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buenas prácticas

“Dra. Fraude” se candidatea para una vacante editorial

Cuarenta y ocho publicaciones depredadoras aceptaron a un personaje ficticio en su cuerpo editorial

Veridiana ScarpelliLos representantes de los consejos editoriales de 360 revistas científicas de acceso abierto recibieron en 2015 un correo electrónico de una tal Anna Olga Szust, una joven docente del Instituto de Filosofía de la Universidad Adam Mickiewicz, en Polonia. En el mensaje, ésta se ofrecía a actuar como editora de las publicaciones, aunque aportaba escasas credenciales académicas: en su currículo tan sólo había algunos trabajos que había presentado en conferencias y un capítulo de un libro, cuyo título sugería que las mujeres jóvenes nacidas en la primavera serían más atractivas que las otras. En poco tiempo tuvo respuesta. Anna Szust fue aceptada como editora por 48 periódicos y cuatro llegaron a invitarla a asumir el puesto de editora en jefe “sin responsabilidades”, tal como redactó uno de los interlocutores. También recibió un ofrecimiento para colaborar en la creación de una nueva revista.

La facilidad con la cual la inexperta e ignota docente recibió atención de por sí sería grave. Sin embargo, el caso revela algo mucho peor: Anna Olga Szust no existe. La inicial de su segundo nombre y el apellido, juntos, forman la palabra polaca oszust, que puede traducirse como timador o tramposo. El personaje fue creado por investigadores de universidades de Polonia, Alemania y el Reino Unido, quienes la apodaron como “Dra. Fraude”, en una investigación sobre el modo de operar de aquellas revistas denominadas depredadoras, tal como se conoce a las publicaciones que divulgan papers sin someterlos a una genuina revisión por pares, en las que basta con pagar para que un artículo salga publicado.

“Szust fue creada justamente para ser una pésima opción como editora”, le dijo Katarzyna Pisanski, docente de la Escuela de Psicología de la Universidad de Sussex, en el Reino Unido, a la revista The New Yorker. Pisanski es una de las organizadoras del test, coordinado por Piotr Sorokowski, investigador de la Universidad de Wroclaw, en Polonia. El grupo publicó en marzo un artículo en la revista Nature narrando la experiencia, pero sin revelar el nombre de las revistas. La frecuencia con la cual los investigadores reciben invitaciones por e-mail incluso para integrar el cuerpo editorial de periódicos fuera de su área de especialización motivó al grupo a averiguar en qué se fallaba en cuanto a la forma de reclutamiento. Los correos electrónicos firmados por la “Dra. Fraude” fueron enviados a 360 periódicos escogidos en forma aleatoria, parte de ellos indexados en el Journal of Citation Reports (JCR), ligado al Web of Knowledge, y otra parte en el Directorio de Revistas de Acceso Abierto (Doaj, en inglés). También sirvió como base una lista de revistas de acceso abierto bajo sospecha, compiladas por investigadores de la Universidad de Colorado, en Estados Unidos.

Ninguna de las revistas indexadas en JCR respondió al e-mail. El estudio revela que, entre los periódicos que respondieron al mensaje, pocos le cuestionaron a Anna O. Szust su experiencia. Y ninguno de ellos siquiera hizo el intento de contactarse con la institución con la cual mantenía un vínculo la falsa investigadora. El currículo de la “Dra. Fraude” fue construido esmeradamente por los autores del estudio. El correo electrónico consignaba sus intereses académicos, entre los que figuraban historia de la ciencia y ciencias cognitivas, dirección electrónica, una fotografía y un enlace a su página hospedada en el sitio web de la Universidad Adam Mickiewicz. También se crearon cuentas en redes sociales, tales como Google+, Twitter y Academia.edu. Al menos una docena de revistas condicionaron la designación de Szust como editora a alguna forma de pago o aporte. En algunos casos, se le exigió el pago de una tarifa. Un periódico llegó a cobrar 750 dólares, y luego redujo el pago a “tan sólo 650 dólares”.

Veridiana ScarpelliOtros periódicos le pidieron al personaje que organizara una conferencia y le informaron que los trabajos remitidos al evento serían publicados siempre que los autores pagaran una tasa. Un editor llegó a sugerir repartirse las ganancias: un 60% para la revista y un 40 % para Szust. Según la investigación, de las ocho revistas del Doaj que aceptaron a Anna Szust como editora, seis aún figuran en ese directorio.

No sale barato publicar en una revista de acceso abierto prestigiosa. Las revistas de Public Library of Science (PLOS), por ejemplo, llegan a cobrar de 1.495 a 2.900 dólares para publicar un artículo. “En tanto, las revistas depredadoras cobran mucho menos, entre 100 y 400 dólares”, dijo Jeffrey Beall, bibliotecario de la Universidad de Colorado y creador de una lista de publicaciones predatorias utilizadas en el estudio en una entrevista concedida al periódico The New York Times. Según analiza Beall, la responsabilidad no debe recaer solamente sobre los editores depredadores, pues la mayoría de los investigadores que pagan para publicar en revistas de bajo nivel saben exactamente lo que están haciendo. “Creo que hay innumerables investigadores que consiguen empleo o promociones valiéndose de artículos que publican en esa clase de revistas, consignando esa producción científica como parte de sus credenciales académicas”, criticó.

El director de la editorial Oxford University Press, David Crotty, coincide en que  las revistas depredadoras se tornaron más presentes porque satisfacen una necesidad del mercado. “Los editores predatorios de hecho actúan en forma deshonesta y tramposa, pero al mismo tiempo atienden al deseo de algunos autores de engañar a los encargados de evaluar su desempeño”, escribió Crotty en un artículo publicado en febrero en el portal The Scholarly Kitchen. Mientras que aquellos periódicos científicos considerados legítimos, los cuales se basan en la revisión por pares, suelen demorar meses o incluso más de un año para analizar y aceptar o rechazar un artículo para publicación, las revistas depredadoras reducen ese lapso a unas pocas semanas, al adoptar un sistema de selección débil o inexistente.

Algunas instituciones empiezan a proponer medidas para desalentar el avance de las revistas depredadoras. La Asociación Mundial de Editores Médicos (Wame, en inglés) divulgó el 18 de febrero una advertencia en la cual afirma que las instituciones científicas y centros de investigación deben comenzar a monitorear a aquellos investigadores que se desempeñan como editores o miembros del consejo editorial de publicaciones bajo sospecha. Como medida punitiva, les sugiere a las instituciones su apartamiento. Un estudio recientemente publicado en la revista BMC Medicine también destacó la necesidad de que las organizaciones científicas y educativas sean más rígidas con aquellos investigadores que avalan las prácticas de las publicaciones depredadoras. En ese estudio, los autores, entre los que figura Virginia Barbour, presidenta del Committee on Publication Ethics (Cope), llaman la atención sobre los peligros de la actividad de esas revistas en el área médica. “Cuando no se la somete al análisis riguroso de la revisión por pares, la investigación clínica de baja calidad puede que vea incluidos sus resultados, por ejemplo, en un trabajo de revisión, contaminando el registro científico. En biomedicina, esto podría derivar en daños a los pacientes”, concluye el estudio.

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