Las inversiones públicas brasileñas en investigaciones sobre enfermedades tropicales desatendidas, aquellas que despiertan poco interés en la industria farmacéutica porque afectan principalmente a poblaciones y naciones pobres, han disminuido sensiblemente en las últimas dos décadas, según surge de un estudio realizado por investigadores del Ministerio de Salud (MS), de la Universidad de Brasilia (UnB) y del Hospital del Corazón, de São Paulo. El grupo analizó la evolución de las partidas de dinero destinadas a estudios sobre afecciones tales como el mal de Chagas, la lepra y la esquistosomiasis entre 2004 y 2020 con base en datos del Departamento de Ciencia y Tecnología (Decit), organismo vinculado al MS que financia investigaciones en áreas estratégicas para el Sistema Único de Salud (SUS, la red sanitaria pública de Brasil), por sí solo o asociado con otras instituciones.
En ese período, Brasil ha invertido aproximadamente 230,9 millones de dólares en 1.158 proyectos de investigación. Los valores fueron actualizados a 2021 y ajustados por paridad de poder adquisitivo [PPA], la métrica que se utiliza para equiparar las divisas de diferentes países según su capacidad de adquisición de bienes y servicios. El MS aportó el 69,8 % de ese monto. El resto procedía de fondos sectoriales (el 14,7 %), de las agencias de apoyo a la investigación científica de los estados (el 11,5 %) y de los ministerios de Educación y de Ciencia, Tecnología e Innovación (el 0,5 %). La Fundación Bill y Melinda Gates, una organización filantrópica con sede en Estados Unidos reconocida por su labor en la lucha contra enfermedades como el paludismo, contribuyó con el 3,6 % de la partida destinada a las investigaciones referentes a estas enfermedades en Brasil. Los recursos, en este caso, fueron asignados a investigaciones sobre el dengue y la tuberculosis.
Según el artículo publicado en marzo en la revista PLOS Neglected Tropical Disease, tanto el dinero aportado como la cantidad de estudios patrocinados han variado bastante a lo largo de los años, incluso en los períodos en que hubo mayor disponibilidad de recursos para la ciencia, con caídas más abruptas en los años de recambio del gobierno federal. “La creación de nuevos conocimientos para el control de estas enfermedades depende de inversiones continuas y previsibles”, subraya el químico Luiz Carlos Dias, del Instituto de Química de la Universidad de Campinas (Unicamp), quien no participó en la elaboración del trabajo. “Sin embargo, en Brasil esto parece ser visto como una política de gobierno y no de Estado, pudiendo recibir más o menos atención en función de cada nueva gestión”, añade el investigador, quien coordina un consorcio internacional de instituciones para el desarrollo de nuevos fármacos para enfermedades parasitarias tropicales, con el apoyo de la FAPESP.
La pandemia agravó este escenario. La reorientación de dinero y recursos humanos para combatir el nuevo coronavirus fue en desmedro del apoyo a la investigación sobre estas enfermedades. En 2020 se desembolsaron 3,8 millones de dólares, un 73 % menos que en 2019. La producción de este reportaje se contactó con el MS para conocer su postura al respecto de los resultados de la investigación, pero hasta el cierre de esta edición no había obtenido respuesta.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), las enfermedades desatendidas afectan aproximadamente a 1.700 millones de personas en todo el mundo, sobre todo en países de África, del Sudeste Asiático y de América Latina. Brasil sigue siendo vulnerable a varias de ellas, especialmente al dengue, la lepra y la leishmaniasis, pero ha conseguido avances para mitigar otras, como la esquistosomiasis y el mal de Chagas. De las 20 enfermedades que componen este grupo, tan solo dos no están presentes en el país: la dracunculiasis, causada por un parásito –un helminto– conocido como lombriz de Guinea, que produce úlceras, principalmente en las piernas, y la tripanosomiasis africana, desencadenada por distintas subespecies de Trypanosoma brucei, transmitidos por la mosca tsé-tsé (Glossina), que afecta el sistema nervioso de los seres humanos y, en casos extremos, eventualmente conduce a las víctimas al coma y a la muerte. Las personas en situación de vulnerabilidad, sin acceso a servicios básicos de higiene, salud y educación, son las más afectadas. Se estima que cada año mueren 10.000 brasileños como consecuencia de alguna enfermedad incluida en la lista de las desatendidas, especialmente en las regiones norte y nordeste del país.
Coordinadora del Programa Nacional de Lepra y Enfermedades en Vías de Erradicación del MS entre 2004 y 2007 y de 2011 a 2016, la médica Rosa Castália recuerda que estas enfermedades suelen acortar la vida productiva de sus víctimas o desencadenan afecciones crónicas que requieren la asistencia de servicios de salud caros y de gran complejidad a lo largo de la vida, como las cardiopatías derivadas del mal de Chagas y las epilepsias asociadas a la cisticercosis.
La industria farmacéutica en general demuestra escaso interés en el desarrollo de fármacos contra estas enfermedades: como afectan a poblaciones de bajos recursos, el potencial de explotación económica de estos medicamentos sería limitado. “Es importante que los países afectados inviertan en soluciones propias de prevención, diagnóstico y tratamiento”, dice Dias.
Las cifras descritas en el estudio publicado en PLOS Neglected Tropical Disease revelan que las inversiones brasileñas son modestas comparadas con las de otros países. En 2018, por ejemplo, sumaron 3,5 millones de dólares, un 16,6 % menos que el año anterior. En el mismo período, Estados Unidos invirtió casi 1.800 millones, mientras que a nivel mundial, la financiación sumó 4.050 millones de dólares, un 7 % más que en 2017, según datos de la organización G-Finder, que monitorea las inversiones en investigación y desarrollo (I&D) en productos y tecnologías para la salud (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 302).
Hay que tener en cuenta que la prospección de G-Finder considera desatendidas a enfermedades que la OMS ya no clasifica como tales, como es el caso del paludismo, que en los últimos años ha concentrado más inversiones. En 2021, la OMS anunció la aprobación de la primera vacuna contra la enfermedad, desarrollada por la compañía farmacéutica británica GlaxoSmithKline, que actúa contra el Plasmodium falciparum, el más letal de los cinco parásitos que causan la también llamada malaria.
En Brasil, las investigaciones sobre el dengue, la leishmaniasis y la tuberculosis fueron las que más apoyo concitaron entre 2004 y 2020. Las tres enfermedades concentraron el 56,1 % de los estudios que se llevaron a cabo y el 60,2 % de los fondos invertidos. “Dentro de la lista de las enfermedades desatendidas, el dengue quizá haya sido la que más planificación pública de investigación recibió, generando avances importantes, entre ellos un compuesto candidato a vacuna que está desarrollándose en el Instituto Butantan”, informa Dias. En el otro extremo, enfermedades tales como la oncocercosis, equinocococis o hidatidosis y tracoma acapararon solamente el 0,3 % de las investigaciones y el 0,1 % de los fondos invertidos. Entre 2008 y 2019, se registraron en Brasil más de 191.000 casos de tracoma.
La inversión en investigación se considera fundamental para el avance del conocimiento que servirá de base para la implementación, el seguimiento y la evaluación de las políticas sanitarias. Sin embargo, en el caso de las enfermedades desatendidas, parece haber una falta de coordinación entre las necesidades sanitarias y los blancos de estudio. Enfermedades como el chikunguña y el paludismo presentan, respectivamente, la segunda y tercera mayor prevalencia entre las enfermedades desatendidas en Brasil. Empero, entre 2004 y 2020 ocuparon el 9º y el 5º puesto en volumen de financiación de la investigación científica.
No está claro el motivo de la baja cantidad de estudios sobre el chikunguña, que ya ha afectado a más de 250.000 brasileños y cuya tasa de mortalidad es similar a la del dengue. Los científicos sospechan que tal vez se deba a que la enfermedad ha aparecido más recientemente en el país, con los primeros casos de transmisión local detectados en 2014. Para otras enfermedades, como la teniasis y la cisticercosis, lo más probable es que la falta de políticas públicas para hacerles frente haya llevado a que la comunidad científica simplemente no se interese por estudiarlas. “Desde mi perspectiva, cuanto más vulnerable socialmente es una determinada población, más desatendidas son las enfermedades que la afectan”, dice Castália. “En Brasil, por ejemplo, una de las más descuidadas ha sido la oncocercosis, que afecta exclusivamente a la población yanomami”.
A juicio del inmunólogo João Santana da Silva, de la Facultad de Medicina de Ribeirão Preto de la Universidad de São Paulo (FMRP-USP), los resultados del estudio evidencian la falta de planificación de los esfuerzos gubernamentales en el área. “Siempre estamos a la zaga de los daños, priorizando las enfermedades más urgentes del momento, sin resolver los problemas causados por las anteriores”, comenta. La parasitóloga Angela Kaysel Cruz, también de la FMRP-USP, añade que ciertas enfermedades suelen ser más desatendidas que otras, y ello puede dar como resultado un desequilibrio en las inversiones para su investigación. “Hay algunas para las que es más difícil atraer el interés de los investigadores, que prefieren concentrar sus esfuerzos en temas para los que hay más recursos e interés de la comunidad internacional”, dice. Este fenómeno estaría generando un círculo vicioso, según Santana da Silva, en el cual la falta de dinero para la investigación de determinada enfermedad se traduce en un escaso interés de los científicos por estudiarlas. “En consecuencia, no se producen nuevos conocimientos ni se forman investigadores especializados en estas enfermedades”.