A comienzos de la década de 1990, científicos del estado de São Paulo, en Brasil, remitieron proyectos de investigación a la FAPESP en el área en ese entonces poco conocida de las redes neurales artificiales, la simulación por computadora del funcionamiento del sistema nervioso central. El objetivo de la misma consiste en reconocer patrones que permitirían que una máquina “aprenda”.
La inteligencia artificial (IA) nació en la década de 1940; empero, tal como puede suceder en la ciencia, se adelantó a su tiempo. Se requirió del avance de las computadoras para hacer frente a la gran cantidad de datos por procesarse. Para sortear este obstáculo, se desarrolló la vertiente basada en el lenguaje de programación, que crea reglas para resolver un determinado problema.
Actualmente, el conocimiento producido por este tipo de estudios es omnipresente, y se hace presente en las soluciones que ofrecen los programas informáticos para evitar el tránsito, en las recomendaciones del servicio de transmisión en directo de videos o en la lectura biométrica para la realización de extracciones en cajeros automáticos, entre numerosos ejemplos. Y ya no se limita a la academia, donde sigue siendo un área atractiva de investigación, incluso debido a su naturaleza multidisciplinaria: la IA hoy en día domina los proyectos de empresas que resultan en nuevos productos y procesos industriales, y recibe fondos provenientes de programas como el Pipe de la FAPESP desde 1997 (página 18).
Fue con la ayuda de un proyecto Pite, otro programa de fomento de la innovación de la Fundación, en asociación con el Sistema Único de Salud de Brasil, que el Instituto Butantan cobró relieve en el desarrollo de una vacuna contra el dengue, una enfermedad que afecta a 390 millones de personas al año en todo el mundo, de acuerdo con la estimación de la OMS. Existe una vacuna en el mercado desde 2015, producida por la compañía francesa Sanofi Pasteur, pero se la recomienda únicamente para aquellos que contrajeron dengue anteriormente, y tiene efectos adversos, amén de una baja tasa de efectividad.
Hace algunos años, el Butantan y otros institutos de investigación y empresas comenzaron a desarrollar vacunas contra el dengue utilizando material cedido por los NIH, los Institutos Nacionales de Salud de EE.UU. El proyecto brasileño avanzó más rápido, razón por la cual suscitó la atención de la multinacional estadounidense MSD, uno de sus competidores. Actualmente, y ya en la fase III de los ensayos clínicos, que es la última, ha mostrado resultados muy prometedores, lo cual llevó a MSD a proponerle una asociación a la institución paulista (página 54).
Un aporte de 26 millones de dólares al Butantan les permitirá a los estadounidenses alcanzar el estadio de desarrollo de la vacuna brasileña; Si el producto sale al mercado y se vende bien, el giro de fondos podría sumar otros 75 millones de dólares en el transcurso de 24 meses. La multinacional tendrá los derechos de comercialización en el extranjero.
Hasta el momento, se han invertido 224 millones de reales en el proyecto, provenientes de fuentes tales como el banco estatal de fomento BNDES y el Ministerio de Salud de Brasil, aparte de la FAPESP. De tener éxito, significará un reconocimiento internacional en investigación y desarrollo para el instituto paulista, que ya produce 100 millones de dosis de vacunas anualmente, de nueve tipos distintos.
*
El cordel constituye una forma literaria tradicional publicada en pliegos desde finales del siglo XIX, y fue reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial Brasileño por el instituto estatal encargado del sector (página 88). Esta ecléctica forma de poesía no evade ningún tema, incluida la ciencia. Y aquí queda registrado un buen ejemplo. En la obra Trigésimo aniversário da conquista da luna, dice el poeta Gonçalo Ferreira da Silva: “Busca el hombre conocer/ El origen y la dimensión/ Del universo y si está/ En expansión permanente/ Porque conocer nuestra casa/ Es nuestra obligación”.
Republicar