El conocimiento que muchos en Brasil tenemos sobre Carlota Joaquina (1775-1830) suele poseer la densidad de un enredo histórico de escola de samba: es aquella española bigotuda que odiaba al país y que sacudió sus zapatos al irse, para no llevarse consigo ni siquiera el polvo de esta tierra. Y la película de Carla Camurati tampoco ayudó mucho que digamos: si bien sirvió al renacimiento del cine brasileño, enterró definitivamente la personalidad de la soberana. “El movimiento liberal y las transformaciones sociales y políticas del siglo XIX exigieron reinvenciones del pasado como forma de legitimar un presente que se pretendía construir.
Carlota Joaquina, la reina portuguesa que nunca perdió su identidad española y fue contraria la venida de la familia real al Brasil -y declaró su regocijo por el regreso a Portugal-, que defendió el absolutismo y que se rehusó a firmar la Constitución Liberal portuguesa, ciertamente no era la personalidad adecuada para subir al podio de las figuras dignas de la memoria nacional”, explica la profesora Francisca Nogueira de Azevedo, autora del recientemente lanzado libro Carlota Joaquina na Corte do Brasil [Carlota Joaquina en la Corte del Brasil ] (Civilização Brasileira, 397 paginas, R$ 40), un sorprendente retrato de la reina que surge allí como una política hábil, capaz de ir mucho más allá del papel subalterno al que la corte lusitana constreñía a las mujeres.
No fue la intención de la investigadora rehabilitar su figura histórica. “Quise seguir la trayectoria de vida de Carlota, preocupada con el universo femenino de su tiempo, con la producción historiográfica que delineó los estereotipos que signan su memoria y con su actuación en la esfera pública, donde desde finales del siglo XVIII asume un rol preponderante en la política externa portuguesa”, analiza Francisca. Hija primogénita del rey Don Carlos IV de España, se casó cuando tenía tan solo 10 años con el futuro Don João VI. Aunque fue un típico casamiento diplomático con miras a sellar el pacto entre las dos coronas ibéricas, en las cartas Carlota se refería a su marido como un hombre bueno y honesto, culpando al grupo que los rodeaba por la falta de armonía del matrimonio, que en 1806 llegó a su ápice con la llamada Conspiración de Alfeite. “Varios documentos prueban que Don João pasó por un largo período de depresión que lo apartó completamente del poder. La corte portuguesa se dividía por ese entonces entre anglófilos y francófilos. El grupo de tendencia francesa apoyó Carlota a asumir el poder como regente en lugar de su marido.”
Y por esa “traición” pagó un alto precio: “Carlota quedó incomunicada, confinada en el palacio como prisionera, alejada de sus amigos y de sus padres, y su correspondencia pasó a ser controlada por el grupo político de João”. Con ese espíritu sube a bordo de un navío con destino a la Colonia, donde ni bien llegó se enteró que sus padres, monarcas de España, había caído prisioneros de Napoleón, con quien habían establecido poco antes una alianza (condenada por Carlota con notable anticipación) que le permitiera a Bonaparte cruzar el territorio español para invadir Portugal. El hermano de Carlota, Fernando VII, lideró un motín contra su padre y dio a Napoleón la posibilidad de arrebatarles el trono a los españoles para poner en su lugar a su hermano, José Bonaparte. “Así las cosas, el problema mayor de Carlota no era precisamente la Colonia, sino las condiciones en que arribó a Brasil, sitio convertido prácticamente en su exilio. Sus cartas revelan su lucha, primeramente para no partirde Portugal, y luego para cumplir su deseo de regresar a Europa. No encontré referencia alguna a un desprecio por Brasil, sino varios intentos para salir de la Colonia”, dice Francisca.
Sin rey, los criollos, aquellos nacidos en los virreinatos españoles de América, vieron una posibilidad de ponerle fin a la opresión de los Borbones, un movimiento que Carlota percibió enseguida. En su exilio colonial, ella decidió luchar por la preservación del imperio de su padre en los trópicos. “Carlota quería la regencia de España para, teniendo como base la sede de la monarquía en Buenos Aires, coordinar la resistencia contra la invasión napoleónica y asegurar a la dinastía Borbón la corona española; es decir, quería hacer lo mismo que hizo João”, dice la investigadora. Para ello conquistó el apoyo de una parte de la nobleza española y de la nobleza portuguesa descontenta con el traslado de la Corte al Brasil y, con el apoyo intelectual del almirante de la escuadra británica en Río, Sidney Smith, envió un manifiesto a España en 1808, en el cual decía ser la defensora de los derechos de su familia.
De este modo se granjeó pesados enemigos en la Colonia, debido a sus planes de convertirse en regente de España en el exilio. Entre éstos se encontraba el jefe de gabinete de Don João, el conde de Linhares, que pronto barruntó el peligro de tal acción para sus planes de extender el imperio portugués hacia áreas ocupadas por la corona española. El conde contaba para ello con un fuerte aliado: Lord Strangford, el embajador inglés en Lisboa y adversario de Smith. Strangford pensaba que Brasil debería ser “un emporio para las mercaderías inglesas, destinadas al consumo de toda América del Sur”.
El embajador español en Río también se indispuso con Carlota, pues tenía órdenes expresas de la Junta que gobernaba España de mantenerla lejos de las colonias del Río de la Plata. Al fin y al cabo, los recuerdos desagradables de la última unión entre las coronas ibéricas llevaban a considerar los infortunios que podrían sobrevenir como producto de una nueva soberanía portuguesa sobre los hispanos. Como si esto fuera poco, Carlota, pese a lo que decían sus adversarios, no era un hombre… El sistema que ordenaba a la sociedad lusitana durante los siglos XVIII y XIX privaba a las mujeres de la convivencia social, manteniéndolas sujetas al quehacer doméstico. “En efecto, la actuación de Carlota en la esfera pública, negociando acuerdos diplomáticos, articulándose con parte de la nobleza portuguesa para ascender al poder y pugnando por la regencia de España transgredía el espacio asignado a las princesas consortes en la corte bragantina”, observa Francisca.
“Por cierto, al encuadrarse en esos cánones, se le atribuyeron cualidades generalmente representativas del sexo masculino: violencia, autoritarismo, ambición, etc. Muchos artistas fieles a esos estereotipos la retratan con facciones marcadamente masculinas”. Ése es un punto de vista que la posteridad compró en detrimento de su notable actuación política. “En 1812, más de la mitad de los diputados de la corte española era favorable a que ella accediese a la regencia de España. Carlota también logró sortear dos grandes escollos que impedían su llegada al trono: la revocación de la Ley Sálica en vigor en España, que prohibía la ascensión de las mujeres al poder, y el reconocimiento de su derecho a la sucesión de la monarquía”, comenta. Los principales intelectuales y líderes políticos de la provincias del Río de la Plata vislumbraron en el “carlotismo” un camino más fácil para lograr acceso al libre comercio.
Los criollos
Incluso aquéllos que no confiaban en Carlota, veían en sus pretensiones de controlar España a través de los virreinatos una forma de impedir la explosión definitiva de los movimientos liberales criollos, que se aprovecharon del nuevo equilibrio de fuerzas en la región producto de la ocupación de la Península Ibérica a manos de Bonaparte que, al retirar de la escena al monarca, mostró la fragilidad del sentido nacional hispano. “Prácticamente todo el imperio español se volvió hacia los acontecimientos del Río de la Plata, pues los sucesos que allí ocurrían afectarían seguramente al resto de los dominios de los Borbones en América”. Pero los ingleses reaccionaron más rápidamente: “La Corte de Río de Janeiro tomó consciencia de que Inglaterra no estaba más tan interesada en la sociedad lusitana para sus proyectos en el Río de la Plata.
La opción a favor de la independencia de parte de las provincias bajo influjo británico era la mejor solución para Gran Bretaña en la opinión de Strangford”, observa Francisca. La América española se rindió ante el movimiento de independencia y el cerco a Carlota se estrechó aún más: “Ella fue mantenida prácticamente incomunicada, apartada de toda decisión inherente a los dominios españoles”. En 1814, España perdió definitivamente sus colonias en el Río de la Plata, y Carlota Joaquina salió derrotada de la envestida política más importante de su vida.
En Brasil padecía el calor y sufría fuertes dolores en el pecho. Regresó a Europa en 1820 debido a la Revolución de Porto. Pero no se aquietó. Durante la llamada Conspiración de Calle Formosa, intentó en alianza con nobles y frailes lograr que el rey abdicase y acabar con la Constitución, un instrumento liberal que odió hasta el final de sus días, y que intentó derribar mediante sucesivos golpes que la llevaron al exilio e incluso a usar a su hijo, el infante Don Miguel, para procurar restablecer el absolutismo, que -como ella creía- era el orden natural de las cosas. “Carlota Joaquina no es una mujer fácil de entender. Comprenderla, descifrar el enigma de su personalidad fue algo imposible para sus contemporáneos, de allí el repudio natural que recibió de parte de los miembros de la sociedad, que despreciaban la inquietud y la curiosidad de las mujeres”, observa Francisca. (C. Haag)
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