
Era necesario discutir lo que en ese entonces se llamaba nueva ciencia, cada vez más lejana de la ciencia antigua. Así fue como surgió hace 350 años, en Inglaterra, la Royal Society, una de las primeras y hasta los días actuales más importantes sociedades científicas del mundo. En esa época, el territorio inglés atravesaba turbulencias. Al final de la década de 1640 empezaba la Revolución Inglesa, la guerra civil entre los partidarios del rey Carlos I, absolutista, y el Parlamento, liderado por Oliver Cromwell, lo que desembocó en el fin de la monarquía durante un breve período. Cuando por fin se restableció, en 1660, la monarquía se vuelve parlamentaria.
Este club nació exclusivísimo y nunca dejó de serlo. Hasta ahora ha tenido tan sólo 8 mil miembros, o fellows, de acuerdo con el sitio web oficial. Isaac Newton, Charles Darwin y Albert Einstein fueron algunos de los más ilustres. El que tiene antes del nombre la abreviatura FRS –Fellow of The Royal Society– o es un Premio Nobel o puede cualquier día recibir tal distinción. Actualmente son alrededor de 1.450 fellows –como por ejemplo Stephen Hawking o Richard Dawkins–, entre los cuales más de 75 han sido laureados con el Nobel. Los fellows representan a todas las áreas de la ciencia, la medicina y la ingeniería. Si bien es cerrada a la hora de elegir a sus miembros, la Royal Society es al mismo tiempo una academia de ciencias naturales y aplicadas que se abre a la población, principalmente a los jóvenes: edita publicaciones, concede premios y medallas, promueve clases, conferencias y debates, concede becas de investigación y realiza a menudo exposiciones interactivas.
Su archivo, como se puede imaginar, no es precisamente modesto. Para los investigadores hay una infinidad de fuentes, tan antiguas como la Royal Society, que ayudan a reconstituir la historia de la ciencia. Una historia que tuvo momentos cómicos, trágicos y principalmente luminosos. Tal como han comprobado Ana Maria Alfonso-Goldfarb y Márcia Ferraz, del Programa de Estudios de Posgrado en Historia de la Ciencia de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo, que actúa junto al Centro Simão Mathias de Estudios en Historia de la Ciencia, creado hace 15 años y mantenido con apoyo de la FAPESP. Con visitas regulares a la Royal Society, ellas han hallado material nunca antes estudiado, lo que las ha ayudado a realizar reconstituciones inéditas.
En medio del gigantesco archivo, Ana Maria y Márcia descubrieron por ejemplo documentos que muestran el diálogo de sus primeros miembros sobre un solvente universal, el alkahest. Se atribuye la creación de esa palabra a Paracelso, conocido médico, filósofo y alquimista suizo del siglo XVI (lea más en “La agenda secreta de la química” en la edición 154 de la revista Pesquisa FAPESP). Es un tema que actualmente, tal como explican las investigadoras, es de sumo interés para quienes estudian los albores de la ciencia moderna, pero en el pasado despertaba poca atención por parte de los historiadores dedicados a un estudio más serio, incluso por el tenor fantasioso de la fórmula.

Muchos archivos, como el de Goddard, aún se encuentran a la espera de nuevas investigaciones. Es mucho material: incluso cuando vivían en la misma ciudad, a los miembros de la Royal Society les gustaba intercambiar ideas por escrito. Son páginas y páginas de cartas escritas a mano en diversos idiomas, muchas en latín. “El hacer ciencia en aquel tiempo me hace pensar cómo es hacerla aún hoy en día para nosotros en Brasil: un acto de coraje y de inmenso esfuerzo”, dice Ana Maria. Con tantos documentos para leer, no deja de ser curioso que el lema de la Royal Society sea Nullius in verba, expresión en latín que puede traducirse en versión libre como “no crea en la palabra de nadie”. Con ella se reafirmaba la determinación de los fundadores de mantener el escepticismo y verificar lo que se decía con el máximo rigor mediante experimentos.
Los sabios ingleses evitaban discutir teología y temas de Estado, que podían crear desentendimientos. Se concentraban en el conocimiento sobre la naturaleza y las técnicas, principalmente en aquello que se denominaba nueva filosofía mecánica o filosofía experimental, relacionada con temas tales como medicina, astronomía, química, geometría, navegación y mecánica. Pero no por ello las reuniones eran menos acaloradas: muchas veces salían de allí para hacer experimentos en los laboratorios.
Trabajo en equipo
La Royal Society no fue la única sociedad científica en su tiempo. Entre las pioneras están la Accademia del Cimento, de Florencia, de 1657, y la Académie Royale des Sciences, de París, de 1666. La italiana tuvo entre sus fundadores a Galileo Galilei. En el siglo siguiente fueron fundadas sociedades similares en Escocia, Irlanda y Suecia, esta última responsable desde comienzos del siglo XX por la entrega de los premios Nobel. “En la historia de los descubrimientos científicos se debe poner de relieve la importancia del trabajo en equipo. Cada uno puede contribuir con su talento o conocimiento específico. Es lo que vemos en la propia historia de la Royal Society”, añade Ana Maria.
Solamente entre los siglos XVIII y XIX la definición acerca de qué es ciencia, sus reglas y sus límites se volvieron oficiales. Es cuando la palabra “científico” pasa a designar a lo que es actualmente. “Es el experto que no puede confundirse con el filósofo o el técnico, que antes circulaban por las áreas más amplias e indefinidas de la filosofía natural o de la filosofía experimental”, subraya Ana Maria. En el siglo XX, cuando todo parecía asentado, el edificio científico se estremece, por usar una metáfora de la investigadora. Como recuerda ella, en las primeras décadas surgen la teoría de la relatividad y la teoría cuántica, y posteriormente las teorías de la genética y de la robótica. Es también cuando la historia de la ciencia, tal como es conocida hoy en día, comienza a configurarse.

La Royal Society realiza una serie de encuentros en diversos países para discutir, desde una perspectiva multidisciplinaria, los nuevos retos del conocimiento. Este año, en agosto, el Fronteras de la Ciencia se realizó por primera vez en Brasil. Junto a la Royal Society, participaron en la organización la FAPESP, en colaboración con el British Council, la Academia Brasileña de Ciencias, la Academia Chilena de Ciencias y Cooperación Reino Unido-Brasil en Ciencia e Innovación. La opción por Brasil –durante la celebración del 350° aniversario de la institución británica– fue vista como una demostración de la importancia que ha alcanzado el país en el contexto internacional de la ciencia, tal como lo recordó en la oportunidad uno de los coordinadores del encuentro, Marcelo Knobel, prorrector de Grado y docente del Instituto de Física Gleb Wataghin (IFGW) de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp). El evento reunió a conferencistas brasileños del Instituto Ludwig, de la Unicamp, de la Universidad de São Paulo (USP), del Instituto de Matemática Pura y Aplicada (Impa) y de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG). Del lado británico, la programación incluyó a disertantes de las universidades de Bath, de Oxford, de Plymouth, de Warwick, de Bristol, de Exeter y del Imperial College de Londres.
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