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Comunicación

El noveno arte

Varios estudios, un archivo, un libro y una tesis muestran la vigencia del cómic en Brasil

Ya pasó aquel tiempo en que las madres gritaban, no sin una cierta cuota de razón: ¡Niño, deja ya de historietas y ponte a estudiar! Hoy en día ambas actividades están juntas, y van a la universidad. El cómic es demasiado importante como para se lo deje a merced de las circunstancias. Desgraciadamente, durante mucho tiempo influyentes sectores de la sociedad consideraron que las historietas eran material de segunda o tercera categoría, afirma Waldomiro Vergueiro, docente de la Escuela de Comunicación y Artes (ECA) y coordinador del Núcleo de Investigaciones de la Historieta (NPHQ, por su sigla en portugués), de la USP. Confiando en el valor del noveno arte, y contando para ello con el apoyo de la FAPESP, Nogueira desarrolló el proyecto Directorio general del cómic en Brasil, que puso en internet (www.eca.usp.br/agaque) un catálogo con todos los títulos de historietas publicados en el país. Este proyecto tiene por objeto la preservación de la memoria del cómic nacional.

El desinterés por las revistitas requiere alguna explicación, pues, ¿cómo menoscabar a un medio que en los años 1960 llegaba a vender la astronómica cifra de 240 millones de ejemplares anuales, en un país cuya población no superaba los 55 millones de habitantes?. De los cuatro mayores empresarios de la prensa brasileña del siglo XX, tres se iniciaron en el segmento de revistas como editores de cómic: Roberto Marinho, Adolfo Aizen y Victor Civita (editorial Abril nació en 1950, con una historieta, O raio vermelho, y posteriormente tomó por asalto el mercado con el pato Donald). El actual megaconglomerado editorial Record, de Alfredo Machado, empezó como el primer distribuidor de historietas de Brasil. Estos empresarios erigieron sus imperios editoriales apoyados en el rentable negocio de las viñetas, cuyas ventas impulsaron sus negocios, afirma Gonçalo Junior, autor de A guerra dos gibis [La guerra de las historietas](Companhia das Letras, 448 págs., R$ 52), una historia del impacto de la llegada del cómic al país.

Y vaya estruendo. En 30 años, las historietas dieron imulso a la prensa nacional y movilizaron, ya sea favor o en contra, a las mayores figuras da época, incluidos los presidentes Getúlio Vargas, Juscelino Kubitschek, Jânio Quadros, João Goulart y Castello Branco, como así también a Carlos Lacerda (enemigo de los cuadritos que, según decía, tenían el poder de corromper a los jóvenes y llevarlos al comunismo), Gilberto Freyre (un fervoroso defensor que, como diputado, intentó convencer al Congreso a editar la ya promulgada Constitución en una versión en viñetas), Jorge Amado (que atribuyó su popularidad a las versiones en cómic de sus primeros libros), y los periodistas Samuel Wainer y Orlando Dantas (cuyas cruzadas morales contra las revistitas escondían una disputa de mercado con Marinho).

Pese al prejuicio que sufrieron, los cuadritos pueden haber surgido en Brasil en 1869, con As aventuras de Nhô Quim, de Ângelo Agostini. Es decir, 30 años antes de la publicación en Estados Unidos de Yellow Kid, considerada por muchos la historieta pionera. Agostini, por cierto, está de regreso con la reedición en facsímile de su crítica ilustrada al provincianismo paulista, Diabo coxo, publicada por Edusp (216 págs., R$ 65), y recuperada por dos docentes de la USP, Ana Maria Camargo y Luiz Cagnin. Sin embargo, pese al éxito en el exterior, las historietas no suscitaron el interés de los editores brasileños durante décadas, hasta que, en 1934, Adolfo Aizen, periodista de O Globo, diario de Roberto Marinho, en viaje a Estados Unidos vio el éxito de los suplementos diarios (el femenino, el deportivo, el infantil, etc.) de los periódicos norteamericanos, y quiso repetir la fórmula en su periódico.

Pero se deparó con el desinterés del dueño, que lo llevó a consultar a la competencia con miras a poner en práctica su idea. El resultado fue que el pico de ventas del periódico se registraba el día que salían las mentadas historietas; reproducciones de las tiras americanas. Era el silencioso comienzo de la guerra de las historietas, pues Marinho se dio cuenta de su error y reaccionó lanzando poco después, O Globo Juvenil, una imitación del suplemento de Aizen. A propósito, éste era editado por Nelson Rodrigues, quien, sin saber inglés, observaba el dibujo y rellenaba los globitos con sus textos. Sin embargo, no dejó las cosas así y aportó otra novedad: los comic books, en formato de revistitas, una innovación que Marinho también copió con Gibi (palabra sinónima de gurí travieso). Nuevos enemigos entraron entonces en el campo de batalla: al ver el potencial de las revistas, Assis Chateaubriand hizo la suya: O Guri, donde lanzó al Capitão América y al Hombre-Morcego, alias vernáculo de Batman (poco antes, Aizen había lanzado al Super-Hombre).

Según Gonçalo, con el éxito llegaron también los oportunistas, disfrazados de moralistas. Los primeros ataques al cómic, escribe, fueron proferidos por sacerdotes que, siendo italianos en su mayoría, rezaban según los preceptos de Mussolini, un ferviente opositor a las historietas que, bramaba, desnacionalizaban a la juventud. Poco a poco, el tono de censura fue elevándose en volumen y en poder político: en 1946, Carlos Lacerda, en medio a un discurso, definió a las historietas como un veneno importado para los niños, ya que, según él, se había multiplicado el número de escritores comunistas de cómics. Poco antes, en 1944, el Instituto Nacional de Estudios Pedagógicos del Ministerio de Educación había dado a conocer un estudio que acusaba a las viñetas de causar pereza mental y de quitarle estímulo al aprendizaje y a la lectura de libros. Por eso, en todo el país, colegios y parroquias organizaron monumentales hogueras para quemar revistitas, comenta Gonçalo. La fobia contra las historietas llegó incluso a generar un proyecto de ley en 1949, de autoría del en ese entonces edil Jânio Quadros, para impedir que las lecturas atentatorias contra las buenas costumbres se expusieran en los kioscos de diarios y revista y en las librerías. La cosa era Quadros versus cuadritos.

Hasta se llegó a pensar en una enmienda constitucional que combatiera los excesos de las editoriales de historietas. Lacerda, aunque posicionándose reacio a tal medida, las atacó con más fuerza aún: La idea de estas revistas es que el delito sea una condición normal de la vida. Hay allí una idea de que la vida transcurre en un plano superior a todas las contingencias humanas y, al mismo tempo, ignorando todas las omnipotencias divinas. Dios no admite superhombres, supermonos o super Robertos Marinhos. La pelea recrudecía. Orlando Dantas, de O Diario de Notícias, y Samuel Wainer, de Última Hora, dedicaron varias páginas a mostrar que las viñetas eran fábricas de delincuentes juveniles y las revistitas verdaderos manuales delictivos. Debido a una desavenencia entre Marinho y Dantas por el liderazgo del mercado de diarios, se institucionalizó la represión del cómic en Brasil. No creo que los padres y los docentes hubieran logrado hacer tanto barullo y presión si los adversarios de Marinho no lo hubieran atacado a causa de sus revistas de historietas.

Un artículo de la época contaba de qué manera en un reformatorio, le ofrecieron a Lilico, un adolescente negro, conocido como el terror de los suburbios, los libros de Monteiro Lobato.Eso es cosa de chicos. Yo quiero historietas, quiero O Guri. Quiero algo con tiros y puñaladas, habría respondido el muchacho, según se afirmaba en el artículo. El actual prejuicio contra el cómic es una herencia maldita de esos tiempos. Aún hoy en día es muy grande, incluso en las facultades de comunicación, se lamenta Gonçalo. Después de los moralistas, las viñetas sufrieron el ataque nacionalista. Em 1961, los historietistas nacionales, entre ellos Ziraldo, autor de Pererê, y Mauricio de Sousa, el padre de Mônica, le exigieron al gobierno una ley de nacionalización de las historietas, que incluía una reserva de mercado del 70% para los brasileños. El primero en abrazar esta causa fue Leonel Brizola, en ese entonces gobernador de Río Grande do Sul, que subsidió historietas nacionales. Parte de los textos de las revistas era panfletista y comprometida con las ideas nacionalistas de Brizola.

En 1963, Goulart promulgó un decreto con fuerza de ley que disciplinaba la producción de revistas de viñetas en el país, un acto confirmado por los militares en 1966, pero que jamás se aplicó. Los artistas nacionales también quisieron crear en su asociación un departamento de censura a los cómics americanos, revela Gonçalo. Entre los censores estaba Ziraldo, tan combatido durante la dictadura. Todo fue fruto de una falta de visión profesional que permanece hoy en día entre nosotros. Hay quienes aún ahora digan que los syndicates dominan el mercado y asfixian a nuestros pobres artistas. Ahora bien, han desaparecido del mercado pero no por ello la situación es buena. El cómic atraviesa su peor momento en más de un siglo de historia, asevera. En los años 1970, aquella revista que vendiera menos de 200 mil ejemplares desaparecía. En los años 1990, la línea roja se ubicaba en los 55 mil, y ahora las editoriales imprimen entre 2 mil y 5 mil.

Gonçalo lamenta aquello que define como la soberbia de muchos historietistas nacionales, que esconden sus deficiencias, solapadas en una supuesta amenaza extranjera. Desprecian la calidad de los libretos y no buscan medios profesionales de producción. Seguimos siendo amateurs, provincianos. Si bien el mentado imperialismo de las viñetas es dudoso, hay para el autor algo que es inobjetable: Los cómics fueron muy importantes en la difusión de la cultura norteamericana en el país. Nuestros chicos crecieron leyendo historietas norteamericanas. Y quizás también hayan adquirido otros vicios. Selma Regina Oliveira, de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Brasilia (UnB), sostiene en su tesis doctoral, intitulada Mujer al cuadrado, que las viñetas americanas ayudaron a reforzar estereotipos sexistas, al mostrar muchachas indefensas y virginales, siempre precisando la ayuda de los superhéroes, a su vez hombres fuertes, dioses perfectos. Hasta las villanas fascinantes, como Gatúbela, dice, dependen al fin y al cabo de un Batman para salir de sus fechorías. La mujer mala de los cuadritos es más instigadora que la buenita, pero es el hombre quien siempre tiene la última palabra, acota la investigadora. Hay muchos globitos por descifrarse todavía, y al contrario de lo que mamá nos decía, parece que ha llegado la hora de agarrar las revisititas y estudiar.

El Proyecto
Directorio general de historietas de Brasil (nº 02/03067-4); Modalidad Línea Regular de Auxilio a la Investigación; Coordinador Waldomiro de Castro Vergueiro – ECA/USP; Inversión R$ 5.988,00 (FAPESP)

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