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ENTREVISTA

Francis Wolff: El paso por el trópico

El filósofo francés recuerda la época en que ejerció la docencia en la USP y dice que su oficio se alimenta del diálogo

Wolff en la Ciudad Universitaria de la USP, en agosto

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

Profesor emérito jubilado de la Escuela Normal Superior de París, el filósofo francés Francis Wolff mantiene un antiguo vínculo con Brasil. A principios de la década de 1980, dictó clases en la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (FFLCH-USP), y fue el último docente de la cátedra patrocinada por el gobierno francés en la institución desde la década de 1930.

A sus 74 años, Wolff es considerado uno de los grandes especialistas del pensamiento de Aristóteles (384 a. C.- 322 a. C.) pero, sobre todo en las últimas dos décadas, ha desplazado su mirada hacia el mundo contemporáneo. En Brasil ha publicado, entre otros títulos, Nossa humanidade – De Aristóteles às neurociências (2013) [Nuestra humanidad. De Aristóteles a la neurociencia] y Em defesa do universal – Para fundar o humanismo (2021) [En defensa de lo universal. Para fundar el humanismo], ambos por Editora Unesp, y Não existe amor perfeito (Edições Sesc, 2018) [No existe amor perfecto].

En agosto, por iniciativa del Departamento de Filosofía de la USP, Wolff visitó la FFLCH para participar de un evento en honor a su obra y de la presentación del libro A vingança do bom selvagem e outros ensaios [La revancha del buen salvaje y otros ensayos] (Editora Unesp, 2024), del filósofo francés Gérard Lebrun (1930-1999). En la ocasión, accedió a conversar con Pesquisa FAPESP.

¿Por qué vino a vivir a Brasil en la década de 1980?
Mi carrera académica en Francia no estaba desarrollándose como me hubiera gustado. En 1974 obtuve mi agrégation [el equivalente a una licenciatura] en filosofía en la Escuela Normal Superior y me nombraron profesor en una escuela de formación docente del norte de Francia. Recuerdo que conducía por carreteras heladas para supervisar a mis pasantes de educación primaria a quienes les daba clases de filosofía de la educación y psicopedagogía. Sin embargo, mi anhelo era trabajar en historia de la filosofía antigua. En 1979 recibí una llamada telefónica de un excompañero de la facultad que había sido nombrado como agregado cultural de Francia en Brasil. Me recomendó que me presentara para cubrir un cargo en epistemología en la nueva carrera de filosofía de la Universidad de Campinas [Unicamp]. Me pidió que me ponga en contacto con Gérard Lebrun, quien estaba dando clase en esa institución. Lebrun estaba en París para entrevistar a algunos postulantes y nos encontramos en una cafetería. Dos meses después me informaron que había conseguido el puesto y llegué a Brasil en octubre de 1980 con mi esposa, mi hijo y un piano. En 1979, Lebrun había abandonado la cátedra de filosofía subvencionada por el gobierno francés en la USP, tras haberla ocupado durante seis años, para asumir como docente en la Unicamp. El puesto quedó vacante y yo me postulé. En febrero de 1981 empecé a dar clases en la USP como historiador de filosofía antigua. Mi objetivo en la cátedra era ofrecerles a los alumnos una formación más clásica en el sentido de comprensión de los textos y también afianzar el programa de posgrado.

¿Qué edad tenía entonces?
Tenía 30 años. Era un joven profesor que quería salir momentáneamente de Francia para conocer otras realidades. Por cierto, la juventud era una característica de los miembros de la cátedra de filosofía, creada por la misión francesa en la USP en 1934. Su primer profesor, el filósofo Jean Maugüé [1904-1990], también tenía 30 años cuando arribó a Brasil. Lebrun, quien estuvo al frente de la cátedra en dos oportunidades [1960-1966 y 1973-1979], tenía la misma edad en la década de 1960. Muchos filósofos pasaron por la cátedra, entre ellos Claude Lévi-Strauss [1908-2009], Gilles-Gaston Granger [1920-2016] y Michel Foucault [1926-1984], quien, a propósito, tan solo permaneció un mes en el cargo como profesor visitante.

Llegué a Brasil en 1980, justo después de la amnistía, y en la USP se discutía cómo el país pasaría de una dictadura militar a la democracia

Usted fue el último profesor que ocupó la cátedra francesa. ¿Por qué se terminó?
El Ministerio de Relaciones Exteriores francés resolvió disolver la cátedra en forma abrupta, sin avisarle a nadie. En aquel momento, algunos docentes de la USP como Marilena Chaui y de otras universidades paulistas se organizaron contra esa idea. Incluso salió un reportaje en televisión al respecto, pero todo fue en vano. Mi permanencia en la cátedra iba a ser por seis años, pero fueron unos cuatro. Regresé a Francia a finales de 1984 y asumí como profesor en la Universidad de Aix-Marseille. No obstante, mantuve los lazos con la USP. Hasta mediados de la década de 1990 solía venir regularmente para impartir seminarios y dar clases en el posgrado del Departamento de Filosofía.

¿Le costó adaptarse al ambiente académico brasileño?
No. Foucault decía que el departamento de filosofía de la USP era un “departamento francés de ultramar”. Prácticamente todos mis colegas hablaban francés, habían cursado el doctorado en Francia. Además, las dos terceras partes de la biblioteca del departamento de filosofía estaban en francés, ya que el gobierno de Francia había colaborado trayendo varios libros por barco durante décadas. Dentro del cuerpo docente, la excepción eran los filósofos de la ciencia que se habían formado en Estados Unidos. Yo aprendí portugués, al contrario de algunos de mis antecesores. José Arthur Giannotti [1930-2021], quien fue profesor de la USP, solía decir que Lebrun comenzaba sus clases en portugués, pero los alumnos le pedían que continuara haciéndolo en francés para poder entender los contenidos. Enseñar filosofía en una lengua que no es la nuestra es una experiencia tan desconcertante como enriquecedora, especialmente para la claridad que nosotros, como filósofos, necesitamos para pensar. Al principio me sentía desvalido e incluso estúpido, ya que la filosofía exige un vocabulario preciso y una sintaxis sutil. Pero el trabajo de traducir los conceptos me permitió aprender mejor lo que quería decir, lo que quería pensar, me ayudó a eliminar los juegos de palabras que podían sonar magníficos en mi lengua, pero resultaban engañosos en una lengua extranjera.

En Francia estaba más cerca de la epistemología y en la USP se inclinó al estudio de la filosofía política. ¿Qué fue lo que ocurrió?
Llegué a Brasil justo después de la amnistía. Se vivía un clima de apertura política. En los pasillos y en las aulas de la USP se discutía cómo sería la transición del país de una dictadura militar a la democracia. Mi formación no era de filosofía política, que en aquella época en Francia era impartida por los docentes más reaccionarios, especialmente la filosofía clásica, de autores como Rousseau [1712-1778] y Montesquieu [1689-1755]. Los progresistas, como era mi caso, estábamos vinculados a la filosofía de la ciencia, a la epistemología, a la historia del saber, con una fuerte influencia del marxismo. Pero la gran cuestión en el Brasil de esa época era la democracia, cuáles serían sus condiciones institucionales, sociales, jurídicas, culturales e históricas. Esas fueron las preguntas que aprendí a plantearme aquí a través de la historia de la filosofía. Comencé a enseñarles a mis alumnos sobre los pensadores de la democracia, como Pitágoras y los sofistas, y algunos aspectos de la política de Aristóteles. Y viví con gran entusiasmo, junto con algunos de mis colegas, las masivas manifestaciones populares de principios de los años 1980 por la vuelta de la democracia, como las ¡Directas Ya!

¿Qué opina del avance actual de la extrema derecha en el mundo?
Lo vivo con preocupación, pero sin perder las esperanzas. Entre las décadas de 1970 y 1990 vivimos un proceso de redemocratización en varias partes del mundo, a ejemplo de los países de América Latina y también en Grecia, Portugal y España. En la actualidad estamos asistiendo a un movimiento contrario. Existe esta tendencia nacionalista y autoritaria en países como Inglaterra, Alemania y Francia, pero creo que en el caso de Europa, la Unión Europea será capaz de preservar al continente del avance de los movimientos nacionales populistas. La Unión Europea está lejos de ser perfecta, pero es una especie de lo que yo llamo “cosmopolitismo” a escala regional. En mi libro Três utopias contemporâneas [Editora Unesp, 2018], sostengo que necesitamos forjar un internacionalismo compatible con la diversidad de la humanidad. Espero que la construcción de espacios regionales pueda sobreponerse a los nacionalismos y a las tendencias autocentradas en otras partes del mundo, con un Estado de Derecho que respete las libertades individuales y sea responsable de la protección social. La idea de nación es una creación ideológica nefasta y creo que el camino que ha de seguir el mundo es la federalización.

¿La filosofía goza de un buen presente en Francia?
Sí, aunque algunos sostienen que la edad de oro de la filosofía francesa fueron las décadas de 1960 y 1970. Yo veo que la formación de los profesores y la variedad de temas que hoy en día se analizan son superiores a los de aquella época. Uno de los motivos para ello es que los estudios de posgrado se han vuelto obligatorios en cualquier formación universitaria. Este posgrado se financia a través de becas de estudio, cuyos montos necesitan mejorarse, pero este beneficio no existía en mi país antes de la década de 1990. Hoy en día se defienden casi 2.000 tesis de filosofía por año en Francia y esto ha dado lugar a la creación de nuevas materias, más acordes con el mundo contemporáneo, tales como la ética de género y la filosofía de las ciencias cognitivas. Suelo decirles a los jóvenes que la filosofía requiere paciencia, rigor y una mente abierta. Es importante leer ampliamente, no solo los clásicos de nuestro campo, sino también obras de otras áreas, como las artes, ya que esto enriquece la reflexión filosófica. Además, es fundamental participar en discusiones y debates filosóficos, ya sea en un ambiente académico o informal. La filosofía se alimenta del intercambio de ideas, del diálogo. Y, por último, hay que tener en mente que la filosofía es una práctica de vida, no solo una disciplina académica. Nos ayuda a cuestionar, a comprender y a movernos en este complejo mundo nuestro.

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