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Deportes

El olimpo terrestre

Mediante entrevistas con atletas, un estudio elabora un retrato del imaginario olímpico brasileño

Cada dos años, la frase de Brecha que dice: “Desgraciado el país que necesita héroes”, pierde validez. Entre Copas y Olimpíadas, el deporte reina soberano y los atletas se transforman en protagonistas de uno de los mayores espectáculos sociales del mundo contemporáneo: se los exhibe en calidad de grandes héroes, capaces de proezas imposibles para los comunes mortales, que los ven por televisión. En Brasil, el país del antihéroe, ese estatuto heroico de los deportistas adquiere ribetes particulares.

“A los pobres y a los negros, la práctica deportiva les ha permitido conquistar una libertad que posiblemente en otras actividades no tendrían. En Brasil, por influencia de los medios de comunicación, la población pasó a creer en la victoria deportiva como una afirmación de la identidad nacional, de la igualdad o la superioridad ante aquellos que se arrogan para sí la hegemonía, por medio la fuerza o por su poder económico”, explica Kátia Rubio, cuya tesis de libre docencia, intitulada Del atleta a la institución deportiva: el imaginario deportivo brasileño (que contó con el apoyo de la FAPESP), muestra una radiografía del imaginario olímpico nacional, con base en las historias de vida de los atletas; según la autora, “es un mosaico de recuerdos e imágenes, para llegar a la representación que la participación olímpica puede tener para un atleta competitivo”.

Para ello, la investigadora rastreó a los ganadores de las 67 preseas olímpicas brasileñas. A la primera de éstas la conquistó en 1920 Guilherme Parense, en Amberes, en la modalidad de tiro. Curiosamente, entre estas medallas, tan sólo cinco se ganaron en modalidades colectivas. “Es una señal que indica de qué manera el deporte nacional sobrevive: a costa de esfuerzos individuales, toda vez que el proceso de formación de equipos es complejo y va más allá de la suma de los valores individuales”, observa Kátia. “De allí la importancia del registro de la memoria individual como forma de preservar no solamente los recuerdos de las conquistas personales, sino también, por medio de ellas, recuperar la memoria del deporte brasileño”, evalúa la autora.

Históricamente, la relación de Brasil y de los brasileños siguió de cerca la trayectoria burguesa del deporte europeo de la era moderna, donde la práctica deportiva era una actividad de una elite que podía darse el lujo de practicar el deporte en forma amateur, una virtud preconizada por el olimpismo naciente del Barón de Coubertin. “No por casualidad, el primer participante brasileño en el Comité Olímpico Internacional, en 1910, fue un diplomático: Raul do Rio Branco (hijo del Barón do Rio Branco), descendiente de la selecta aristocracia brasileña, como así también los atletas que debutaron en los Juegos de Amberes pertenecían a la burguesía de los centros urbanos”, asevera Kátia. Los hijos de la aristocracia paulista y carioca iban a estudiar a Europa y volvían “impregnados” de deporte europeo, entusiasmo nacional que se sumaba al de los inmigrantes que, en Brasil, reproducían la cultura del movimiento de sus países de origen.

Esta cultura preconizaba el deporte como impulso civilizador, aunque en casi todos lo países civilizados su práctica estuviera asociada a los procesos de afirmación de la nacionalidad y a la preparación para la guerra y la defensa del Estado. El Barón de Coubertin pretendió reformular este estado de cosas, creando un olimpismo fundado en la reforma social hecha  a partir de la educación y del deporte, vistos desde una perspectiva pacifista e internacionalista. Pero, como buen hijo del siglo XIX, el incipiente movimiento olímpico traía aparejadas trampas a la entrada de las masas trabajadoras en los Juegos. El deporte “noble” debería ser una actividad de pocos, y para pocos.

Las trabas eran el amateurismo (“la práctica del deporte por puro placer, sin ganancia material de ninguna naturaleza”) y el fair play, la caballerosidad deportiva, que impedía al atleta de ir al límite de sus posibilidades en una competencia, todo en nombre del buen tono. “El amateurismo fue poco a poco cayendo en el olvido como uno de los elementos fundamentales del olimpismo en la década de 1970, y emergió así un movimiento de camuflaje de atletas en su calidad empleados de empresas, para escaparle a la condición de profesionales del deporte. Ese esfuerzo dejó su lugar, exitosamente, a los contratos de patrocinio, y entonces empezaron a hacer eclosión otros problemas”, explica la investigadora.

A partir de 1960, en los Juegos de Roma, los medios de comunicación ingresaron en los estadios, y el olimpismo desinteresado de Coubertin se transformó en un negocio millonario. Si en 1980 las televisoras pagaron 100 millones de dólares para la transmisión de los juegos, en 2008 ese valor ascenderá a 1.700 millones de dólares. “El deporte espectáculo, mediatizado, representa para la sociedad una especie de blanco de proyección social, porque los anónimos ascienden al estrellato al destacarse en una modalidad, accediendo a contratos millonarios y fama mundial. Muchos muchachos no desean hoy en día ser grandes futbolistas, sino ser Ronaldinhos, con sus contratos, sus mujeres y su fama”, afirma Kátia. “Para un individuo habilidoso, el deporte constituye una de las pocas oportunidades de ascenso social en el mundo contemporáneo”, evalúa.

En Brasil, para tal fin es preciso superar el difícil acceso a los equipos públicos y privados, sitios ideales para el desarrollo de las actividades deportivas. “No es de extrañarse que, precisamente en el atletismo, modalidad que no requiere de ningún tipo de equipamiento especial, se concentre el grueso de individuos de origen más pobre, que, a su vez, le ha aportado el mayor número de medallas al país”. La entrada de grandes empresas patrocinadoras expandió la condición de espectáculo de los juegos y, por estas tierras, fue un modelo rápidamente asimilado por el voleibol. “Para otras modalidades este modelo sigue en busca de fórmulas y una identidad propia. Prevalece una práctica amateur en el gerenciamiento del deporte, lo que lleva a la improvisación y a creencias fantasiosas en los momentos que preceden a las grandes competencias”, dice Kátia. Es otras palabras, le falta al deporte brasileño una planificación de largo plazo, algo fundamental para crear atletas.

Esta falta de organización tuvo reflejos durante años en la incapacidad de masificar en el seno de la población el deporte olímpico brasileño. “Aunque una modalidad como el básquetbol masculino fuese bicampeona mundial en la década de 1960, ganase tres medallas de bronce olímpicas y fuera la segunda en lo que atañe a masividad de su práctica y prestigio en Brasil, las políticas institucionales y la incapacidad de gerenciamiento sacaron a la selección brasileña de las dos últimas ediciones de los Juegos Olímpicos”, observa la investigadora. “Y esto ahuyenta a los medios, lo que le quita interés a la modalidad, que deja de ser difundida y entonces atrae a menos gente: es una espiral invertida.”

De este modo, acota Kátia, el deporte brasileño sobrevive más a costa de los esfuerzos individuales que de las políticas que fomenten el surgimiento y el sostenimiento de atletas victoriosos. “Por eso las empresas patrocinadoras son hoy en día un mal necesario en el deporte. El problema es hasta qué punto puede llegar esta relación. Hay casos en los que no está muy claro hasta dónde es el dominio del técnico y hasta dónde el de la empresa. Asistimos impávidos a la programación de campeonatos con calendarios y horarios inaceptables desde el punto de vista de la fisiología del atleta, pero altamente rentables para las empresas”, afirma. “Es hora de hacer una evaluación de esta situación, que no debe ser únicamente técnica, sino también ética, sobre el espectáculo deportivo.”

En medio de todo esto, el atleta tiene que afrontar, por sí fuera poco, el estigma de la derrota. “Pese a ser una de las condiciones del deporte y una situación inevitable para el deportista, la derrota pasó a representar en Occidente el salir de la cima, del lugar de mayor relevancia, de proyección para otros saltos. Es decir, la derrota es la sombra de la sociedad contemporánea”, asevera. “Los desdoblamientos de esto se traducen en situaciones extremas, donde logros dignos de nota se deprecian entre aquellos que saben efectivamente cuál es su valor. Tal es el caso de las medallas de plata y bronce, que pierden su valor, pues se las considera como derrotas, y no como conquistas. La medalla pasa entonces a ser la afirmación de la impotencia, aunque sea a decir verdad un privilegio de un grupo sumamente selecto de personas que habitan el planeta”. Pero todavía existen los Vanderlei Cordeiro. Para ellos, plata y bronce valen oro.

El Proyecto
Del atleta a la institución deportiva: el imaginario deportivo brasileño (nº 01/14054-8); Modalidad Línea regular de auxilio a la investigación; Coordinadora Kátia Rubio – EEFE/USP; Inversión R$ 60.450,03 (FAPESP)

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