Vistas desde lo alto, las copas de los árboles se funden, lo que convierte al paisaje de la Amazonia una amplia alfombra verde que es el refugio de la más grande variedad de plantas y animales de planeta. Pero los centenares de miles -quizás millones- de especies de insectos, peces, aves y otros seres que viven actualmente allí son tan sólo lo que quedó de una fauna que otrora fue mucho más rica y dominó un área de Sudamérica que va de Venezuela, en el norte, a Uruguay y a Argentina, en el sur, hace entre 13 millones y 6 millones de años atrás. En aquel tiempo, los continentes habían adquirido la forma y la posición actual y el escenario sudamericano era muy distinto: los ríos exuberantes de aguas calmas cortaban una llanura de casi mil kilómetros de ancho que se alargaba por seis mil kilómetros en dirección hacia el sur, puntuada por lagos, ciénagas y pradera, además de bosques dispersos. Dicha área, que corresponde a una tercera parte de América del Sur -lo mismo que toda Europa- era un inmenso pantanal, posiblemente 20 veces más grande que el de Mato Grosso, hoy en día la mayor área cenagosa del planeta.
“Vivía allí una variedad espectacular de especies animales, probablemente extinguidos debido a las alteraciones del clima y del relieve del continente ocurridas durante los últimos cinco millones de años”, afirma el paleontólogo Mario Alberto Cozzuol, de la Pontificia Universidad Católica de Río Grande do Sul. En los próximos meses sale en el Journal of South American Earth Sciences un artículo de Cozzuol con una de las más abarcadoras reconstituciones de ese escenario y de parte de la fauna sudamericana del final del período geológico Mioceno, hace entre 13 millones y 6 millones de años. Es impresionante la variedad de formas que los animales exhibían en medio de aquellos lagos, pantanos y bosques.
Fósiles de yacarés y cocodrilos hallados en Brasil, Venezuela, Colombia, Perú y Argentina brindan una idea de esta diversidad. Solamente en la región del actual estado de Acre habrían convivido 17 especies de estos reptiles de piel gruesa cubierta de placas duras -actualmente existen solamente cuatro allí. En los ríos y lagos del pantanal sudamericano había yacarés como el Caiman brevirostris, una especie extinguida de casi dos metros de largo y un cráneo ancho y achatado de 30 centímetros. Allí también cazaban predadores mucho mayores, a ejemplo del Purusaurus brasiliensis, un yacaré de casi 15 metros de largo que, con sus mandíbulas de más de un metro repleta de aliados dientes, podía comerse de bocado a un carpincho distraído bebiendo agua.
Una familia en especial llama la atención por su apariencia y su comportamiento: la Nettosuchidae, con sus cocodrilos de cráneo achatado, dientes frágiles y largo hocico. Se diferenciaban de los demás por alimentarse de modo pasivo: en vez de perseguir peces, tortugas o incluso pequeños mamíferos, los cocodrilos de esa familia -como el Mourasuchus amazonensis, descubierto en 1964 por el paleontólogo “gaúcho” Llewellyn Ivor Price- abrían su bocota de casi un metro y llenaban así de agua un buche semejante al de un pelícano. Luego cerraban los dientes y expelían el agua, reteniendo moluscos, crustáceos y pequeños peces. “Las tres especies conocidas de Mourasuchus vivieron exclusivamente en América del Sur, hace entre 15 millones y 6 millones de años”, dice Cozzuol.
Tamaña variedad de predadores, según el paleontólogo, sólo sobreviviría en un ambiente de abundancia de alimentos -y comida aparentemente no es lo que faltaba en el pantanal sudamericano. Durante las dos últimas décadas, paleontólogos que trabajan en el sudoeste de la Amazonia brasileña, en Venezuela, en Perú, en Colombia y en Argentina identificaron casi 200 géneros de reptiles, aves y mamíferos que vivieron hace entre 15 millones y 5 millones de años. Como en taxonomía, la ciencia de la clasificación de los seres vivos, el género es el nivel de organización que agrupa especies con características en común, los 200 géneros de la fauna del Mioceno sudamericano indican la existencia de una variedad aún mayor. “Esta diversidad”, explica Cozzuol, “sugiere que ese pantanal fue un ambiente estable por mucho tiempo, capaz de producir alimento suficiente como para mantener esa fauna durante millones de años”.
Un roedor gigante – La fauna terrestre de la zona era compleja, con grupos de animales de todos los niveles de la cadena alimentaria, desde aquéllos que comen solamente vegetales hasta los que se alimentan de otros animales, y de las más variadas formas y dimensiones. Entre los mamíferos, había carnívoros del género Cyonasua, parientes lejanos de los coatíes, de largos dientes afilados, y roedores pequeños como los conejos o verdaderos ratones gigantes, cuyo ejemplo máximo es el Phoberomys pattersoni. Pariente extinguido de las pacas y pacaranas halladas actualmente en la Amazonia, el Phoberomys fue el más grande roedor del mundo: pesaba 700 kilos y era dos veces mayor que el tapir, el mayor mamífero terrestre sudamericano.
En dicho período hubo una gran diversificación de los primates en todo el mundo, incluso con el surgimiento de los primeros ancestros de los seres humanos. En Sudamérica, Cozzuol y el antropólogo estadounidense Richard Kay, de la Universidad Duke, identificaron dos nuevas especies de primates: el mono Solimoea acrensis, de poco más de medio metro de altura y similar al mono araña, y el Acrecebus fraileyi, pariente lejano del machín negro.
Lo que explica la convivencia de animales tan diferentes entre sí es la heterogeneidad del paisaje de ríos y lagos intercalados con praderas y bosques. “Solamente un escenario tan variado permitiría el surgimiento de especies tan distintas”, afirma Cozzuol. “Este paisaje habría perdurado establemente durante algunos miles de años, el tiempo suficiente como para permitir la diversificación de las especies”, explica. Hasta hace un 13 millones de años el área sobre el cual se asentó el pantanal sudamericano era una inmensa llanura que se esparcía por parte de Venezuela, la Amazonía brasileña, Colombia, Perú, Bolivia, Uruguay y Argentina, con un sistema hidrográfico muy distinto al actual.
En aquel tiempo el río Amazonas aún no se había formado y los terrenos más elevados al oeste de Manaos, cerca del cauce del río Purus, formaban una barrera natural que impedía que las aguas de las lluvias y de la cordillera de los Andes se deslizasen hacia el este. El agua que quedaba en esa depresión de llanura corría hacia el océano por sólo dos caminos estrechos. Por la cuenca hidrográfica que originaría el río Orinoco, las aguas del pantanal sudamericano escapaban hacia el norte y llegaban a la bahía de Maracaibo, litoral venezolano. Al sur, alcanzaban el Océano Atlántico a través de la red hidrográfica que originaría el Río de la Plata millones de años más tarde.
Montañas en crecimiento – Esta red de ríos y lagos empezó a modificarse hace 11 millones de años, cuando la cordillera de los Andes empezó a crecer en el este de Colombia. Casi al mismo tiempo el Océano Atlántico, que se extendía desde el actual Río de la Plata hasta el sur de Bolivia, ocupando el centro y sur de Brasil, retrocedió. Los sedimentos de las cadenas de montañas colombianas y peruanas nutrieron la vegetación de la llanura y ayudaron a alterar el curso de los ríos y los lagos, que en pocas decenas de años se transformaban en pantanos. Los pantanos, a su vez, poco a poco se convertían en terrenos secos, en los cuales germinaban campos y crecían bosques. “Esta deposición continua de sedimentos impedía que los ríos se encajaran en un canal estable y que se formasen grandes bosques”, explica Cozzuol. Al mismo tiempo esta red hidrográfica en permanente mutación mantuvo la conexión entre el norte y el sur del continente.
Perfeccionado en cooperación con el geólogo Edgardo Latrubesse, de la Universidad Federal de Goiás, ese escenario empezó a montarse hace 20 años, cuando Cozzuol estudiaba en la Universidad Nacional de La Plata los mamíferos acuáticos que vivieron en el norte de Argentina hace entre 9 millones y 6 millones de años. Fue entonces cuando este paleontólogo argentino, que hace diez años dejó su tierra natal y se vino a Brasil, encontró ejemplares de bufeos y delfines distintos de los que se habían hallado no muy lejos de acá, en la Patagonia. Se imaginaba previamente que dichos animales podrían haber migrado desde el norte de Sudamérica, pero no se sabía que estas dos regiones habían estado conectadas por ríos y lagos. “Faltaba aún conocer la fauna que había vivido en el norte de Sudamérica durante el Mioceno, hace entre 13 millones y 6 millones de años”, dice Cozzuol. La oportunidad de oro surgió con el anuncio de una vacante de investigador en la Universidad Federal de Rondônia, en 1995.
Desde entonces, Cozzuol recorrió el interior de Acre durante el período en que los ríos bajan. Por un motivo obvio: es entonces cuando quedan expuestas en sus barrancas montañas de sedimentos que preservan fósiles del Mioceno, debajo de la selva. También visitó sitios paleontológicos en Venezuela y en Perú, y analizó fósiles guardados en los museos Bernardino Rivadavia y de La Plata, en Argentina, y en la colección paleontológica de la Universidad Federal de Acre, reunida por Alceu Ranzi, Jean Boquentin-Villanueva y Jonas de Souza Filho. La comparación entre los ejemplares encontrados en dichos países reveló que la fauna que vivió en Acre en el Mioceno, de la cual se conocen unos 40 géneros, es muy similar a la de Argentina, de la cual hay 130 géneros identificados. “La fauna hallada en Acre solamente da la impresión ser más pobre”, dice Cozzuol. “Pero la búsqueda de más fósiles ha de demostrar que esta fauna es incluso más diversa que la de Argentina.”
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