Si planificar una carrera académica de por sí no es una tarea trivial, tener que desarrollarla en tiempos de turbulencia política puede llegar constituir un reto aún más complejo. Así fue, por ejemplo, para los científicos que vieron caer el Muro de Berlín, en 1989, y así ha sido para los investigadores que viven en zonas en conflicto, como en los casos de Ucrania, Siria y Haití. En estas ocasiones, cuando las condiciones de investigación se tornan precarias o desaparecen, las oportunidades pueden aparecer frontera afuera. Hace tres décadas, la FAPESP promovió el programa Expertos Extranjeros con un objetivo simple: atraer a académicos experimentados, sobre todo de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, para colaborar en proyectos científicos de instituciones situadas en el estado de São Paulo. Vinieron alrededor de 40 científicos de países tales como Alemania, Bulgaria y Rusia, siendo este último el que más aportó al programa, con 14 investigadores.
“Uno de los mayores flujos migratorios desde Rusia se produjo justo después del fin de la Unión Soviética, pero a diferencia de otras ocasiones, los que más salieron del país en aquel momento fueron científicos y profesores”, dice la socióloga Svetlana Ruseishvili, una rusa radicada en Brasil desde principios de la década de 2010, doctorada en la Universidad de São Paulo (USP) y docente en la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar). “Toda la estructura estatal que sostenía la sociedad fue desmantelada y eso tuvo un enorme impacto en las ciencias, en la financiación de las investigaciones y en el mundo académico en general”. Según ella, Brasil recibió a algunos investigadores visitantes, principalmente de las ciencias exactas: matemáticos, físicos e ingenieros.
Durante un año, a partir de 1992, científicos brasileños y rusos intercambiaron experiencias por medio del programa Expertos Extranjeros y desarrollaron conocimientos en áreas tales como matemática, física nuclear, resonancia magnética, globos estratosféricos y radiación cósmica. “Fue un intercambio importante entre sistemas académicos distintos, que nos enriqueció profesionalmente y diversificó nuestros conocimientos”, recuerda el astrónomo José Antônio de Freitas Pacheco, exdirector del Observatorio Nacional y del Instituto de Astronomía, Geofísica y Ciencias Atmosféricas (IAG-USP), quien estuvo a cargo de la instalación de un detector de muones (partículas elementales similares a los electrones) en una de las cúpulas del IAG, en la antigua sede del Parque del Estado, en São Paulo.
El brasileño era el único teórico del grupo y se dio cuenta de la necesidad de incorporar a otro investigador especializado en astrofísica de altas energías. “Hacía un tiempo que conocía al científico ruso Vladimir Burdyuzha, quien pertenecía al afamado Astro Space Center [ASC], de Moscú, y lo invitamos a sumarse al equipo”, relata. “El trabajo junto al profesor Burdyuzha influyó en mi trayectoria científica porque descubrí que la preparación matemática de mis colegas rusos era muy superior a la mía. Ello contribuyó para que hiciera un esfuerzo tendiente a tratar de subsanar mi déficit en la materia”. Tras su participación en el programa Expertos Extranjeros, Pacheco se fue a Francia para asumir la dirección del Observatorio de la Costa Azul, en Niza, y en la actualidad continúa allí.
Tan experimentado como De Freitas Pacheco –ambos tenían aproximadamente 50 años en 1992–, Burdyuzha conserva gratos recuerdos de su estancia en Brasil. “Fue un año precioso el que pasé en la USP invitado por mi amigo Pacheco. Hubo mucho intercambio científico, artículos escritos en forma conjunta y algunas lecciones de vida. Brasil es una nación amable que me dio una visión de otro mundo posible”, resumió Burdyuzha, en un mensaje por correo electrónico.
Mientras Pacheco y Burdyuzha conformaron una asociación como dupla, el físico Inácio Malmonge Martin quedó a cargo de un equipo integrado por cinco rusos en el Instituto de Física Gleb Wataghin (IFGW) de la Universidad de Campinas (Unicamp). Los rusos alternaron entre el IFGW y el por entonces Centro de Enseñanza e Investigación en Agricultura (Cepagri), que en aquella época ya trabajaba con la meteorología. “En aquel período, construimos un globo estratosférico. Comenzamos la tarea con una visita a una empresa que fabricaba filmes de polietileno. Se mostraron tan entusiasmados con el proyecto que nos proporcionaron, casi gratis, lo que necesitábamos”, dice Martin.
Con la ayuda de los estudiantes universitarios, el brasileño y los rusos construyeron una máquina que sellaba las películas para el montaje del globo. “Nuestro objetivo era medir las radiaciones cósmicas a grandes altitudes. Esa experiencia de medición la aportaron los rusos. Yo ya había lanzado globos estratosféricos cuando trabajé en el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales [Inpe], pero nunca había construido un globo estratosférico aquí en Brasil”.
El dispositivo, inflado con hidrógeno y fabricado gracias a esa cooperación, fue lanzado en la Unicamp y voló hasta la ciudad de Ibitinga, recorriendo una distancia de unos 250 kilómetros (km) a 40 km de altura. Ese globo llevaba 100 kilos de equipos para medir las radiaciones. El desarrollo, la construcción, el lanzamiento y la medición de las radiaciones cósmicas con el globo estratosférico fueron partes importantes del proyecto. “Aprendimos mucho con ese intercambio de experiencias e incluso hicimos un descubrimiento: detectamos que las hojas de la caña de azúcar generan ozono, pero nada perjudicial para la salud humana. Leonid Lazutin, quien pertenecía a la Academia Rusa de Ciencias [RAS], fue importante para ese descubrimiento”, recuerda Martin, del Instituto Tecnológico de Aeronáutica (ITA). Además de Lazutin, el equipo ruso coordinado por Martin estaba integrado por Yuri Stozhkov y Vladimir Zhavkov Alexandrovich, y el matrimonio de Galina Pugatcheva y Anatoly Gusev, todos de la RAS.
“La iniciativa fue muy buena, logramos un buen volumen de producción”, redondea Martin, quien aún se mantiene en contacto con Pugatcheva y Gusev. Los integrantes del programa son unánimes en que los beneficios del intercambio científico fueron mutuos. “El ir y venir de investigadores siempre es positivo. Siempre que eso sea en ambas direcciones, todos ganan”, dice Pacheco.
Por el lado brasileño, una de las ventajas es la internacionalización. “Brasil sigue siendo un país muy monolingüe. Principalmente en la carrera de grado, pero también en el posgrado, tenemos dificultades para hallar alumnos que dominen otros idiomas. Cuantas más personas de otras culturas incorporemos a las carreras de grado y a la academia, mejor será la inserción internacional”, razona Ruseishvili, de la UFSCar. “Es una oportunidad, por ejemplo, para plasmar nuevas colaboraciones académicas con colegas de instituciones de otros países”.
En su labor como nexo entre culturas y academias, Ruseishvili es una de las responsables de un pliego de la UFSCar que permite el ingreso en las carreras universitarias de individuos en condición de refugiados. La iniciativa fue puesta en marcha en 2009 y este año amplió las posibilidades de inscripción en su proceso selectivo. Además de aquellos que ya han sido reconocidos por el Comité Nacional para Refugiados, también pueden participar quienes soliciten el estatus de refugiados o los residentes extranjeros con visa humanitaria. Cada una de las 65 carreras de la institución ofrece una vacante.
“Con la propuesta de esta acción afirmativa apuntamos a brindar una mejor inserción en la sociedad brasileña, mayores posibilidades para que esas personas desarrollen sus talentos y, por consiguiente, contribuyan con el país que las acogió”, explica Ruseishvili. “La presencia en las carreras universitarias de alumnos de otras culturas y con otras experiencias ha sido sumamente enriquecedora. Aporta diversidad incluso al proceso pedagógico, algo que necesita replantearse cuando se tiene un alumno con un bagaje cultural diferente”.
Otra iniciativa en la misma línea, pero con el foco puesto en el posgrado, es el llamado a concurso de proyectos de investigación emitido recientemente por la FAPESP en las modalidades Apoyo a Investigador Visitante y Beca de Posdoctorado. El objetivo es estimular la llegada de investigadores de países en conflicto a las instituciones de investigación del estado de São Paulo.
“La Iniciativa Investigadores en Riesgo surgió tras la invasión de Ucrania, con su consiguiente impacto en una comunidad académica pujante y con conexiones aquí en Brasil”, dice Cristóvão de Albuquerque, gerente de Colaboraciones en Investigación de la Dirección Científica de la FAPESP. “Este es un intento para mantener viva a esa comunidad, especialmente ante una tragedia nacional como lo es la invasión de su territorio y la destrucción de sus ciudades y su infraestructura”.
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