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Ficción

El protón del patriarca

—El protón es una fantasía machista.

Cuando oyó la frase, Estela aún estaba con el vaso de chopp a medio camino entre la tapa de madera y los labios. Lo que de por sí fue bueno: si ya estuviese bebiendo, se habría atragantado.

Era la primera vez que Estela visitaba aquel bar, lo que también era bueno, señal de que las posibilidades de que Gilberto la encontrara allá serían pocas. Cuando salía de noche, Estela mantenía el móvil apagado casi todo el tiempo. Si quisiese, Gilberto podría pasar la noche entera hablando con el contestador.

Del otro lado de la pequeña mesa redonda se encontraba Alice —la autora de la frase sorprendente. “Fantasía machista”. Estela imaginó lo que Alice quería decir: que ella había visto a un hombre vestido de protón, y que ¿el traje le pareciera machista?

¿Cómo alguien podría vestirse de protón?

—¿Cómo es eso? —preguntó Estela, finalmente.

—Ey, es usted la que es experta en física de partículas —reaccionó Alice. — Usted es la que explica. ¿No es verdad que el protón no pasa de ser una fantasía machista?

—“Fantasía”, como en una “fábula”, notó Estela, no como en figurín. ¿Pero de qué diablos esa rubia loca está hablando?, se preguntó.

Las dos habían sido grandes amigas en los tiempos del cursillo de preparación para la entrada a la universidad —en esa época Alice era pelirroja y ya era novia de Cláudio, con quien, hasta donde Estela sabía, se había casado— pero la amistad se enfrió con el pasar de los años. No había sido culpa de nadie: Estela fue a la Facultad de Física, Alice se había metido con la astrología y las curas orientales. Perdieron el contacto.

Hasta que Alice la llamó convidándola a Estela para tomar unas cervezas. Por los viejos tiempos.

—¿No es cuierto que el protón no pasa de ser una fantasía machista? —la pregunta de Alice aún estaba en el aire.

— No —le respondió Estela.— El protón es real. Estás hecha de protones. Cuando nos quejamos del exceso de peso, en verdad estamos con exceso de protones.

—Es cierto —reaccionó Alice, sonriendo. Dientes lindos, pensó Estela.

— Coincido. Hay alguna cosa allá. Pero esa “cosa” podría llamarse Alfredo, Maria, Unicornio. Eso no es, en esencia, eso que llamamos protón. “Protón” es una narración, un cuento elaborado por los hombres blancos, europeos. Y es una historia machista, una ficción social que promueve la sumisión de la mujer. Estoy escribiendo un libro sobre eso: “El protón del patriarca”.

Oh-oh, allá vamos nosotras, se dijo Estela a sí misma. El mes pasado ella había sido invitada al lanzamiento de otro libro, El quark del amor, o ¿habría sido La fuerza de la felicidad fotónica? A Estela incluso le sonaban “lindos” los títulos con aliteraciones, pero prefería cuando le regalaban invitaciones para avant-première en el cine.

Después de tomar no uno, sino dos tragos de chopp —y hacerle señas al mozo para que le trajera una copa llena —, Estela respiró hondo y preguntó:

— ¿Y por qué dices eso?

— ¡Pensé que fuese tan obvio! —respondió Alice, frustrada.

— Se fuese obvio, no necesitarías escribir un libro sobre el tema.

—Pensé que verías la obviedad de la cosa —espetó Alice.— tan pronto como me oyeses. Como el huevo de Colón, o la teoría de la relatividad.

—¿Relatividad?

—Eso. Después que Einstein…

—Todo bien —cortó Alice.— Tal vez el machismo del protón no sea tan obvio cuanto la curvatura del espacio y el tiempo. O yo esté medio lenta hoy. Explícame.

Alice puso la cara seria. Si el botox permitiese, habría fruncido el ceño. Al fin preguntó:

—¿El protón se deshace?

Preguntándose adónde será que quiere llegar con eso, Estela contestó:

— ¿Quieres decir, si decae? Teóricamente es posible. Pero nunca fue observado.

—¿Cuál es la fuerza que mantiene al protón en el núcleo?

—Una fuerza fuerte.

— ¿Los protones están hechos de quarks, es cierto?

—Es cierto.

—¿Alguien ya vio un quark solo?

—No. La energía necesaria para aislar un quark es tan grande que…

Estela dio un golpe en la mesa, haciendo saltar el pozuelo con maní:

—¿Está viendo? El protón nunca decae, es decir, está siempre firme, tieso y autosuficiente, mientras que su compañero el neutrón, dejado solito, se deshace. El protón interactúa con la “fuerza fuerte”, mientras que las cuatro partículas, las que se deshacen, sienten la “fuerza débil”. Y aunque tenga una estructura interior, el protón nunca revela sus partes. Tieso, fuerte, inescrutable: ¿qué puede ser más macho que eso?

Estela tomó la nueva copa de un solo trago. El alcohol comenzaba a darle alguna conciencia de la rotación de la Tierra, pero eso no le importaba. Había ido en taxi. Lo importante era un pequeño insight que había experimentado durante la conversación de la amiga.

—El neutrón —dijo Estela, rompiendo el silencio triunfal de Alice. —El neutrón, solo, se deshace. ¿Eso fue lo que dijiste?

—Sí —contestó la otra, de repente a la defensiva.

— ¿Y el neutrón es femenino? Digo, ¿en ese esquema tuyo ahí?

—Ese esquema no es mío —Alice ahora estaba casi gritando. Estela vio cuando el dependiente les lanzó una mirada preocupado. —Es el esquema creado por el mundo de los patriarcas para…

—Alice, querida —dijo Estela, aguantando con fuerza las manos de la amiga. — ¿Claudinho se fue?

Estela necesitó más de una hora para hacer que Alice parara de llorar. Para calmar a la amiga, acabó teniendo que inventar una historia sobre como el decaimiento del neutrón expulsa energía negativa (un electrón) y deja para atrás un protón recién creado, tieso, fuerte, positivo, íntegro. Y que esa es la verdadera lección de la física nuclear: cuando expulsamos lo que es negativo, lo que queda para atrás es más positivo, estable y duradero.

A Alice le pareció hermoso.

—¡Genial!

Es solo sacar todo del contexto y mezclar agua con azúcar, pensó Estela. Nada hay de genial en eso.

Alice se entusiasmó:

—¿Quieres ser mi coautora?

Las dos ya estaban en el taxi, y Estela rezó para que la luz débil no mostrase que estaba ruborizada de vergüenza: por un instante, había pensado seriamente en aceptar la oferta. Ella tenía la seguridad de que el libro de Alice se iría a vender más que pan caliente. Que los fantasmas de Bohr, Schroedinger y Fermi me perdonen este momento de debilidad, pensó.

—No, gracias —contestó. — El mérito es tuyo, totalmente tuyo. Te lo juro.

En casa, Estela volvió a escuchar el celular. Como esperaba, ya había más de cinco mensajes de Gilberto. ¿Por qué este tipo no desiste?, pensó ella. Será que no conoce a otra mujer? ¿Será que valdría la pena presentárselo a Alice?

De repente, Estela se vio intentando concebir cómo su relación (o no relación, o relación a contrapelo) con Gilberto podría encajarse en el esquema loco de Alice. ¿Será que ella, Estela, era el protón y Gilberto, el neutrón en decaimiento?

No, no funcionaría así, pensó. Mareada con la bebida, se imaginó como un isótopo pesado irradiando “déjame en paz” y Gilberto, como una cucaracha inmune a la radiación. Ya cayendo en la cama, decidió presentárselo a Alice.

Su último pensamiento, antes de dormir, fue la imagen de dos cucarachas intercambiando caricias, restregándose románticamente las antenas. Cucarachas verdes, brillando al oscuro.

Carlos Orsi, 35 años, es periodista y escritor. En 2005 lanzó el libro de cuentos de ficción científica Tempos de fúria.

 

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