En un estudio que salió publicado en el mes de enero en la revista Scientometrics, un grupo encabezado por el economista Eduardo da Motta e Albuquerque, investigador del Centro de Desarrollo y Planificación Regional de la Universidad Federal de Minas Gerais (Cedeplar-UFMG), mapeó el crecimiento de las colaboraciones científicas. Así pudo verse que la cantidad de artículos publicados en todo el mundo e indexados en la base Web of Science, aumentó de 1,2 millones en 2000 a 2 millones en 2015 y simultáneamente, la proporción de papers escritos por coautores de países diferentes se duplicó con creces, pasando del 10% del total en 2000 a un 21% al cabo de 15 años.
Lo que le interesaba al grupo era algo más específico que una mera medición del crecimiento de las colaboraciones. Albuquerque es un estudioso de la formación de redes de innovación y de los vínculos plasmados entre universidades y empresas a nivel nacional y su objetivo consistía en ampliar el alcance de ese trabajo para poder calcularlo a escala global, analizando las implicaciones de la conformación de redes de producción de conocimiento, que abarcan grupos de investigación de países diferentes trabajando en colaboración con empresas locales o transnacionales. Para ello, su análisis se concentró en el aumento de las alianzas entre pares de científicos de países distintos incluidas en las firmas de los papers elaborados entre 2000 y 2015, donde cada artículo cuyos autores son de varias nacionalidades contiene múltiples conexiones de ese tipo. El resultado fue asombroso: esos acuerdos bilaterales aumentaron 13 veces de tamaño, pasando de 545 mil en 2000 hasta más de 7 millones en 2015. En la entrevista que se transcribe a continuación, Albuquerque se refiere a los beneficios y los retos generados por el avance de esas interacciones y expone una de las conclusiones del artículo, según el cual, el incremento de las colaboraciones está esbozando los rudimentos de un sistema de innovación con carácter internacional, que opera en simultáneo con los sistemas nacionales y crea tensiones con ellos.
IBM tiene filiales en 62 países. Se relaciona globalmente con empresas y universidades y se ha erigido en una máquina de absorber conocimiento
¿Cuál es la importancia de estudiar el flujo del conocimiento generado por las colaboraciones internacionales?
Hace ya un tiempo que venimos trabajando con interacciones entre universidades y empresas a escala nacional, pero esa línea de investigación dejaba entrever tan sólo una parte del fenómeno. No tenía en cuenta la influencia de un conjunto de oleadas internacionales de conocimiento que involucraban, por ejemplo, a las multinacionales y a sus filiales o a las multinacionales y las universidades. Estábamos interesados en comprender las peculiaridades de la relación entre los países centrales y los de la periferia en una instancia en que esos flujos se multiplican. En 2014 llevamos adelante un trabajo tendiente a estudiar la relación entre una multinacional y las universidades de varios países. Analizamos las patentes de esas empresas y vimos que éstas mencionaban artículos producidos por universidades de diversos países, que era un indicador del flujo de conocimiento. Entonces analizamos el impacto local de las colaboraciones internacionales. Una empresa paulista que interactúa con un grupo de la Universidad de São Paulo está obteniendo beneficios de las articulaciones internacionales que creó ese grupo, por ejemplo, con colaboradores en el MIT [el Instituto de Tecnología de Massachusetts]. Hasta ahí llegamos en el artículo de 2018. Puede decirse que los sistemas nacionales de innovación están bajo tensión debido al flujo de conocimientos transnacionales de lo más variados. Estamos sugiriendo que el grado de esos flujos es tan grande que estaríamos viviendo el surgimiento de un sistema internacional de innovación.
¿Cuáles son las evidencias de la emergencia de ese sistema?
Uno de los coautores del artículo, el economista Leandro Alves Silva, sostuvo en su tesis doctoral, en 2014, la idea de que los sistemas nacionales se encuentran conectados y que las conexiones generan tensiones. Hay una evidencia en un caso de estudio abordado por él, el de IBM. Más que una empresa estadounidense, la compañía es una red internacional. Tiene 1.800 filiales distribuidas en 62 países. Es una entidad con presencia global y su dinámica innovadora da cuenta de esa tremenda distribución. En la práctica, la firma es una máquina de engullir conocimiento a nivel planetario. Está relacionada con empresas, universidades e institutos de investigación a nivel global. Al indagar en su estructura se observa el elemento internacional casi como un componente microeconómico esencial. Alves analizó las redes formadas por la lista de las 500 mayores empresas y vislumbró un conjunto enorme de flujos de conocimiento. No sólo conocimiento codificado, sino también aquel tipo de conocimiento tácito que la empresa transfiere a quien trabaja en ella. En el caso de IBM, ésta se ha convertido en una máquina de aprendizaje cuya dinámica ejerce influencia sobre los sistemas nacionales de innovación. Nuestro grupo está trabajando en un artículo sobre las 500 empresas y su producción. Otra evidencia surge de un dato obtenido en el estudio de la producción científica. Pudimos ver que en 2015 se produjeron alrededor de 418 mil artículos científicos en colaboración internacional, lo cual equivale a toda la producción mundial anual de 1993.
El trabajo muestra que aunque se multipliquen las interacciones internacionales, las mismas respetan una jerarquía. ¿Qué jerarquía es esa?
Pocas universidades, generalmente las más tradicionales, se conectan a un conjunto enorme de otras instituciones. En 2015, los científicos de la Universidad de Oxford, en el Reino Unido, registraron más de 50 mil conexiones con colegas de otros países y los de Harvard, 47 mil. En el otro extremo, existe una cantidad enorme de instituciones con pocas conexiones. Las que se conectan con todo el mundo tienden a controlar la agenda de las redes. Obsérvese el ejemplo de la Academia China de Ciencias. Si bien fue la institución que produjo más artículos en 2015, se ubica en el puesto 13º en cuanto al número de conexiones. Se trata de un sistema robusto, estable y muy bien organizado, pero muy difícil de cambiar.
¿Cuáles son las implicaciones de esto?
El hecho de que la red crezca y cada vez sea más global es positivo para todos. Para los países desarrollados, es la posibilidad de producir conocimiento que no podría ser generado sin científicos de varios lugares. Para los países en desarrollo, es la posibilidad de participar en redes globales y ampliar la transferencia de conocimiento. El hecho de que la red esté muy jerarquizada impone el riesgo de que las instituciones con pocas conexiones queden sometidas a los intereses de los países centrales. Pero esto constituye más bien un desafío que un problema. Nuestra presencia en la red hace que tengamos más posibilidades de influir en la agenda que si no estuviéramos.
¿Qué tipo de problemas están afrontando esas redes de conocimiento?
Existen áreas naturalmente internacionalizadas, como es el caso de la astronomía. Un observatorio instalado en un país involucra a gente de varios lugares. También hay temas complejos que requieren de equipos internacionales, tales como la física de partículas y la Organización Europea para la Investigación Nuclear, el Cern, en Suiza. La ciencia tiene una vocación internacional natural. Lo novedoso tal vez sea el aumento de la velocidad de los flujos de conocimiento. El primer beneficio radica en que hay ciertos temas que son resueltos por equipos internacionales. Resulta difícil ocuparse de asuntos climáticos a partir de un solo país. Algo similar ocurre con el tratamiento de las enfermedades desatendidas. Desde el punto de vista de los países avanzados, las redes permiten lidiar con temas más vastos que los que se encuentran dentro de sus propios territorios. En los países intermedios, tal como es el caso de Brasil, quizá el efecto sea aún más ventajoso, porque posibilita la creación de conexiones productivas y la absorción de conocimiento. No llegamos a evaluar la calidad de la producción en coautoría internacional, pero eso deberá medirse en otra investigación, a partir del estudio de las citas. Un estudio de caso interesante consistiría en analizar los estudios sobre el virus del Zika y cómo el hecho de estar conectados resultó beneficioso para llegar a una caracterización rápida de la enfermedad. También aumentan las posibilidades de interacción entre universidades y empresas. Supongamos el caso de un físico de la UFMG que produjo un paper sobre nanotecnología con alguien del MIT. Cuando una empresa tenga una interacción con ese investigador, estará ingresando a una red internacional.
En el sector industrial brasileño hay segmentos que invierten bastante en investigación y desarrollo (I&D) y otros que producen muy poco, como por ejemplo el farmacéutico. ¿Tal heterogeneidad obstaculiza el flujo de conocimiento?
La inversión de las multinacionales farmacéuticas se concentra en los países centrales, pero creo que la fortaleza de la I&D del sector en el país crecerá en cuanto la industria de origen nacional se desarrolle más. Las redes pueden ser de ayuda. Cuando estábamos realizando un test de una investigación sobre la interacción entre universidad y empresa, seleccionamos a un bioquímico de la UFMG para entrevistarlo. Éste interactuaba con una multinacional, que era Merck. Le pregunté: “¿La filial de Merck en Brasil?” Me respondió: “No, la de Estados Unidos”. Él asistió a un congreso y presentó un trabajo. Los representantes de la empresa se hallaban ahí y trabaron contacto. En este caso fue una cooperación directa: un científico brasileño conectado a una empresa en el exterior. Empieza a instalarse un esquema internacional en el que las posibilidades de interacción se multiplican.
¿Cómo se posiciona Brasil en medio de esos flujos?
Pueden observarse dos cosas: La primera es que Brasil, en 2015, integra un grupo de naciones que ostentan alrededor de un 20% de la producción científica en colaboración internacional, algo que es razonable. En 2000, ese porcentaje era de un 14,7%. Estos son índices que aluden a artículos en colaboración internacional que cuentan con un brasileño como primer autor. Otro dato es que nuestra producción nos conecta con 171 países. Ocupamos el puesto 15º en el ranking de vínculos. No disponemos de un grado de internacionalización al nivel de países tales como Suecia u Holanda, pero estar conectados con 171 países constituye un activo importantísimo. El crecimiento de la producción científica brasileña, pese a ser consistente, sólo ha sido suficiente para mantener la distancia con respecto al liderazgo internacional. Debemos pensar en mecanismos de inserción más activa del país en el orden internacional, y la ciencia y la tecnología pueden encabezar ese cambio. Esto es, construir un sistema de innovación para la fase de internacionalización creciente, capaz también de fortalecer el sistema internacional.
Artículo científico
RIBEIRO, L. C. et al. Growth patterns of the network of international collaboration in science. Scientometrics. v. 114, p. 159-79. ene. 2018.