La escena literaria brasileña de los primeros años de la década de 1930 lleva la marca de la publicación de obras de ficción que denunciaban la realidad precaria de los interioranos y trabajadores manuales en el norte y nordeste de Brasil. Lanzado en un momento en que ese género de novela regionalista comprometida con las causas sociales experimentaba ya su decadencia e iba cediendo lugar a la ficción de carácter más intimista y psicológico, Vidas secas, de Graciliano Ramos (1892-1953), innovó al poner en el centro de su narrativa aspectos subjetivos de una familia de los llamados retirantes [n. de tr.: migrantes que abandonan sus realidades de miseria y emprenden un camino incierto hacia el sur del país en busca de una vida mejor], sin la preocupación de construir un retrato fiel de la sociedad brasileña de esas regiones, tal como lo hacían otros escritores del mencionado período.
El libro de Graciliano narra la historia de Fabiano y su familia, formada por su mujer Sinhá Vitória, sus dos hijos y la perra Baleia, que erran por el paisaje desértico del nordeste brasileño hasta encontrar refugio en la casa de una hacienda abandonada. En la época de las lluvias, cuando el propietario de las tierras regresa, Fabiano empieza a trabajar como vaquero en la hacienda, donde se instala en forma definitiva. En una carta enviada a un periodista y reproducida en O velho Graça – Uma biografia de Graciliano Ramos (Boitempo Editorial, 2012) –escrita por Dênis de Moraes, docente del Departamento de Estudios Culturales y Medios de la Universidad Federal Fluminense (UFF)–, Ramos explicó que su intención era exponer “el alma del ser rudo y casi primitivo que habita la zona más profunda del sertón, observar la reacción de ese espíritu tosco ante el mundo exterior, es decir, ante la hostilidad del medio físico y de la injusticia humana”.
“A diferencia de autores como Rachel de Queiroz [1910-2003], que en sus novelas mostraba distintos estratos económicos y sociales de la sociedad del sertón, incluidas tanto las figuras explotadas como las de sus verdugos, en un espíritu cercano a un realismo más tradicional, Graciliano ciño su narrativa en la historia de la familia de retirantes, creando una sensación de aislamiento inédita en la ficción de aquella época”, analiza el crítico Felipe Bier Nogueira, quien desarrolla una investigación sobre el tema en el Instituto de Estudios del Lenguaje de la Universidad de Campinas (IEL-Unicamp).
Otra característica que diferencia a la obra publicada en 1938 con respecto a la producción que le fue contemporánea atañe a la trayectoria de los protagonistas. Si en autores como Jorge Amado (1912-2001) se repetían las historias de figuras marginales que se convertían en héroes revolucionarios, en Vidas secas Fabiano no adquiere conciencia de clase, ni siquiera después de toda una vida de miseria, de explotación por parte de los patrones. “La novela contiene un intento de mostrar la realidad brasileña sin hacer concesiones al populismo literario típico de otros escritores regionalistas”, afirma Alfredo Cesar Barbosa de Melo, del Departamento de Teoría Literaria de la Unicamp. Según el profesor, tal característica aparece, por ejemplo, cuando Fabiano se reencuentra con el soldado responsable de su indebida prisión, en el interior. En esa situación, él tendría la oportunidad de vengarse, pero se contiene, por el respeto que le tiene a la posición de autoridad ocupada por el militar.
Vidas secas es el único libro escrito por Ramos en tercera persona, con discurso indirecto libre, recurso que hace que, en algunos momentos, el lector no pueda identificar si quien se expresa es un personaje o el propio narrador. La novela guarda relación con su experiencia como preso político, entre 1936 y 1937, primeramente en Maceió y luego en Río de Janeiro, durante el régimen de Getúlio Vargas (1882-1954). Para el profesor de literatura brasileña Fabio Cesar Alves, del Departamento de Letras Clásicas y Vernáculas (DLCV) de la Facultad de Filosofía, Letras y Ciencias Humanas de la Universidad de São Paulo (FFLCH-USP), la vivencia de verse “rebajado” que experimentó el autor lo habría conducido a incluir al “otro” en su ficción, hasta entonces volcada a personajes más cercanos a su clase social, tal como es el caso del empleado público que aparece en Angústia, de 1936. Según el investigador, al echar luz sobre la miseria social producida por el avance del capitalismo, Vidas secas también representa un intento de desmitificar la ideología del progreso. “El libro posee una estética única de contención de palabras y concentración de problemas en las escenas literarias”, afirma.
Escrita en la pensión
Cuando Graciliano publicó Vidas secas, ya era un escritor intelectualmente consagrado, con tres novelas editadas: Caetés (1933), São Bernardo (1934) y Angústia. Sin embargo, a pesar del reconocimiento, como recuerda Thiago Mio Salla, docente de la Escuela de Comunicación y Artes (ECA) y de la FFLCH, él pasaba por una situación de penuria económica, en la pequeña habitación de una pensión donde vivía con su mujer y sus dos hijas. Para poder escribir, Ramos aprovechaba las madrugadas, mientras las niñas dormían y el establecimiento aun estaba en silencio. Seguía hasta las primeras horas de la mañana “en medio de muchos cigarrillos y algunos tragos de cachaça”, tal como se lee en la biografía elaborada por Moraes. Los capítulos de Vidas Secas se produjeron como cuentos y salieron publicados en distintos periódicos, entre ellos los cariocas O Cruzeiro, O Jornal, Diário de Notícias y Lanterna Verde, además del paulistano Folha da Manhã.
Creado a partir de la experiencia que tuvo el autor durante su infancia en el árido interior del estado de Pernambuco, cuando presenció el sacrificio de un perro, “Baleia”, el noveno capítulo, fue el primero en publicarse en el suplemento literario de O Jornal. La buena recepción que tuvo, especialmente entre sus pares, motivó a Ramos a proseguir con la historia, cuyo título inicial sería el mismo del último capítulo, O mundo coberto de penas. Tras imprimir las primeras pruebas, Graciliano cambió de idea y decidió llamar a la obra Vidas secas. El libro salió publicado por la editorial José Olympio y despertó la atención de críticos como Otto Maria Carpeaux (1900-1978) y el filólogo Aurélio Buarque de Holanda (1910-1989), que lo celebraron.
La buena acogida de los intelectuales no se convirtió, empero, en éxito inmediato de ventas. Salla, de la USP, comenta que pese al tino comercial del librero José Olympio, conocido por publicar a autores de diferentes afiliaciones ideológicas y políticas, los 20 mil primeros ejemplares de Vidas secas tardaron una década en venderse. “En parte, el libro resultó difícil de vender a causa del agotamiento del público con las historias del nordeste, pero también por la aridez de la narrativa, que va más allá del retrato de la realidad de una familia de retirantes”, analiza Bier, de la Unicamp.
Con el transcurso de los años, el hecho de que se haya publicado en etapas generó un debate entre los críticos, interesados en comprender hasta qué punto eso habría perjudicado la cohesión narrativa. Rubem Braga (1913-1990) la clasificó como “novela desarmable”, idea posteriormente discutida por intelectuales como Antonio Candido (1918-2017), considerado, incluso por el propio Ramos, como el mejor crítico de su trayectoria literaria. “A pesar de la publicación seriada, los capítulos no se pueden leer en cualquier orden. Por ejemplo, la parte en la que Fabiano se reencuentra con el soldado en la zona de la Caatinga no puede leerse antes que aquella en la que lo arrestan injustamente”, pondera Alves, de la FFLCH-USP.
El imaginario brasileño
En 1963, el cineasta Nelson Pereira dos Santos (1928-2018) realizó la adaptación de Vidas secas para el cine. En 1972, Leon Hirszman (1937-1987) filmó São Bernardo y en 1984 Santos rodó también Memórias do cárcere, publicado en 1953. En función del “lenguaje desencarnado”, que apunta a mostrar los efectos perversos del avance del capitalismo en un país periférico como Brasil, Alves considera que la obra de Graciliano estuvo bien adaptada por los exponentes del Cinema Novo, como Dos Santos y Hirszman. “Las propuestas de Ramos y del Cinema Novo convergen tanto en la temática preocupada con las cuestiones sociales como en la estética cruda”, afirma.
Bier, de la Unicamp, sostiene que los trabajos como Grande sertão: Veredas, escrito por Guimarães Rosa (1908-1967), publicado en 1956, solo se pudieron crear gracias a la apertura proporcionada por el libro de Ramos. “El procedimiento formal de Vidas secas hizo posible que otros escritores trabajaran con el lenguaje rudimentario en sus obras literarias”, afirma el investigador. En la misma línea, Melo Grande explica que la economía de vocablos utilizada en el libro para referirse al sertón permitió establecer parámetros poéticos que posteriormente retomó Guimarães Rosa, pero en sentido opuesto. “Gran sertón: Veredas cuenta con una abundancia desbordante del verbo”, reflexiona.
Tras la muerte de Graciliano Ramos, se vendieron los derechos de publicación de su obra a editorial Martins Fontes y, desde 1975, pertenecen a Record. Traducido en 17 idiomas, Vidas secas es hoy en día el libro más vendido del catálogo de la editorial, con más de 1,8 millones de copias comercializadas y 138 ediciones. “Considerada una novela emblemática de la década de 1930, funcionó como una pieza esencial para la construcción del imaginario brasileño sobre el nordeste”, afirma Salla.
Para Alves, “el libro sobrepasa la denuncia de la miseria nordestina, al atacar los pilares de la sociedad burguesa”. Tal como sugiere Salla, incluso consagrado, el libro todavía ofrece campos inéditos de investigación. “Un trabajo que hasta ahora no se ha hecho es el del análisis crítico de los manuscritos de la primera edición, comparada con publicaciones posteriores, que permita observar los cambios realizados en la obra a lo largo del tiempo, finaliza el investigador.
Proyecto
El malestar en la tradición: Vidas secas y las metamorfosis del sertón (nº 16/21431-8); Modalidad Becas en Brasil – Posdoctorado; Investigador responsable Alfredo Barbosa de Melo (Unicamp); Bolsista Felipe Bier Nogueira; Inversión R$ 493.262,20.
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