La cola de las sucursales del correo es tan larga y lenta que, para que la gente no se altere más de la cuenta, hay carteles pegados por todos lados, que solicitan a los usuarios que eviten temas polémicos. Los avisos son muy claros: no discutan política. No comenten el último partido de la selección brasileña. No hablen sobre el capítulo final de la novela de las ocho, ni tampoco sobre la conjetura de Poincaré o de la propiedad ferromagnética de la nanoespuma de carbono. En la medida de lo posible, no abran la boca, para no exasperarse más. Tal el mensaje de los carteles. Es una lástima: nadie les da la más mínima bola.
No se sabe exactamente cómo comenzó el alboroto. Parece que la chica de chaqueta roja, con decenas de sobres azules, era secretaria del matemático cuyo equipo comprobara pocas horas antes la teoría de las cuerdas. La señora de vestido color caqui y aros helicoidales se sintió por ello ofendida. No aceptaría el resultado de todas esas ecuaciones de la mentada comprobación. Cuando supo que la chica era secretaria del matemático, empezó a mascullar por lo bajo. Luego más fuerte. Y después empezó a ofenderla. Acto seguido, a agredirla. La chica tuvo que salir del correo presurosamente.
O viejito de barba candado, medias rojas y chaleco gris le infundió ánimo a la señora del vestido caqui y aros helicoidales:
—Esos científicos nunca se deciden. Ora dicen que el mundo es así, ora que es asá.
—Juegan con nuestras creencias más queridas, sin la más mínima consideración. ¡Malditos! —jadeaba la señora de vestido caqui y aros helicoidales. —La materia del Universo, por ejemplo. ¡Por Dios! Primero Tales dijo que el componente básico del Universo era el agua. Luego Anaxímenes dijo que era el aire. Entonces llegó Heráclito y dijo que era el fuego. Pero luego llegaron los atomistas diciendo que la materia del Universo estaba compuesta de una combinación mecánica y fortuita de átomos… ¡Diablos, decídanse!
—Después Thomson descubrió el electrón y desechó la idea del átomo indivisible —dijo la flaca de tatuaje en el hombre derecho, metiendo la cuchara.
—Después Rutherford concibió el modelo planetario del átomo: pequeños puntos distribuidos en un inmenso espacio vacío. Exactamente, pequeños puntos girando en torno del núcleo. Como en el sistema solar —dijo el viejito, antes de entregarle los sobres al empleado.
—Después Planck, Einstein y Bohr incorporaron al modelo de Rutherford la hipótesis de los quanta. Esto le puso fin la idea de que el átomo sería el constituyente último de la materia —dijo el enfermero de collar de madreperla, sonándose la nariz con un pañuelo de papel.
La señora de vestido caqui y aros helicoidales estaba como poseída:
—Si dependiese de ellos, dado el inmenso intervalo vacío entre los electrones y el núcleo atómico, uno se pasaría la vida entera creyendo que el átomo está constituido básicamente de nada… ¿No les parece? ¿O me equivoco? ¡¿El mundo hecho de nada?!
—¿Se acuerdan cuando el tiempo todavía era una de las intuiciones a priori de los sentidos? ¿Se acuerdan? —irguió el dedo con bronca la profesora de ballet con manchas en los cachetes. —Para Newton y para Kant el tiempo siempre existió. Pero para los físicos de hoy, ¡ah, no!, ¡para esa jauría el tiempo es una dimensión que empezó a existir en determinado momento de la formación del Cosmos! ¿Otro ejemplo? Esa teoría de las cuerdas. Hasta hace algunas horas las leyes que regían el microcosmos no tenían sentido en el macrocosmos, y viceversa.
Y la señora de vestido caqui y aros helicoidales terció:
—Eso, cada ley por su lado. Cada cual contaba su versión de la historia.
—¡Ahora salen con esa maldita teoría de las cuerdas! —espetó el enfermero de collar de madreperla.
—¿Mamá, qué dice esa teoría? —quiso saber el pibe disfrazado de Hombre Araña.
—No grités Horacio. Vení, vení acá que te explico. ¿Te acordás de la teoría general de la relatividad?
—Sí.
—¿Te acordás de la mecánica cuántica?
—¡Mamá! ¡Por supu que me acuerdo!
—Bueno. En busca de un modelo capaz de unificar las leyes del macrocosmos con las del microcosmos, la última cosa que encontraron es esa famosa teoría de las cuerdas. Esa teoría dice que la partícula fundamental del Universo no se parece a un punto, sino a una línea. Además, según ese modelo las dimensiones de la realidad no son solamente cuatro: longitud, anchura, altura y tiempo. ¡Son diez! De ellas, las otras seis son muy chiquitas, imperceptibles a nuestros sentidos.
— Ah… Ya entendí.
—Teorías. Teorías. Teorías —la señora de vestido caqui y aros helicoidales no lograba serenarse.
El alboroto había ido adquiriendo dimensiones preocupantes. El llamado electrónico sonaba, los empleados hacían gestos, pero nadie más se dirigía a las ventanillas. Nadie quería saber más de cartas, tarjetas postales o encomiendas.
—¡Gente, yo ya estoy harto de tantos cambios! —gritó alguien en el medio del montón. —Al principio la Tierra era plana. En la época de Pitágoras se volvió esférica y fue a parar al centro del Universo. Durante trece siglos el modelo cosmológico que prevaleció fue el geocéntrico, perfeccionado por Ptolomeo. Pero, por supuesto, la alegría tenía que durar poco. Tenía que ser Copérnico para echarle agua fría a la muchachada.
—¿Echarle agua fría? Entonces para calentarle las ideas, deberían haberlo arrojado a la hoguera al bestia. Como hicieron con Giordano Bruno.
—Bien hecho, ese Giordano. ¿Quién lo mandó a meterse con lo que estaba quieto?
—Con Copérnico salimos del centro del Universo. Pero la creencia de que el Sol se ubicaba en el centro de la galaxia duró algún tiempo más.
—¡Ah!, ¡era tan lindo cuando estábamos en el centro. No entiendo esa necesidad de estar afuera del centro de todo, de descentrarse a cualquier costo.
—Es la sensación de vacío. A los jóvenes de hoy les encanta la sensación de vacío. Principalmente a los matemáticos. ¡A ellos les encanta!
El ilustrador de libros infantiles:
—Todo por culpa de los presocráticos. Fueron ellos, ¿no es cierto? ¿Los primeros tipos que explicaron el origen del Universo y del hombre, y la realidad sensible, sin dejar de lado los mitos y los dioses? De nada sirve que intenten engañarme. Fuero ellos los primeros científicos, ¡sí señor! Fueron ellos los que le dieron la posta a Ptolomeo, Galileo, Newton, Einstein y toda la jauría.
La modista con problemas respiratorios:
—¡Al diablo con los presocráticos!
El entregador de pizza bizco y medio rengo:
—¡iAl diablo con la causalidad! ¡Al diablo con la ciencias exactas! ¡Al diablo con el pensamiento lógico!
Las escenas posteriores nunca deberían haberlas mostrado por televisión. La turba salió en movilización y se mezcló con la gente preocupada únicamente con zapallitos, bananas y mandarinas, en la feria de en frente del correo. El destrozo empezó cuando el dueño del puesto de huevos, ofendido con las declaraciones sin pie ni cabeza de la señora de vestido caqui y aros helicoidales, le atizó una docena de éstos a la vieja y sus partidarios (para él la teoría de las cuerdas era de inobjetable valor).
Si la gente respetara más los carteles pegados en los correos, el índice de violencia de nuestras ciudades nunca llegaría a niveles tan insoportables.
Nelson de Oliveira es escritor y máster en Letras de la USP. Publicó “Naquela época tínhamos um gato, Subsolo infinito y O filho do crucificado”, entre otros.
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