Personaje polivalente en los últimos años en el ámbito científico y tecnológico del país, Cylon Gonçalves da Silva tiene hoy en día un bagaje de conocimiento y vivencias que pocos poseen. Pasó por la academia y por el gobierno federal, creó y dirigió un instituto de investigación y ahora trabaja directamente con la iniciativa privada. En la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp) fue docente del Instituto de Física, donde ingresó en 1974 y recibió el título de profesor emérito en 2001. En 1986 asumió la coordinación de la implantación del Laboratorio Nacional de Luz Sincrotrón (LNLS), inaugurado en 1997, en Campinas. Hasta 2001 fue director de la Asociación Brasileña de Tecnología Luz Sincrotrón (ABTluS), que mantiene el laboratorio para todos los investigadores brasileños que estudian las estructuras atómicas de materiales por medio de radiación electromagnética de alta intensidad.
En 2000, Cylon fue uno de los coordinadores de la Conferencia Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, realizada al año siguiente. Fue el responsable del Livro verde, presentado antes del evento para reflexiones de los participantes sobre los temas de la conferencia. Jubilado de la Unicamp, Cylon fue consultor del Ministerio de Ciencia y Tecnología (MCT) en el área de nanotecnología, durante el gobierno de Fernando Enrique Cardoso. En el gobierno de Lula, dirigió la Secretaria de Políticas y Programas de Investigación y Desarrollo del MCT, donde se quedó casi por dos años. En 2005, a los 59 anos de edad, asumió la dirección de tecnología de Genius Instituto de Tecnologia, pasando, como él mismo dice, “para el otro lado del mostrador”. Su vida académica comenzó en la carrera de grado en física, en la Universidad Federal de Río Grande do Sul (UFRGS), estado donde nació, en la ciudad de Ijuí. Hizo su maestría y su doctorado en la Universidad de California, en Berkeley, y fue docente de la UFRGS, durante dos años, antes de ingresar en la Unicamp. Como académico publicó más de 70 artículos científicos y libros en su especialidad, la física de la materia condensada, estudiando las propiedades electrónicas y magnéticas de materiales. También fue profesor visitante de la Universidad de Lausanne, Suiza, entre 1978 y 1980, y de la Universidad La Trobe, en Melbourne, Australia, entre 1999 y 2001. La entrevista que nos concedió en su sala en Genius, en São Paulo, comienza a continuación, en sus principales momentos.
Usted pasó por la academia, creó el LNLS y fue su director, después pasó por el gobierno en dos ocasiones y ahora está en Genius, un instituto privado de investigación. ¿Cómo se siente en este nuevo ambiente?
Suelo decir bromeando que estoy en mi cuarta encarnación. Y cada encarnación involucra un parto. Es necesario aprender cosas nuevas, entender culturas institucionales diferentes. Lo que me motivó para esa experiencia fue el hecho de que, en mis tres encarnaciones anteriores, yo actué básicamente del lado del mostrador que se encarga de la generación y de la oferta de conocimiento. Y hoy en día el gran desafío de Brasil es la innovación. Sabemos perfectamente cómo ofertar ciencia y tecnología y que botones apretar para que el país produzca más artículos científicos y más doctores. Pero nosotros no sabemos qué botones apretar para generar innovación. Además, yo sospecho que nosotros no tenemos ni siquiera las instituciones adecuadas para ello. Faltan marcos legales para estimular la innovación, porque muchos de los que existen son inadecuados para la tarea que se plantea delante de nosotros. Un ejemplo es la legislación brasileña sobre biodiversidad y biotecnología. Sólo para dar un ejemplo concreto, el otro día yo estaba conversando con una persona de Embrapa [la estatal Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria] que recibió la incumbencia de montar una sociedad de propósitos específicos para acelerar la transferencia de conocimiento de Embrapa al sector privado, en un modelo de sociedad público-privada. Después de un año de trabajo, no sabe qué hacer.
¿Cuáles son las dificultades?
Hoy en día Embrapa, como buena parte de nuestras instituciones de Investigación y Desarrollo (I&D) públicas, está completamente enyesada. Se transformó, por contingencias externas a la empresa, en una gran repartición pública, en el sentido peyorativo de esa expresión.
¿Y la Ley de Innovación no vino justamente para llenar esa laguna?
La Ley de Innovación, al igual la ley de organizaciones sociales, es muy débil con relación al tamaño del problema. Existe en el Estado brasileño una cultura de que todo lo que es público es bueno y todo lo que es privado es malo. Por eso, no son dos o tres leyes aisladas como éstas que sortearán las barreras. Ellas entran en conflicto con otros diversos marcos legales, lo que hace la delicia de la burocracia que no quiere transformar al país y perder los privilegios. En la aplicación de la Ley de Innovación, eso va a aparecer cada vez con mayor claridad. En el caso de las organizaciones sociales, nuestra esperanza era que ellas fueran un instrumento institucional para agilizar el sector público de I&D, y lo que observamos, a lo largo de los años, es un enyesado progresivo de esas organizaciones.
¿Uno de los ejemplos de esas organizaciones sería el LNLS?
Es un ejemplo del modelo en que el Estado contrata una entidad privada. La organización social es muy específica. Desde el punto de vista legal, es como Genius, una asociación civil sin fines de lucro y de derecho privado. Pero ella va un paso más allá, es reconocida como una organización social por un decreto del presidente de la República. A partir de ese reconocimiento, se califica para hacer un contrato de gestión con el gobierno. La idea es que ese contrato estipule las metas que han de cumplirse con un sistema de evaluación de resultados, y no de procesos administrativos internos. La contrapartida sería una gran agilidad en el uso de los recursos públicos. Lo que vemos en la práctica es esa agilidad cuestionada constantemente por los órganos de fiscalización. Eso no es tan sólo un efecto de una visón izquierdista retrógrada del Estado, sino que está en la esencia de la lógica burocrática, no importa cual sea el gobierno. Las excepciones que existen dentro de la máquina del Estado perdieron en el gobierno de Lula, la capacidad de afrontar esa cuestión, incluso debido a la resistencia de la Jefatura de Gabinete de la Presidencia.
¿Las exigencias no se concretan de la manera que deberían, es eso?
No. Son cosas sutiles para quien no conoce el sector público en detalle, sumamente importantes. Por ejemplo: el presupuesto de nacional se divide en dos grandes bloques, uno de inversiones y uno de costos. Las organizaciones sociales se financian con recursos presupuestarios del bloque de costos. Pero allí llega un auditor del Tribunal Nacional de Cuentas y dice: “No, la organización social no puede usar esos recursos para hacer inversiones”. Entonces, la ley puede ser excelente, pero la forma de comportarse del Estado con relación a estas innovaciones institucionales es la forma antigua.
¿Y qué falta para que avancemos por el camino de la innovación?
El problema es cómo transformar el conocimiento en riqueza, o aquello que llamamos innovación. La innovación no es una cosa simple, es un conjunto complejo de acciones y resultados.
¿Pero siempre pretendiendo un producto?
Pretendiendo sacar alguna cosa al mercado. Si no está en el mercado no es una innovación, no está generando riqueza. Pienso que la prueba más sencilla es esa. Si no se genera riqueza, llevando un nuevo producto al mercado, un nuevo servicio, o un nuevo proceso, el objetivo de la innovación no se alcanza.
¿Y, por el lado de las empresas, los pasos aún no son los correctos, es eso?
No lo son. Pero el sector privado no existe en un vacío, existe dentro de un Estado. Y los marcos institucionales de ese Estado banalizan las posibilidades del sector privado. Una vez le pregunté a un empresario, cuando yo aún estaba del otro lado del mostrador: ¿por qué las empresas desarrollan tan poca tecnología en el país? La respuesta fue la siguiente: “La tecnología implica riesgo, mano de obra altamente calificada y muy cara, los costos son enormes. Por eso yo prefiero comprar una cosa allá afuera que ya está lista y comprobada, con lo cual mi riesgo disminuye, y no mantener un departamento caro de I&D, en donde el riesgo es elevado”.
¿No pueden mitigar ese problema las instituciones como Genius y otros institutos independientes?
Entonces volvemos a la primera cuestión. ¿Por qué me interesé por ese desafío? Para que nosotros hagamos despegar a la innovación, vamos a necesitar tener I&D por el lado del sector privado. Es ahí que está lo atractivo de Genius. Porque es precisamente lo que él y otras instituciones similares se proponen hacer: agilizar el proceso de transferencia del conocimiento, del laboratorio a las estanterías de las tiendas.
¿Cuáles serían esas otras instituciones similares?
Son el César [Centro de Estudios y Sistemas Avanzados de Recife] y tantas otras. En Manaos existen los institutos de Samsung, de Nokia, además de la Fundación Paulo Feitoza y la Fucapi [Fundación Centro de Análisis, Investigación e Innovación Tecnológica], y otros solventados con los recursos de la Ley de Informática.
¿El Instituto Genius funciona por pedidos de empresas o ustedes desarrollan investigaciones aquí, o las traen de la universidad?
Genius tiene varias modalidades de actuación. La primera modalidad es la solución de problemas planteados por las empresas. Ellas tienen un problema y los recursos propios para resolverlos y necesitan una solución rápida. Por ejemplo, en Manaos, el instituto trabaja mucho en el área de telefonía celular, desarrollando software. En ese caso, el objetivo es simple: la empresa lanza un modelo nuevo cada seis meses y el consumidor necesita, por ejemplo, transferir la agenda telefónica del teléfono viejo al nuevo. Nuestro trabajo es desarrollar una serie de software para servir de interfaz entre el teléfono y la computadora.
Genius quedó con la imagen vinculada a Gradiente (empresa que lo creó por la Ley de Informática). ¿Hoy en día también él presta servicio a Gradiente?
Nosotros tenemos un conjunto de clientes corporativos y uno de esos clientes es Gradiente. A veces tiene un problema un producto de la línea Gradiente, que necesita ser resuelto rápidamente; viene para acá, el personal lo resuelve, lo devuelve, la empresa paga, asunto terminado. La segunda modalidad que, en un cierto sentido, a largo plazo trae más beneficios para Genius es cuando una empresa quiere desarrollar alguna cosa nueva, pero el riesgo tecnológico es muy elevado para. Entonces la empresa se junta a un instituto de investigación, por ejemplo, Genius, y juntos hacen el proyecto y lo llevan a un órgano de financiamiento como la Finep [Financiadora de Estudios y Proyectos]. ¿Cuál es la ventaja para la empresa? Que ella entra con una contrapartida en el proyecto, pero el resto de los recursos representa costo cero para ella. Con eso, la inversión que ella hace, el riesgo, cae. Normalmente son proyectos de largo plazo, de uno a dos años.
¿Largo plazo aquí es uno o dos años?
Así es. Los otros que yo decía son de tres meses. Cuando no son de tres semanas, para apagar un incendio. ¿Entonces, por qué los proyectos de largo plazo son más interesantes para Genius? Porque, mientras que en la primera modalidad, de existir alguna propiedad intelectual desarrollada queda enteramente en manos de la empresa, que pagó el 100% del proyecto, en la segunda la propiedad intelectual es negociada de manera tripartita: Finep, Genius, empresa. Y ahí existe la posibilidad de que Genius vaya poco a poco construyendo un portafolio de propiedad intelectual. Pero existe una tercera modalidad de actuación, que es la investigación propia. Y aquí el fuerte del instituto es el reconocimiento automático de voz. Estamos invirtiendo, buscando recursos públicos porque Genius en sí no genera utilidades. Depende, para hacer sus investigaciones, como cualquier otro instituto, de financiamiento público. Y actualmente, después de algunos años de inversiones, esta tecnología ya está madura para ir para el mercado. ¿Pero, cómo llevarla al mercado partiendo de un instituto como Genius? En el fondo, no es diferente de cualquier otro instituto de investigación. Va desde licenciar esa tecnología para asociados que están en el mercado, adaptarla a las necesidades de esos asociados, hasta “una cosa que nosotros estamos considerando en la actualidad” crear una empresa para llevar esa tecnología directamente al mercado.
Usted se refirió a la necesidad de que un producto llegue rápido al mercado. Pero hay ejemplos demorados como el sistema flex fuel. Bosch de Brasil, ya tenía ese sistema en 1966, en test de las ensambladoras. ¿Por qué algunos productos demoran tanto en llegar al mercado?
Por eso es que hacemos la distinción entre el riesgo tecnológico y el riesgo comercial. El primero es aquél que no sabemos si el producto va a dar resultado desde el punto de vista tecnológico. En lo comercial, el producto puede ser excelente desde el punto de vista tecnológico y no venderse. La historia está llena de ejemplos. Como herramienta de trabajo, el Macintosh es mucho mejor que cualquier PC Windows. ¿Pero quien domina el mercado? La PC Windows.
¿Porqué es más barato?
Porque la estrategia comercial de fue completamente distinta. La tecnología de la Mac es mucho mejor que la tecnología de la PC Windows, pero la estrategia comercial fue errónea. O fue correcta, depende del punto de vista. Ese producto peor conquistó el mercado. Recordemos que al comienzo de las videocaseteras, había por lo menos dos productos: el VHS y el Betamax. El Betamax, en la parte técnica, era superior al VHS, pero no sobrevivió.
Aun perteneciendo a una gran empresa, Sony, no prendió.
No prendió por una razón de precio o por la estrategia de la empresa. Sony no es una empresita cualquiera. Entonces yo pregunto, ¿por qué el iPod prendió y tantos otros productos similares no tienen ese mismo éxito? En verdad, nadie sabe por qué una cosa prende en el mercado.
¿Y el flex fuel?
En ese caso se entiende. Brasil pasó por un problema de desabastecimiento de alcohol. Nadie quería un carro movido por alcohol. El flex fuel permitiría resolver ese problema, como lo permite hoy. Pero el petróleo y la gasolina estaban baratos. No valía la pena correr el riesgo comercial. El riesgo tecnológico estaba bajo control, el producto estaba resuelto. Pero en la punta del lápiz, para lanzar ese producto al mercado, iría a costar mucho para hacer toda la ingeniería final de industrialización. Más recientemente, vino la crisis del petróleo, la gasolina subió de precio, el alcohol bajó, y el flex fuel se volvió atrayente para el mercado.
¿No basta sólo que la tecnología sea avanzada, ¿hay que tener una situación comercial?
Ése es el problema de trabajar del otro lado del mostrador. Usted tiene un producto genial que nadie quiere comprar.
Usted fue secretario de Políticas y Programas de Investigaciones y Desarrollo del MCT. ¿Cómo se ubicó en ese cargo y cómo percibió Brasil desde el punto de vista de las condiciones de investigación científica y hasta de la innovación?
En relación con la I&D, fue más en el sentido académico. Fue una experiencia muy interesante pues la mayor parte de las áreas de actuación son áreas sobre las cuales yo sabía muy poco antes, porque en esa secretaria las principales son biotecnología, biodiversidad, cambios climáticos, meteorología y recursos del mar. La nanotecnología, por ejemplo, era una fracción nanométrica de mis atribuciones.
En aquel momento, usted dijo que Brasil estaba en condiciones de convertirse un líder mundial en biotecnología.
Con seguridad. Creo que, de nuevo, Brasil se corta en la cuestión institucional.
¿En que sentido?
Una cosa que no hemos aprendido todavía en Brasil es que las instituciones necesitan ser tan proyectadas cuanto un puente. Las instituciones son cosas abstractas y cuando yo hablo de ellas no me estoy refiriendo a las organizaciones. Las instituciones de la democracia, por ejemplo, son los tres Poderes: el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Esas instituciones son entidades abstractas de un régimen democrático y que se materializan en la práctica por medio de ciertas organizaciones. Por ejemplo: el Poder Legislativo se materializa en una organización llamada Congreso Nacional. Las instituciones son como un proyecto de ingeniería del puente. Las organizaciones son el puente construido y la materialización de ese puente. Entonces, cuando un proyecto es malo, por mejor que sea el ingeniero, por mejores que sean los materiales, el puente no va a sostenerse en pie. Pero si el proyecto es bueno, puede tener errores de ejecución. El ingeniero puede ser malo, en lugar de cemento, usar arena, el puente se cae, pero la institución, el proyecto está correcto. El problema es reparar la ejecución del proyecto. En la democracia, el Poder Legislativo está correcto. La implementación a veces revela ser problemática, pero no por eso se elimina el proyecto.
¿Qué necesitamos entonces?
Para que las cosas funcionen en este país, nosotros necesitamos hacer instituciones bien proyectadas. El área de biotecnología, por ejemplo, es insana. Ella tiene enfrente a la CTNBio [la Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad]. Ésta pretende ser, simultáneamente, un órgano normativo, ejecutivo, fiscalizador y consultor, todo al mismo tiempo. ¡No puede funcionar! Por mejores que sea las personas que estén en la comisión, el puente se va a caer. El proyecto es erróneo.
Me gustaría hablar sobre un tema que usted le gusta bastante: la nanotecnología. ¿Cómo comenzó su interés en esto?
Mi interés en la nanotecnología comenzó en 2001, cuando nosotros estábamos preparando el Livro verde y organizando la Conferencia Nacional de Ciencia y Tecnología. El profesor Celso de Melo, de la Universidad Federal de Pernambuco, era director del CNPq [Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico], me buscó y me dijo: “El CNPq debe lanzar un llamado para redes en el área de nanotecnologia”. Entonces yo le dije: “Perfecto. Envíeme alguna cosa por escrito sobre eso, que yo lo encajo en el Livro verde”.
¿Su trabajo en el LNLS y su trabajo académico también influyeron?
Todo eso tenía que ver con la nanotecnologia. Pero, hace diez años, eso no estaba en el camino. No se llamabananotecnologia. Pero en los documentos iniciales del LNLS nosotros queríamos construir un laboratorio que tuviera disponible instrumentos capaces de estudiar la materia en el nivel atómico en escala nanométrica. Por eso fue tan fácil desarrollar la nanotecnologia en Brasil. Porque a lo largo de los años el país invirtió en laboratorios capaces de hacer nanotecnologia y nanociencia, sin usar ese término. La FAPESP invirtió fuertemente, el CNPq y la Finep también. Pero lo que llamó la atención del mundo hacia la nanotecnologia fue el programa estadounidense, lanzado por el gobierno de Clinton en 2000.
¿Y cómo evoluciona en Brasil ahora?
Mira, me parece que, de nuevo, desde el punto de vista de la investigación, va bien. Desde el punto de vista de la innovación, podría ir mucho mejor.
¿Falta más compromiso de parte de las empresas?
Sí. Existen algunas pequeñas empresas que están creádose, algunas pocas grandes comienzan a interesarse en el tema, sobre todo el área de petroquímica, como Petrobras, por ejemplo, y grupos privados también, como Oxiteno y Brasken.
Sobre la conferencia: a usted se lo invitó para hacer el Livro verde, habló con bastante gente en este país. ¿Qué sucedió después de y que se refleje ahora, principalmente en la innovación?
Cuando el profesor Carlos Pacheco fue para el MCT (como secretario ejecutivo), en una cierta ocasión, él dijo que el ministerio estaba interesado en hacer la planificación de la ciencia y la tecnología en Brasil y citó como ejemplo planificaciones anteriores, como los PNDs [Planes Nacionales de Desarrollo], que se hicieron en las décadas del 1970, 1980. Yo respondí que ese modelo ya no era el más adecuado para el país, que había avanzado mucho, y no servía para nada hacer una planificación como en épocas pasadas. Yo le dije: “Nosotros tenemos que crear un proceso de discusión que se perpetúe”. A partir de entonces, comencé a intentar imaginar lo que podríamos hacer en ese sentido. Existían varios esfuerzos de planificación en curso en el ministerio. Una de las cosas que yo propuse fue que hiciésemos un Libro verde y que movilizáramos a las personas para la discusión.
¿Y la innovación?
Con relación a la innovación, que yo sepa, fue la primera vez que el MCT asumió tan fuertemente el compromiso con ella porque fue la conferencia de ciencia, tecnología e innovación. Pero yo sentía bastante, en aquella época, que faltaba una política de Estado que realmente incorporase esa cuestión de la innovación. Y creo que ese paso se dio en el gobierno de Lula, con el lanzamiento de la política industrial, tecnológica y de comercio exterior. Por más incipiente que ella sea, por más problemas que tenga para ser completamente factible, lo importante fue el hecho del gobierno llegar y decir: “Nosotros necesitamos tener una política industrial, tecnológica y de comercio exterior”. Creo que ése fue el paso que faltó en 2001. En aquel año se planteó la cuestión de la innovación. En 2002 se crearon instrumentos importantes, como los fondos sectoriales, el Centro de Gestión de Estudios Estratégicos [CGEE], pero no se hizo el amarre con la cuestión industrial ni con el comercio exterior. Ese paso se dio ahora.
Volviendo a la nanotecnología. ¿Usted tiene también un abordaje filosófico sobre ella? ¿Cómo es eso?
Yo sigo estando convencido de que la nanotecnología es un reconocimiento práctico de que el mundo está hecho de átomos. Y eso es una cosa muy reciente en nuestra cultura. Los griegos ya hablaban de átomos 2.500 años atrás, y esa noción de átomo fue retomada, desde el punto de vista científico, al final del siglo XVIII, y reforzada por los químicos a lo largo del siglo XIX, y terminaron haciéndola suya con toda la fuerza los físicos y los biólogos, con el estudio del ADN, en el siglo XX. Pero la idea de que todo lo que existe es hecho a partir de pequeñas partículas invisibles, sumamente numerosas, que obedecen a las leyes de la naturaleza, y que nosotros sabemos cuáles son esas leyes, nos sitúa en un proceso de descubrir cada vez más cosas nuevas, sobre cuáles son las consecuencias de estas leyes y entender cómo el propio ser humano se constituye a partir de esas estructuras nanoscópicas. Eso podrá tener un impacto enorme sobre la cultura humana. ¿Cuánto tiempo va a tardar para que eso suceda? No lo sé
Otro aspecto de la nanotecnología es el aspecto ambiental.
En septiembre de este año yo estuve en una reunión en París, convocada por el programa del medio ambiente de las Naciones Unidas. Una vez por año ellos publican una especie de “El estado del mundo” y en ese libro a les gusta colocar un capítulo sobre desafíos emergentes. Y en el libro de 2006 ese desafío es la nanotecnología. Pero lo que quedó claro allí fue lo siguiente: no se sabe el futuro impacto ambiental de la nanotecnología. Las investigaciones aún son muy incipientes. Existen algunos resultados, pero las metodologías son cuestionables.
¿Cuáles son los problemas principales?
Uno de los problemas es elemental: el monitoreo. No existen instrumentos diseminados para que monitorear nanopartículas en el medio ambiente. Hoy esos instrumentos están confinados en los laboratorios de investigación. Las nanopartículas existen en la naturaleza. Ellas están con nosotros desde que hizo erupción el primer volcán y se encendió el primer fuego. Uno de los desafíos actuales es aprender a monitorearlas. Existe también la preocupación con las nanopartículas artificiales, o producidas industrialmente. Creemos que ellas son buenas para la medicina, por ejemplo. Porque tienen la posibilidad de dirigirlas hacia un órgano específico y hacerlas cargar un fármaco y entregar ese fármaco en el lugar indicado, a la hora y en las cantidades correctas. Pero eso presupone que ellas puedan ir a cualquier lugar del cuerpo y acumularse en cualquier órgano. Todo bien cuando usted hace eso intencionalmente. ¿Pero y cuando no tiene la intención de hacerlo? ¿Cuáles pueden ser las consecuencias? No lo sabemos. Pero nosotros tenemos también que revitalizar todo eso. El riesgo hoy es cero. Una sugerencia sería, en un futuro no muy remoto, aproximar los órganos ambientales de los centros de investigación en donde existe el conocimiento en nanotecnología para que ellos aprendan sobre nanopartículas, incluso a usar esos instrumentos.
¿Cuáles fueron las motivaciones para la creación del LNLS?
Fueron dos las principales motivaciones: una muy clara en la época, la voluntad de dotar al país de un instrumento que estimulase la investigación experimental. Yo, como físico teórico, sé como es importante la investigación experimental. La idea de proyectar y construir en el país un instrumento científico de gran porte y que entrara en operación era realmente un desafío demasiado hermoso como para resistirse. Y la segunda cosa, mi gran preocupación con la cuestión institucional. Yo veía el Sincrotrón como un nuevo modelo de hacer ciencia en el país. Un laboratorio demasiado grande como para tener dueño.
Usted propuso construir un instituto nacional para la nanotecnología, pero la idea fue impugnada por los investigadores contrarios a la propuesta de concentrar las inversiones en sólo un instituto. ¿Cómo fue eso?
Hay una diferencia de visión. Brasil opera mucho de este modo: o es una cosa, o es otra. O lo tenemos todo diseminado, o lo tenemos todo concentrado. La idea de un sistema que, al mismo tiempo, tenga un componente abarcador y que reúna en un local una gran concentración de instrumentos y de personas capaces de apalancar el crecimiento más rápido de un área no pasa por la cabeza de la comunidad brasileña. Si miramos a otros países, más avanzados, es así. Existe una ecología institucional del sector de I&D, que va desde laboratorios universitarios diseminados, bien equipados y funcionando adecuadamente, hasta grandes centros en donde se concentran las investigaciones. La concentración, por más que la internet permita trabajar a distancia, es benéfica. Los economistas llaman a ese beneficio ganancias crecientes de escala. Arriba de un cierto umbral, realmente se acelera el desarrollo.
¿Por qué no sucedió?
No ha hubido hasta el momento condiciones políticas. Cuando yo estaba en el ministerio, intenté implementar esa política. El programa que montamos era amplio e incluía hasta un llamado del CNPq para becas, auxilios a la investigación para jóvenes doctores, con a lo sumo cinco años de doctorado, para evitar la competencia con investigadores con 20 años de carrera. La idea era crear un nuevo modelo de financiamiento para la solución de problemas. El ministerio plantearía cuatro o cinco problemas para su solución e identificaría a los mejores grupos en el tema. Necesitamos tener un foco de financiamiento difuso, un poquito para todos.