¿Ser o no ser? Si en la fría Dinamarca de Hamlet se escuchase hip hop, o si el príncipe angustiado pudiese grafitear las paredes del castillo del tío malvado, quizá la tragedia de Shakespeare hubiera tenido un final menos sangriento. Dispuesta a entender el mecanismo de la adolescencia, por el que el joven se ve como que arrojado a un limbo, definido por lo que no es (no es más un niño y aún no un es adulto), y forzado a “encontrar” su identidad a cualquier precio, Viviane Melo de Mendonça Magro, de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp), entrevistó a jóvenes chicos y chicas de la periferia de Campinas (São Paulo).
En Las Chicas de los Graffitis: Adolescencia, Identidad y Género en las Culturas Juveniles Contemporáneas (título provisorio), su tesis doctoral, se nos presenta un nuevo retrato de los adolescentes, en especial los tan estigmatizados jóvenes negros de la periferia de las grandes ciudades. Lejos de ser los “marginales” de músicas ruidosas, encontramos a un grupo que hace de la cultura hip hop su manera de mostrar lo que son y lo que no son sus integrantes en el seno de la sociedad.
“La cultura hip hop se compone de tres expresiones principales: el rap, que es una música de letras largas, casi que habladas, y que tiene como basesamplers musicales y ritmos fuertes elaborados por los DJs; el grafiti, una técnica que compone pinturas de colores hechas en muros, en las estaciones del metro y en las paredes; y el breakdance , que se constituye de coreografías basadas en las músicas del rap y elaboradas con movimientos quebrados que simulan luchas o robots, y son generalmente bailadas en grupo”, afirma la investigadora.
Todo eso no parece ser una gran novedad. La percepción de la música puede constituir un mediador para que los adolescentes accedan a una mayor comprensión de sí mismos. Pero Viviane va más lejos aún, al revelar empíricamente que la cultura hip hop “se constituye debido a la necesidad de sociabilidad y de afirmación étnica y cultural de los jóvenes y adolescentes, así como también brinda elementos para la configuración de sus identidades personales, signados por la búsqueda de otras alternativas para pensar el mundo y actuar en el interior de éste, como resistencia a una pedagogía discriminadora, mercadológica y reificadora de la exclusión social”, como observa la autora.
Así, e inusitadamente, “los jóvenes, con su cultura hip hop, surgen como protagonistas de su propio proceso educativo, en el cual se tornan – autores de sí mismos –, es decir: rescatan la educación como formación de “autores-ciudadanos”. “Éste es un punto fundamental para la investigadora, que se preocupa por mostrar a los jóvenes como sujetos que formulan cuestiones relevantes en el campo social y no como los alienados que muestran los medios de comunicación o los que analizan los estudios conservadores. Por encima de todo, la profesora pretende hacer de su investigación un instrumento práctico que resalte la importancia de la valoración de estos movimientos culturales para la mejora de las condiciones de crecimiento de los adolescentes.
En especial en los momentos más recientes, remarca la investigadora, se da una interpenetración creciente entre la cultura juvenil, los medios de comunicación de la juventud y la industria de la cultura juvenil: aquello que al principio era fruto de las experiencias vividas por los jóvenes, una forma de expresar sus aspiraciones, en poco tiempo ha sido reelaborado por los medios y revendido a los adolescentes como tendencias que deben seguirse, so pena de exclusión de quienes no las sigan. La contestación viramainstream , y así, la cultura joven cae en poder de la lógica del mercado.
En varias entrevistas con jóvenes de la periferia, la autora nota la incoherente relación de admiración-odio con el hip hop, con el rap, con el grafiti, ora vistos como expresión legítima, ora corroídos por el comercialismo de la sociedad capitalista. Lejos de ser una confusión, ésa es la visión de lo real. “La juventud ha estado presente masivamente en los medios, tanto en el sentido de su demonización como en el de su glorificación”, observa Viviane.
Sin embargo, la investigadora insiste en la existencia de nuevas perspectivas. “La relación entre adolescentes, identidad y educación se aparta de la necesidad de una definición de identidad, como meta o como un requisito previo para la entrada al mundo adulto, pues no hay una identidad, sino instantes de identidades, siempre mutantes, siempre en devenir, en un proceso permanente para autorizarse”, evalúa. Este engaño, constante en la visión general de los adolescentes, tiene su causa. “Raramente aquello que se dice sobre los adolescentes emerge de sus propias voces, sino que se dice por medio de una categoría vacía denominada adolescencia, que es depositaria de la propia crisis de sentido, de identidad, de lugar de la sociedad contemporánea.”
No obstante, la contradicción va más lejos, y en el movimiento de rebeldía están también las simientes de la repetición. “Los dichos de los adolescentes son dichos marginales, transgresores e que están construyendo también sentidos que actúan como una forma de resistencia a un modo de mantener el orden social”, observa. En ese contexto se ubica otro eje importante de la investigación de Viviane: las diferencias de género entre los adolescentes en el mundo hip hop, y más específicamente en el grafiti.
La inserción de las chicas en este mundo contestador de sonidos y grafitis es compleja, y las entrevistas de la investigadora revelan estas dificultades. “Las chicas viven una misma situación de prejuicio y discriminación por ser mujeres y porque les gusta el hip hop, o porque escuchan rap o hacen grafitis, aunque responden de manera diferenciada a esta situación”, comenta. “Ellas demuestran una necesidad de respeto y aceptación por ser mujeres, negras y blancas, pobres a las que le que gusta el hip hop y participan en él. Parecen querer superarse, diferenciarse, romper con los patrones que se imponen sobre sus cuerpos para que asuman su posición de ‘verdaderas mujeres'”.
Y esto lo hacen asumiendo un movimiento fuertemente marcado por lo masculino, “un espacio de aceptación que les permite ser ‘quienes son’, lo que no excluye que continúen luchando, incluso dentro del movimiento por ese espacio”, observa Viviane. Al fin y al cabo, todo se resume a un proceso de constitución de un sentimiento de pertenencia a una comunidad, en el que la consciencia de sí y la consciencia social están amalgamadas, tal como nota la profesora, lo que lleva “a una necesidad de superación de la situación de exclusión social juntamente con la transformación de sí”. De allí el juego complejo de los géneros, que repite modelos que pretende superar.
“El hip hop es un instrumento de expresión de sí mismos y de conscientización social, por medio del cual se afirma la masculinidad, y se reproducen así los roles hegemónicos y dicotómicos del hombre y la mujer, en los que el espacio público es tomado por los hombres, y el espacio privado, subordinado, es ocupado por las mujeres”, asevera Viviane.
Sea como sea, este movimiento – nacido en Estados Unidos en los años 70, para dar cuenta de la desilusión de negros e hispanos en medio a la decadencia del american dream –, el hip hop, llegó a Brasil y se convirtió para muchos jóvenes en “la primera forma de reflexionar cultural y lingüísticamente acerca de los problemas de su comunidad y del mundo, y elaborar una reflexión crítica de sus propias experiencias y posturas, convirtiéndose así en el fundamento de la autoexpresión juvenil”, dice Viviane.
“En especial, en los espacios de exclusión social, en un país subdesarrollado, en las periferias de los centros urbanos, en el cotidiano, en las experiencias de adolescentes y jóvenes negros y ‘pardos’ [mulatos] en una manifestación cultural juvenil, en el grafiti y, principalmente, en las experiencias de las chicas.”La mixtura de balanceo de las caderas (hip) y salto (hop) sirve para estos jóvenes a una razonable gama de propósitos.
En las entrevistas, Viviane detectó algunos de éstos, como ser: la experiencia de identificarse con la cultura hip hop, es decir, un medio de sentirse perteneciente a un grupo, a una comunidad y a una nación, escapando de la desesperanza, dando sentido a sus vidas y con capacidad de ayudar a los otros compañeros; la experiencia del compromiso social, la capacidad de autonomía del “construirse a sí mismo” como un ser en un mundo social, interesado y capacitado para cambiar la mentalidad general de las personas, y sobre lo que ellos efectivamente son; la experiencia de pertenecer a una familia, de ser aceptado, luego de sufrir el rechazo de la familia real y extendida; la experiencia de ser alguien, pues el hip hop les brinda a los jóvenes excluidos un aumento de su autoestima y la comprensión del valor de sus ideas y sentimientos, expresados por el movimiento y por la capacidad de narrarse a sí mismos, a punto tal de ser admirados por sus amigos y familiares; y por último, la experiencia de tener amigos y de ser una mujer a la que le guste el hip hop. En suma, todo esto les permite a los jóvenes ser, aun cuando muchos adultos todavía insistan en que ellos no son.
El Proyecto
Las chicas de los Grafittis: Adolescencia, Identidad y Género en las Culturas Juveniles Contemporáneas; Modalidad Beca de doctorado; Directora de tesis
Isaura Rocha Figueiredo Guimarães – Facultad de Educación/Unicamp; Becaria
Viviane Melo de Mendonça Magro – Facultad de Educación/Unicamp