Reproducción del libro A Revista no Brasil/Binóculo - no. 4 – Agosto 27, 1881 En una paradoja digna del famoso refrán: “En casa de herrero, cuchillo de palo” existe una notable dificultad cuando el tema son los medios de comunicación brasileños para encontrar a alguien que haga la historia de los que hacen la historia. Incluso el bicentenario de nuestra prensa pasó medio que desapercibido, como si Don João VI, actualmente tan celebrado por periódicos y revistas, al fin se vengase de las diatribas contra su gobierno por parte de Hipólito da Costa, editor del Correio Braziliense y autor, en junio de 1808, de lo que se considera (no sin polémicas) el artículo que marca el comienzo del periodismo brasileño. “Nuestra prensa empezó de forma auspiciosa, inspirada y esmerada. El escrito pionero de Hipólito da Costa no es solamente un texto periodístico, sino un texto periodístico sobre periodismo. Es una génesis magistral: inaugura la prensa e inaugura la crítica a la prensa, concomitantemente”, sostiene el editor de Observatório da Imprensa, Alberto Dines, quien criticó una supuesta incuria (con raras excepciones) de los medios con la efeméride.
“¿Sería válido cuestionar la fecha y la primacía concedida a Hipólito da Costa o elegir a Frei Tibúrcio José da Rocha, primer redactor de la Gazeta do Rio de Janeiro, como patriarca de nuestra prensa? ¿No quieren un masón y anticlerical como precursor de nuestro periodismo? Entonces que se inventen teorías: la historiografía no es una ciencia exacta, es elástica”, sostuvo en un artículo. “Que se establezca el debate, que se cuestione, que salgan a la luz las acusaciones contra la probidad del redactor del Correio Braziliense. Ignorar el espectacular inicio de la prensa y esconder el atraso con que llegamos hasta ella es un crimen de lesa identidad”, advierte. Será difícil “¿cortar en la propia carne?” “Hacer la historia de los media implica necesariamente deconstruir su discurso, es decir, rechazar su autoconciencia (su ‘discurso autóctono’), lo que implica deconstruir también la cotidianidad de su producción”, acota el historiador Fernando Lattman-Weltman, de la Fundación Getúlio Vargas. Según el comunicólogo y estudioso de la prensa José Marques de Melo, la historiografía del género estaría ante una paradoja: “Crece el volumen de investigaciones sobre la prensa, pero son raras las generalizaciones capaces de dilucidar su desarrollo y discernir su futuro”. Pero existen excepciones.
Una de ellas ha salido por Editora Contexto, História da imprensa no Brasil, organizada por Ana Luiza Martins y Tânia Regina de Luca. “En su mayoría, los trabajos sobre la prensa en Brasil se han abocado a análisis puntuales y fragmentados, pensados en amplio espectro, pero interrumpidos e inconclusos por la magnitud de la empresa”, evalúan las autoras. En efecto, a partir de la década de 1990, lo más importante en ese campo fue la publicación de memorias y biografías. “Positivos en la ampliación de fuentes, estos productos, pese a su calidad, pertenecen no a la historiografía, sino a la industria cultural”, advierte Richard Romancini, autor de História do jornalismo no Brasil, para quien -llega a sorprender la publicación en 1966 de História da imprensa no Brasil, de Nelson Werneck-, el más influyente estudio hecho hasta hoy. “Sodré es sumamente crítico en relación con la historia positivista y se destaca por la coherencia con que adopta una referencia marxista que correlaciona el desarrollo de la prensa en el país con sus fuerzas productivas, con la célebre fórmula -la historia de la prensa es la propia historia del desarrollo de la sociedad capitalista?”. Pero, según dice Romancini, “existe una dificultad en trabajar temas culturales con base en un marxismo ortodoxo sin disminuirlos a la dimensión de reflejo de la infraestructura socioeconómica, de lo que resulta un cierto empobrecimiento teórico”. Que quedaría evidente, sigue, en el ensayo añadido por el autor en 1999, en la cuarta edición del libro, en el cual, manteniéndose con la misma referencia teórico, arriba a una conclusión de que “sólo con la dificultad aceptada íntegramente: alienada y vinculada a la clase dominante, la prensa perdió en Brasil todo rasgo nacional”.
Reproducción del libro A Revista no Brasil/Gil Pinheiro, Manchete, 1959 General de ejército retirado, intelectual brillante y autor de más de 56 libros, Werneck maduró durante 30 años el proyecto de su historia de la prensa. “El punto central del libro es la relación de interdependencia entre la prensa y el Estado, mayoritariamente de dependencia económica de la prensa con relación al poder público”, sostienen Octavio Pieranti y Paulo Emílio Martins, ambos de la FGV, en su artículo sobre el libro de Sodré. Según los investigadores, la visión del clásico es que “la prensa, desde el principio, fue una actividad de la clase dominante en la cual los timoneros del periodismo no estaban dispuestos a aliarse al pueblo en las luchas por la libertad política, no siendo fiscalizadora del poder público, alineándose en cambio ora con ele, ora con la oposición, de forma clara e inequívoca, estimulando como agravante revueltas y actos de rebeldía armados”. Durante el Imperio, según Sodré, cambia la gestión de la prensa, pero los nuevos medios son comandados por los amigos del emperador, sin espacio para la oposición. La República, afirma, no alteraría esa esencia. El hecho notable para el historiador, con la consolidación republicana, sería la transformación de la prensa en empresas periodísticas, una contradicción entre su comportamiento y su esencia real. “Idolatrías e insultos convivían tranquilamente con estructuras empresariales y modernas. El poder público enseguida entendió que sería preciso sustentar a las empresas, comprar la opinión de la prensa, que habría asumido su condición empresarial sin prepararse para ello”, explican los investigadores. En el extremo, recuerda Sodré, “no es más preciso, para dominar a la prensa, el empleo de métodos violentos o autoritarios, como en el pasado; bastan solamente los recursos financieros para que ésta, inmersa en una crisis perenne y nunca vista, se someta a los nuevos intereses”. Así, el periódico es menos libre cuanto mayor es la empresa y la libertad de prensa sería condicionada por el capital.
Comprometido
“El libro es una referencia obligatoria, pero fue escrito hace más de 40 años y son necesarias nuevas interpretaciones para explicar el movimiento de la historia en su relación con la prensa en el país”, advierte Marialva Barbosa, docente de comunicación de la Universidad Federal Fluminense y autora de História cultural da imprensa. “Él proponía una historia comprometida, partiendo del supuesto de que elementos del pasado pueden aclarar problemas contemporáneos”. Las diferencias historiográficas ya se marcan por el real pionero de la prensa. Sodré considera “discutible” la inserción del Correio en el conjunto da prensa brasileña. Para él, esto es producto “menos del hecho de ser elaborado en el exterior, cosa que sucedió muchas veces, que del hecho de no haber surgido y ni haberse mantenido por fuerza de las condiciones internas, sino de condiciones externas”. De esta forma, el verdadero “aniversario” de la prensa dataría de septiembre de 1808, ocasión de la fundación de la Imprensa Régia y de la edición de la Gazeta do Rio de Janeiro. Ése sería el período, de acuerdo con la evaluación de Lattman-Weltman (basado en la periodización de Habermas para la prensa mundial) en la cual la “prensa era un servicio sujeto a una lógica precapitalista”. El presunto “atraso” de nuestro periodismo, también según Sodré, se debería precisamente a una ausencia de capitalismo y de burguesía, pues solamente en los países en que ambos se desarrollaron es que la prensa floreció. “Pero el énfasis en el atraso o en la censura para explicar la ausencia de prensa no dan cuenta de la complejidad de sus características. Sin negar estos factores, es importante agregar que su surgimiento no se dio en un vacío cultural, sino que marcaba y ordenaba una escena pública que pasaba por transformaciones en las relaciones de poder, a saber, la crisis del absolutismo”, refuerza Tânia de Luca, quien también recuerda el hecho de que el Correio, pese a ser elaborado fuera del país (en Inglaterra), “era leído sistemáticamente acá”.
Debate
Para la autora, al contrario de lo que supone Sodré, este primer periodismo no era solamente incipiente, sino que fue por medio de éste que se “comienza a instaurar la opinión pública, ya que no se practicaban hasta 1808 el debate y la divergencia política públicamente”. Posteriormente, durante las Regencias, ese rol se extendería: “La prensa se constituye como formuladora de proyectos de nación y de una escena pública en la cual emergían actores políticos”. En eso Werneck coincide: “Los órganos de prensa, pese a ser controlados por miembros de la burguesía, no descartaban la participación del pueblo en revueltas contra el poder, comportamiento que no sería visto en la prensa brasileña en otros momentos de su historia”. Con el Segundo Imperio nace el segundo momento de la prensa nacional: surgen los primeros periódicos de oposición (abolicionistas y republicanos), de nítida intención ideológica y no financiera, como nota el historiador. Eran instrumentos de determinadas personas con carreras políticas, de partidos o grupos políticos. De allí que la mayoría tuvo vida corta. “Sin embargo, la segmentación de público aún tardaría, dada la restringida población lectora”, sostiene Ana Luiza Martins. Con la República, la prensa monarquista, salvo excepciones, se transformó en republicana, agente del proyecto civilizador y modernizador. La política mantenía su espacio, pero el crecimiento urbano era el principal nuevo foco de noticias. La prensa experimentó procesos de innovación tecnológica (con ilustraciones, fotografías, caricaturas, etc.) y surge, poco a poco, un mercado consumidor que la lleva cada vez más a transformarse en empresa. La publicidad gana espacio, lo que no impedía la relación espuria con el Estado: Campos Salles, por ejemplo, se jactaba de que existiera un fondo secreto gubernamental para comprar la opinión de periodistas.
Reproducción del libro A Revista no Brasil /Millôr, Veja, May 8,1974 “A la voluntad del gobierno de comprar la opinión de la prensa se alió la predisposición de ésta en llevar la cobertura política a sus páginas principales. Para Sodré, es difícil decir qué vino antes, si la voluntad de la prensa de apoltronarse en el lecho de los fondos oficiales o el interés del gobierno en distribuir cuantías suculentas para calmarla. Fue el casamiento perfecto, aliando el hambre al mecenazgo”, sostienen Pieranti y Martins. Si bien durante décadas la lucha política fue el motor de los periódicos, con la transformación de estos en negocio, sus dueños pasan a adoptar métodos racionales de distribución y gestión. “Las nuevas ediciones debían ser difundidas inmediatamente para intentar mantener al lector apresurado, informado”, explica Tânia. Se delineaba la distinción entre notas informativas, periodísticas, supuestamente neutras, y las de opinión, que defendían valores. “Es la declinación del adoctrinamiento en pro de la información. Se consagró durante esos primeros años del siglo XX, el ideal de que el periódico tenía la noble misión de informar al lector con la ‘verdad de los hechos’. El periódico se convierte más en un problema de dinero que en el credo político. Conquistar al público fue para la prensa menos una victoria de ideas que un simple negocio, defensa natural de las sumas empeñadas en la empresa. La prensa se convierte en industria”. Una empresa que produce espacios para anuncios como una mercadería que se vuelve vendible por la parte de la redacción.
Es la tercera y última fase de nuestro periodismo: la superación del periodismo literario por el empresarial que, para Sodré, se habría iniciado en los años 1920, correspondiendo así a la transición de la fase artesanal a la industrial. El contenido sería afectado, por supuesto. “Las bases para la construcción del ideal de objetividad, profundizadas con las reformas por las que pasarían los periódicos medio siglo más tarde, ya están sentadas en el paso del siglo XIX al XX. En rigor, ese mito debe entenderse como un simbolismo construido por esas empresas y por los periodistas para ganar una distinción, un lugar autorizado de su decir”, advierte Marialva. En la nueva definición de los periodistas, un periódico moderno sería aquél que destacaba las noticias informativas, relegando la opinión a un plano secundario. Pero, pese a ello, la venta de anuncios aún era débil, lo que llevaba a que la prensa dependiera y mucho de las prebendas públicas. “Pese a ello, el periódico necesitaba un nuevo interlocutor, una masa uniforme que comienza a ser adjetivada para adquirir consistencia en la década de 1930. Para ello, estandariza su lenguaje, destacando en la construcción de su autoimagen la retórica de la imparcialidad, reforzando su imagen de independencia”, sostiene la investigadora. El Estado Novo getulista rompe esa lógica. “Por coerción o alineamiento político, el Estado gana la exclusividad de la divulgación y el público es apartado de los periódicos, lo que lleva a que a mediados de los años 1930 esté ausente de las publicaciones. Su voz es silenciada y la del Estado amplificada por los periódicos”. El punto de inflexión será en los años 1950.
Cambios
“Hasta mediados de esa época, el escenario no era favorable a los cambios, ya que además de las dificultades institucionales de consolidación de la llamada esfera pública en nuestro país, había también problemas de orden socioeconómico y cultural que hacían imposible cualquier intento de creación de un mercado razonablemente autónomo de bienes culturales. La industrialización y el crecimiento de las ciudades alteran ese cuadro”, evalúa Lattman-Weltman. Así, las reformas de la década de 1950 deben verse como el momento de construcción por los propios profesionales de un periodismo que se hacía moderno y permeado de una neutralidad fundamental para espejar el mundo. “El mito de la objetividad es fundamental para darle al campo un lugar autónomo y reconocido, construyendo el periodismo como la única actividad capaz de descifrar el mundo para el lector”, afirma Marialva. El periodismo pasa a afirmarse con voz autorizada en relación con la constitución de lo real y su discurso se reviste del aura de fidelidad a los hechos, lo que le da grande poder simbólico. Los periódicos son, a partir de entonces, lugares emblemáticos para la difusión de la información, aunque, como acota la investigadora, “la carga de opinión no haya sido apartada de las publicaciones”. En las palabras de Gramsci, es cuando la prensa pasa a actuar como “partido”: “El poder de la palabra es de quien tiene esa palabra, es decir, no solamente el discurso, sino también la formalización de la manera de hablar, la distinción entre a quién se le delega el rol de informar y todos los otros que no poseen esta función”.
Reproducción del libro A Revista no Brasil /A Comedia Social, February 2, 1871 “Pero, para Gramsci, los periódicos no quieren únicamente actuar en el campo político, sino sobre todo lograr la movilización creciente del público. Cuanto mayor es su audiencia, mayor es su poder de difusión y la lógica de la conquista del propio poder. Por cierto, para tener audiencia, nada mejor que divulgar al extremo que producen un discurso que solamente es un espejo del mundo. Y lograr audiencia es lograr poder”, sostiene Marialva. La relación con el Estado se modifica. “El periodismo se asigna el rol de único intermediario posible entre el poder público y el público. En ese sentido, se revela no como un contrapoder, sino como un poder instituido. Los años de censura de la dictadura militar solamente van a consolidar ese proceso y promover una “selección poco natural” en los medios. “Frente a un universo en el cual la política sale de escena como discurso simbólico dominante ante el universo cultural del público, separando la polémica del noticiario, los diarios asumen una nueva cara que no encuentra respuesta del público”, asevera la autora. “En un momento de coyuntura política en que no hay más espacio para la toma de posiciones, cabe al grupo que mejor sirve en aquel momento a las elites políticas, en este caso O Globo, alcanzar el éxito empresarial más representativo”. Estos tiempos también van a cambiar el carácter de los periódicos, más específicamente a partir de los años 1980.
Con la salida de escena de la política durante varias décadas, las secciones de economía adquieren nueva prominencia y se convierten en el buque insignia de varias publicaciones. También explota el género del periodismo investigativo: “La adopción del modelo de periodismo -objetivo, imparcial y neutro- también se vio favorecida por los límites impuestos durante el perío¬do militar, toda vez que distanciarse de la opinión pasó a ser una especie de forma de supervivencia”. Cuando la política dejó de ser un campo de debate y polémica, fue preciso encontrarle otro espacio a estas mismas polémicas. Es el escenario ideal para el periodismo de denuncia, sin tenor político, pero ligado a las condiciones de vida de los trabajadores, por ejemplo, o a las cuestiones ambientales. Desafortunadamente, sostiene la autora, no siempre ese denuncismo tiene bases reales o evidencias suficientes, y lo importante es la denuncia dramatizada. Otro cambio es la fuerza de la exclusividad como estrategia de construcción de autoridad. “El periodista debería ser aquél que podía no solamente revelar lo que estaba oculto, sino a quien cabría descubrir hechos, denunciándolos ante el público”. El caso de Tim Lopes, para citar uno, constituye un ejemplo de ese nuevo formato en el que se “naturaliza la práctica del reportero policial como investigador de policía, actuando como intermediario en pro de la colectividad”.
Con todo, en los años que anteceden a este bicentenario de la prensa, no todo ocurrió como era esperado por los medios. “Las elecciones de 2006 demostraron que el concepto de formadores de opinión al que estábamos acostumbrados caducó”, afirmó Marcos Coimbra, de Vox Populi. “El modelo de la clase media como formadora de opinión y que, una vez conquistada por los medios, resolvía una elección, desapareció con la consolidación de la clase C, incorporada al mercado de consumo. A partir de ahora es esta clase la que va a formar opinión, es un fenómeno nuevo”, evalúa la socióloga Cláudia Camargo, para quien “los grandes medios viven un impasse en Brasil desde entonces”. Para la investigadora, la gran cuestión es saber cómo, o si el periodismo del siglo XXI sobrevivirá. “La crisis en la cual los medios se vieron inmersos en Brasil, luego de haber alcanzado el auge de la gloria en el episodio del juicio político de Collor, parece sugerir que no. Al menos bajo la forma en que venía siendo practicado el periodismo hasta mediados de los años 1990”. El herrero tiene que pensar en una alternativa al cuchillo de palo.
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