CELSO JUNIOR / AGENCIA ESTADODebido a una ironía estadística, tenemos actualmente estimaciones más confiables acerca de cuántos indígenas habitaban Brasil en 1500 (según cálculos de la Fundación Nacional del Indio, Funai, sumaban 5 millones) que los que viven aquí actualmente. En 2000, un estudio de la Funai afirmó que no pasarían de 450 mil, o el 0,2% de la población brasileña. Sin embargo, datos del Censo Demográfico de dicho año, realizado por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), afirmaban que serían 734 mil, o el 0,4% de la población nacional. En tanto, la Fundación Nacional de Salud (Funasa), un organismo vinculado al Ministerio de Salud, llegó a un número diverso: 520 mil personas que habrían sido atendidas en los Distritos Sanitarios Especiales Indígenas. Pero, al fin de cuentas, ¿cuál de estos números es el real retrato de la dinámica demográfica de la población indígena brasileña? No se sabe. “Los criterios censales y las fechas varían; hay pueblos sobre los cuales sencillamente no existe información; se sabe poco sobre los indios que viven en las ciudades. Seguimos desconociendo la inmensa sociodiversidad nativa contemporánea de los pueblos indígenas: no sabemos ni siquiera cuántos pueblos o cuántas lenguas nativas existen”, advierte la antropóloga y demógrafa Marta Maria Azevedo, investigadora del Núcleo de Estudios de Población (Nepo) de la Unicamp. “Es nítida la falta de sistemas de información poblacional más detallados para orientar y evaluar las políticas públicas para los indios.”
Preocupada en resolver esta cuestión, en 2001, Marta reunió a asociaciones indígenas y de antropólogos para sensibilizar al IBGE con miras a mejorar la metodología de captación de informaciones durante el Censo Demográfico 2010, que comenzará en agosto y terminará en diciembre, logrando, al cabo de muchas discusiones, la inclusión de dos nuevas preguntas específicas para formularles a quienes se declaren indígenas cuando la pregunta del censista se refiera al color de la piel o raza (las opciones son blanco, negro, amarillo, pardo e indígena). Al autodeclararse indígena, el entrevistado podrá responder a qué etnia o pueblo pertenece y cuál es la lengua u idioma indígena que habitualmente habla en casa. Asimismo, las preguntas saldrán del llamado cuestionario de la muestra (direccionado a un grupo pequeño de personas y, por muestreo estadístico, extendido a una población mayor) y pasarán a integrar el cuestionario del universo, que es respondido por todos los brasileños. “De esta forma, todos los indios existentes serán censados, cosa que no sucedió en los Censos anteriores. Como son minorías, tienden a desaparecer en las estadísticas cuando sus respuestas se restringen a un muestreo”, explica el antropólogo Artur Nobre Mendes, coordinador general de gestión estratégica de la Funai. “De este modo, esperamos obtener un retrato más fiel y detallado de la realidad indígena brasileña en las siguientes categorías: etnias, distribución geográfica, patrones de migración, franja de ingresos, escolaridad, cuestiones de salud, etc.”, dice la estadística Nilza de Oliveira Martins, investigadora de la Dirección de Investigaciones del IBGE. La manera en que se hacía la captación de datos en los Censos pasados no identificaba a cada pueblo indígena, pues solamente empleaba como criterio al “indio genérico”, dejando de identificar a los alrededor de 260 pueblos que habitan el territorio brasileño. “Lo que se obtenía era un ‘tipo indígena’, mientras que, como es sabido, en Brasil tenemos una notable sociodiversidad indígena. Esto será corregido en el nuevo Censo.”
En el Censo de 1872, el primer estudio censal del país, la preocupación mayor era verificar el tamaño de la población esclava brasileña. Además de las clasificaciones de “libres” y “esclavos”, se utilizaron las de color-etnia: blanco, negro, pardo y cobrizo, siendo que esta última incluía a los indígenas y sus descendientes. Con la creación del IBGE, en 1936, que realizó su primer Censo en 1940, las clasificaciones de color-etnia se restringieron a blanco, negro y amarillo, con la salvedad de que habría un espacio en blanco para que el censista lo completase en caso de que no se pudiese determinar el color del censado. Como hubo un exceso de variaciones, el IBGE agrupó diversas respuestas en la categoría de “pardos”, criterio que reunía a los indígenas. En 1991, fue incorporada y relevada nacionalmente, por primera vez, la categoría indígena en el ítem “raza o color” del Censo, y así fue posible separar esa categoría de las personas que se definían como “pardas” en los Censos realizados hasta 1980. El Censo de 2000 mantuvo las mismas especificaciones y la metodología basada en la declaración espontánea del individuo, es decir, la formulación del ítem en que la persona tiene que se autocatalogar de acuerdo con la consideración que tiene de sí misma. En el caso de los indígenas, el concepto se aplicó tanto a aquéllos que vivían en tierras indígenas como a los que vivían en áreas urbanas.
“Pese a la inclusión de un apartado sobre la población indígena en el Censo de 1991, la cobertura censal era insatisfactoria en lo que se refería a la población y solamente se relevó a los indígenas radicados en los puestos de la Funai, en las misiones indígenas y en algunas ciudades. Asimismo, la inclusión de una sola cuestión (raza-color) en el cuestionario de la muestra, en que el propio entrevistado indicaba su color o etnia, no permitía avanzar en la confirmación del censado como indígena”, explica el demógrafo Pery Teixeira, profesor de la Universidad Federal de Amazonas.
FERNANDO GABEIRA / FOLHAPRESSEn el Censo de 2000 no existían más las limitaciones de cobertura, pero el problema de la autoidentificación siguió y contribuyó a que se verificase un aumento de la población indígena de alrededor del 150% entre ambos Censos (de 294 mil a 734 mil), algo que, según afirman los expertos, es absolutamente improbable en el contexto demográfico brasileño. “Pero, a decir verdad, lo que aumentó fue la cantidad de personas que, cuando se les preguntaba sobre su color de piel, pasaron a calificarse como indios. Son personas que antes dirían a los censistas que eran pardos y empezaron a sentirse seguras como para decir que eran indios. Existe un ejemplo notable. En el estado de São Paulo hay dos mil indígenas que viven en las reservas y otros 2 mil Pankararú que viven en la capital. O sea, son 4 mil personas. Pero el IBGE en 2000 contó 62 mil indios en el estado. ¿Quiénes eran esos otros 58 mil? Son personas que saben o creen que tienen un antepasado indio, pero no tienen idea si son descendientes de Xavante o de Guaraní. Son lo que llamamos ‘indios descendientes'”, comenta Marta. ¿Cómo explicar este fenómeno?
“Existía y existe aún en Brasil un ambiente más favorable para que las personas se autodeclaren indígenas. La década de 1990 fue muy buena para los indios, con la Constitución de 1988, que aseguró los derechos de diversidad de los indios, y con la Conferencia Río – 92, en la que ellos fueron relacionados con la preservación del medio ambiente, lo que hizo que los indígenas apareciesen de manera positiva en los medios. Se hizo también la investigación sobre el ADN de los brasileños, a cargo de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG), en 1997, que revelaba que 45 millones de brasileños tenían ascendencia indígena”, dice Marta. “Hechos como éstos reforzaron la identidad étnica e hicieron surgir un orgullo de ser descendiente de indio, a contramano del prejuicio que antes los obligaba a esconder sus orígenes. Así, si en el pasado eran vistos como un pueblo condenado a desaparecer, el Censo de 2010 mostrará que suman un millón de personas: 500 mil serán indios con etnia y lengua definidas”. Sin embargo, la presencia del “indio descendiente” tuvo efectos en la confiabilidad de las informaciones del Censo 2000. “Suscitó más dudas que certezas, y el nuevo Censo nos ayudará a explicar estas cuestiones. Pese a ello, resulta importante entender que todo Censo autodeclarado es un autorretrato de la realidad y no puede entendérselo como un instrumento de conocimiento étnico preciso”, sostiene Artur Mendes. “Pero la discriminación de etnia y lengua nos aportará una pista del indígena real. Si la persona no sabe decir a qué grupo pertenece y qu;e lengua habla, sabremos que estamos delante de un ‘indio genérico’.”
Con la nueva estructura, el Censo también ayudará a la Funai a evaluar su actuación indigenista. “Si observamos que determinada etnia está más en las ciudades que en tierras demarcadas, tendremos que revisar nuestros programas. Al fin y al cabo, si a pesar de las demarcaciones de tierras, los indios siguen migrando a las ciudades, algo se no ha escapado.”
“Por encima de todo, los datos del Censo ayudarán al Estado y a las organizaciones indígenas a mejorar el control social sobre las políticas públicas de los indios. Las diversas instancias gubernamentales tendrán una mejor base para pensar y evaluar políticas”, pondera Marta. “Los formuladores de políticas siempre tienen en cuenta los datos oficiales, que en el caso de los indígenas son históricamente precarios. Pero ahora, por fin, con números más precisos, los indios tendrán visibilidad oficial, y así tendrán más fuerza para argumentar ante los agentes del Estado sobre sus demandas”, dice Gersem Baniwa, coordinador general de educación indígena de la Secretaría de Educación Continua, Alfabetización y Diversidad (Secad) del Ministerio de Educación. Con todo, para Gersem, el dato más importante será la identificación de la presencia de los indios en áreas urbanas, en donde no tienen cobertura especial del gobierno federal y ni del estadual, y en general viven en situación de penuria, sin atención en salud. “Creo que los resultados del Censo provocarán una reevaluación de nuestros supuestos de actuación y generarán una nueva discusión sobre la acción de los agentes, que actualmente tienen su foco únicamente en las tierras indígenas, pero que, en el futuro, podrán volcarse a los centros urbanos”, coincide Artur Mendes.
Otro aspecto importante de los resultados del Censo 2010 está en el campo de la lingüística, ya que, por primera vez, se hará un relevamiento de las lenguas indígenas que se hablan en el país, cuyo número estimado es de entre 150 y 180 lenguas diferentes. “Brasil es un país multilingüe y la sociedad no se da cuenta. Es necesario rescatar esta diversidad sin igual brasileña”, afirma Nilza. Una riqueza inmensa, pese a las pérdidas sufridas: se estima que el 75% de las lenguas indígenas desaparecieron en los últimos 500 años. “El hecho que determina el futuro de una lengua es su transmisión a la generación subsiguiente. De las 150 lenguas indígenas, al menos un 21% están seriamente amenazadas de desaparecer en el corto plazo, en función del reducido número de hablantes y del bajo índice de transmisión a las nuevas generaciones”, advierte el lingüista Denny Moore, del Museo Paraense Emílio Goeldi. “Además de ser un criterio de detección de la población indígena en el Censo, la pregunta sobre qué lenguas se hablan en casa revelará la gran diversidad cultural del país y detectará si una determinada lengua tiende a la extinción o si aún tiene vigor: si solamente los ancianos estuvieran utilizando una lengua, la misma tiende a desaparecer”, dice Nilza. “Brasil suele ser considerado ante los ojos extranjeros y por los propios brasileños como un país dotado de una envidiable homogeneidad lingüística, lo que contribuiría a consolidar la unidad política de la nación. Se creó en nuestro imaginario el ideal formativo de las tres razas (portugués, negro e indio) que solamente se expresan en una lengua común: el portugués”, afirma el lingüista Gilvan Muller de Oliveira, docente de la Universidad Federal de Santa Catarina. Sin embargo, con el nuevo Censo, las lenguas indígenas tendrán su chance de rescate.
“Será posible desarrollar proyectos específicos para revitalizar lenguas en escuelas y comunidades indígenas. Y en los casos de las amenazadas, será posible registrar su gramática y gravar a sus hablantes, dejando accesible ese conocimiento para hacer estudios o para que las generaciones futuras puedan algún día volver a hablar una lengua desaparecida”, recuerda Artur Mendes. “Una lengua carga todo el universo de las personas. Toda la cultura brasileña está en el vocabulario y es muy doloroso perder, con una lengua desaparecida, la identidad de un grupo, su religión, sus mitos, etc. Éste es el problema de la actuación misionera: cuando terminan con la religión de los indios, les quitan su lengua y echan a perder ese patrimonio”. “En definitiva, el Censo 2010, debido a estos diversos aspectos, aportará una nueva visión de los indios. Ellos son la cara del país”, evalúa Marta. “El conocer mejor, cualitativamente y cuantitativamente a los indígenas, ayudará a disminuir los prejuicios de la sociedad contra ellos”, sostiene Gersem. “Los números le mostrarán a la sociedad que existe efectivamente un gran número de pueblos y lenguas indígenas en este país y que eso no es una invención de los antropólogos. No se trata de un discurso o de una diversidad inventada, sino de la realidad más profunda de Brasil.”
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