La deslumbrante perfección física del dios griego Apolo no le alcanzó para conquistar una vida amorosa feliz: este galán mitológico era sistemáticamente rechazado por otras divinidades, o incluso por los mortales comunes. Aun sin la garantía implícita de que las formas armoniosas brinden aceptación social, tan pronto como aprenden a reconocer su propia imagen en el espejo, hombres y mujeres buscan el ideal de belleza física del momento -hoy en día signado por la cintura fina, las piernas largas y delgadas y el cuerpo casi escuálido de las modelos Gisele Bündchen y Ana Hickmann, o el tronco musculoso a la Brad Pitt o, entre los brasileños, Reynaldo Gianecchini. Más común entre las mujeres, la insatisfacción con el cuerpo real -y la búsqueda de la forma idealizada- es el objeto de estudio de un equipo del Hospital de Clínicas de la Universidad de São Paulo (USP).
Los investigadores investigaron qué pensaban 700 estudiantes de ambos sexos del área de la salud, con edades entre 17 y 26 años, al respecto del cuerpo propio. El resultado arrojó que tres de cada cuatro de ellos desaprobaban su apariencia física y se molestaban mucho con los detalles, como el exceso de grasa en la cintura, la celulitis en las nalgas o la nariz aguileña. Este estudio, realizado con alumnos de 11 universidades distribuidas entre los estados de São Paulo, Goiás, Río de Janeiro y Minas Gerais, reveló también que el 80% cambiaría características del cuerpo para mejorar su apariencia. Hasta allí nada de extraordinario, en una época en la cual los afiches muestran con alarde cirugías plásticas, que pueden incluso pagarse en cuotas.
Eso sería normal, si no fuera por dos detalles. Primero: de cada diez alumnos, nueve estaban lejos de ser obesos -el peso del 65% de ellos era considerado saludable para su edad y su altura, y el 22% correspondía a personas delgadas. Segundo, y lo que es más grave: el 13% de los entrevistados admitió provocarse vómitos; toman laxantes o usan diuréticos después de comer a fin de no engordar. Aunque no permitan hacer un diagnóstico conclusivo, estas constataciones indican que esas personas corren serios riesgos de desarrollar un trastorno alimentario grave: la bulimia nerviosa. Es la ingestión incontrolable de comida, exageradamente, seguida de la tentativa de librarse del exceso de alimento.
“Esperábamos encontrar un índice de signos de bulimia mucho menor en ese grupo, formado en teoría por personas que saben cuidar mejor su propia salud y que corren riesgos menores de desarrollar trastornos alimentarios”, afirma la psicóloga Mara Cristina Souza de Lucia, coordinadora del estudio, parte del proyecto Trastornos Alimentarios y Obesidad del Hospital de Clínicas, que desde hace seis años investiga la relación de las personas con la alimentación y la imagen del cuerpo propio. “Si es así en el área de la salud, puede ser peor entre los jóvenes estudiantes de otras áreas.”
De la bulimia a la depresión
No se sabe a decir verdad cuántos portadores de bulimia existen hoy en Brasil. Pero se calcula que el 2,4% de las mujeres adultas -y un porcentaje ocho veces menor de hombres, de tan solo el 0,3%- desarrollan bulimia en el transcurso de la vida, de acuerdo con el estudio de Laura Andrade, Valentim Gentil y Ruy Laurenti, todos de la USP, publicado en 2002 en Social Psychiatry and Psychiatric Epidemiology. “Es difícil conocer la prevalencia nacional de ese trastorno, pues existen diferentes microcosmos en las diversas regiones brasileñas”, dice Táki Cordás, del Instituto de Psiquiatría de la USP. “Debido a que la bulimia puede desencadenarse o apoyarse en factores sociales y culturales, aparece en frecuencias distintas en las diferentes poblaciones”, dice el psiquiatra, coordinador del Ambulatorio de Bulimia y Trastornos Alimentarios (Ambulim), el mayor centro de estudios y tratamiento de trastornos alimentarios de Latinoamérica.
La insatisfacción con el cuerpo, aunque es más elevada entre los adolescentes y los jóvenes adultos, pues surge más o menos a los 15 años, también es común entre las personas más maduras. En una investigación anterior, publicada en 2003, el equipo de Mara Cristina evaluó a 346 personas de diferentes zonas del estado de São Paulo, con el objetivo de detectar síntomas de insatisfacción con el cuerpo y los perjuicios que esa afección provocaba.
Todos los participantes -la mitad hombres y la mitad mujeres- estaban sanos y tenían entre 18 y 74 años de edad. Sin embargo, la conclusión no fue muy diferente a la del trabajo anterior: aunque la mayor parte estuviera con el peso dentro de los límites aceptables, el 80% manifestaba estar insatisfecho con alguna parte del cuerpo, una queja compartida por el 57% de los hombres. Para poco más de la mitad de estas personas, la preocupación con la apariencia genera frustración, ansiedad y depresión.
Existe también una pérdida de índole social. Casi uno de cada cinco entrevistados afirmó perderse eventos sociales, atrasarse en el trabajo o faltar a clases por sentirse poco atractivo. Una cifra similar dijo que la apariencia le causaba problemas en el trabajo o en la relaciones. El arsenal de métodos para el control de peso incluye en los últimos años una frenética actividad física, que llega incluso a provocar perjuicios sociales y psiquiátricos, tal como demuestra el estudio de Sheila Assumpção, Táki Cordás y Luiz Armando Araújo, publicado en la Revista de Psiquiatria Clínica. Los investigadores evaluaron a 47 adultos de ambos sexos, inscritos en el Ambulim para tratarse por trastornos alimentarios. Alrededor del 34% de los voluntarios exagera en los ejercicios y pasa más de dos horas por día en el gimnasio.
La bulimia esta hoy en día lejos de aquellos tiempos en que se la alardeada con espanto -e incluso se la ponía a cuenta de los problemas con un marido infiel, como en el caso de Lady Di, la princesa de Gales fallecida en 1997 en un accidente automovilístico en París-, y al parecer, actualmente se la diagnostica con más frecuencia en los consultorios médicos. “Existen indicios de que los trastornos alimentarios asociados a la insatisfacción con el cuerpo propio son crecientes no solamente en Brasil, sino en todo el mundo”, dice Cordás.
Un registro de la naturalidad con que las personas, y en especial los adolescentes, se provocan vómitos luego de alimentarse en exceso aparece en el premiado documental Elefante, del cineasta Gus Van Sant, ganador de la Palma de Oro de 2003 en Cannes. En una escena de la película, que evoca la violencia imperante en el cotidiano de una escuela estadounidense de clase media, unas chicas se hartan de hamburguesas y papas fritas en el comedor de la escuela, y tan pronto como toman conciencia de su acto, corren al baño en un intento por evitar las consecuencias del abuso.
Este trastorno alimentario, disparado por una conjunción de cuatro factores -genéticos, sociales, culturales y psicológicos-, tiene probablemente un origen orgánico en el mal funcionamiento de áreas cerebrales relacionadas con la imagen mental que cada persona tiene de sí misma, aún no estudiadas por psiquiatras y neurólogos. De una manera tampoco entendida muy bien hasta ahora, los trastornos alimentarios como la bulimia y la anorexia nerviosa -esta última, más rara que la primera y caracterizada por una especie de aversión a la comida, por miedo a engordar- aparecen asociados a la insatisfacción con el cuerpo, alimentada en el último siglo por la exposición continua a los cánones de belleza estampados en periódicos, revistas y programas de televisión, o incluso en anuncios de medicamentos y cosméticos.
Durante el primer semestre de este año, la exposición O preço da sedução [El precio de la seducción] exhibió en Itaú Cultural, en São Paulo, las variadas formas de sacrificio a que las mujeres recurrieron en el transcurso del siglo XX para adecuarse al estándar de belleza de cada década. Utilizado hace alrededor de cien años para dejar la silueta femenina en forma de S, el corset, una faja de tela que iba desde la cadera hasta los senos y comprimía la cintura a punto tal de causar falta de aire, cedió lugar recientemente a las cirugías plásticas y estéticas, que esculpen el cuerpo con bisturí e implantes de silicona o mediante la extracción de grasa localizada.
La belleza en venta
La ansias de tener un físico ideal, hoy en día mucho menos regordete que los cuerpos de las musas de los pintores y escultores del Renacimiento, continúan siendo ampliamente difundidas por los medios de comunicación. No existen en Brasil relevamientos referentes al número de publicaciones destinadas al culto al cuerpo, pero basta con hacer una visita al kiosco más cercano para darse cuenta del dominio de las revistas y libros sobre dietas, forma física y cirugías plásticas. Solamente en el primer semestre de este año, las principales revistas semanales de interés general dedicaron diversos artículos, estampados en sus portadas, vinculados al potencial transformador de las operaciones que remodelan el cuerpo.
Por detrás del culto al físico bien definido, ya sea esculpido por dietas a base de medicinas y mucha musculación o por bisturís, en los quirófanos, hay toda una compleja red de ganancias, capaz de mover miles de millones anualmente. Ésta atraviesa diversos grados: desde los medios de comunicación y los gimnasios hasta la industria farmacéutica, las clínicas y los médicos especializados en cirugías plásticas y estéticas. Al fin y al cabo, nunca tanta gente tuvo tanto acceso a los recursos para moldear sus cuerpos a su gusto en condiciones tan atrayentes, en algunos casos con pagos en cuotas.
Datos de la Sociedad Brasileña de Cirugía Plástica (SBCP) indican que cada año alrededor de 500 mil personas se someten a cirugías plásticas en Brasil: son como una especie de reversos de Narciso, que en lugar de adorar sus cuerpos, ven en ellos solamente sus defectos. El país queda atrás únicamente de Estados Unidos, líder en número de cirugías estéticas. Según Osvaldo Saldanha, secretario general de la SBCP, se estima que el número de cirugías aumentaría entre un 20% y un 30% anualmente -o cinco veces más en los últimos cinco años, si se piensa en los implantes de silicona en las mamas. En Estados Unidos, la Sociedad Americana de Cirujanos Plásticos (ASPS, por su sigla en inglés) contabilizaba 400 mil cirugías estéticas en el país en 1992. Diez años más tarde, esa cifra trepó a 6,6 millones -un crecimiento astronómico del 1.600%, es decir, 16 veces.
Ponerse silicona para aumentar el volumen de los pechos, de las nalgas o de las pantorrillas. Extraer mediante lipoaspiración las indeseables grasas de la cintura o de los muslos más rechonchos. Borrar del rostro las marcas de los años vividos. En fin: el esculpir el propio cuerpo, dándole los contornos soñados; todo esto se ha convertido en tema de programa popular de televisión, en horario central. Durante la segunda semana de julio, el Programa do Ratinho, de la red SBT, expuso en vivo y en directo a mujeres en la camilla del quirófano, mientras los médicos se referían a los beneficios de estas operaciones. Pero éste no es un fenómeno exclusivamente brasileño. En la tradicional red estadounidense ABC, desde el final de 2002 el programa Extreme makeover muestra la transformación de personas antes poco glamorosas en dioses esculturales -sin privarse de exhibir el período siguiente a la operación, repleto de hinchazones, hematomas y quejidos de dolor.
En la opinión de Cordás, es incuestionable la influencia de los medios de comunicación sobre el descontento con el cuerpo propio y el deseo de arreglar los pequeños defectos. Pero aún no han sido definidos los mecanismos exactos vinculados a cómo los medios estimulan el comportamiento que lleva a los trastornos alimentarios.
En el marco de un estudio publicado en 2003 en Eating Behavior, el equipo coordinado por Marleen Williams, de la Brigham Young University, Estados Unidos, entrevistó a 28 mujeres, en un intento de comprender la influencia de los medios de comunicación en el desarrollo de la anorexia, y planteó el siguiente modelo: se inicia un proceso cíclico, disparado por vulnerabilidades preexistentes, donde los trastornos alimentarios llevan a la búsqueda del control del peso. La persona, atormentada por pensamientos desagradables, busca información en los medios de comunicación para resolver el problema, y allí encuentra la ilusión de controlar la situación. Pero la incapacidad de resolver el problema real genera sentimientos de culpa y vergüenza, que realimentan la expectativa de perder peso.
En una investigación anterior, publicada en 2002 en el British Journal of Psychiatry, el equipo de Anne Becker, de la Escuela Médica de la Universidad Harvard, Estados Unidos, analizó de qué manera la televisión interfiere en los hábitos alimentarios de los adolescentes. Descubrieron el ambiente ideal para ese estudio en las islas Fidji, donde los primeros canales de televisión surgieron en 1995, llevando a esa comunidad de Oriente hábitos occidentales. Este trabajo, dividido en dos etapas, investigó entre otros aspectos la práctica de dietas entre las muchachas de la comunidad -que tenían alrededor de 16 años a la época de la realización de los trabajos- con el objetivo de adelgazar. Luego de la introducción de la televisión en el archipiélago, los regímenes, prácticamente inexistentes hasta 1995, habían sido practicados durante tres años por siete de cada diez adolescentes que participaron en la investigación -la mayor parte de ellos con un peso considerado sano para su edad y su altura.
“La búsqueda del cuerpo idealizado por la moda puede tener un sentido de protección: puede ser una forma de buscar amor y aceptación”, dice el psicólogo Niraldo de Oliveira Santos, del equipo del Hospital de Clínicas. “Se cree que la mirada del otro solamente nos apreciará si estamos atentos a las especificaciones del momento”, comenta. El problema radica en que ni siquiera Apolo lo logró; quizá porque el amor no esté intrínsecamente relacionado con las medidas de una Miss Universo.
El Proyecto
El ejercicio físico y su relación con los trastornos alimentarios: ¿síndrome o síntoma? (98/10876-9); Modalidad: Línea Regular de Auxilio a la Investigación (FAPESP); Coordinador: Táki Athanássios Cordás – Instituto de Psiquiatría (USP); Inversión: R$ 8.838,13