La presencia de las mujeres en la ciencia de Brasil puede analizarse desde dos perspectivas diferentes, ambas válidas, aunque parezcan divergentes. El enfoque más favorable se basa en indicadores que muestran una gran evolución de la participación femenina en laboratorios y universidades. Hoy en día las mujeres constituyen el 55,2% de los alumnos que ingresan a la educación superior y el 61% de quienes se gradúan, según datos del Ministerio de Educación. Desde 2003 en adelante vienen siendo mayoría en cuanto a la cantidad de doctores, y en 2017 esa progresión se ubicó en el 54% de los titulados. También pudieron aprovechar oportunidades en la carrera académica. Si en la década de 1990 había casi dos veces más varones que mujeres encabezando los grupos de investigación en el país, la estadística más reciente, dada a conocer por el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq) en 2016, muestra que la ventaja masculina descendió al 15%.
Pero estos datos generales, que ubican al país entre aquellos que más avanzan rumbo a un equilibrio de género en la ciencia, no comprenden otra perspectiva igualmente importante. De una manera más acentuada a lo que puede verse en otras naciones, hay carreras donde predominan los varones, tales como, por ejemplo, matemática e ingenierías, en tanto que otras, tales como enfermería y pedagogía, siguen siendo territorios femeninos. “Se está lejos de una igualdad”, dice la bióloga Jacqueline Leta, de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), estudiosa de las cuestiones de género en la ciencia. Según Leta, Brasil registra una singularidad en comparación con otros países, que radica en un mayor ingreso de mujeres en los niveles más altos de la educación formal. “La ciencia en el país no ha cambiado con esta mayor presencia femenina”, dice. “Los cargos de mayor autoridad en las universidades y en las agencias científicas de fomento están ocupados prioritariamente por varones, y la concepción de la ciencia sigue las mismas pautas de los pioneros en cada campo del conocimiento, en general varones, y enfocada en la producción y publicación de resultados en revistas prestigiosas”.
La desigualdad se hace patente en el informe denominado A jornada do pesquisador pela lente de gênero [La trayectoria del científico desde una perspectiva de género], que la editorial Elsevier divulga el 5 de marzo. En ese trabajo se analizó el sexo de los autores de 15 países que publicaron artículos en los periódicos de la base de datos bibliográfica Scopus entre 2014 y 2018. Brasil figura entre las naciones más ecuánimes, con 0,8 mujeres por cada varón (frente a 0,55 durante el período comprendido entre 1999 y 2003). Ese desempeño solo fue superado por Portugal (0,9) y Argentina (poco más de 1 mujer por cada varón), pero se ubicó por delante del Reino Unido (0,6), Estados Unidos y Alemania (0,5).
El equilibrio desaparece en Brasil cuando se analiza la proporción de autores en algunas disciplinas. En ciencia de la computación y matemática, por ejemplo, hay 0,25 autores de sexo femenino por cada autor masculino, una subrepresentación también presente en el resto de los países. En tanto, en áreas tales como farmacología o inmunología, la proporción se invierte y hay 1,36 mujeres por cada varón. En estos casos, se trata de una particularidad brasileña, ya que en Estados Unidos y en el Reino Unido esas disciplinas registran más autores masculinos. El área con mayor presencia femenina es enfermería, pero ahí Brasil supera a todos sus competidores, con el triple de autoras de artículos que autores. Según Dante Cid, vicepresidente de relaciones académicas de Elsevier en América Latina, el equilibrio de género en los datos de la ciencia brasileña está impulsado por la alta participación femenina en las ciencias médicas y de la salud, que cuenta con una comunidad numerosa y productiva. “Para entender ese desempeño, tal vez la pregunta más adecuada sería: ¿por qué es tan alta la presencia femenina en el área de las ciencias de la salud en Brasil?”, indaga.
Parte de la clave para ello se remonta a la década de 1970, cuando la ampliación de la oferta de vacantes en la educación superior atrajo a mujeres hacia profesiones tradicionalmente ejercidas por varones, siendo ejemplo de ello las carreras ligadas al cuidado de las personas, tales como medicina y odontología. También es un hecho que ellas se concentran en las especialidades menos disputadas, tales como pediatría, ginecología y dermatología, ocupando actualmente más del 60% de sus puestos de trabajo. En cuanto a la rama de la enfermería, la proporción supera los dos tercios. En tanto, en áreas tales como cirugía, ortopedia y neurología, se registra un predominio masculino.
Los estudios de género suelen apuntar dos tipos de segregación que enfrentan las científicas a lo largo de su carrera. Uno de ellos subyace, entre otros factores, en una percepción muy arraigada en la sociedad de que las mujeres no son lo suficientemente competentes para desempeñarse en áreas de índole experimental o abstracta. Eso motiva que muchas de ellas ni siquiera se planteen seguir esas carreras. El segundo tipo delimita la ocupación de espacios de poder en un campo del conocimiento: mientras que los varones acaparan los cargos con mayor remuneración, ellas quedan relegadas a los puestos de menor prestigio.
Ese fenómeno aparece en ámbitos inusitados. La investigadora Camila Dias Carneiro Rigolin, de la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar), estudió los perfiles de género en think tanks brasileños, que son instituciones de investigación que funcionan por fuera de las universidades y están integradas por expertos en determinados temas. En uno de esos centros, el Instituto de Investigación Económica Aplicada (Ipea), ella constató un efecto peculiar: pese a que los investigadores –a los que se denomina técnicos en planificación e investigación– son elegidos por concurso público, los varones mostraron mayor interés y éxito para disputar las vacantes. En 2017, los cuadros del Ipea estaban compuestos por 154 profesionales de sexo masculino y tan solo 34 mujeres. La fuente consultada fue el Directorio de Técnicos de Investigación del Ipea, combinada con datos provenientes de la Plataforma Lattes. Y aunque no había diferencias en la formación –casi todos los técnicos son doctores y la mayoría graduados en economía y sociología–, cada género se dedicaba a campos de estudio diferentes. “Mientras que los temas más frecuentes entre los varones son las finanzas públicas y políticas públicas, las investigadoras optaron por áreas tales como políticas sociales, ciencia, medio ambiente y tecnología e innovación, cuyo historial es más reciente en la agenda del instituto”, explica Carneiro Rigolin.
Áreas tales como matemática y filosofía siguen siendo refractarias a la integración femenina y encarnan un fenómeno perverso al cual se lo tilda como “derrame a través de la tubería”: las mujeres son minoría cuando ingresan a la carrera y se van tornando más escasas a medida que la misma progresa. Ese “derrame” se inicia incluso en la etapa escolar. En la Olimpíada Brasileña de Matemática en las Escuelas Públicas que se disputó en 2018, tan solo el 30% de los medallistas de la enseñanza fundamental correspondía a niñas, y el porcentaje fue incluso menor, del orden del 20%, entre los participantes de la enseñanza media. “Existe una percepción social instalada acerca de que en algunas carreras el éxito no depende del esfuerzo, sino de un talento nato”, explica Carolina Bhering de Araujo, investigadora del Instituto de Matemática Pura y Aplicada (Impa). “En el campo de la matemática, este prejuicio, sumado al estereotipo de que los varones son más inteligentes que las mujeres, desalienta a muchas chicas a seguir avanzando”. Según ella, la escasez de ejemplos femeninos provoca que muchas muchachas interesadas en la matemática desistan. “Yo disponía de un ejemplo de fuste en casa, el de mi madre, que es ingeniera. Pero a lo largo de mi carrera en matemática solo tuve dos profesoras”, dice la investigadora, quien hasta hace poco era la única mujer entre los 50 integrantes del cuerpo científico regular del Impa. Este año ingresó al instituto la matemática Luciana Luna Lomonaco.
Carolina Araujo, quien concilia su labor como investigadora con iniciativas para acercar a las chicas a la matemática, dice que esa creencia en el estereotipo de que los varones son más inteligentes que las mujeres aparece hacia el final de la primera infancia. Ella menciona un experimento con niños estadounidenses a los que se les dieron imágenes de cuatro personas, dos varones y dos mujeres, y debían decir quién era el protagonista –una persona muy inteligente– de un relato que les habían contado previamente. “A los 5 años, los niños tienden a identificar al protagonista como alguien de su propio género. Pero entre los 6 y 7 años, la mayoría de las niñas pasa a señalar la imagen de un varón”, relata.
La matemática sigue siendo poco accesible, pero hubo avances en otros espacios tradicionalmente masculinos. Un trío de investigadores de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz) y de la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro analizó la evolución de la concesión de becas de productividad en investigación científica del CNPq entre 2001 y 2012: esas becas están vistas como un reconocimiento simbólico de la madurez de los investigadores. El estudio detectó evoluciones curiosas. En ciencias exactas y de la Tierra, las mujeres registraron un ligero aumento en su participación entre los becarios: de un 19,1% en 2001 a un 23,3% en 2012. En el caso de las ingenierías, el crecimiento fue del 14% al 18,8% y se destacó más en algunas subáreas, como en los casos de la ingeniería sanitaria, donde ellas evolucionaron de un 13,9% a un 30,9% del total de becarios, e ingeniería química (de un 29,8% a un 39,7%). En tanto, en otras se registró lo contrario, como por ejemplo en ingeniería eléctrica, en la que la cuota femenina descendió de un 4,9% a un 3,3%.
En ciencias humanas cayó de un 52,5% en 2001 a un 50,6% en 2012 –la disminución tuvo que ver con el aumento de los investigadores de sexo masculino más jóvenes–, en ciencia política, las becarias pasaron del 46,5% al 33,7% del total. El grupo de autores del trabajo criticó la concentración de las becas en ciencias exactas y de la Tierra e ingenierías, predominantemente masculinas, porque refuerzan la desventaja de las mujeres en el ambiente académico.
Los estratos más altos de la carrera continúan concentrando muchos varones. En un artículo publicado en 2018 por siete investigadoras en la revista Anais da ABC, se ahondó en la composición de los miembros de la Academia Brasileña de Ciencias (ABC). De los 518 titulares, solo 69 eran mujeres. En las ingenierías, había una mujer y 39 varones. El estudio reveló que la productividad científica es similar en ambos géneros, pero las investigadoras están más involucradas en la supervisión de estudiantes.
Durante muchos años, el debate al respecto de la desigualdad de género en la ciencia se mantuvo bajo la órbita de la defensa de los derechos civiles, pero recientemente ha recabado más argumentos. “Cuanto mayor sea la diversidad en el ambiente académico, mayor será su capacidad para comprender y enfrentar un problema”, definió la antropóloga Alice Rangel de Paiva Abreu, de la UFRJ, al recibir la mención honorífica del premio Carolina Bori Ciencia & Mujer que le concedió la Sociedad Brasileña para el Progreso de la Ciencia (SBPC) el 11 de febrero. La lógica es la siguiente: la segregación de mujeres, minorías étnicas u otros grupos restringe el capital humano disponible para lograr el avance del conocimiento y es nocivo para la ciencia (lea el reportaje de la página 18).
Uno de los daños emergentes de esa segregación puede verse en el campo de la innovación. Camila Rigolin, de la UFSCar, está estudiando el género de aquellos que proponen proyectos para el Programa de Investigación Innovadora en Pequeñas Empresas (Pipe) de la FAPESP. Por un lado, constató que el porcentaje de mujeres entre los responsables por proyecto es significativo: de los 1.788 proyectos contratados hasta 2017, 388 de los contemplados tuvieron coordinación femenina. “Esa proporción es equivalente a alrededor del 20% que son los registrados en las nuevas empresas de base tecnológica en conocimiento en ciertos países de la Unión Europea, tales como Alemania e Irlanda”, dice. Según el estudio en curso, las científicas emprendedoras del Pipe poseen nivel de doctorado y una producción científica robusta, pero su perfil está signado por la segregación vigente en el campo académico: de acuerdo con Rigolin, hay pocas ingenieras y científicas de la computación, algo común entre los fundadores de startups de sexo masculino. “La contribución de las mujeres para las empresas de base tecnológica podría ser mayor. La mayoría de las emprendedoras del Pipe corresponde a graduadas en áreas con fuerte presencia femenina, como es el caso de las ciencias biológicas. Inmediatamente después, aparecen química y farmacia”, explica. “No es casual que la mayoría de las empresas beneficiadas por proyectos Pipe cuyas líderes son mujeres sean del área de las ciencias de la salud”.
Los datos de la base Scopus al respecto de la producción científica mundial entre 2011 y 2015 muestran que las investigadoras brasileñas publican menos artículos que sus colegas varones, aunque no hay evidencias de que eso incida en las citas de sus artículos. La media femenina fue de 1,2 artículos por año, frente a 1,5 artículos en el desempeño masculino. En Estados Unidos las autoras publicaron 1,8 artículos por año y en el Reino Unido 1,9. Las científicas brasileñas también participan menos en colaboraciones internacionales. Alrededor del 20% de sus artículos son en coautoría con colegas extranjeros, mientras que entre los varones ese índice llega al 25%. El fenómeno brasileño carece de un estudio minucioso, pero existen quejas acerca de la subrepresentación de las mujeres entre los revisores de artículos científicos y en el cuerpo editorial de los periódicos, lo que podría ser una fuente de sesgo en la selección de artículos.
En un trabajo publicado en la Revista Digital de Biblioteconomía e Ciência da Informação, la socióloga Maria Cristina Hayashi, de la UFSCar y su alumna de doctorado Juliana Franco de Camargo analizaron la participación femenina en cuatro periódicos científicos del área de cirugía: Acta Cirúrgica Brasileira, Arquivos Brasileiros de Cirurgia Digestiva, Revista Brasileira de Cirurgia Cardiovascular y Revista do Colégio Brasileiro de Cirurgiões. De un universo compuesto por 920 artículos publicados entre 2010 y 2014, 585 tenían solamente varones como autores, 219 solo mujeres y 116 incluían autores de ambos sexos. El resultado fue consistente con lo que se conoce sobre la cirugía, un área de la medicina mayoritariamente masculina. “Existe una idea arraigada entre el público lego que asume que la fuerza de los varones sería un requisito previo excluyente para abrir el pecho de un paciente en una cirugía cardíaca”, dice Hayashi, que ha oído ese comentario en las discusiones sobre género en la ciencia en el salón de clases.
Pero más sorprendente fue notar la influencia masculina en el cuerpo editorial de las cuatro publicaciones, que contaban con tan solo cuatro mujeres en un conjunto de 28 editores. También había una especie de reparto de tareas. En el comité científico de las revistas había 155 varones y 3 mujeres, mientras que en el cuerpo de revisores eran 67 mujeres y 5 varones. “Varios de los nombres femeninos estaban ligados a funciones que son consideradas menos nobles, tales como revisión gramatical y edición”, dice Hayashi, que es investigadora del Programa de Posgrado en Ciencia, Tecnología y Sociedad de la UFSCar. “Hay que investigar si ese predominio masculino no genera un sesgo de género en la selección de los artículos, algo que ya se ha detectado en trabajos del exterior. Los revisores no conocen el género del autor del texto que están evaluando, pero el editor sí”.
En un artículo que salió publicado en 2018 en la Revista ABC, de la Asociación Catarinense de Bibliotecarios, Hayashi analizó la autoría de 333 trabajos presentados en los Encuentros Nacionales de Investigación en Ciencia de la Información (Enancib) realizados entre 1994 y 2016. Entre los autores había 519 mujeres y 230 varones. Ese reparto confirma la influencia femenina en el área y, tal vez, el hallazgo principal del artículo esté relacionado con la cantidad de estudios sobre la cuestión de género en la ciencia, pero en Brasil son pocos los estudios bibliométricos en el campo de la ciencia de la información”, dice Hayashi, actualmente interesada en analizar el género en las necrológicas de científicos que se publican en las revistas académicas. “Se ha comprobado que las mujeres están subrepresentadas y que las fotografías que ilustran esos textos son más frecuentes en los obituarios masculinos, algo que también contribuye para que los rostros femeninos de la ciencia no sean conocidos o inmortalizados para las generaciones futuras”.
Proyecto
Género e innovación: Un estudio de las emprendedoras de base tecnológica avaladas por el programa Pipe/FAFESP (nº 17/26120-3); Modalidad Ayuda a la Investigación – Regular; Investigadora responsable Camila Carneiro Dias Rigolin (UFSCar); Inversión R$ 25.011,40