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Ciencia

El vaso junto al lápiz labial

La alteración de un gen puede hacer que las mujeres se vuelvan 2,6 vecesmás susceptibles al alcoholismo

Desde hace algunos años, la ciencia se aboca a establecer el peso exacto de las condiciones ambientales y la herencia genética en el desarrollo de una serie de enfermedades psiquiátricas, entre las cuales se encuentra el alcoholismo. La determinación precisa de todas las causas que empujan a algunos miembros de una población al consumo desenfrenado de fermentados y destilados, mientras los otros permanecen abstemios o como usuarios moderados quizás sea una tarea imposible.

Pero, de cualquier manera, investigadores integrantes de un equipo de la Universidad de São Paulo (USP) creen haber identificado una alteración genética que parece aumentar 2,6 veces el riesgo de que las mujeres brasileñas expuestas al alcohol se vuelvan dependientes. Se trata de una variación en un tramo del gen Maoa, que puede hacer que se reduzca la producción de la enzima monoamina oxidasa del tipo A. Esta proteína actúa sobre algunos mensajeros químicos del cerebro – los llamados neurotransmisores, entre los que se encuentran la dopamina y la serotonina -, encargados de efectuar la comunicación entre las neuronas, e involucrados en la regulación de los estados de comportamiento, tales como el humor y la agresividad.

La identificación de los genes que predisponen al alcoholismo puede ayudar en la prevención de esa dependencia: una persona que descubre que tiene propensión mayor al consumo frecuente de alcohol puede intentar evitar el contacto con ese tipo de bebidas. De acuerdo con dicho estudio, que será publicado en breve en Psychiatrics Genetics, las mujeres que presentan dicha alteración en al menos una de sus dos copias del gen – situado en el cromosoma X – sintetizan entre dos y diez veces menos enzimas que lo normal, y serían más susceptibles a desarrollar el alcoholismo.

“No podemos afirmar categóricamente todavía que esa relación exista efectivamente”, pondera Mayana Zatz, coordinadora del Centro de Estudios del Genoma Humano de la USP y líder del equipo que realizó el trabajo. “Pero existen fuertes indicios de que un componente biológico puede favorecer la aparición del alcoholismo en las mujeres brasileñas”. En los hombres, que cargan apenas una réplica del gen, la versión menos funcional del Maoa no aumentaría las probabilidades de convertirse en alcohólicos.

“Quizás la influencia genética a favor del alcoholismo sea mayor en el sexo femenino que en el masculino, que sufre más estímulos del medio ambiente en ese sentido”, comenta Sandra Scivoleto, coordinadora del Grupo Interdisciplinario de Estudios de Alcohol y Drogas (Grea), vinculado al Instituto de Psiquiatría de la USP, una de las colaboradoras en este estudio. El artículo científico brasileño no es el primero que apunta relaciones entre el gen Maoa y los trastornos psiquiátricos, o con la dependencia etílica o química. Un trabajo alemán, publicado en 2000 en el Journal of Neural Transmission, insinuó por ejemplo que la existencia de alcoholismo y los comportamientos antisociales podrían estar relacionados con la versión menos funcional del gen.

No obstante, esa relación no fue comprobada en una investigación realizada dos años más tarde con varones en Finlandia. Recientemente, ese gen también fue noticia, pero por otro motivo. De acuerdo con un artículo publicado en la revista Science del 2 de agosto del año pasado, que analizó el impacto de las alteraciones del Maoa en la población masculina de Nueva Zelandia, los hombres que habían sido objeto de malos tratos en la infancia y cargaban la forma menos funcional del gen tenían mayores probabilidades de convertirse en adultos violentos. Como puede observarse, el Maoa es frecuentemente el objetivo de trabajos sobre su impacto en el comportamiento humano.

Cuatro versiones del gen
Para arribar a la conclusión de que la forma menos funcional del Maoa favorece la dependencia etílica entre las mujeres brasileñas, los científicos secuenciaron y analizaron la región promotora del gen en alcohólicos y en personas no dependientes de bebidas.El secuenciamiento suministró informaciones sobre el patrón de aparición de un conocido segmento de 30 pares de bases (las bases son las unidades químicas que componen el ADN) en esa región del gen. Al final del trabajo, el equipo de la USP observó que el gen podía presentarse de cuatro maneras diferentes, tanto en los dependientes del alcohol como en los individuos sanos. Había versiones del Maoa, técnicamente llamadas alelos, con dos, tres, cuatro y cinco repeticiones del tramo de 30 pares de bases.

Con ese dato en manos, el paso siguiente consistió en verificar si alguno de esos alelos estaba asociado a la propensión al alcoholismo. A fin de facilitar las comparaciones, los pacientes y los individuos del grupo de control fueron clasificados en dos categorías, de acuerdo con sus tipos de alelos. Aquéllos que tenían al menos una copia del Maoa con tres repeticiones del segmento en cuestión – precisamente la variante del gen que produce menos enzimas que lo normal – se ubicaron en una de las clasificaciones, mientras que las personas con las demás variaciones del gen (dos, cuatro o cinco repeticiones del tramo de 30 pares de base) se ubicaron en el otro grupo.

Una vez hechas las cuentas, los investigadores verificaron que el 62% de las mujeres alcohólicas cargaban al menos un alelo, que reducía la síntesis de monoamina oxidasa. Entre las no dependientes de la bebida, que formaban parte del grupo de control, ese índice cayó al 38%. La prevalencia de la versión del gen Maoa que hizo caer la producción de la enzima fue del 45% entre los hombres alcohólicos, y del 31% en las personas sanas. “En los individuos del sexo masculino, al contrario de lo que se verificó con las mujeres, esa diferencia no fue significativa desde el punto de vista estadístico”, comenta la doctoranda Camila Guindalini, del Instituto de Biociencias de la USP, una de las autoras del estudio. “Por eso no podemos por ahora sugerir que las variaciones en el gen Maoa puedan estar relacionadas con la aparición del alcoholismo en los varones brasileños.”

Las afirmaciones del equipo de la USP – que describe el Maoa como un probable gen de riesgo para el alcoholismo entre las mujeres brasileñas, pero nunca como la causa de tal trastorno – son revestidas de cautela, por dos motivos. Primero, por una cuestión de índole más bien metodológica: el modesto tamaño del grupo analizado. La muestra de alcohólicos estaba formada por 93 pacientes (52 varones y 41 mujeres, con edades de alrededor de 45 años) que hacían tratamiento en el Grea. El grupo de control, compuesto por personas no dependientes del alcohol, tenía el mismo número de individuos, con edades y origen étnico similares que sus pares adictos a fermentados y destilados.

“Tuvimos muchas dificultades para encontrar y convencer a las mujeres dependientes de la bebida a participar del estudio”, dice Mayana. “Si 300 alcohólicos hubieran formado parte de nuestro trabajo, podríamos tener mayor seguridad acerca del papel del gen Maoa en el desencadenamiento de esta enfermedad entre las mujeres. Necesitamos más voluntarias para dar prosecución a las investigaciones.”La segunda razón que justifica la mesura es de orden más general. Pese a que existe un cierto consenso en el área científica en el sentido de que el alcoholismo tiene componentes tanto biológicos como comportamentales en su raíz, no es nada fácil delimitar dónde termina la influencia de los genes y dónde empieza la del medio ambiente. Esta dificultad es aún mayor en sociedades que estimulan el consumo de alcohol entre personas de ambos sexos, y transforman el acto de tomar cerveza, vino o cualquier otra bebida en un rasgo cultural.

En Brasil el número de alcohólicos del sexo femenino es cuatro veces menor que el de varones. A su vez, beber no es un hábito cultural muy estimulado entre las mujeres. Por tal razón, de acuerdo con Mayana, el peso de los factores genéticos que predisponen al alcoholismo sería mayor – y más fácilmente identificable – en las mujeres brasileñas que entre los hombres del país, o incluso entre la población femenina de Europa o de Estados Unidos, grupos sociales en los que la presencia de abstemios es más rara. “Ésa es nuestra hipótesis de trabajo”, comenta la coordinadora del Centro de Estudios del Genoma Humano de la USP, uno de los diez Centros de Investigación, Innovación y Difusión (Cepids) creados por la FAPESP en el año 2000. Y por ahora, los primeros resultados del estudio con el gen Maoa confirman dicha hipótesis.

El juego envicia más que el alcohol
Cuando se siente aquel deseo incontrolable de tomar un trago o gastar todo el dinero en una apuesta, ¿quién tiene más dificultades para permanecer lejos de su vicio, un alcohólico o un jugador patológico? El psiquiatra Hermano Tavares, coordinador del Ambulatorio de Juego Patológico (Amjo) del Instituto de Psiquiatría de la Universidad de São Paulo, arribó a la conclusión de que la ansiedad experimentada por el apostador compulsivo es de una magnitud un 50% mayor que la vivenciada por el alcohólico. La ansiedad a la que se hace referencia es aquel deseo exacerbado que lleva a los dependientes a reincidir en su vicio, a expensas de sus efectos negativos que, por cierto, son conocidos por ellos.

Las cadenas que amarran al apostador a los juegos de azar son tan fuertes que el médico compara esa dependencia con la vivida por los adictos a drogas químicas. “En vez de parecerse a los alcohólicos, los jugadores patológicos se comportan de una forma más parecida a la de los cocainómanos”, afirma el médico, quien con el auxilio de tests y cuestionarios, comparó la personalidad de 40 dependientes de la bebida con la de 40 enviciados por los bingos electrónicos, la mitad de éstos de cada sexo.

Dicho estudio se llevó a cabo con pacientes del servicio de psiquiatría de la Universidad de Calgary, Canadá, en donde el médico terminó su posdoctorado al final de 2002. “Pero las conclusiones son válidas para los jugadores patológicos de cualquier país”, dice Tavares.Una diferencia significativa entre un alcohólico y un enviciado en el juego es la siguiente: mientras que el primero no encuentra emociones positivas en nada -a no ser en las cartas, las ruletas y los cartones del bingo-, el segundo aliviana sus sensaciones negativas con el auxilio de la bebida. El jugador patológico hace sus apuestas para intentar ser feliz. “Nada lo divierte tanto como el juego”, asegura el psiquiatra. El alcohólico bebe para olvidarse de sus tristezas. “Es el tipo más vulnerable a la depresión”, comenta Tavares. Otro contraste se refiere al ritmo con el que cada uno de estos dependientes alimenta su vicio. El alcohólico suele beber con una constancia regular, como si estuviera siguiendo un ritual o poniendo en práctica un hábito casi común y corriente.

No rara vez, toma la misma cantidad de alcohol todos los días, en el horario de siempre. “El jugador patológico, al igual que el adicto a la cocaína, actúa por impulso”, compara Tavares. Cuando tiene a mano recursos para jugar, el tahúr apuesta todo su dinero en un solo día. Y se detiene recién cuando se quiebra económicamente, lo que lo lleva a un agotamiento físico y mental. “Lo mismo sucede con el dependiente de cocaína “, afirma el médico.

La fase posterior a la quiebra del jugador patológico también es similar al período de recuperación del adicto a la cocaína. Ambos pasan días maldiciendo su dependencia, prometiéndose a sí mismos que no incurrirán nuevamente en ese mismo error. Hasta que nuevamente los acometen esas ganas irresistibles de jugar, en el caso de unos, o de aspirar, en el caso de los otros. A esas horas, si no tiene más dinero, un jugador patológico (o el dependiente de cocaína) hace cualquier cosa para financiar su vicio: roba, vende objetos de su casa o pertenecientes a terceros. Un apostador desenfrenado les miente a los otros (y a sí mismo) y dice que jugará solamente una vez más. Y que esta vez recuperará todo el dinero que perdió en otras ocasiones. “Entonces pierde nuevamente y se agota física y mentalmente otra vez”, dice Tavares. Y así recomienza el ciclo de la dependencia nuevamente.

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