Es difícil pensar en la selva amazónica y no imaginarse una vasta inmensidad verde. Sin embargo, alberga mucho más de lo que se ve desde el cielo. Grandes figuras geométricas ocultas por las copas de los árboles están siendo identificadas mediante el uso de tecnología óptica lídar (detección de luz y medición de distancia), tal como quedó demostrado en un artículo científico publicado en la revista Science. Nuevos indicios hallados en septiembre sugieren que la tierra negra amazónica o tierra negra indígena [por su denominación original en portugués terra preta de índio], por lo general también considerada obra de pueblos precolombinos, sería fruto de una labor intencional, y no de del azar, según un artículo publicado en la revista Science Advances.
Investigaciones realizadas en las últimas tres décadas indican que Brasil ya estaba ampliamente habitado, incluso en la región amazónica, antes de la llegada de los colonizadores portugueses en 1500. La escala de esta ocupación amazónica ahora crece, a la luz del relevamiento realizado con el dispositivo acoplado a un dron o a bordo de un vehículo aéreo, que emite miles de pulsos láser por segundo y, con cada uno de ellos, efectúa una medición de distancias. “Es casi como una radiografía”, explica el geógrafo Vinicius Peripato, estudiante doctoral en el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe) y autor principal del estudio firmado por 230 investigadores.
En zonas ahora deforestadas del sector occidental de la Amazonia pueden observarse desde el cielo enormes figuras geométricas formadas por zanjas excavadas en el suelo: los geoglifos. Desde la década de 2000, con la herramienta Google Earth, son visibles mediante imágenes obtenidas vía satélite. “Se han podido identificar cientos de estas estructuras, principalmente en la Amazonia occidental”, comenta el biólogo Luiz Aragão, jefe de la División de Observación de la Tierra y Geoinformática del Inpe, director de tesis de Peripato y coordinador del artículo publicado en la revista Science.
Excavaciones realizadas por arqueólogos en los últimos 20 años demostraron que las marcas geométricas fueron sitios de importancia religiosa (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 186). Peripato y sus colegas conocían la existencia de estos vestigios de ocupación humana y supusieron que podría haber más debajo del dosel de la selva. “Pruebas anteriores indicaron la posible existencia de estas estructuras, pero nada muy preciso”, explica.
Entonces desarrollaron un método virtual para eliminar la selva y mejorar la detección de las características del relieve: los datos de teledetección del sistema lídar no tenían aún una resolución acorde para realizar observaciones arqueológicas. El equipo escaneó 5.315 kilómetros cuadrados (km2) de la Amazonia, lo que equivale al 0,08 % de la selva. “Y funcionó, afortunadamente encontramos 24 estructuras hasta entonces desconocidas”, celebra Peripato.
Entusiasmado por estos hallazgos, el investigador ideó un modelo matemático para estimar cuántos serían y dónde estarían otros geoglifos similares en el territorio, teniendo en cuenta una serie de variables aún desconocidas. Para ello, cotejó los datos proporcionados por el sensor lídar con la información de otras 937 estructuras arqueológicas conocidas y, con este modelo, calculó que existirían al menos 10.272 estructuras precolombinas aún no descubiertas, que en toda la selva – un territorio de 6.700 km2 – podrían llegar a ser hasta 23.648. La distribución de 53 especies de plantas domesticadas, utilizadas como alimento, fue catalogada en inventarios forestales previos y podría servir como indicio de la existencia de las estructuras arqueológicas en la inmensidad de la Amazonia.
“Fue una tarea que, para poder llevarse a cabo, requirió la conformación de un equipo multidisciplinario y el uso de tecnología de punta”, explica Aragão. La datación de los geoglifos aún no descubiertos fue estimada con base en la literatura arqueológica existente, pero solo podrá confirmarse cuando se realicen excavaciones y se recoja material para su análisis.
“Este es un artículo importante que confirma algo que los arqueólogos venían afirmando hace años: en el pasado había mucha gente viviendo en la Amazonia”, comenta el arqueólogo Eduardo Góes Neves, del Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad de São Paulo (MAE-USP). “Esos pueblos vivían allí e incluso modificaban la selva”, sostiene. Los indicios de la presencia humana en la región datan de hace unos 12.000 años. Para algunos de los expertos, la Amazonia es un patrimonio biocultural sometido tanto a la influencia de la propia naturaleza como de las personas que han vivido y aún viven allí.
Góes Neves dice que gran parte de los geoglifos que aún se conservan se encuentran en tierras bajo protección ambiental, ocupadas por indígenas. “Son los indígenas quienes preservan las estructuras en medio del avance de las explotaciones agropecuarias y de la destrucción a la que está siendo sometida la Amazonia”, reflexiona. En su opinión, la presencia indígena es muy antigua y ha contribuido a la creación de los biomas existentes en el país. “Su legado histórico es inseparable de la propia historia de Brasil”.
La tierra negra presente en diversos puntos de la Amazonia constituye otro indicio de la actividad agrícola que se registra en torno a los geoglifos y que ha contribuido a la formación de los biomas. Compuesta por restos de alimentos como mandioca y pescado, cenizas y otros restos orgánicos de la selva, es rica en nutrientes, tales como fósforo, calcio, magnesio y nitrógeno, esenciales para el cultivo de alimentos.
“Cuando se comenzó a estudiar la tierra negra, fue una revolución en la arqueología amazónica: aportó evidencias de la existencia de poblaciones numerosas en este territorio, porque para que se forme ese material, es necesario que haya mucha gente viviendo durante un largo tiempo en un mismo lugar”, dice la arqueóloga británica Jennifer Watling, del Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad de São Paulo (MAE-USP), coautora del artículo. Antes de estas investigaciones, el consenso general indicaba que la selva amazónica no podía cobijar una población muy densa debido a la falta de suelo fértil, comenta. “La tierra negra amazónica demuestra que puede brindarse sustento a muchas personas sin necesidad de destruir la selva”.
El equipo recogió más de 3.600 muestras de suelo de cuatro yacimientos arqueológicos, dos aldeas históricas, una aldea moderna del Alto Xingú llamada Kuikuro II y algunas muestras del Alto Tapajós y de Serra dos Carajás. Los análisis revelaron que las muestras más antiguas tienen más de 5.000 años.
La datación de las tierras negras amazónicas es una de las principales controversias de los estudios recientes con este tipo de suelo. En 2021, un artículo publicado en la revista Nature Communications puso en entredicho el origen antrópico de las tierras negras. “A juzgar por un análisis elemental, la fecha no coincide con la presencia del ser humano en la Amazonia”, dice el ingeniero agrónomo y ambiental Rodrigo Studart Corrêa, experto en recuperación de suelos e investigador de la Universidad de Brasilia (UnB), Según el estudio que llevó a cabo Studart Corrêa, el cultivo de la tierra en la Amazonia se remonta a menos de 4.500 años atrás, aunque hay indicios arqueológicos que apuntan a prácticas de cultivo en la región hace 9.000 años.
Para el grupo del ingeniero agrónomo, la tierra negra que ellos estudiaron se habría originado a partir de sedimentos de la cordillera de los Andes. “Es material de origen fluvial depositado en los meandros de los ríos”, sostiene Studart Corrêa. Según sostiene, con base en el análisis de isótopos de estroncio y otros elementos químicos, parte de la composición de las muestras no procede de materia orgánica. “El gran misterio son los fragmentos de cerámica hallados en estas tierras, pero ello podría indicar que eran utilizadas para enterrar a los muertos, tal vez porque eran más fáciles de excavar”, especula.
Sin embargo, Watling y el geógrafo y arqueólogo Morgan Schmidt, del Laboratorio de Estudios Interdisciplinarios en Arqueología de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC) consideran que sus resultados refutan esta interpretación de una formación accidental de la tierra negra por las comunidades locales. Los investigadores realizaron entrevistas con los lugareños, observaron la vida cotidiana en las aldeas y vieron que ellos depositaban restos de pescado y mandioca en contenedores de residuos de hasta 60 centímetros de altura. “La mayor parte de la tierra negra se forma en las zonas de desechado, como si fuera un compostaje”, dice Watling. “Mezclan la materia orgánica con ceniza y carbón para formar un abono fértil y lo esparcen en las áreas de cultivo.”
Las tierras negras son ricas en carbono pirogénico, también llamado carbón vegetal o biochar, procedente de la quema de materia orgánica y nutritivo para las plantas. El estudio publicado en Sciences Advances reveló concentraciones de carbono dos veces mayores en las zonas habitadas en comparación con las que estaban menos ocupadas. Esto se debe a que los indígenas emplean cenizas de sus hogueras domésticas para la producción de tierra negra, según Schmidt, quien desde hace más de dos décadas estudia las prácticas agrícolas de los pueblos amazónicos.
Otra ventaja de este tipo de suelo reside en que secuestra y almacena el carbono de la atmósfera. Las mediciones registraron unas 4.500 toneladas de este elemento en uno de los yacimientos arqueológicos, mientras que en las aldeas modernas hay 110 toneladas. Esto demuestra cómo ha perdurado y se ha ido acumulando el carbono a lo largo del tiempo. Pero el cambio climático es un aspecto preocupante: “El carbono puede descomponerse más rápido debido al calentamiento del suelo”, explica Schmidt. “También hemos notado que cuando se deforesta una zona de tierra negra y cultivo, el material orgánico del suelo se pierde y retorna a la atmósfera”, señala.
La crisis climática también puede llegar a afectar los hábitos de consumo de las poblaciones indígenas que, hoy en día, todavía producen tierra negra en sus territorios. “Esta tierra se crea merced a una forma de utilización y manejo del espacio doméstico muy particular, que incluye el desechado de restos de alimentos tradicionales como la mandioca”, dice Watling. “Si ellos dejan de plantar y consumir estos alimentos, no sabemos si la tierra negra seguirá formándose de la misma manera”.
Proyectos
1. La transición hacia la sostenibilidad y el nexo agua-agricultura-energía. Exploración de un abordaje integrador con casos de estudio en los biomas Cerrado y Caatinga (nº 17/22269-2); Modalidad Proyecto Temático; Programa FAPESP de Investigaciones sobre Cambios Climáticos Globales (PFPMCG); Investigador responsable Jean Pierre Ometto (Inpe); Inversión R$ 3.414.563,06.
2. Modelado decenal de las emisiones brutas de carbono derivadas de incendios forestales en la Amazonia (nº 18/14423-4); Modalidad Beca posdoctoral; Investigadora responsable Luciana Vanni Gatti (Inpe); Becario Henrique Luis Godinho Cassol; Inversión R$ 664.726,13.
3. Exploración del riesgo de expansión de las sabanas en América del Sur Tropical bajo los efectos del cambio climático (nº 16/25086-3); Modalidad Beca posdoctoral; Investigador responsable Rafael Silva Oliveira (Unicamp); Becario Bernardo Monteiro Flores; Inversión R$ 287.363,70.
Artículos científicos
PERIPATO, V. et al. More than 10,000 pre-Columbian earthworks are still hidden throughout Amazonia. Science. Online. 06 oct. 2023.
LEVIS, C. et al. How People Domesticated Amazonian Forests. Frontiers in Ecology and Evolution. Online. 17 ene. 2018.
SCHMIDT, M. J. et al. Intentional creation of carbon-rich dark earth soils in the Amazon. Science Advances. Online. 20 sep. 2023.
SILVA, L. C. R. et al. A new hypothesis for the origin of Amazonian Dark Earths. Nature Communications. 4 ene. 2021.