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Historia

La compleja fórmula de la ciencia moderna

Un proyecto pretende discutir los tortuosos caminos de la especialización del saber científico

En la mesa de los antiguos “científicos”, junto a sus descubrimientos había poemas, músicas y encantamientos. Pero un día ellos resolvieron limpiar el escritorio y dejar sobre tan solamente la ciencia, que conquistó entonces su impronta: la especialización de los conocimientos. Los “curiosos” del pasado (romanos, griegos y árabes) cedieron su lugar a los profesionales de un campo particular del saber científico. Pero, al final ¿ganamos o perdimos con ello?

Esta compleja cuestión está siendo discutida por un grupo de investigadores vinculados al Centro Simão Mathias de Estudios en Historia de la Ciencia (Cesima), de la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP), en el marco del proyecto intitulado Las Complejas Transformaciones de la Materia: entre el Compósito del Saber Antiguo y la Especialización Moderna, coordinado por Ana Maria Alfonso-Goldfarb, con el apoyo de la FAPESP. El primer fruto de este estudio acaba de ser presentado, inaugurando una serie de publicaciones que reunirá 12 libros al final del proyecto: O Laboratório, a Oficina e o Ateliê: a Arte de Fazer o Artificial (Educ/ Fapesp, 256 páginas, R$ 26,00), congrega una serie de artículos que discuten cómo -y dónde- el laboratorio, la reproducción del mundo natural y su superación pasaron a ser las fuerzas motrices de la ciencia contemporánea.

A pesar de constituir una tendencia sugerida en los textos técnicos renacentistas, a partir del siglo XVIII ese deseo de reproducción del mundo natural en el laboratorio y la especialización científica se mezclan. Por entonces, se dejó de lado la visión de mundo basada en el conocimiento por reunión de analogías, un compósito que echaba mano de varios saberes (cosmología, mineralogía, alquimia, etc.) para llegar a un saber mayor. Sin las analogías que los sujetasen, los “nuevos” y especializados científicos podían por fin separar fenómenos brutos y vivos y, una vez capaces de reproducir lo natural en lo artificial, superar a la naturaleza. Y el mundo se amedrentó.

“Durante mucho tiempo vivimos el dilema de la máxima aristotélica de que lo natural es siempre mejor que lo artificial. Es el célebre ejemplo del árbol y de la mesa hecha con la madera extraída del árbol”, observa Ana Maria Goldfarb. “Como la mesa no contenía el ciclo natural del árbol, no era pasible de cambios, ergo, era algo imperfecto. Hasta el siglo XVIII ése era el eterno tema de debate”, comenta. La especialización permitió a los científicos soltarse de sus ataduras, logrando el permiso para interferir en lo natural y asumir que lo artificial podía ser igualmente bueno.

“Esta especialización no fue preconcebida, fue más bien el fruto de la casualidad y de la necesidad. Lo que sabemos es que fue rápidamente asimilada y se transformó en la impronta de la nueva ciencia”. Pero, ¿fue para mejor o para peor? “Para la transformación del saber científico, ese cambio fue fundamental, pero el movimiento acabó debilitando y mutilando a la ciencia en cierta forma, ya que se perdió el sentido de totalidad, la ciencia humanista”, evalúa. “Al fin de cuentas, la ciencia se nutre de las artes y viceversa. El mero saber pragmático del especialista no siempre es suficiente y hacen falta científicos poetas, músicos, literatos, etc. De allí que la publicación aborde el estudio de los laboratorios alquímicos y los talleres de la Europa medieval y renacentista, en los cuales “la práctica de las artes decorativas y la elaboración de los conocimientos sobre la materia mantenían estrechas relaciones”.

Con todo, el pragmatismo con el que se aceptó la división entre natural y artificial (en parte a causa de las necesidades de la industria) le reportó una fama indeseable a la ciencia, incluido en ésta el eterno miedo popular del científico “que se cree Dios”. “Libre de sus amarras, el hombre vio que estaba listo para interferir en todas las esferas, y esto asustó -y aún asusta- a aquéllos que ignoran el desarrollo del saber científico”, analiza la investigadora. Tras la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la era nuclear, los propios científicos entendieron que debían rendir cuentas de sus responsabilidades.

“No se niega que la ciencia deba ser libre, pero se ha percibido que el investigador no es un hombre mejor que los otros, sino alguien sujeto a los mismos vicios y virtudes. Ellos se dieron cuenta del poder que tenían y que el mismo debía ser regulado”. Ana hace referencia a la organización Pugwash como la concreción del deseo de los científicos de regular su poder recién descubierto. El estímulo a la realización de la primera conferencia de esa institución, en 1957, surgió de un manifiesto de 1955 suscrito por Albert Einstein, Bertrand Russell y Linus Pauling, entre otros, que se preocupaban con la nueva carrera atómica, fruto del uso militar de ideas de laboratorio.

La desconfianza ante el nuevo estado de cosas no es fácil superar. Por eso la pregunta: ¿de qué manera reunir nuevamente a la sociedad con la ciencia? “La educación científica es fundamental. La gente carece de información básica sobre ciencia y necesitamos un plan de reeducación en esta área”, evalúa. Curiosamente, hoy en día se piensa y se habla de ciencia más que nunca. Pero, no siempre las mejores fuentes se encuentran a disposición. “En una investigación que llevamos a cabo, descubrimos a un portero de edificio que suscribía dos revistas populares de ciencia, a pesar de su pequeño sueldo. De esa manera, pese a su notable deseo de saber, de conocer, en contrapartida éste recibía informaciones de dudosa calidad. Eso constituye un terrible desperdicio”, subraya.

Problemas peores
Entretanto, existen en Brasil problemas peores que la intermediación inexacta de la prensa entre las ideas científicas y el gran público. “Nuestra ciencia tiene especificidades serias. En general existe un tendencia a la importación lisa y llana de modelos extranjeros, que tienen pocas chances de funcionar en nuestro país”, advierte. La profesora recuerda los problemas ocasionados por el uso de un modelo inglés en los experimentos realizados para lograr la conversión del mineral de hierro en Brasil. “El ciclo inglés estaba adaptado a minerales pobres, y acá terminó en nada. De esa forma, el hierro salía de precio de bananas y regresaba en forma de puentes ingleses, que pagábamos a precio de diamantes”, recuerda.

Para Ana Goldfarb, un buen modelo es el Programa Genoma. “Trabajamos codo a codo con investigadores extranjeros, en pie de igualdad. Ése es el camino que debemos seguir en el futuro”, cree la investigadora. Otra buena iniciativa es el propio centro de la profesora: el Cesima. Esta entidad, creado en 1994, cuenta desde 1995 con el apoyo de la FAPESP para la creación del Sector de Documentación Multimedia, en el cual se desarrolló un método propio (y a un costo ideal) para la necesaria digitalización de los documentos. “El Cemisa congrega a una importante cantidad de investigadores en historia de la ciencia con ramificaciones en universidades brasileñas y del exterior”, explica la profesora.

Uno de los problemas centrales para los estudiosos de la ciencia brasileños era precisamente el acceso a los documentos y textos raros y antiguos. El nuevo proyecto temático del centro pretende resolver parte de ese déficit con la ampliación de su biblioteca virtual que, al final de la investigación, contará con alrededor de 50 mil documentos. “Estamos concretando un acuerdo con una gran industria, que nos permitirá crear la Plataforma Cesima, con material digital que estará disponibleonline para investigadores de todo el mundo”, revela Ana. El Cesima también está recuperando acervos nacionales dispersos por centros emplazados en la Biblioteca Nacional y en otras tantas bibliotecas menores, como la del Instituto Agronómico de Campinas. En estas últimas, el proyecto puede estar salvando material que, sin ese auxilio, se perdería.

El Proyecto
Las Complejas Transformaciones de la Materia: entre el Compósito del Saber Antiguo y la Especialización Moderna (nº 99/12791-3); Modalidad Proyecto temático; Coordinadora Ana Maria Alfonso-Goldfarb – PUC-SP; Inversión R$ 557.956,77

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