MARIZADía 2 de enero de 1998: a un albañil de 58 años le ataron los brazos con alambre de púa y una multitud lo linchó en Caboto, en la Zona Metropolitana de Salvador (Bahía), tras discutir y herir a dos vecinos a golpes de guadaña. Día 14 de febrero de 2008: un adolescente de 15 años es golpeado por otros internos en el centro de detención Fundación Casa de la localidad de Franco da Rocha, en la Zona Metropolitana de São Paulo, pues pensaban que el muchacho había delatado a otros infractores. Día 3 de mayo de 2014: una madre de 33 años es brutalmente agredida en la playa de Guarujá, litoral sur de São Paulo, confundida con una supuesta secuestradora de niños que practicaba “magia negra”. En las páginas de los periódicos, estas historias se convirtieron en estadísticas.
Durante los últimos 60 años, más de un millón de brasileños han participado en algún acto o en una tentativa de linchamiento, un síntoma de una dolencia de la sociedad brasileña. Este análisis es del sociólogo José de Souza Martins, quien dedicó más de tres décadas al estudio de los linchamientos en el país. “La frecuencia de los linchamientos en Brasil demanda que se conozca el fenómeno del ajusticiamiento popular, que es endémico entre nosotros”, dice el autor del libro Linchamentos: a justiça popular no Brasil [Linchamientos: la justicia popular en Brasil] (Contexto, 2015), una investigación realizada con el apoyo de la FAPESP y del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq).
Souza Martins, profesor emérito de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (FFLCH-USP), empezó sus investigaciones sobre los linchamientos en la década de 1970, cuando estudiaba los conflictos y las tensiones existentes en el seno de los movimientos sociales en el interior del país, especialmente en la frontera amazónica, y registró brotes de saqueos y prácticas de ajusticiamiento popular. Incorporó al estudio muchos otros casos, dados a conocer incluso en noticiarios periodísticos, y tres estudios de campo, realizados en el interior de São Paulo, en el oeste de Santa Catarina y en el sertón de Bahía. En el transcurso de los años, registró 2.028 casos, concentrados especialmente entre 1945 y 1998: en ellos, 2.579 individuos fueron alcanzados por intentos y linchamientos consumados, y tan sólo 1.150 (el 44,6%) se salvaron, en más del 90% de las oportunidades merced a la intervención de la policía. Otros 1.221 (un 47,3%) cayeron devorados por la furia popular, golpeados, apaleados, lapidados, pateados y víctimas de golpes de puño, en ese orden y en esa progresión, y llegando hasta los casos extremos de extracción de los ojos, arrancamiento de las orejas y castración. Entre ellos, 782 (el 64%) murieron y 439 (el 36%) quedaron heridos, según revela este estudio pionero. Para Souza Martins, estas cifras indican que el linchamiento se convirtió en un componente de la realidad social brasileña, y fue perdiendo gradualmente su caracterización como hecho anómalo. En otras palabras, lo que era un día excepcional de furia se transformó en un acto cotidiano conjugado en plural: son días de furia.
MARIZAEn simultáneo a ese corpus, el sociólogo hizo un seguimiento de otros 2.505 episodios, que actualizan la información hasta 2014, en un procedimiento experimental de monitoreo diario de casos. También enriqueció el estudio con base en investigaciones realizadas en el exterior en distintos momentos, especialmente en bibliotecas y archivos de Inglaterra, Italia y Francia. Revisó también la producción bibliográfica estadounidense, el principal modelo teórico del área. Al fin y al cabo las raíces del linchamiento remiten a la Ley de Lynch, que originó la palabra “linchamiento” en el siglo XVIII, que llegó acá en el siglo XIX. “En Brasil, el primer linchamiento registrado data de 1585. En esa época no se lo denominaba ‘linchamiento’, pero apuntaba una práctica ya presente en diversos países, que llevaba a la muchedumbre, por diversos motivos, a matar a alguien”, afirma el investigador. “Los norteamericanos reunieron la mayor cantidad de estudios, pero con espacios para completar limitados. Pretendían saber esencialmente quiénes habían sido linchados, quiénes cometieron los linchamientos y cuál era la causa probable de los mismos”, dice Souza Martins, quien expandió la dimensión del análisis con 189 espacios para completar con información, de manera tal de profundizar el espectro sociológico de los linchamientos.
Como sociólogo, Souza Martins recuerda que es preciso entrar en esa arena no para juzgar, sino para verificar si los linchamientos son comprensibles o no, esto es, para comprender el punto de vista de los participantes. “El linchamiento es una forma de ejecución cobarde. La víctima de la víctima del linchamiento ya está muerta o ha sido violentada. Un grupo se reúne para hacer justicia en pro de una víctima y reacciona a algo que, entre sus integrantes, se ha vuelto moralmente insoportable”, explica. “Los que linchan intuyen que están cometiendo un crimen. Si el linchamiento ocurre durante el día, la cantidad de participantes en el mismo es menor. Pero, por la noche, el número de ejecutores casi se duplica –y la crueldad aumenta–, pues existe una expectativa de impunidad. Es un involucramiento irracional, pero existe un fondo de conciencia sobre lo que está bien y lo que está mal. La gente piensa que está castigando a alguien que, desde su óptica, merece el castigo. Al mismo tiempo, las personas tienen conciencia de que no son ellas quienes deberían castigarlo.”
Al filo de la navaja
Para Souza Martins, los linchamientos expresan una crisis de disgregación social. “Los crímenes que motivan los linchamientos son interpretados por quienes linchan como crímenes contra la condición humana. No son delitos banales, como robar una billetera”, dice. “Si alguien viola a un niño, por ejemplo, significa que se han violado las reglas y que la policía y la justicia han fallado. La población se ve entre una justicia ciega y una justicia escéptica. Una justicia que la población no acepta más y deslegitima la ley de enfrentamiento al crimen. Y lleva a las explosiones de furia popular.”
MARIZASouza Martins ubica al linchamiento en la arena del comportamiento colectivo y, al mismo tiempo, en el campo del crimen comunitario, entre la multitud y la antimultitud. “Significa que, en esa sociedad, los individuos están viviendo como marginales, en el sentido que le asigna el sociólogo Everett Stonequist. Son personas que viven al filo de la navaja de la transición social, en una sociedad basada en relaciones societarias de naturaleza contractual que eventualmente explota con comportamientos de multitud, pero también estructurada en un mundo comunitario y familístico”, dice. Según Souza Martins, las metrópolis de São Paulo, Río de Janeiro y Salvador lideran los casos de linchamientos. La información es la misma de un estudio realizado por el Núcleo de Estudios de la Violencia de la USP, que entre 1980 y 2006, contó 580 linchamientos en el estado de São Paulo, 204 en Río de Janeiro y 180 en Bahía. “Es un fenómeno de las grandes ciudades, pero practicado en nombre de valores de la pequeña comunidad”, pondera Souza Martins.
En su nuevo libro, el sociólogo efectúa consideraciones inéditas a partir del cruzamiento de los 189 campos completados que se investigaron. Identifica “la durabilidad del odio”, por ejemplo: en el 70% de los casos, dura aproximadamente 20 minutos; luego puede extenderse durante 24 horas; en otros casos, es posible que se prolongue durante más de un mes o un año, tamaño el impacto del crimen primero, el provocador. “En general, el linchamiento no es un crimen premeditado. Se lo comete aún bajo el estado de emoción provocado por el crimen originario”, dice. Asimismo, el autor apunta un “índice de crueldad”, ilustrado en el contraste entre negros y blancos, por ejemplo: “Si la motivación es la misma, el autor, blanco o negro, es objeto de linchamiento. Sin embargo, si el linchado es negro, la crueldad es mayor, e incluye acciones tales como arrancarle los ojos, las orejas y el pene al acusado”, afirma. Con todo, al contrario de lo que se puede imaginar, el factor económico interfiere poco en esos casos: hay ricos participando en linchamientos al igual que pobres; y hay ricos que son linchados, así como los hay pobres.
Todos contra uno
Existe un imaginario inmenso por detrás de los linchamientos, agravado actualmente por ciertas herramientas mediáticas. Se ha vuelto simbólico el caso de Fabiane Maria, linchada brutalmente en la ciudad de Guarujá y antes las cámaras de smartphones. Se propagó la “noticia” por internet de que una rubia secuestraba a niños para hacer hechicería; y Fabiane, que era morena, se tiñó su cabello de rojo un sábado soleado, pasó en por la casa de una amiga a buscar la Biblia, pasó por la verdulería y, en medio de una serie de casualidades, paró para consolar a un chico que lloraba en la calle y le dio una banana. Bastó que un vecino la apuntase como “la bruja” de la costa para que, en cuestión de minutos, miles la cercaran, alucinando, violentos. “La gente vive con aparatos de medios ultramodernos, pero en un mundo enteramente rústico. Ocurre un intento de linchamiento por día en Brasil. Las normas están ausentes. Por eso la población inventa normas ad hoc para hacer ‘justicia’ aquí y ahora”, critica.
A sus 76 años, José de Souza Martins ha publicado más de 30 libros. En los últimos tiempos, también lanzó Diário de uma terra lontana (Fundação Pró-Memória, 2015) y Desavessos: crônicas de curtas palavras (Com-Arte Editora Laboratório, 2014). El autor ahora se dedica a la elaboración de otro libro, referido a la dimensión ritual de los linchamientos, como rito de sacrificio y de sangre. Sociólogo con sensibilidad antropológica, Souza Martins pretende develar el “protocolo” implícito de los linchamientos: “Existe un orden. Primero, perseguir. De repente, 2, 3, 4 se transforman en 8, 9, 10, 100. Todos contra uno. Si el acusado está lejos, le tiran piedras. Si está más cerca, lo apalean, con un bastón o con un palo de escoba, lo que se tenga a mano. Después, al golpearlo, lo hacen con puntapiés y golpes de puño. No existe el ‘rendirse’ en la lógica del linchamiento. Los que lincha atacan, pero paran y esperan que el sujeto se ablande. Si el linchado despierta por un minuto, vuelven a atacarlo”.
Hasta ahora, Souza Martins ha detectado un 7,8% de los casos configurados como linchamientos de inocentes, un índice alto, a su juicio. Ante una sociedad fracturada, la impresión final es que cualquiera estaría sujeto a los impulsos violentos de la multitud. “En Santa Catarina hubo un intento de linchamiento de un juez del Superior Tribunal de Justicia, que estaba allí pasando sus vacaciones con la familia y utilizando el coche oficial. Un cura en el barrio de Ipiranga, en São Paulo, fue rodeado por padres furiosos, pues el religioso no quería que los niños jugasen en el patio de la iglesia. Al cabo, nadie es inmune a un linchamiento”, culmina.
Proyectos
1. Las condiciones del estudio sociológico de los linchamientos en Brasil (nº 96/ 09765-2); Modalidad Ayuda a la Investigación – Regular; Investigador responsable José de Souza Martins (FFLCH-USP); Inversión R$ 11.725,73 (FAPESP).
2. Linchamientos en Brasil (nº 94/ 03202-0); Modalidad Ayuda a la Investigación – Regular; Investigador responsable José de Souza Martins (FFLCH-USP); Inversión R$ 4.311,02 (FAPESP).