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Carta de la editora | 146

La enfermedad cruda y literal

Hace alrededor de dos décadas, o un poco más, nos sentíamos perfectamente cómodos al imaginar a la tuberculosis como un mal que había acompañado la historia humana, se había convertido por vías concretas y metafóricas en la gran enfermedad del siglo XIX y había extendido su gravedad hasta la primera mitad del siglo XX, para entrar luego en la categoría de los flagelos vencidos por obra y gracia de una creación de la cultura, eso que inventa el ser humano que conocemos y somos. La creación a la que me refiero en ese caso es el conocimiento científico traducido en antibióticos que se diseminaron en la Posguerra y, desde entonces, combinados con otros productos y factores, alteraron profundamente las condiciones de salud y las posibilidades de duración de la vida humana. O el conocimiento traducido en una vacuna como la BCG, de aplicación obligatoria para proteger a los frágiles recién nacidos de nuestra especie de los humores aterrorizantes del bacilo identificado por el doctor Robert Koch en 1882.

Por supuesto que de vez en cuando, desde los años 1960 hasta los 1990, teníamos noticias de algún conocido que contrajo tuberculosis, enfermedad aún rubricada por un poderoso estigma social, pero estábamos listos para confiar en el poder de la penicilina y sus similares y a refugiarnos en la certidumbre de que los casos que llegaban a nuestro conocimiento formaban parte de la excepción, nunca de la regla. Así, en esos muchos años, podíamos ir a un encuentro con la tuberculosis de carácter mucho más estético y filosófico, vertiginoso, planteado por Thomas Mann, por ejemplo, en su extraordinario La montaña mágica, donde la enfermedad examinada en Davos es también metáfora de un mal insidioso que confronta al hombre con el misterio de sí mismo, con sus miserias y sus grandezas, sus límites y su capacidad de trascender, ya sea que ese mal corroa las vísceras de un cuerpo frágil y finito o sacuda las entrañas de una sociedad en transformación. Podíamos también tomar la vía poética del coraje, planteada por Manuel Bandeira en su lucha encarnizada y directa contra la enfermedad que amenaza matarlo o la senda de los dramas tejidos por Dinah Silveira de Queiroz en Campos do Jordão en su sensible Floradas na serra.  Fuese cual fuese la elección, la tuberculosis tenía una inequívoca dimensión literaria para mi generación y otras próximas.

Pero el Sida cambió eso. Y hoy en día, lejos de la literaria, la tuberculosis se presenta literal en su crudeza de enfermedad. El bacilo que la produce se instala anualmente en los pulmones de 9 millones de personas en todo el mundo, de lo que resulta la muerte de una de ellas cada 15 segundos. En Brasil, son 100 mil casos, con la muerte de 5 mil personas por año. Es cierto que desde hace 45 años no se crea un medicamento nuevo para la enfermedad y que cepas más y más resistentes de la bacteria que la causa surgen amenazadoras en el horizonte. Pero este es el dato fundamental la tuberculosis es curable, ¿por qué entonces se está transformando de nuevo en un flagelo, incluso en Brasil Eso es lo que aborda el excelente artículo del editor especial Carlos Fioravanti, a partir de la página 18. Es una contribución importante en los debates sobre la enfermedad, que tiene el 24 de marzo una fecha especial para reflexionar con respecto a ello.

En las páginas de humanidades, esta edición ofrece otra contribución significativa, basada en investigaciones, para el debate sobre cuestiones esenciales en la definición de la sociedad que queremos ser y que estamos construyendo en Brasil. Se trata de un bello artículo del editor especial Fabrício Marques (página 94) sobre los resultados hasta aquí de los programas de acción afirmativa para el ingreso de estudiantes egresados de escuelas públicas o vinculados a grupos étnicos socialmente desfavorecidos en la educación superior en el país. Hay datos sorprendentes y vale la pena leerlo.

Hay mucho más que descubrir en esta edición, incluso con relación a la belleza de las páginas diseñadas por nuestra editora de arte, Mayumi Okuyama (vean, por ejemplo, las páginas que van de la 69 a la 73). Pero termino con una recomendación de atención al primero de los encartes especiales relativos a las conferencias y debates que Pesquisa FAPESP está organizando en el marco de la exposición Revolución genómica, que hasta el 13 de julio está en el Parque Ibirapuera de São Paulo y después recorrerá otras ciudades del país. La exposición, proveniente del Museo de Historia Natural de Nueva York por el Instituto Sangari, recibió aquí incrementos bien brasileños y está encantando al público. Esperamos que las conferencias y discusiones paralelas, a cargo de brillantes investigadores brasileños y extranjeros, puedan ser una contribución consistente de la FAPESP y de esta revista para  ampliar el contacto de la sociedad con los temas científicos.

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