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Indagaciones para un nuevo humanismo

El imperativo de la ética en un mundo pragmático

En la década de 1930 se abre en la historia de Brasil un ciclo de estudios abocado a nuestra formación, incluyéndose en éste aquellos rasgos propios de la formación cultural portuguesa y que continúan siendo esenciales para la interpretación de la formación de la cultura brasileña.Son innumerables las obras que incluyen en su propio título el término formación, y todas ellas constituyen hasta la fecha lecturas indispensables para el estudio y el entendimiento de la historia y la sociedad brasileña. En orden cronológico, son las siguientes:Casa Grande&Senzala: Formação da Família Patriarcal Brasileira (1933), de Gilberto Freyre;Formação do Brasil Contemporâneo (1942), de Caio Prado Jr.;Formação Histórica de São Paulo (De Comunidade a Metrópole) (1954), de Richard Morse;Formação da Literatura Brasileira (1957), de Antonio Cândido;Formação Econômica do Brasil (1958), de Celso Furtado;Os Donos do Poder: Formação do Patriarcado Nacional (1959), de Raimundo Faoro;Formação Histórica do Brasil (1962), de Nelson Wernek Sodré;Formação Política do Brasil (1967), de Paula Beiguelman; yA Formação do Federalismo no Brasil (1961), de Oliveira Torres.

Desde diferentes puntos de vista, este esfuerzo intelectual de “ajuste de cuentas” con el pasado, resultó positivo en algunos casos, y en otros, fue atropellado por las transformaciones mundiales que, gestadas en y por la Segunda Gran Guerra, florecieron durante el largo período de la Guerra Fría y terminaron por hacer irrupción con la caída del muro de Berlín, al final de los años 80.

II
El nuevo orden de la economía mundial, bajo la égida neoliberal de la globalización, impone a los países la apertura total de sus fronteras, para hacer efectivo el libre tránsito de las unidades de capital.A partir de los años 90, los vientos de cambio descascararon desde afuera las puertas y las ventanas en Brasil, aquéllas que se pretendían cerradas hacia adentro: la apertura de la economía a las importaciones, la estabilización de la moneda, con la creación del Real, y el estímulo al ingreso de inversiones llevan definitivamente al país a las condiciones de plataforma de producción en el escenario globalizado de las relaciones del capital.

El esfuerzo pasa entonces a consistir en superar todo el legado de los problemas sociales que han ido acumulándose a lo largo de nuestra historia. Duros desafíos. No solamente debido a la urgencia y a las dificultades para modificar las estructuras institucionales, sino también por las enormes diferencias características de la sociedad brasileña, y por el alto costo social que requiere la adecuación delpaís a ese nuevo orden.

En la base de toda esa construcción se encuentra la tecnología, particularmente las tecnologías de la información, y esto revierte incluso el rol del conocimiento en el proceso de producción. El binomio capital-trabajo es reemplazado por la tríada capital-trabajo-conocimiento, que hace hincapié en un nuevo concepto: el del conocimiento útil.De esta manera, se converge hacia un mundo globalizado, cuya esencia filosófica es la del pragmatismo, y el reto de esta pragmática mundializada consiste en que nosotros hagamos que se torne ética y social, especialmente aquéllos que, por ser humanistas, creemos en la universalidad del hombre y en que debemos convivir con la globalidad de la máquina y su protagonista más espectacular: la computadora personal, y sus acciones de informatización en el cuadro general de las tecnologías de la información.

La computadora es la máquina universal que emula al hombre. La universalidad del hombre impone la oposición con lo local y lo regional, y funda el propio concepto de nacionalidad y de diferencias culturales entre naciones. La universalidad de la máquina funda la globalidad de los patrones culturales y anula las diferencias nacionales, creando la utopía aséptica de la igualdad de oportunidades, por la vía de la democratización del acceso a la información.Brasil aspiró a integrar el concierto de las naciones desde la Abolición de la Esclavitud y la Proclamación de la República.

Fue país del Tercer Mundo, país subdesarrollado, país en desarrollo y actualmente se perfila entre aquéllos a los que se denomina como países de economía emergente. Pero para emerger efectivamente, necesita resolver los problemas sociales que perduran y jugar a la altura de la competitividad que el ajedrez de las relaciones globalizadas impone.Del país informado por medio de las nuevas tecnologías se espera la formación de un Brasil que salde sus deudas con su pasado monárquico y colonial, preparado para los ajustes finos de sus estructuras institucionales y culturales, sintonizadas entonces sí con el conocimiento, la educación, las artes, la ciencia, la tecnología, la ética y la justicia social.Debemos abocar nuestra atención sobre ese amplio fenómeno de cambios.

III
En un mundo con una economía globalizada, con un pragmatismo financiero a toda prueba, con un finalismo utilitarista sin precedentes, y con una violencia urbana y una urbanización de la violencia poco comunes, ¿cabe aún la oposición -presente en varios idiomas, y que se remonta a la antigüedad clásica- entre ciudad (civitas, pólis ) y campo (rus, silva ) como topónimos evocativos de lo civilizado y pulido, en oposición a lo rústico e inculto?Podemos todavía creer, junto a Fernando de Azevedo (A Cultura Brasileira , 6ª edición, 1996), quien, siguiendo la distinción de Humboldt entre cultura y civilización, ve en la primera una especie de voluntad schopenhaueriana de la sociedad por preservar su existencia y asegurar su progreso, no sólo para la satisfacción de las exigencias de su vida material, sino sobre todo y fundamentalmente para la satisfacción de sus necesidades espirituales.

Como escribe el autor, “la cultura, […], en ese sentido restricto, y en todas sus manifestaciones filosóficas y científicas, artísticas y literarias, y por ser un esfuerzo de creación, de crítica y de perfeccionamiento, como así también de difusión y de realización de ideales y valores espirituales, constituye la función más noble y más fecunda de la sociedad, como la expresión más alta y más pura de la civilización”. (p. 34)En otras palabras: ¿es posible pensar efectivamente en un nuevo humanismo, ya que tantos hablan de un nuevo renacimiento, vinculado a los descubrimientos de la tecnología y con la economía globalizada, tal como el primero estuvo vinculado a los descubrimientos geográficos, a la internacionalización del comercio y a los progresos orgánicos de las ciencias, las artes y las humanidades?

Pese a los estudios de Walter Benjamin, ¿es posible continuar creyendo que la alianza entre la cultura y la civilización, a la que los pueblos latinos denominaron humanismo, retomará su vigor explicativo y la fuerza eficaz de su poder positivo de transformación, de desarrollo y de perfeccionamiento de la sociedad?¿Es posible continuar concibiendo tal equilibrio armónico, tan caro a los humanistas, entre los elementos de la tradición nacional y los de la tradición humana, es decir, entre las culturas nacionales y la universalidad de la cultura?

¿Es posible evitar efectivamente un antagonismo de valores, de manera tal que no se sobrepongan sobre los valores humanos y universales los valores particulares y nacionales? ¿Y los nacionalismos, de izquierda y de derecha? ¿Y las guerras étnicas y religiosas, que persisten en medio a la más fantástica transnacionalización de la economía y de los patrones de comportamiento social? ¿Y la violencia gratuita y descontrolada de las ciudades, de la ficción y de la realidad, de las calles, del cine y de la televisión?

IV
Alison Wolf, profesor de educación de la Universidad de Londres, en el libroDoes Education Matter? Myths about Education and Economic Growth (“¿La Educación Importa? Mitos sobre la Educación y el Crecimiento Económico”), a propósito del sistema educativo británico, llama la atención acerca del riesgo de abordar esa cuestión únicamente desde el punto de vista cuantitativo y dentro de una lógica de causalidad simplista entre educación y crecimiento económico.

Sin propósitos culturales, morales e intelectuales, la educación pierde su carácter civilizatorio y se reduce a un mero recurso de ocasión, e incluso de oportunismo social en la competencia desenfrenada por ocupar plazas en el mercado.Para mitigar ese aspecto utilitarista de la cultura y de la educación, es necesario aumentar la oferta de trabajo y reducir así las consecuencias perversamente sistemáticas de las economías globalizadas, en lo que se refiere a la distribución de ingresos y a la justicia social.Para países como Brasil, aún en situación de emergencia, el problema se agrava, debido entre otras cosas al bajo índice de producción tecnológica e innovación competitiva en los mercados internacionales, y por la falta de agregación de conocimiento y valor de la mayoría de nuestros productos de exportación.

De esta manera, nos urge más que nunca, a todos los actores sociales ligados a la educación y a la producción científica y tecnológica, a los gobiernos, a las instituciones de enseñanza y de investigación, a las instituciones de fomento y a la sociedad civil como un todo, trabajar en pro de la universalización del acceso al conocimiento, formulando propuestas eficaces y soluciones, en número y en calidad, para aquélla que es la expresión más grave de la alta concentración de la riqueza y también de la propagación globalizada de la pobreza material y la desesperación espiritual: la exclusión social.

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