A principios de abril, cuando comentaba sobre una investigación que había iniciado hace 36 años que le permitió reconstruir los movimientos de los grandes bloques rocosos en parte de las regiones del nordeste y centro-oeste de Brasil, hace unos 600 millones de años, el geólogo Ticiano dos Santos se acordó de una estudiante del Instituto de Geología de la Universidad de Campinas (IG-Unicamp), Michele Pitarello, quien actualmente trabaja en el Servicio Geológico de Brasil, en la ciudad de Manaos.
“En 2012, ella pasó meses examinando decenas de muestras de láminas de roca en microscopios ópticos y electrónicos de barrido, que yo había preseleccionado”, relata Ticiano, como prefiere que lo llamen. “Ella solía decir: ‘Si hay coesita, la encontraré’”.
Finalmente, en una de esas secciones de roca cortada y pulida hasta un grosor de 30 micrones (1 micrón equivale a una milésima de milímetro), halló granos de tamaño micrométrico que podrían ser de la mencionada coesita, un mineral que se forma a profundidades cercanas a los 90 kilómetros (km) a una presión ultra alta de 2,5 gigapascales, unas 25.000 veces superior a la presente a nivel del mar, en rocas llamadas eclogitas. La coesita es bastante rara porque suelen convertirse en cuarzo cuando asciende a profundidades menores y la presión disminuye.
Instrumental más sofisticado, en el propio IG de la Unicamp, en el Instituto de Física de la misma universidad y en el Laboratorio Nacional de Luz Sincrotrón (LNLS), también en Campinas, confirmaron la identidad de la coesita incrustada en una roca recogida por Santos y su equipo en Forquilha, un municipio de 25.000 habitantes en el sector oriental del estado de Ceará. La primera coesita de Ceará y de Brasil, caracterizada con la ayuda de geólogos de la Universidad de Brasilia (UnB), fue presentada en octubre de 2015 en la revista científica Gondwana Research.
Durante casi un año, mientras cursaba su maestría, también bajo la dirección de Santos, el geólogo Matheus Ancelmi identificó y catalogó más de 40 afloramientos de rocas sometidas a alta presión, pero no contenían coesita. Se trasladaron a la zona del municipio de Irauçuba, a 70 km de Forquilha, y cinco años después, hallaron otra muestra de este raro mineral. En esta ocasión, la exploración en el microscopio estuvo a cargo de Nádia Borges Gomes, quien por entonces también realizaba una maestría bajo la dirección de Santos.
“El hallazgo de las coesitas merece una celebración”, dice el geólogo Benjamin Bley, del Instituto de Geociencias de la Universidad de São Paulo (IGc-USP), quien no formó parte de la investigación. “En el plano científico, junto con las eclogitas, que también son raras, consolida los estudios sobre la correlación geológica entre el nordeste de Brasil y el noroeste de África, que en el pasado estaban unidos”.
Las dos coesitas, sumadas a décadas de estudios geológicos en la región, permitieron reconstruir cómo era el relieve hoy en día prácticamente llano del interior de Ceará, con algunas cadenas serranas como la de Baturité, situada al sur de Fortaleza, y la de Maranguape, cercana a la capital, así como los desplazamientos de los grandes bloques rocosos –las microplacas– que colisionaron, se destruyeron o se fusionaron en distintas épocas formando el actual continente sudamericano.
“Hace unos 640 millones de años, la región de Forquilha era una cadena montañosa como la del Himalaya, mucho más reciente, pero aún en formación”, comenta Ticiano. Según él, la cordillera se habría erguido tras la desaparición en la zona de subducción [el encuentro de dos placas tectónicas donde la más pesada se sumerge debajo de la otra] de un antiguo océano y el choque de dos continentes, uno en el este de la actual ciudad de Sobral y el otro en el oeste. “Las rocas del continente occidental exhiben un contexto geológico diferente a las del continente oriental, con 2.300 y 2.100 millones de años, respectivamente.
Una implicación práctica de esta conclusión indica que los habitantes del este y del oeste de Sobral, en Ceará, pueden afirmar que la zona en donde viven ha sido parte de dos continentes diferentes. Entre ellos se habría extendido un océano llamado Goianides, que dividía a Brasil en sentido nordeste-sudoeste, descrito por investigadores de la UnB a finales del decenio de 1990. Hace 600 millones de años, los márgenes de este océano estaban ocupados por cordilleras.
Cuando una placa tectónica se hunde debajo de otra, parte de las rocas del magma terrestre se funden y pueden emerger bajo la forma de lava, en los volcanes, dando origen a cadenas montañosas. “Las montañas y los volcanes del nordeste y centro-oeste brasileño han sido completamente barridos por la erosión”, comenta Ticiano. “Solamente quedó la matriz de lo que denominamos arco magmático, la franja de rocas magmáticas que ascendieron a la superficie”. Los arcos magmáticos – también llamados arcos volcánicos, pues, vista desde arriba, la cadena de volcanes parece formar un arco – son porciones del manto fundido que emergen en la superficie; en Brasil, a causa de la erosión, tan solo quedaron las bases – o raíces – de estas estructuras geológicas.
Un hito de estos estudios tuvo lugar en el año 1987, cuando Santos recorrió por primera vez la Caatinga, el bosque xerófilo del noroeste de Ceará, en busca de rocas del lecho oceánico, en su último año de la carrera de geología en la Universidad Federal de Rio Grande do Norte (UFRN), en la ciudad de Natal. Su recorrido partía de la hipótesis planteada por dos docentes de la UFRN, Peter Hackspacker (1952-2021) y Reinaldo Petta, sobre las posibles conexiones entre los bloques rocosos de Ceará y África.