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Literatura

La histórica magia del brujo de Cosme Velho

Un estudio muestra a Machado de Assis, el novelista y el funcionario público, como crítico de la truculencia brasileña

A simple vista, nada es menos propicio para alzar vuelo literario que el pachorriento ambiente de una repartición pública. Pero, curiosamente, todo ese aburrimiento obró milagros en algunos de nuestros escritores, entre los que se cuentan Carlos Drummond de Andrade, Graciliano Ramos, João Guimarães Rosa y, tal como lo descubrimos ahora, Machado de Assis, el brujo de Cosme Velho, tema de un libro recientemente lanzado que lleva por título Machado de Assis historiador (Companhia das Letras, 345 págs., R$ 41,00), cuyo autor, Sidney Chalhoub, contó con el apoyo de la FAPESP en su posdoctorado realizado en la Universidad de Michigan, EE.UU., donde concluyó la investigación acerca de la manera en que los años transcurridos por el escritor como jefe de la modorrienta segunda sección de la Dirección de Agricultura del Ministerio de Agricultura (entre 1870 y 1880), contribuyeron en la elaboración de obras maestras, como es el caso de Memórias póstumas de Brás Cubas. “El Machado de Assis novelista y el Machado de Assis funcionario público compartían la misma ideología: ambos aprendieron a no esperar nada bueno de la clase señorial esclavista brasileña del siglo XIX”, dice Chalhoub.

El período en que Machado de Assis estuvo al frente de la mencionada repartición coincide con todo el debate social y político entablado por los políticos del Imperio, que tuvieron como corolario la ley del 28 de septiembre de 1871, posteriormente llamada de Ley del Vientre Libre. Ambos “Machado” fueron absorbidos por esa polémica. “El novelista se esmeró por mostrar en sus escritos que la pulidez y la aparente civilidad de los señores y los propietarios se asentaban en el violencia y en el arbitrio. Empero, sugería también la capacidad de los dependientes de penetrar tal ideología y torcerla en pos de objetivos propios”, explica. “El funcionario trabajaba para someter el poder privado de los señores al dominio de la ley. Creía en la importancia del poder público para disciplinar la barbarie señorial”. Al fin y al cabo, la política de esa elite se asentaba precisamente sobre la inviolabilidad de la voluntad de los señores que, junto a la ideología de los dependientes (para los cuales era mejor concordar y luchar a la sordina que enfrentarse a la ira de los maestros), le imprimió a las inusitadas relaciones sociales brasileñas un sentido natural y perenne.

“En este libro intento demostrar que uno de los objetivos de Machado consiste en analizar los modos de actuación política cotidiana de los dependientes, hombres y mujeres, libres o esclavos”, dice el investigador. En ese contexto, acota Chalhoub, “Machado fue capaz de ‘traducir’ la complejidad de su tiempo histórico, de interpretar el nexo existente entre las cosas y de mostrar la indeterminación inherente a la experiencia histórica”. Es en este punto que la literatura logra hacer historia, en especial a través de los afamados “diálogos machadeanos”. “Los diálogos son una parte importante de ese ejercicio analítico, pues muestran a los dependientes procurando alcanzar objetivos propios dentro de la ideología señorial, de manera tal de no exponerse a represalias, característicamente incivilizadas, de las que eran capaces los propietarios y señores de esclavos.”

Para ello no es preciso ni siquiera esperar la llegada de las grandes obras de la madurez. “Una novela como Helena es mucho más compleja de lo que se pudiera sospechar a primera vista. Ella, Helena, cuando desea lograr algo de Estácio, por ejemplo, trabaja la situación de manera tal que ello se convierta en un deseo del propio Estácio, para que así éste haga precisamente aquello que ella espera que haga. En fin, todo muy sutil, indirecto, disimulado, como la propia literatura machadeana”, observa el investigador. Una literatura para ojos atentos, pues, como dice Chalhoub, “su percepción exige al lector decodificar por sí mismo la mayor parte de los muecas y gracejos que constituyen el arte de la resistencia en la muchacha; cualquier lector del siglo XIX sabría observar esa apariencia a contrapelo, y el brujo de Cosme Velho ciertamente contaba con esa mirada.”

De una cierta manera, el historiador era el padre del novelista. “La historia de Estácio y de Helena, más que el drama lloroso de un amor imposible es la descripción del período de hegemonía incontestable de la clase señorial esclavista, cuya crisis profunda el novelista vivenciara entre 1866 y 1871, y cuyo desmonte presenciaba con una mirada investigativa en la década de 1870”, dice el autor, para quien Machado de Assis, al escribir Helena, no tenía más ilusiones sobre la continuidad del status quo del poder. Para Chalhoub, el escritor deja entonces que la jovencita hable por él. Pero los tiempos no mostraban todavía una luz al final del túnel. “Al no tener más ilusiones, Machado sufre con ello y no vislumbra otra alternativa; así traducía la ambigüedad de la protagonista la experiencia histórica de un sinnúmero de dependientes de ese tiempo: seducidos por la ideología señorial, Helena y sus semejantes podían mostrarse gratos a los señores y ser renuentes a sacudir las estructuras tradicionales.”

Un teatro peligroso
Nada más natural que eso: cómo se iba a luchar contra siglos de dominación y contra una clase cuyo paternalismo se configuraba en un mundo ideado por los señores, una “sociedad imaginaria a la que éstos soñaban realizar en el cotidiano”, en que todo ocurría en función de su deseo. Contra esto, solamente era posible la “viveza” de los dependientes para torcer la voluntad señorial en pro de su propia supervivencia. De allí las palabras del investigador: “el reto de Helena, de Luís Garcia, de Capitu, de José Dias y de tantos otros, en el sentido de afirmar la diferencia en el propio centro de los rituales de la dominación señorial”. Un teatro peligroso en el que se debía saber cuál era el límite de vivir en medio de la violencia, solamente por el poder de las palabras.

Así, el Brasil machadeano era mucho más que la mera dicotomía entre la casa grande y la “senzala” [el barracón o batey de los esclavos]. “Había condiciones intermedias entre la esclavitud y la libertad que, al tiempo que matizan la visión tradicional de una sociedad dividida entre señores y esclavos, sugieren cuánto la precariedad era inherente a la condición de estos dependientes.” La gran “chispa” del brujo surgió precisamente en medio de las discusiones que éste presenciaba (y de las cuales participaba) como funcionario público: “La crisis de la sociedad señorial esclavista tenía su origen básicamente en el proceso histórico de emancipación de los esclavos”. La magia del brujo consistió precisamente en ir más allá de la dicotomía y captar los intersticios, valiéndose de ese conocimiento como materia prima de sus novelas. De allí que éstas van poco a poco cambiando sutilmente de tono; cada una de ellas, dice Chalhoub, “tiene una lógica social propia: es importante ver el modo en que éstas surgen en la historia de su tiempo y el modo como se levantan contra ella, intentando entenderla y transformarla”.

De esta forma, luego de Helena, en Iaiá Garcia, de 1878, la narrativa es un reflejo de la crisis decisiva del paternalismo. “La novedad radica en que los dependientes se confrontan con una voluntad señorial más consciente de sí misma, consciente de la resistencia y sus designios, y decidida a hacer valer su autoridad a través de la astucia e incluso del fraude, no dudando en violentar a sus subordinados”, asevera el autor. En Memórias póstumas de Brás Cubas todo se consolida.

“Aparece allí el suelo común de la crítica al mundo señorial, pero ahora en forma casi brutal ya sea en la exposición del arbitrio y la violencia de los señores como así también en la sugerencia de que había situaciones en que los dependientes hacían chacota del todopoderoso Brás Cubas. En Memórias, Machado reescribió Helena, y si el niño es el padre del hombre, Brás es hijo de Estácio”. Poco a poco, la lucha para corroer a la elite se va haciendo más intensa, casi que abierta y los pútridos poderes aparecen en su toda su dimensión. Brás decide el destino de la mariposa negra como decide sobre la vida de sus subalternos sociales, y doña Plácida, la chismosa, solamente accedió a la existencia porque Brás necesitaba que existiese. Abusando de la libertad de la muerte, Cubas es un señor boquirroto, cuyas confidencias de soberbia nos asombran por su sinceridad.

Tras la crudeza de Memórias, Machado efectúa la “crítica cerebral de Dom Casmurro, una novela tan serena cuanto quirúrgica en el relato de los horrores señoriales. Quizá sea una autopsia del mundo de los señores de esclavos, de ese mundo que se desvaneciera en gran medida al momento de escribir el libro”, observa el investigador. El “ajedrez político de los dependientes” incomoda entonces a los amos, que ven traición y disimulación en todos los rincones y en todas las miradas. “Capitu conocía el arte del diálogo político. En Dom Casmurro, la niña es la madre de la mujer. Siempre que son sujetos de la historia, los dependientes traicionan a sus amos. Si esa es la única clave posible, podemos respirar aliviados: Capitu traicionó a Bentinho.”

El Proyecto
Machado de Assis y la Emancipación de los Esclavos (nº 99/01971-0); Modalidad
Beca de Posdoctorado; Becario Sidney Chalhoub – Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas/ Unicamp

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