La Estación Ciencia, centro de difusión científica y tecnológica vinculada a la Universidad de São Paulo, concluirá 2006 con un público de 450 mil personas, un record en 19 años de actividad. En 2005 ese contingente, que reúne a los visitantes de exposiciones y también personas atendidas en otros espacios, además del acceso al sitio, alcanzó 400 mil personas. En 2004, 220 mil. El desempeño creciente es el resultado de un conjunto de factores. El gobierno federal, agencias de fomento y fundaciones han ampliado las inversiones en espacios de difusión científica como Estación Ciencia, cuya área de 6 mil metros cuadrados abriga exposiciones y experimentos lúdicos e interactivos que abordan temas vinculados a áreas como la física, la biología, astronomía, matemática, meteorología, urbanismo y geología, entre otros. Pero la estructura y la reputación del centro fueron vitales para atraer tales oportunidades. “Es un momento favorable”, dice el director de la Estación Ciencia, Wilson Teixeira, docente titular del Instituto de Geociencias de la USP. “La divulgación científica viene conquistando más recursos y hemos sido sondeados por empresas e instituciones para hacer proyectos en alianza. Eso llama la atención de los medios y hace que el público aumente.”
La Estación Ciencia fue creada por el CNPq en 1987 en un galpón en donde funcionó una fábrica junto a la estación de trenes metropolitanos del barrio paulistano de Lapa. El espacio fue incorporado en 1990 por la Universidad de São Paulo. Con estabilidad presupuestaría, se creó el camino para la idea florecer. Hoy la Estación Ciencia tiene un presupuesto de 750 mil reales anuales para inversiones en infraestructura, costos y mantenimiento ?lo que no incluye el salario de los empleados y gastos como luz y agua, que también son pagos por la USP. Pero recibe contribuciones de todo tipo. La estatal Petrobras, por ejemplo, invirtió 980 mil reales en una nueva exposición sobre el planeta Tierra y el medio ambiente, además de apoyar hace varios años el proyecto de resocialización Clicar, que lleva niños y adolescentes que viven en la calle a los experimentos del centro. Muchas de las atracciones temporales no tienen ningún costo para la Estación. El mes pasado, la programación de la Semana de Ciencia y Tecnología incluyó la exposición de una réplica del avión Demoiselle, creado en 1907 por Santos-Dumont y confeccionado por el aviador Ruy de Azevedo Sodré Sobrinho. “También el astronauta Marcos Pontes se acercó y se ofreció para dar una conferencia gratuita”, dice Wilson Teixeira. La Fundación Vitae hasta recientemente destinó presupuestos que permitieron reformar el espacio. Hace tres años, la Estación Ciencia decidió cobrar el ingreso. “Era necesario recalificar el espacio y dio resultado. El público aumentó después que pasamos a cobrar el ingreso”, afirma Teixeira. Los recursos provenientes de los ingresos son reinvertidos en la infraestructura y en las exposiciones. Pero un sábado y un domingo por mes, la entrada es libre. La Estación Ciencia cuenta con 32 empleados y 115 pasantes -estudiantes universitarios que reciben becas para trabajar como monitores.
El ejemplo y el desempeño de la Estación Ciencia no son un dato aislado. En la década de 1990 surgieron en el país decenas de centros de difusión científica, entre ellos el Museo de la Vida, de la Fundación Oswaldo Cruz de Río de Janeiro, o el Espacio Ciencia, entre las ciudades de Olinda y Recife, en Pernambuco. La Asociación Brasileña de Centros y Museos de Ciencias (ABCMC) tienen un registro de más de cien instituciones, en general pequeñas y fundadas hace menos de 15 años. El advenimiento de la Semana de Ciencia y Tecnología, creada por el gobierno federal, también pone en evidencia un público creciente alcanzado por la divulgación científica. En 2004, la primera edición de la semana reunió 1.840 eventos. En la más reciente, realizada el mes pasado y que tuvo como tema el centenario del vuelo del 14-Bis, el número de eventos llegó a 9 mil.
La cuestión que se plantea es el impacto que iniciativas como ésta están obteniendo en el despertar de niños y jóvenes para la ciencia. La respuesta no es sencilla. “En comparación con el pasado se ha avanzado mucho. Pero los museos de ciencia aún alcanzan una fracción muy pequeña del público que necesitaría ser abordado”, dice Ernst Hamburger, docente del Instituto de Física de la USP, ex director de la Estación Ciencia y también un colaborador en las actividades del centro. Es posible que la experiencia de visitar un museo lúdico e interactivo cree una referencia en la vida de jóvenes estudiantes y, eventualmente, hasta los ayuden a definir su carrera -aunque no existen estudios en el país que dimensionen ese fenómeno. Pero la mayoría de los frecuentadores de esos centros es de estudiantes que ya demuestran algún interés por temas científicos.
El desafío, observa Ernst Hamburger, consiste en alcanzar a estudiantes que no presentan afinidad con la ciencia y, para eso, la existencia de un centro de difusión no es suficiente. La Estación Ciencia apunta a afrontar esta cuestión yendo a las escuelas. El proyecto ABC en la Educación Científica – Manos en la Masa, coordinado por la Estación Ciencia en sociedad con la Academia Brasileña de Ciencias, apunta a llenar esa laguna con la capacitación de profesores de las redes estadual y municipal de enseñanza de São Paulo y alcanza más de 500 mil alumnos. Los días 9 y 10 de octubre fueron presentadas en São Carlos (SP) decenas de experimentos vinculados al programa, desde la observación de fenómenos naturales, como la transformación del renacuajo en sapo y del gusano en mariposa, hasta la construcción de prototipos de cohetes usando chatarra.
El Museo de Ciencias y Tecnología de la PUC de Porto Alegre dio otra solución para este problema. Montó un museo itinerante. Se trata de un camión que recorre ciudades llevando 60 kits de experimentos lúdicos. “Les preguntamos a los niños qué quieren ser antes y después de visitar el museo”, dice Jeter Bertoletti, director del museo. “Es gratificante ver respuestas como la de una niña de la ciudad de Nova Hamburgo que, en la entrada, dijo que le gustaría trabajar en la industria de zapatos como sus padres y, a la salida informó que había resuelto ser profesora”, afirma.
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