorza comenzó a investigar las posibles causas y la forma de prevención de este problema en 2004. Y motivó un comentario de la neuróloga Marly de Albuquerque, quien trabajaba en la Unifesp y actualmente es docente en la Universidad de Mogi das Cruzes. En una noche de un lunes, ella le contó que un adolescente en tratamiento había muerto súbitamente. Scorza se sintió tocado por la tristeza de su colega y, como su hijo Miguel había acabado de nacer, se condolió con la desesperación de los padres del adolescente fallecido.
Fuera de ritmo
En uno de los primeros experimentos, el de Diego Colugnati, actualmente docente de la Universidad Federal de Goiás, notaron que el corazón de ratones con epilepsia inducida presentaba taquicardia. Sin embargo, si removían el corazón y lo mantenían en funcionamiento en medios apropiados fuera del cuerpo del animal, la taquicardia cesaba y el ritmo cardíaco retornaba a la normalidad. “En un cuerpo con un cerebro enfermo, el corazón presentaba taquicardia”, dice Scorza. El estudio más reciente de ese grupo, publicado en noviembre de 2010 en la revista Epilepsy & Behavior, reveló en detalle este fenómeno, registrando en ratones una desaceleración del ritmo cardíaco, la bradicardia, inmediatamente después del comienzo de la crisis epiléptica, y luego una taquicardia, que se mantuvo incluso cuando la descarga eléctrica que generó la crisis ya había pasado.
Cuatro meses antes, Scorza, Ricardo Arida y Esper Cavalheiro, de la Unifesp, y Vera Terra, de la USP, firmaron una editorial de Epilepsy & Behavior proponiendo algunos métodos de prevención contra la muerte súbita: control de las crisis con el mayor rigor posible; reducción del estrés, que puede disparar las crisis; ampliación de la participación de personas con epilepsia en actividades deportivas; proveer una supervisión nocturna, principalmente de los niños con epilepsia, mediante la utilización de monitores o alarmas, y ampliación del conocimiento de los familiares al respecto de las técnicas de resucitación cardíaca.
Scorza, junto con otros investigadores de instituciones paulistas, verificó que el consumo diario de ácidos grasos poliinsaturados del tipo omega 3, complementando la medicación tradicional, puede reducir la frecuencia e intensidad de las crisis, lo que haría disminuir el riesgo de muerte súbita. Él y su grupo demostraron en 2008 que el omega 3 había ayudado en la regulación del funcionamiento de neuronas susceptibles al descontrol eléctrico e inducido el desarrollo de nuevas neuronas.
Existe un problema extra por resolver: los médicos deben contarles o no a las personas con epilepsia, o a sus familiares, que, aparte de no poder conducir vehículos ni ingerir bebidas alcohólicas, se encuentran predispuestos a sufrir muerte súbita. Durante la fase final de su doctorado en la Unifesp, Ively Abdalla verificó que la mayoría de los 44 médicos entrevistados informa solamente a los que preguntan sobre la posibilidad.
Uno de los autores de un artículo del año 2008 en Epilepsy & Behavior, Martin Brodie, docente de la Universidad de Glasgow, Escocia, argumenta que todos los pacientes y sus familiares tienen derecho a conocer los riesgos del tratamiento, mientras que el otro autor, Gregory Holmes, de la Universidad de Dartmouth, Estados Unidos, expresa que no es necesario contarles a todos, sino solamente a quienes presenten factores de riesgo más elevados, quienes presentan crisis constantes y refractarias a los tratamientos convencionales, por ejemplo. Las opiniones son divergentes porque el riesgo de muerte inesperada no es el mismo en todas las personas con epilepsia. La mayoría de las que reciben un diagnóstico positivo de epilepsia, deja de sufrir crisis cuando comienza a tomar las medicinas, y las que presentan todos los factores de riesgo no siempre mueren por tal causa.
“El decir o no al respecto del riesgo de muerte súbita depende de la situación”, dice Marly. “Generalmente no lo digo, porque la mayoría de los individuos que llegan para realizar el diagnóstico no pertenece a los grupos de riesgo, y aparte porque no lo preguntan. Debemos ir lentamente. Es demasiada información la que ellos tienen que asimilar”.
Artículos científicos
PANSANI, A.P. et al. Tachycardias and sudden unexpected death in epilepsy: a gold rush by an experimental route. Epilepsy & Behavior. v. 19, n. 3, p. 546-7. nov. 2010.
SCORZA, F. et al. What can be done to reduce the risk of SUDEP. Epilepsy & Behavior. v. 18, n. 3, p. 137-8. jul. 2010.