BUENOUna tesis doctoral defendida a finales de 2008 proveyó datos inéditos y consistentes para un recurrente debate de la comunidad científica: la desventaja impuesta a los investigadores brasileños en el contexto de las publicaciones académicas por no dominar el inglés, el idioma consagrado de la ciencia, ni como lengua materna o tan siquiera como la segunda lengua del país. El estudio, obra de Sonia Maria Ramos de Vasconcelos, del Programa de Educación, Gestión y Difusión en Biociencias dependiente del Instituto de Bioquímica Médica de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), analizó diversos aspectos de la desventaja idiomática, pero llamó la atención especialmente por revelar una correspondencia estadística entre la productividad de los investigadores y su manejo del inglés escrito.
En 2005, Sonia Vasconcelos tuvo acceso a un banco de datos, cedido por el CNPq y derivado en parte de la Plataforma Lattes, con información sobre 51.223 investigadores brasileños, que abarcaba la producción científica en publicaciones nacionales e internacionales y el dominio de idiomas extranjeros. Los informes sobre la aptitud lingüística se basan en una autoevaluación que contempla cuatro habilidades –leer, hablar, entender y escribir–, cada cual clasificada en la Plataforma Lattes como “bien”, “razonablemente” o “escasa”. El siguiente paso fue analizar la relación entre la competencia para escribir en inglés con indicadores de producción científica de los investigadores registrados por el CNPq y por la Brasilian Science Indicators (BSI), que cuenta con información sobre autores brasileños en la base ISI Web of Knowledge entre 1945 y 2004. Se constató que los autores con poca o razonable habilidad escrita se concentraban en el pelotón de quienes menos publicaban, mientras que los más hábiles figuraban en mayor número entre los más productivos.
Entre los que habían publicado uno o dos artículos en periódicos internacionales en inglés durante el períodos entre 2001 y 2004, el 53% declaró buen desempeño en el idioma escrito y apenas un 7,8% informó poseer poca competencia. En la franja de los que publicaron más de 50 papers, el 91,8% declaró total dominio –y ninguno afirmó tener poca habilidad en la lengua escrita. “Los investigadores con buena habilidad para escribir en inglés son considerablemente más productivos, en términos de publicación de artículos, comparados con los que declaran razonable o poca competencia”, afirma Sonia, quien desarrolló su tesina de maestría en literaturas de lengua inglesa y dicta cursos sobre comunicación científica en inglés para posgraduandos e investigadores desde hace al menos siete años. “Los datos sugieren que la habilidad volcada hacia la comunicación científica escrita de los científicos tiene un impacto en la visibilidad de la ciencia brasileña en periódicos internacionales de lengua inglesa”.
Sonia hizo el mismo entrecruzamiento de datos teniendo en cuenta las citas de los artículos. La correlación con la competencia lingüística se repitió. Finalmente, analizó el denominado índice h de los autores. Dicho índice combina productividad e impacto y se define como número “h” de trabajos que cuentan con al menos el número “h” de citas cada uno. Un investigador con índice h 30 es aquél que publicó 30 artículos científicos que recibieron, cada uno de ellos, al menos 30 citas en otros trabajos. Nuevamente, los índices h elevados se hallaban comúnmente entre investigadores con las mejores habilidades para la escritura del inglés.
En el muestreo de individuos estudiados, sólo 33% de los investigadores brasileños se declararon totalmente proficientes en las cuatro habilidades en idioma inglés. Como lo que interesaba era la capacidad de escritura, Sonia se circunscribió a este tipo de aptitud, dividido en la muestra de la siguiente manera: un 44,4% declaró escribir correctamente, un 35,2% en forma razonable y un 13% informó poca habilidad. La investigadora advierte, sin embargo, del sesgo subjetivo de los datos, toda vez que las informaciones se basan en una autoevaluación de los investigadores. Aun así, se trata de una evidencia valiosa, frente a la escasez de estudios sobre el tema. “Se trata del primer estudio que mide el impacto del dominio de la lengua franca de la ciencia sobre la productividad y la visibilidad científica en un país de América Latina”, comenta Jacqueline Leta, profesora de la UFRJ y directora, junto con la profesora Martha Sorenson, de la tesis de Sonia. Esa parte del estudio fue publicada durante el año pasado en la revista Embo Reports, del grupo Nature.
Una investigación con objetivos más genéricos, publicada en 2004, llegó a resultados similares. Jonathan Man, profesor de la Universidad de British Columbia, en Canadá, comparó datos de financiamiento para la investigación en distintos países, puntaje en el examen Toefl (Test of English as a Foreign Language) y productividad en importantes periódicos del rubro médico. Los países con promedio elevado de puntaje Toefl, tales como Holanda (616 puntos) y Dinamarca (606), publicaron proporcionalmente en mayor medida que otros como Suecia (589 puntos) y Japón (496 puntos). Estos últimos recibieron mayor financiación para investigación y desarrollo, pero presentaron un inferior desempeño en el Toefl. La marcada influencia de la variable lingüística en este estudio también fue observada para la producción científica de otros países, como es el caso de Corea. Con excepción de México, los países de América Latina no fueron evaluados en el estudio.
En 2004, todavía en la fase piloto de la investigación, Sonia Vasconcelos procuró identificar qué problemas específicos se encontrarían involucrados en la evaluación de un artículo científico escrito en un inglés deficiente. La intención era verificar hasta qué punto la barrera del idioma atrasaba la publicación de los artículos, debido a largos procesos de revisión y a la devolución del manuscrito al autor con dudas al respecto del texto –la más conocida desventaja de los investigadores brasileños en relación con los que manejan el inglés como lengua principal. Ella realizó una consulta por e-mail a 40 editores de publicaciones internacionales en diversas áreas del conocimiento, indagándoles sobre problemas lingüísticos en textos remitidos por investigadores que carecen del inglés como lengua materna. Los comentarios revelaron que los perjuicios eran más complejos que la mera tardanza en la publicación. “Empleo buena parte de mi tiempo en mi oficina editorial corrigiendo gramática y mejorando el trabajo de autores que no hablan en inglés. Se hace difícil encontrar buena ciencia en artículos mal escritos”, dijo Joan W. Benett, profesora de la Universidad Rutgers, en ese entonces editora de la revista Mycology y coeditora de Advances in Microbiology. La respuesta que llamó más la atención fue la de Robert McMeeking, editor del Journal of Applied Mechanics. “Todos los artículos escritos en bad english (mal inglés) son rechazados en el proceso de peer review (revisión por colegas) porque, si el inglés es defectuoso, el conocimiento no puede ser comprendido en el nivel requerido para su publicación”. Harold H. Kung, editor de la revista Applied Catalysis A, expresó que el 90% de los artículos escritos por investigadores que no cuentan con inglés como lengua materna son devueltos para revisión. “Y por lo menos el 50% requiere revisiones sustanciales”, afirmó. Graeme Bonham-Carter, editor de Computers & Geosciences, también confirmó el impacto de la barrera lingüística en el proceso de evaluación de artículos científicos. “No cabe ninguna duda que la lengua representa una barrera significativa para la publicación, y frecuentemente me siento mal en relación con ello. A veces el contenido científico es importante, pero el lenguaje es tan pobre que perjudica su comprensión”, dijo.
BUENOEl estudio de Sonia Vasconcelos tuvo repercusión en el ámbito académico. El proyecto de tesis fue premiado en 2007 por la Eugene Garfield Foundation en cooperación con la Chemical Heritage Foundation, por la originalidad de la propuesta y el potencial de contribución en el área de la cienciometría. Los resultados fueron debatidos en un reciente workshop de la Asociación Brasileña de Editores Científicos (Abec), realizado en Gramado (Rio Grande do Sul). “Todo el mundo consideraba que esa relación entre aptitud y productividad existía, pero el estudio contribuyó para fundamentarla concretamente. Nos hallamos fuera del ámbito de la lengua inglesa y el mundo científico y académico habla en inglés”, dice Benedito Barraviera, profesor de infectología de la Facultad de Medicina de Botucatu, en la Universidad Estadual Paulista (Unesp) y presidente de Abec. “La Capes debería exigir una relevancia mayor en los programas de posgrado en relación con la competencia de sus alumnos en ese idioma. Hasta hace algún tiempo se decía que el paradigma de la ciencia consistía en ‘publicación o pereza’. Ahora es otro. No alcanza con publicar, sino con publicar y ser citado en revistas relevantes. Y quien sólo publica en portugués no logra que se lo lea y mucho menos ser citado”, afirma Barraviera.
La bióloga Márcia Triunfol tiene reservas ante la asociación entre aptitud idiomática y productividad establecida en el estudio. “Si se tratase sólo de ese problema, sería resuelto con un buen asesoramiento de traducción”, afirma Márcia, quien trabajó como editora asistente de la revista Science y actualmente dirige una empresa de comunicación científica y viaja por el país realizando workshops que alientan a los investigadores a la escritura de trabajos científicos –en inglés. Su experiencia sugiere que el problema es más amplio. “Lo que percibo en los workshops es que a los investigadores brasileños les falta capacitación y conocimiento para comprender de que se trata un artículo científico y el tipo de abordaje modelado para la publicación en revistas internacionales”, pondera. “Un ejercicio que siempre propongo para mis alumnos es detectar la pregunta del artículo. Muchos no logran hacerlo. El problema, frecuentemente, es que el trabajo científico sólo está repitiendo algo que ya fue realizado. Observo que falta dominio del lenguaje científico, además de creatividad y osadía para producir aportes originales. Cuando se alcanza ese objetivo, acercarse a una oficina que realice una buena revisión del inglés es el menor de los problemas”.
Barraviera, de la Abec, concuerda con el diagnóstico. “Soy editor de una revista científica, y resulta común recibir artículos escritos por investigadores que no supieron planificar sus investigaciones ni ejecutar los experimentos y fallaron en la adopción de una metodología. El hecho de no saber tampoco escribir en inglés representa un detalle dentro de una cadena de problemas”, afirma Barraviera, cuya asociación organizó durante el año pasado un curso a distancia de metodología para estudiantes, “Recibimos más de mil inscripciones para 350 vacantes. Desafortunadamente, no contamos con recursos para repetir la experiencia éste año”, afirma.
Sonia Vasconcelos concuerda con que el papel desempeñado por la aptitud en inglés para la productividad académica en el país puede ser secundario. “Los datos presentados sólo revelan un factor que se muestra relevante en la producción académica de los investigadores. Eso no significa que sea determinante; existen otros innumerables factores ya conocidos, tales como el porcentaje del PBI invertido en investigación, la cantidad de doctores involucrados en investigación y desarrollo y la red de colaboraciones internacionales de los investigadores. Sin embargo, lo esencial no es el tamaño relativo del problema, sino el hecho de que exista y actualmente, Brasil carece de estrategias para combatirlo, contrariamente a lo que sucede en otros países”, afirma. Ella cita como ejemplo a China y Corea del Sur, que desarrollan agresivas políticas de incentivo a la enseñanza del idioma inglés –e incluso Estados Unidos. “Como líderes de la producción científica mundial, los norteamericanos mantienen la tradición de invertir en writing centers en innumerables universidades del país, poseen líneas de fomento exclusivas para servicios de edición del lenguaje y estimulan la utilización de oficinas editoriales instaladas en varios centros de investigación”, afirma.
El escenario lingüístico de Brasil ni tan siquiera de lejos enfrenta tales desafíos. La enseñanza del inglés en Brasil, sostiene Sonia, apunta básicamente al dominio del lenguaje cotidiano. Aunque haya varios proyectos dirigidos a la enseñanza del idioma para fines específicos, no existe un abordaje estratégico y amplio que atienda la demanda para la comunicación científica en lengua inglesa. El rol de la competencia lingüística para escribir ciencia en la formación de los investigadores brasileños es periférico, dice. En el plan de estudios de las universidades públicas del país, el foco, la mayoría de las veces es el desarrollo de habilidades de lectura en inglés, no así de escritura. “Todos sabemos que la habilidad de lectura en inglés resulta importantísima en el ámbito académico, pero, ¿y en lo que hace a la escritura científica? ¿Cómo formar jóvenes investigadores capaces de desarrollar su propia voz en la lengua franca de la ciencia?” En Brasil, y en buena parte de América Latina, las asignaturas de comunicación científica en inglés tampoco forman parte de la tradición de los programas de posgrado en ciencias. Además, no existen oficinas de edición de lenguaje establecidas en las instituciones de investigación brasileñas como para brindar soporte para la producción escrita de los investigadores.
En un artículo publicado en 2007 en la revista Embo Reports, Rogério Meneghini y Abel Packer, del Centro Latinoamericano y del Caribe de Información en Ciencias de la Salud (Bireme), relacionaron la cuestión del dominio de la escritura en inglés con el concepto de “ciencia perdida del Tercer Mundo”, establecido por W. Wayt Gibbs en 1995, para definir la investigación de interés regional realizada por investigadores de países periféricos que, con todo, permanece ignorada en los países centrales. Según la pareja de investigadores, es razonable suponer que parte de esa “ciencia perdida” sea producida por investigadores que prefieren publicar en su idioma materno en razón de la dificultad para escribir en el idioma de la ciencia. “Para un investigador, se tornó fundamental dominar el inglés. Sin ello, sufre limitaciones en su capacidad de trabajar, ya que no logra, por ejemplo, aportar en redes internacionales”, dice Packer, quien es director de Bireme.
Packer, no obstante, expresa recelo respecto de que no habrá comunicación científica fuera del idioma inglés. “Existen áreas del conocimiento cuyas tradiciones o características exigen que su divulgación sea realizada en otros idiomas y no hay nada erróneo en ello”, afirma, refiriéndose a las humanidades, las ciencias agrícolas, sociales, o de la salud, cuyos resultados pueden ser de impacto en la sociedad, pero acaban sin llegar a su público, que no presenta demasiada familiaridad con el inglés. “El multilingüismo es uno de los fenómenos complejos vinculados con la globalización y debe considerarse como una dimensión de la comunicación científica”, afirma Packer, quien critica la visión “autocrática” de las áreas duras del conocimiento y de las agencias, para las cuales, la visibilidad internacional, medida por factores de impacto, resulta más importante que el eventual impacto regional que un avance del conocimiento pueda promover. Él Hace mención de la biblioteca electrónica SciELO, administrada por Bireme y financiada por la FAPESP, que ha promovido publicaciones científicas en portugués al producir ediciones bilingües –o al menos recopilaciones de los mejores artículos en ambos idiomas.
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