Los tubos de ensayo son herramientas esenciales en las investigaciones
de laboratorio. Pipetas y punteras pueden cuantificar medidas milimétricas
para el manipuleo de soluciones diversas. Y otros tantos universos pueden esconderse por detrás de la faceta científica de estos pequeños recipientes.
Cuando quien los manipula es Anita Colli, estos tres materiales se transforman en objetos de arte. En su investigación sobre volumetrías producidas con materiales descartables, esta artista plástica descubrió que, ya sea en galerías de arte o en el living de casa, los artefactos provenientes de las áreas científicas también tienen su química.
Anita Colli es médica, profesión que ejerció desde 1965, cuando se graduó en la Universidad de São Paulo (USP). Se jubiló en 1998, y, en un primer momento, se dedicó a los talleres de pintura. Realizó retratos y pinturas abstractas, pero descubrió que tenía más afinidad con el plano tridimensional.
Sus primeros collages los hizo con los materiales que encontró en su casa, en 2010. La artista guarda en su colección trabajos producidos con piezas de cocinas, de controles remotos, carreteles de hilo y válvulas de gas, que recibieron un tratamiento monocromático con spray en tonos de rojo, verde
y gris. Debido a su parecido con robots, Walter, el marido de Anita, les puso un mote cariñoso: les dice “máquinas mortíferas”.
Anita prosiguió su investigación con piezas elaboradas con corchos de botellas de vino, cables y otras chatarras extraídas de aparatos tecnológicos. Hasta que, por último, llegó a los materiales translúcidos de laboratorio, en general de plástico, con detalles en rojo, verde y azul. La yuxtaposición o el encadenamiento de estos objetos, siempre sobre uno o dos ejes, dan origen a formas que transitan entre lo orgánico y lo geométrico. Son trabajos que cargan una herencia constructivista. O como escribió Waldo Bravo, el curador de su última exposición, realizada en la galería de Unimed Paulistana: “una opción por el pensamiento concreto y racional basada en la aglutinación de objetos multiplicados”.
Para Bravo, al multiplicarse las piezas de laboratorio en el trabajo de Colli, “se multiplican también sus sentidos y sus significados”. Anita tiene cinco series principales. Girolos, con piezas en general fijadas sobre un único eje; Anelídeos, elaboradas a partir de objetos con formas redondeadas encajados unos en otros; Cirandas, con tubos articulados en dos ejes que forman círculos; Labirintos, en general hechos con punteras encajadas en un soporte fijo; y Tramas, que parecen persianas.
La idea inicial de la artista, tal como ella misma comenta, era “retirarle a esos objetos sus funciones cotidianas, darles una nueva significación”. Pero no se imaginaba cuál sería el resultado de su investigación, y sigue sorprendiéndose todavía con las asociaciones que hacen los que entran en contacto con su obra.
En general, dichas asociaciones apuntan figuraciones orgánicas. “Fueron años trabajando con medicina; seguramente ese imaginario ha quedado en mí”, dice.
Aunque están hechas partiendo de volúmenes geométricos, las composiciones pueden formar imágenes similares a amebas, por ejemplo. O remitir a osamentas. O incluso representar secuencias de ADN. Son asociaciones que, según el análisis de Bravo, en algún punto evocan el trabajo de la brasileña Lygia Clark (1920-1988), la artista que a partir de los años 1960 se dedicó a su famosa serie Bichos.
Bravo explica que los bichos de Clark también estaban elaborados a partir de figuras geométricas articuladas, pero en metal. El curador identificó también un punto en común con el trabajo del norteamericano Alexander Calder (1898-1976), muy conocido por sus móviles. La mayor parte de los trabajos de Colli puede colgarse y moverse al calor del viento. En la exposición Transformações, los objetos fueron dispuestos también en soportes similares a mesas. Todos podía manipulárselos, así el público podía también reinventar, a su modo, las formas que permitía cada composición.
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