Hace casi 40 años, el por ese entonces joven reportero Luiz Gonzaga Motta fue enviado a la ciudad de São João Nepomuceno, interior de Minas Gerais, para investigar el caso de un urubú hembra que criaba pollos como si fuesen sus crías – y lo que es peor: eran robados. El periodista conversó con los habitantes del lugar, anotó todo lo que vio y escuchó y volvió a Río de Janeiro con la certeza que el material rendiría a lo sumo una pequeña nota curiosa. Pero cuando abrió el Jornal do Brasil del día 19 de noviembre de 1967, su sorpresa fue mayúscula: el reportaje sobre la mamá urubú era el titular de la página 21 de la edición. Motta guarda hasta hoy ese recorte de diario en un lugar especial, en el cajón de su mesa de luz. Pero confiesa que quedó intrigado: ¿por qué un tema aparentemente tan banal fue tan destacado? “El episodio dio otra orientación a mi vida intelectual”, admite.
Tras concluir su maestría en 1973, en la Universidad de Indiana, y luego su doctorado en 1977, en la Universidad de Wisconsin-Madison, ambas de Estados Unidos, se abocó al estudio de las narraciones. Y así logró finalmente entender el alborozo provocado por el artículo de la mamá urubú: el texto llamaba la atención porque era capaz de contar una buena historia y hacer referencia a dramas que también se relacionarían con angustias humanas, como las cuestiones de la negritud y la maternidad. Satisfecho por haber encontrado el camino, siguió adelante.
Y al cabo de más de 20 años dedicados al tema, Motta no duda al afirmar que el periodismo, una actividad que tiene sus huellas de identidad y características específicas, ha conquistado el status de ser la principal y más representativa narrativa de la contemporaneidad. “Es fundamentalmente por medio del periodismo que entramos en contacto con las historias y personajes del mundo actual”, afirma. “Pero esta supremacía conlleva una serie de riesgos”, advierte el investigador, que oficializará durante este mismo semestre la creación del Núcleo de Estudios de Narratología de la Universidad de Brasilia (UnB).
Para el periodista, que rescata ideas presentes en la Poética de Aristóteles, comprender las narraciones es importante, porque ellas que nos ponen en contacto con nuestras propias experiencias, miedos, virtudes y debilidades, provocando efectos catárticos y de identificación y despertando sentimientos muchas veces escondidos. “Cuando leemos un texto y nos reconocemos en él, somos transportados a la historia”, afirma. Con la oficialización del núcleo, Motta pretende consolidar trabajos que el grupo desarrolla en la UnB desde hace 12 años, al margen de ampliar las líneas de investigación y de estudio.
Actualmente el equipo desarrolla cuatro tesis doctorales, tres tesinas de maestría y otras dos investigaciones de iniciación científica, abordando temas tales como medios y memoria cultural, el periodismo como forma de conocimiento y de mediación social y la representación de los políticos en las noticias de televisión. Todos estos estudios siguen la idea del periodismo como una narrativa específica, con características intrínsecas, y distinta por lo tanto de otras formas de narración como la literatura, el cine y la historia. De acuerdo con Motta, hay al menos cuatro elementos que le imprimen vida propia al periodismo.
El primero estaría vinculado con la relación siempre conflictiva que establecemos con el tiempo. Motta recurre a las teorías del filósofo francés Paul Ricouer para afirmar que el periodismo es la forma que el hombre contemporáneo encontró no solamente para lidiar con el tiempo, sino también para intentar dominarlo. Surgiría de dicha relación la sensación de apropiación. El investigador recuerda que, al presentificar las acciones y presentar la idea de que todo está sucediendo aquí y ahora – una estrategia reforzada incluso por los verbos empleados en sus titulares y textos -, el periodismo llena el tiempo de contenido. “Pasamos a organizar el pasado y el futuro a partir del momento actual”, explica.
En tanto, el segundo elemento apunta al periodismo como una forma de expresión ubicada entre la historia y la literatura. Esto porque, al tiempo que trabaja con la intención de buscar la verdad posible y se basa en el conocimiento racional, en la organización lógica de ideas, debiendo sostenerse en hechos y documentos concretos, hace uso de recursos narrativos literarios para contar sus historias. Según Motta, aun en el periodismo que pretende ser totalmente objetivo, en los textos más áridos y fríos, es posible hallar dramas humanos, tramas, personajes, diálogos, conflictos, ritmo, clímax y ambientaciones. Motta emplea como ejemplo las noticias que abordan la cuestión de las tasas de interés en Brasil.
A simple vista, podría considerárselos artículos técnicos – y por lo tanto menos atractivos. Sin embargo, recurren a estrategias discursivas que tienen por propósito humanizar la narrativa – las explicaciones del ministro de Hacienda, el lugar destacado para el impacto del alza o de la baja de las tasas sobre el consumo popular, la descripción de la reunión del Comité de Política Monetaria (Copom), las críticas de los políticos de oposición. Motta lo asegura: no existe texto periodístico sin narración, y ésta puede aparecer con mayor o menor intensidad.
Y si la intención es crear identidad y atraer la atención del lector, el investigador destaca otra de las principales estrategias narrativas del periodismo: el uso del suspenso. “Hay siempre un sentido que no se completa y que mantiene en vilo preguntas tales como ‘¿qué pasará mañana?'”, destaca el profesor. La explicación ayuda a comprender aquel al que se lo considera como el tercer elemento definidor: la secuencia de capítulos y episodios. Motta recuerda que el comienzo y el fin de las historias que cuenta el periodismo son tan solo más o menos definidos – y nunca establecidos con precisión absoluta. En general, una noticia aparece a cuenta de un momento de ruptura, cobrando relevancia y generando repercusión en el seno de la sociedad, hasta que se llega a una situación en que se cree que se agota – y el hecho desaparece.
La reciente invasión de una escuela en Beslam, Rusia, por parte de militantes separatistas chechenios que tomaron más de mil rehenes, siendo éstos en su gran mayoría niños, ilustra las afirmaciones del investigador. La ocupación de la escuela marca la ruptura – el orden natural de los hechos se altera. A partir de ese momento, transportados hacia la historia, pasamos a seguir diariamente las negociaciones con la policía, el sufrimiento de los parientes, la invasión inminente del local para intentar liberar a los rehenes.
Después del desenlace, que resultó en la muerte de decenas de personas, cuando la situación se normaliza, termina perdiendo importancia y enseguida desaparece del noticiario. “Hay una sucesión de episodios conectados entre sí que forman la narración”, refuerza Motta. Pese al carácter aparentemente aleatorio – o incluso autoritario – del ciclo de vida del noticiario, el investigador hace hincapié al recordar que la relación que las noticias establecen con el público no es impositiva. Rescatando las teorías de pensadores como Hans Robert Jauss y Wolfgang Iser, de la Universidad de Constanza, sur de Alemania, que se refieren a la recepción como un acto audaz y creativo, Motta asegura que el lector convierte los textos en interpretaciones, introduciendo en éstos sus marcos de referencia y su comprensión previa del mundo.
En su análisis, el investigador no soslaya la dimensión ética de la actividad – que es precisamente el cuarto y último elemento clave. Motta sostiene que las historias contadas por el periodismo tienen siempre un telón de fondo moral, que establece lecciones de vida, delinea las fronteras entre el bien y el mal, lo permitido y lo prohibido, lo lindo y lo feo, ayudando a consolidar valores y principios y una red de tejidos y significados que aseguran el orden social. Estaría así cerca, tal como lo define el investigador, de las fábulas infantiles, siempre preocupadas con dejar moralejas.
El caso del ex asesor de Asuntos Parlamentarios de la Jefatura de Gabinete, Waldomiro Diniz, es recordado como una de las más recientes e importantes situaciones que siguen esa trayectoria. Para el docente de la UnB, el riesgo se manifiesta cuando la narración periodística utiliza su dimensión ética de manera exagerada, extrapolando las funciones de la profesión y pasando a desempeñar roles que son de la policía, como sucede en casos de teléfonos pinchados o cuando un dossier anónimo llega a una redacción y es publicado.
Con base en estas cuatro características, Motta no tiene dudas al afirmar que el periodismo no reproduce hechos, sino que revela versiones posibles sobre ellos. La propuesta contraría uno de los más antiguos mitos que signan la profesión – la idea de la neutralidad y del periodismo como una fotografía fiel y exacta de la realidad. Conocida como “teoría del espejo”, y nacida en Estados Unidos al final del siglo XIX, esta tesis encuentra todavía hoy asidero, tanto en las redacciones como en las carreras universitarias, incluso en Brasil.
Para cuestionar esta perspectiva, Motta dialoga con autores como Eduardo Meditsch, de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC), que aborda la singularidad periodística y su capacidad de suscitar dudas y de estimular el espíritu crítico y la producción de conocimiento; Cremilda Medina, de la escuela de Comunicación y Artes de la Universidad de São Paulo (ECA-USP), que aborda el periodismo como el arte de tejer el presente; y también con Alfredo Vizeu, de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE) que califica a la noticia como una construcción social de la realidad, y presenta al periodismo como un saber explicativo.
Al reforzar la supremacía conquistada por la narración periodística y destacar el espacio que ocupa en las sociedades actuales, el investigador afirma que puede vérsela como una especie de heredera del teatro griego que, en la Antigüedad, era el responsable de explicitar y llevar a los escenarios las tragedias y comedias de la humanidad. En la era de la globalización, los logros y los conflictos son narrados por el periodismo – a través de éste damos lugar a nuestra catarsis moderna.
De la guerra contra Irak a las elecciones municipales en Brasil, del debate sobre células madre y clonación a la discusión sobre la tasa de interés, del Protocolo de Kyoto al alza del precio del petróleo – los más diversos temas parecen únicamente adquirir significado y existencia concreta cuando se los publica en los periódicos o se los transite por las radios, la televisión e internet. Para Motta, la experiencia de leer, ver o escuchar noticias se ha transformado en un acto ritualístico que se repite diariamente. Es la manera que encontramos de mantener contacto permanente con la realidad. “Queda la historia periodística”, refuerza.
Raquel Paiva, coordinadora del programa de posgrado de la escuela de Comunicación de la Universidad Federal de Río de Janeiro (ECO-UFRJ), coincide con el profesor de la UnB y dice que el periodismo nos señala qué hechos serían importantes, diciéndonos cuáles son los temas que han de conocerse y aquéllos que pueden descartarse. Sin embargo, llama la atención acerca de un dilema más bien peligroso: algunas de las marcas principales de la actual actividad periodística son la velocidad de producción y la rapidez de circulación, que se establecen con serios perjuicios respecto a la calidad de la información.
“La volatilidad favorece el error y el discurso del sentido común, que acaba por reforzar estereotipos, prejuicios y exclusiones”, advierte la profesora, que también estudia las narraciones desde mediados de los años 1980. Paiva cita como ejemplo la imagen que muchas veces el periodismo construye sobre la mujer, como alguien que estaría meramente preocupada con la apariencia y con futilidades y chismes. “Son ideas hegemónicamente vigentes en la sociedad, independientemente de su real pertinencia en el contexto histórico”, añade.
La fragmentación y la superficialidad, otras características del periodismo contemporáneo, ayudan a componer un escenario más peligroso aún. La preocupación mayor de las noticias se orienta con lo factual, lo inmediato y lo parcial, y la ausencia de contextos, de causas y consecuencias y de explicaciones lleva a una aprensión muy frágil y desconectada de la realidad. “Vemos solamente la punta del iceberg”, compara Motta. El gran riesgo, según el investigador, sería la formación de sujetos alienados y atomizados, incapaces de establecer relaciones y de comprender la complejidad de las situaciones, y sin el repertorio necesario para participar las discusiones públicas.
El lenguaje del videoclip anestesia y paraliza. El conflicto árabe-israelí parece ser un síntoma de esta situación: sabemos que hay ataques militares y de hombres bomba diariamente, pero, ¿logramos efectivamente comprender las razones de tanto odio y las historias de esos dos pueblos? Como contrapunto a esta fragmentación, Raquel señala la necesidad de construir aquello que denomina narraciones inclusivas – capaces de ir más allá de lo fáctico, de brindar detalles y descripciones y de incentivar la reflexión, promoviendo así la democratización del conocimiento. Sería el rescate del reportaje de más largo aliento, de la narración en profundidad y del periodismo interpretativo – aquel que brinda el mayor número posible de relaciones y de información al público, sin patinar en las opiniones o en el sectarismo y la parcialidad. Motta sugiere que otras narrativas – la histórica, la literaria y la cinematográfica – se sumen a la narración periodística para ayudar a componer realidades más complexas y menos impositivas. “El periodismo constituye una narrativa importante”, refuerza. “Pero no es la verdad absoluta.”
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