El miedo en su estado más bruto, ese pavor inconsciente y ancestral que trabaja a favor del instinto de supervivencia del hombre y de otros animales, que produce reacciones instantáneas ante la presencia de algo, real o imaginario, percibido como amenaza, aparece muy bien delineado en el reportaje de la portada de esta edición. Ciertamente, no se trata acá de cantar loas al miedo, “nuestro padre y nuestro compañero”, a la manera poética aguda y dolorosa de Carlos Drummond de Andrade, en Congresso Internacional do Medo. Se trata más bien de mostrar las evidencias, relevadas por un grupo de investigadores, de que tres estructuras sumamente primitivas en la escala evolutiva del cerebro, presentes en especies animales desde la era de los primeros reptiles sobre la tierra, pueden estar relacionadas con el miedo más arcaico, primordial. Son evidencias que necesariamente provocan una revisión del circuito de estímulo aversión-reacción de defensa del organismo que, en este caso, reduce un poco el papel de la amígdala cerebral dentro de éste, tenida hasta ahora como única estructura responsable por el proceso de separación entre aquello que puede o no ser amenazador para el organismo. Este reportaje elaborado por Marcos Pivetta, también hace referencia a la expectativa de los investigadores en el sentido de que un mayor conocimiento de los circuitos cerebrales involucrados en el miedo y en la ansiedad puede redundar en nuevos tratamientos para enfermedades psiquiátricas en las cuales ambos fenómenos son componentes fundamentales.
Del miedo a la esperanza. Tal el trayecto propuesto por el reportaje sobre las experiencias con la terapia fotodinámica, un nuevo y prometedor tratamiento contra el cáncer, que acá en Brasil están siendo llevadas adelante por el Centro de Investigaciones en Óptica y Fotónica, uno de los diez Centros de Investigación, Innovación y Difusión (Cepids, sigla en portugués) apoyados por la FAPESP desde 2000. Dicha terapia fotodinámica (TFD), aprobada en 1998 por la Food and Drugs Administration (FDA), la agencia gubernamental norteamericana encargada del control de los alimentos y medicamentos, es actualmente utilizada en 18 países. En el caso brasileño, según relata Marcos de Oliveira en el reportaje de apertura de la sección Tecnología, el grupo de casi 30 personas implicadas en su investigación desarrolló los equipamientos, perfeccionó la técnica de la TFD y ahora está realizando los tests clínicos para finalizar el protocolo que orientará a los médicos brasileños en esa especialidad. Los resultados mostrados hasta ahora por las pruebas son de hecho animadores.
En el marco de la política científica y tecnológica, incluso en Brasil, no siempre el sector público es el actor principal en determinadas escenas que van sucediéndose para desembocar, finalmente, en el turning point de una obra promisoria. El anuncio de la constitución de la empresa de biotecnología Alellyx, por parte del fondo de capital de riesgo Votorantim Ventures y cinco investigadores que son sus socios fundadores, el día 13 de marzo, muestra a las claras que a veces el sector privado domina la escena. Y al hacerlo, aumentan las expectativas de que estemos aproximándonos al punto de viraje que, en el caso específico de esta obra, sería el ansiado equilibrio entre las inversiones públicas y privadas en investigación y desarrollo (IeD) en Brasil. Es esencial observar que el acto en el cual la escena de Alellyx se encaja se inició en 1997, con la decisión de la FAPESP de iniciar un programa de investigación en genómica, a partir do secuenciamiento de la Xylella fastidiosa. Precisamente a ese fitopatógeno, que en 2000 le imprimió proyección internacional a la capacidad brasileña en biología molecular, alude el nombre de la empresa, en una inversión casi que exacta de sus letras.
Resta entonces observar cómo actúan y cómo evolucionan los atores de esta obra para no perdernos el momento en que el equilibrio entre inversiones públicas y privadas en IeD ateste la inserción madura de la investigación científica y tecnológica en la economía brasileña.
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