“Los brasileños, no tenemos Edad Media, ni antigüedades celtas, ni los misterios de Oriente a nuestro alcance. […] El Atlántico y una vida gloriosa de sol y de luz se interpusieron entre nosotros y los mitos que surgen espontáneamente en las tierras de los franceses, los ingleses, los alemanes y los italianos y en donde han vivido sus antepasados. […] La demonología […] no encuentra en la alegría americana elementos que puedan favorecer la construcción de una fase estética sombría y tenebrosa”. Este análisis pertenece a Araripe Júnior (1848-1911), uno de los más importantes críticos literarios de Brasil en el siglo XIX. Para el intelectual nacido en el estado de Ceará, la tradición gótica de origen europeo era incompatible con la cultura y la literatura brasileñas. Sin embargo, los investigadores del siglo XXI se han propuesto refutar esta creencia y probar que la sombría visión del mundo auspiciada por la literatura de terror también estuvo presente en el trópico.
Un ejemplo de ello es la antología Tênebra: Narrativas brasileiras de horror (1839-1899), coordinada conjuntamente por Júlio França, docente de teoría literaria de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (Uerj), y el escritor y traductor Oscar Nestarez, autor de la tesis doctoral intitulada “Una historia de la literatura de horror en Brasil. Fundamentos y autorías”, defendida el año pasado en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (FFLCH-USP). En dicha obra, publicada por la editorial Fósforo en 2022, el dúo intenta demostrar que, en efecto, la literatura brasileña ha recibido el influjo del espanto en personajes fantásticos y sobrenaturales como fantasmas y brujas, por ejemplo, o aterradoramente humanos, como maridos vengativos y sádicos amos de esclavizados. Con 27 cuentos, la colección reúne obras de autores consagrados como Machado de Assis (1839-1908) y Aluísio Azevedo (1857-1913), pero también las de escritores menos conocidos por el público como el paulista Antônio Joaquim da Rosa (1821-1866), quien también fue un político, y la periodista gaúcha Maria Benedita Bormann (1853-1895). El libro se suma a otras antologías publicadas en los últimos años, como es el caso de Contos macabros: 13 histórias sinistras da literatura brasileira (Editorial Escrita Fina, 2010), compilada por Lainister de Oliveira Esteves, docente del Instituto de Historia de la Universidad Federal de Uberlândia (UFU).
Según comenta, França empezó a investigar los relatos del género hace unos 15 años, cuando se dio cuenta que casi no había estudios académicos sobre la literatura de terror de Brasil. “La primera duda que se planteó fue: ¿existió una literatura de horror en Brasil? Y si existió, ¿por qué ha sido ignorada?”, recuerda el profesor, quien coordina el grupo de investigación Estudios Góticos en la Uerj, certificado por el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq). Las centenas de narraciones de ficción publicadas entre las décadas de 1830 y 1940 que França y sus dirigidos encontraron en las hemerotecas y bibliotecas de todo el país, fueron reunidas por primera vez en el sitio web Tênebra, una colección digital creada en 2021 que sigue siendo actualizada por los miembros del grupo.
Algunos de los cuentos de terror brasileños deslizan críticas sociales y denuncian la extrema violencia de la esclavitud
De acuerdo con la dupla de investigadores, los cuentos y novelas de ficción que exploraron el miedo como recurso estético se enfrentaron al prejuicio de la crítica literaria brasileña del siglo XIX. Sucede que, en el joven país recientemente independizado de Portugal, los críticos valoraban los relatos realistas que exploraban los temas asociados a la identidad nacional. La literatura de terror acabó por ello adoleciendo de una falta de recepción formal y sobreviviendo al margen de la corriente literaria principal. “[El crítico literario y profesor de la USP] Antonio Candido [1918-2017] señala que nuestra literatura es formativa: pretende ayudarnos a entender qué es Brasil. La literatura de terror, centrada en los aspectos más macabros y negativos de la existencia, no halló espacio en esta concepción literaria que tenía por misión edificar una idea de país”, dice França.
En este sentido, la recepción de la obra de Álvares de Azevedo (1831-1852) es emblemática y, en opinión de los investigadores, revela el desdén que los estudiosos de la literatura en Brasil le dispensaban a las historias de horror. Al explorar elementos de la tradición gótica en libros como Noite na taverna (1855), novela que incluye escenas violentas, orgías, incesto y canibalismo, y Macário (1852), que narra el drama de un estudiante que hace un pacto con el diablo, la obra de Azevedo (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 307) fue considerada una desviación en la tradición literaria del país. Empero, hoy en día, se sabe que el autor, fallecido a los 20 años, no fue el único de su época que dialogó intensamente con el terror, ni tampoco el primero. Ya por la década de 1830 circulaban en periódicos y revistas, a menudo en formato de folletín, relatos que contenían elementos tenebrosos, como en el caso del cuento “La misa de gallo”, que da inicio a la antología Tênebra. El relato, escrito por Maciel da Costa, de quien França y Nestarez encontraron escasa información, incluye fantasmas y adulterio y fue publicado en 1839 en Correio das Modas, un título orientado al público femenino, más de una década antes del debut literario de Azevedo.
En la literatura, el gótico hace su aparición en Inglaterra en 1764, con la publicación de El castillo de Otranto, novela del británico Horace Walpole (1717-1797). En las décadas posteriores, escritores como la novelista británica Ann Radcliffe (1764-1823), comienzan a explorar ciertos aspectos que se tornaron típicos del género, tales como la escena medieval, los castillos embrujados, las historias que retroceden en el tiempo y los elementos sobrenaturales, explica Sandra Guardini Teixeira Vasconcelos, docente de literatura inglesa y comparada de la FFLCH-USP. A lo largo del siglo XIX, la gran cantidad de obras extranjeras importadas de Europa propició la introducción de elementos góticos en las novelas y cuentos escritos en Brasil. “En la Inglaterra decimonónica imperaba la novela realista. La literatura gótica no era hegemónica, ni en Brasil ni allá. Aquí circulaba entre nuestros novelistas casi como una corriente subterránea, clandestina. El propio Machado de Assis cita a Ann Radcliffe, por ejemplo, en una crónica”, dice. Incluso un prosista como José de Alencar (1829-1877), prosigue Vasconcelos, quien retrató a Brasil a través de sus novelas indigenistas, urbanas, históricas y regionalistas, se nutrió de los recursos de esa tradición. “En sus novelas O tronco do ipê [1871], Til [1872] y As minas de prata [1865], hay elementos góticos. No son predominantes en la prosa de Alencar, pero están ahí”, señala la estudiosa.
João Montanaro
El gótico está en la raíz, por ejemplo, de la llamada literatura de terror moderna. Según Nestarez, es en el siglo XX que este tipo de ficción comenzó a imponerse como espacio autónomo gracias a algunos textos seminales, como el ensayo “El horror sobrenatural en la literatura” (1927), del escritor estadounidense H. P. Lovecraft (1890-1937). En el artículo, el autor de libros como La llamada de Cthulhu (1928) propone pautas para el género y sostiene que la atmósfera “es lo más importante de todo, porque el criterio final de autenticidad no es el encaje perfecto de una trama, sino la creación de una determinada sensación”. En opinión de Nestarez, la definición de un recorte preciso para el concepto constituye todo un reto. “En la recapitulación historiográfica que presenta en su ensayo, Lovecraft menciona obras de la Antigüedad y de la época medieval que están impregnadas de esta posibilidad poética. Él solía afirmar que la expresión literaria del miedo ‘siempre ha existido y siempre existirá’”.
En lo concerniente a la recepción de la crítica brasileña en el siglo XIX, otro error señalado por los estudiosos contemporáneos es la idea de que la ficción de terror estaba enajenada de las cuestiones sociales de su época. Al prescindir de las convenciones del realismo, estas producciones solían leerse como una especie de entretenimiento escapista y despolitizado. “Las historias de terror funcionan como alegorías, con elementos sobrenaturales, pero profundizan más en el meollo de lo que somos como país que los relatos realistas”, sostiene Nestarez. “¿Qué dice de nosotros un personaje negro esclavizado que, tras ser torturado y asesinado, regresa como un fantasma?” Según el investigador, “Cuento fantástico”, de Américo Lobo (1841-1903), incluido en la antología, es uno de los ejemplos de relatos que combinan crítica social y elementos fantásticos. La trama del cuento, publicado en 1861 en el periódico paulista Fórum Literário, se desarrolla en una hacienda donde Teresa, una mujer negra tildada de hechicera, maldice al matrimonio dueño de la propiedad tras la muerte de su hijo Sabino, un joven esclavizado.
Un cuento que también emplea estrategias del relato de terror para denunciar la violencia extrema de la esclavitud es “Consciencia tranquila”, de Cruz e Souza (1861-1898), figura clave del simbolismo brasileño. En la trama, un amo de esclavizados recuerda en su lecho de muerte, en un monólogo delirante, las atrocidades que cometió en perjuicio de hombres negros y mujeres negras, incluso embarazadas. “En general, los relatos góticos brasileños contienen más personajes monstruosos que monstruos reales. En lugar de un sací [personaje con una sola pierna del folclore brasileño] u otra figura fantástica, los villanos son seres humanos que obran de manera aterradora”, dice Ana Paula dos Santos, autora de la tesis doctoral “La tradición gótica femenina. Una descripción de las formas y los temas en la literatura brasileña y en la anglófona”, defendida en el Instituto de Letras de la Uerj, en 2022. “Y en este tipo de relatos escritos por mujeres, el villano a menudo es un hombre, como el padre de la muchacha. No bebe sangre ni regresa de entre los muertos, pero tiene actitudes monstruosas”.
Una de las autoras estudiadas por Dos Santos es la carioca Júlia Lopes de Almeida (1862-1934). En su tesina de maestría, defendida en 2017 en la Uerj, la investigadora analizó la recopilación de cuentos Ânsia eterna (1903). En la obra, dice Dos Santos, “la escritora se sirve de la poética gótica para describir espacios narrativos, situaciones aterrorizantes y, principalmente, representar ansiedades asociadas al universo femenino. Relatos tales como ‘El caso de Ruth’, ‘Las rosas’, ‘Los cerdos’ y ‘Bajo las estrellas’ retratan problemas que emergen de los vínculos familiares y de la convivencia doméstica, donde las protagonistas son víctimas de violencia física y sexual”. En Tênebra, De Almeida aparece representada en la versión del cuento “La neurosis del color. Una fantasía egipcia”, publicada en 1889 en el periódico Gazeta de Notícias, de Río de Janeiro. Se trata de “uno de los primeros relatos que incluyeron elementos del vampirismo en la literatura brasileña”, escriben França y Nestarez en el prólogo de la antología.
Hoy en día, además del grupo de estudios de la Uerj liderado por França, otras iniciativas registradas en la Dirección de Grupos de Investigación del CNPq, tales como Los nodos de lo insólito: vertientes de la ficción, la teoría y la crítica, también de la Uerj, Las corrientes de lo fantástico en la literatura, de la Universidade Estadual Paulista (Unesp), y Distopía y contemporaneidad, de la Universidad Federal Fluminense (UFF), se dedican a estudiar la literatura de terror y sus desarrollos en la producción contemporánea. Para Nestarez, el interés académico por este tipo de producciones refleja el buen momento del género en Brasil. El año pasado, la Biblioteca Nacional concedió su tradicional premio literario al libro de cuentos Gótico nordestino (editorial Alfaguara, 2022), del escritor paraibano Cristhiano Aguiar. Además, el premio Jabuti creó hace tres años la categoría Novela de entretenimiento, que abarca obras de géneros tales como la ciencia ficción, policial, terror, humor, suspenso y fantasía. En 2021, el premio fue concedido a Corpos secos (editorial Alfaguara, 2020), un relato de zombis escrito a ocho manos por Luisa Geisler, Marcelo Ferroni, Natalia Borges Polesso y Samir Machado de Machado. Actualmente, Nestarez organiza junto a França el segundo volumen de Tênebra, cuyo lanzamiento está previsto en 2024. “En esta ocasión, nuestro eje serán los relatos breves escritos en la primera mitad del siglo XX. La idea, con ambos libros, es abarcar esa producción literaria producida en el país a lo largo de unos 120 años”, concluye.
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