Mariana ZanettiLabios, encías, nariz y paladar. En mayor o menor grado, todas estas estructuras faciales pueden verse afectadas por una de las malformaciones congénitas más frecuentes en el mundo: las fisuras labiales o labio leporino, del paladar o paladar hendido, o ambas. En conjunto, las tres variantes del problema, conocidas como fisuras labiopalatinas, afectan a entre uno de cada 500 y uno de cada 2.000 bebés, con unos 1.500 nuevos casos cada año en Brasil. Son más frecuentes en personas de origen asiático que en otras etnias y de dos a tres veces más comunes en niños que en niñas. El tratamiento comienza con cirugías para cerrar la hendidura, que idealmente se practican durante el primer año de vida, aunque no hay consenso al respecto de la edad más adecuada para la primera intervención. Y continúa hasta la adultez, con un seguimiento a cargo de cirujanos, odontólogos, fonoaudiólogos y otros especialistas.
Un estudio internacional publicado en agosto en la revista The New England Journal of Medicine (NEJM) ha hecho una importante contribución para definir el mejor momento para realizar la primera intervención quirúrgica cuando la hendidura afecta solamente al paladar (o techo de la boca, o bóveda palatina). En estos casos, cuanto antes mejor, sugiere el estudio, en el que participaron investigadores del Hospital de Rehabilitación de Anomalías Craneofaciales (HRAC) de la Universidad de São Paulo (USP) en su campus de Bauru. La realización de la primera cirugía reparadora a los 6 meses de edad se asoció a una menor incidencia de un trastorno del habla más adelante, a los 5 años, que si se aguarda hasta los 12 meses de vida para practicarla. En muchos centros, los médicos optan por postergarla debido a los riesgos asociados a la anestesia y a la posibilidad de que surjan complicaciones, tales como infecciones u obstrucción de las vías respiratorias.
“Estos resultados están siendo sometidos a debate en el hospital. Estamos evaluando la posibilidad de realizar la cirugía lo antes posible”, dice la fonoaudióloga Ana Paula Fukushiro, investigadora del HRAC y vicecoordinadora del estudio en Brasil. El hospital, vinculado al Sistema Único de Salud (SUS), es uno de los principales centros de tratamiento de fisuras labiopalatinas en el país y actualmente realiza la corrección de la bóveda palatina entre los 12 y los 18 meses. “Para el niño, la resolución del problema del habla representa una mayor calidad de vida y un menor padecimiento en su inserción social, lo que hace posible una disminución del acoso escolar”, explica.
En el trabajo que salió publicado en agosto, se seleccionó aleatoriamente a 558 niños atendidos en 23 centros especializados de Europa y Sudamérica para someterse a la cirugía de corrección de paladar hendido en uno de dos momentos: a 281 se les practicó la intervención quirúrgica a los 6 meses y a otros 277, a los 12 meses. Luego de ello, los investigadores realizaron un seguimiento de los participantes hasta el quinto año de vida, sometiéndolos de tanto en tanto a pruebas para medir su desempeño fonológico. No todos los niños operados completaron el ciclo de evaluación.
En ambos grupos, la gran mayoría (entre el 85 % y el 90 %) de los niños operados desarrollaron una capacidad plena de producción del habla. En particular, el sonido de las consonantes cuya pronunciación requiere de un aumento de la presión del aire en la cavidad bucal, como en los casos de la “p”, “b”, “t” y “d”, o incluso “f”, “v”, “s” y “z”, entre otras. Pero el porcentaje de los que no tenían ningún problema que dificultara la pronunciación de estas consonantes fue mayor en el grupo operado en forma temprana que en el tardío.
Al cumplir los 5 años, 461 niños realizaron un test para evaluar la llamada insuficiencia velofaríngea, resultado del cierre incompleto del paso del aire entre el velo del paladar y la parte posterior de la nariz, que provoca una pronunciación con sonido nasal de las sílabas con esas consonantes. De los 235 a los que se les practicó la cirugía a los 6 meses, solo 21 (el 9 %) seguían presentando insuficiencia velofaríngea. En el grupo operado a los 12 meses, fueron 34 (el 15 %) de los 226 niños, los que seguían presentando este trastorno a los 5 años. Aun así, el resultado obtenido con la cirugía tardía fue superior al de estudios anteriores, en los que el problema del habla persistía en alrededor del 30 % de los niños operados.
Una posible explicación de los buenos resultados actuales radica en la técnica quirúrgica elegida, empleada tanto en las cirugías realizadas a los 6 meses como a los 12 meses: la palatoplastía Sommerlad, adoptada en casi todos los participantes del estudio. La técnica, creada por el cirujano plástico australiano Brian Sommerlad, es más laboriosa y exige una mayor destreza del profesional que practica el procedimiento. En la misma, con la ayuda de un microscopio, el cirujano separa y reacomoda, haz por haz, los músculos del paladar blando, la parte posterior de la bóveda palatina o velo del paladar. Otro estudio realizado por investigadores del HRAC y publicado en septiembre en la revista Journal of Craniofacial Surgery, ratifica la superioridad de esta técnica por sobre otras dos en la reparación de las fisuras que afectan simultáneamente al labio y al paladar.
La corrección temprana de la malformación palatina también puede favorecer el desarrollo de la capacidad de pronunciar las primeras sílabas simples, formadas por una consonante y una vocal, por ejemplo, “ba”, “da” o “gu”, y a veces repetidas, como en “dadadadada”. Esta habilidad, sin función comunicativa, denominada balbuceo canónico, suele surgir entre los 7 y los 10 meses y constituye un hito en el desarrollo del lenguaje. Según el estudio publicado en NEJM, el 84 % de los bebés operados a los 6 meses de edad eran capaces de producir el balbuceo canónico a finales del primer año de vida, mientras que solamente ocurría lo mismo con el 64 % de los que habían sido sometidos a la cirugía a los 12 meses. “El cierre temprano del paladar proporciona al bebé una mayor capacidad de producir sus primeros sonidos y reduce las alteraciones del habla a largo plazo”, dice Fukushiro.
El tratamiento quirúrgico también les permite a los niños nacidos con fisura labiopalatina tener una calidad de vida comparable a la de los que no padecen esta malformación. Un trabajo de revisión realizado por investigadores de la Facultad de Medicina del ABC (FMABC)/Centro Universitario FMABC permitió combinar los datos de 14 estudios que compararon los indicadores psicológicos de calidad de vida entre dos grupos de niños y adolescentes: 1.558 sin fisura labiopalatina y 1.185 que nacieron con dicha malformación, posteriormente corregida mediante cirugías y otros tratamientos. Conforme con los resultados, publicados en septiembre en la revista BMC Oral Health, la calidad de vida del primer grupo no fue significativamente superior a la del segundo. “Los niños y adolescentes parecen adaptarse bien”, dice el investigador Erik Montagna, coautor del estudio. “Ello reafirma la importancia de practicar las intervenciones quirúrgicas lo antes posible, tal como recomiendan los protocolos internacionales”.
Quienes nacen con alguna de estas deformaciones se enfrentan a múltiples desafíos a la hora de llevar a cabo actividades tan triviales como comer o hablar. Las dificultades varían según el tipo y la gravedad de la fisura. La clasificación más utilizada por los especialistas separa la patología de acuerdo con las estructuras afectadas: labio, paladar o ambas, y cada uno de estos tipos corresponde a alrededor de un tercio de los casos (véase la infografía). Dado que alteran el aspecto del rostro, las fisuras que se limitan al labio suelen generar una preocupación estética y generalmente son resueltas mediante una cirugía entre los 3 y los 6 meses de edad. Sin embargo, pueden extenderse a las encías y alterar la alineación de los dientes, por lo que requieren tratamiento quirúrgico y odontológico.