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Literatura

El biógrafo y sus dobles

Un estudio póstumo de Roberto Ventura sobre Euclides da Cunha brinda una visión psicoanalítica del escritor

Roberto Ventura (1957-2002) murió trágicamente (en un accidente automovilístico) a los 45 años, cuando se abocaba a escribir la biografía de Euclides da Cunha, muerto trágicamente a los 43 años, luego de haber escrito sobre la vida de Antonio Conselheiro, muerto trágicamente en Canudos. Estas vidas paralelas se reúnen en forma notable en la obra póstuma de Ventura: Euclides da Cunha – Esboço Biográfico, un estudio sobre la vida del autor de Los sertones que, de manera innovadora y para acentuar aún más la paradoja, revela la duplicidad Euclides-Conselheiro, en que el líder de Monte Belo aparece como una proyección psicoanalítica y una creación literaria del escritor.

“Roberto insistía mucho en el hecho de que era un ensayo; esto le permitiría trabajar en diversas interpretaciones de la vida de Euclides, como la de las vidas paralelas o la retórica de las antítesis o de las antinomias en Los sertones. Pero no se debe olvidar que, aunque la obra tal como está poco diga acerca de cómo ésta sería en verdad, es útil para entender al escritor y su obra, pues Roberto era un detallista y trae indicaciones precisas sobre la vida de Euclides”, observa el profesor João Alexandre Barbosa, director de Ventura y amigo del investigador.

Y es cierto: el Euclides de Ventura está lejos de ser una ficción. Fruto de diez años de investigaciones obsesivas, este esbozo biográfico, encontrado por sus amigos en la computadora, puede incluso ser audaz en la interpretación, tal como el propio investigador preconizaba, pero es un retrato fiel, aunque no estuviera todavía terminado, de un hombre torturado por el contraste entre sus ideales y la realidad nacional, y un apasionado por la República que, al cabo de unas pocas semanas de comenzado el nuevo régimen estaba desilusionado con su rumbo. Y, por encima de todo, el Euclides que Ventura trae a la luz es un hombre inseguro y amenazado por sus propios fantasmas (temor de la sexualidad, de la irracionalidad, del caos, de la anarquía), que vio a Conselheiro y a Canudos como una amenaza a sus valores.

De allí el Conselheiro amenazador y fanático, y Canudos como la urbs maldita, que ponía en jaque la propia objetividad del escritor, al mismo tiempo un crítico tanto de la insurrección de Belo Monte como la acción destructiva del ejército sobre las poblaciones pobres. Pero la subjetividad venció: el relato de Euclides, como nos muestra Ventura, cierra los ojos ante los excesos y hace de Conselheiro un personaje ficcional más que real, ya que el autor de Los sertones, aunque fue un observador directo, no tuvo acceso – y no lo quiso tener – a toda la verdad sobre Canudos y sus habitantes. Incluso el “apolítico” Machado de Assis protestó contra la persecución desatada sobre el movimiento y concluyó que, a falta de información, quedaba la imaginación para descubrir la doctrina de la secta y la “poesía para florearla”.

Hay que tener en cuenta la trayectoria del escritor, que, proveniente de una familia pobre, siguió siempre su carrera bajo el manto protector del Estado, como observa Ventura. Un lector apasionado de las grandes hagiografías de la Revolución Francesa, que se formó como un romántico plagado de racionalidades: “Euclides se sentía desajustado en el mundo urbano y civilizado, en el que la belleza y la moral se degradaban, amenazando así la línea recta de la entereza del carácter y del deber. Adoptaba una postura romántica frente a la vida y la historia, con sentimientos que oscilaban entre la utopía y la melancolía”, escribe el biógrafo. “Más que un poeta romántico, intentó ser él mismo un héroe, que seguía visiones inspiradas en los romances y las narraciones de la Revolución Francesa, que leyera en su juventud”.

Por cierto, un mal típico de la época y que formaba parte de la formación de muchos de los adeptos más fervorosos del fin de la monarquía decadente y de la instauración de la República. Creía que la evolución de la humanidad se daría por medio de una serie lineal de etapas históricas. Cadete rebelde contra el ejército imperial, fue llamado a escribir una columna política para A Província de São Paulo, actual O Estado de S. Paulo, por invitación de Júlio de Mesquita. La amistad iniciada entre ambos, que incluía el deseo de la República, lo llevó más tarde a hacer la cobertura de Canudos para el periódico. Ventura observa cómo, para los Mesquita, los artículos cargaban consigo la futura marca de Los sertones y de mucho del pensamiento de Euclides, en especial el conflicto entre lo ideal y lo real, entre el espíritu y la sociedad.

Pero el tono revolucionario jacobino impregnaba su visión de Canudos antes de partir rumbo al sertón: A Nossa Vendéia [Nuestra Vendea], escrito para O Estado de S. Paulo antes de partir, exhibe el tono apologético del Estado, del ejército y de la lucha contra los retrógados que pretendían restaurar la monarquía. El tono de Los sertones será muy distinto, luego de haber vivenciado la masacre; aunque la crítica de Euclides es muy tenue con relación al tamaño de la carnicería real. Y fue a cubrir la guerra cuando ya estaba desilusionado con la aún flamante República que tanto deseara, “la ruina del sueño republicano convertido en amarga decepción y en busca de un nuevo rumbo para el país”. Y más aún: “Creó, en Los sertones, una tensión constante entre la perspectiva naturalista, que concibe la historia a partir del determinismo del medio y de la raza, y la construcción literaria, signada por el tono antiépico y el fatalismo trágico”.

Para Ventura, Euclides propuso otra visión de Canudos como movimiento sebastianista y mesiánico, pero, pese a la visión negativa de la insurrección, acusó a los gobiernos estadual y federal por la masacre, perpetrada en nombre del orden y el progreso. “Y construyó al Conselheiro como personaje trágico, guiado por maldiciones hereditarias y creencias mesiánicas, que lo llevaron a la locura, al conflicto con la República y a la caída en desgracia”. El libro, pese a su complejidad, fue un éxito, y en 1903, Euclides asumía un escaño en la Academia Brasileña de Letras. Con la victoria literaria le llegó el prestigio nacional y una invitación del barón de Río Branco para hacerse cargo de la jefatura de la comisión brasileña de reconocimiento del Alto Perú.

El viaje al Amazonas le rendiría un nuevo “libro vengador”, Um Paraíso Perdido, que se integraría a Los Sertones como “una amplia interpretación histórico-cultural, con un fuerte clamor por justicia social”. “El fracaso del proyecto nacional encuentra su imagen en la naturaleza amazónica. Naturaleza vista por Euclides como inacabada, ‘tumultuosa’ en la inestabilidad permanente de los elementos naturales y humanos”, dice Ventura. Pero el destino cortó el hilo de la narración.

En 1909, en un tiroteo con el amante de su mujer, el escritor muere. Fue uno de los mayores escándalos de la cultura nacional. “Por ironía, su trayectoria sentimental presenta paralelos con las peripecias de Conselheiro, el personaje que intentó esbozar en las páginas de Los sertones. Ambos tuvieron sus destinos signados por el adulterio de sus esposas, por la vendetta, entre sus familias y la de sus enemigos, y por las posturas que asumieron frente a la República, uno oponiéndose y el otro apoyándola, y luego criticando al nuevo régimen”. Una ironía sin fin.

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