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Antropología

La invención de la indolencia

Publican en libro una tesis doctoral que denuncia el racismo solapado en el mito de la pereza bahiana

Algunos bahianos, cuando alguien les dice que son perezosos, lo toman incluso como un elogio. Artistas como Dorival Caymmi y Gilberto Gil, por ejemplo, asumieron con gallardía esa supuesta molicie que se les atribuye. Esa proverbial pereza, argumentan ellos, es un rasgo de la identidad cultural de Bahía, la expresión de un modo de vida en el que el trabajo no tiene por qué oponerse al esparcimiento. De acuerdo con la tesis intitulada El mito de la pereza bahiana, defendida en la Universidad de São Paulo (USP) en 1998 por la antropóloga Elisete Zanlorenzi, el origen de ese estereotipo no tiene nada de benévolo.

Lo engendró a decir verdad la elite de Bahía, con el objetivo de descalificar a los negros, que son la abrumadora mayoría de la población local. Esto se remonta a los tiempos de la esclavitud, y cobró vigor como una reacción a la Ley Áurea. Dicha tesis tuvo repercusión dentro y fuera del ambiente académico, pero recién ahora saldrá en forma de libro, cuya presentación está programada para el final de este año.

La obra sostiene que la vida tranquila y la famosa aversión al trabajo atribuidas a los bahianos no tienen en realidad asidero. Elisete investigó la relación entre el calendario de fiestas de Bahía y la asistencia al trabajo, por ejemplo. Y descubrió algunas cosas curiosas. Una empresa con sede en el Polo Petroquímico de Camaçarí, a 41 kilómetros de Salvador, registró menos faltas entre el personal durante el Carnaval de 1994 que en su filial de São Paulo. Y otro dato elocuente: al final de los años 1980, entre las personas ocupadas de la Región Metropolitana de Salvador, el 50,4% trabajaba más de 48 horas semanales, y el 35,8%, entre 38 y 47 horas por semana.

Y si no trabajan más, probablemente es porque no hay más trabajo. Entre las seis mayores regiones metropolitanas de Brasil, Salvador tiene el récord de desempleo y de trabajo informal, un fenómeno que afecta con particular fuerza al 80% de la población, compuesto por descendientes de africanos. De acuerdo con la antropóloga, la Ladeira da Preguiça [Ladera de la Pereza], ubicada en el centro de Salvador, constituye un símbolo del prejuicio.

En los tiempos de la esclavitud, y también después, aquéllos que se quejaban en ese escarpado trayecto, mientras cargaban en sus espaldas las mercancías desembarcadas en el puerto, eran los negros -los “perezosos”, según la visión desdeñosa de los blancos que, desde las ventanas de sus altos o sobrados, les gritaban: “¡Suban, perezosos!”. La intensa migración nordestina de los últimos 50 años imprimió nuevo vigor al racismo en el sur y el sudeste de Brasil. Fuera de Bahía, el término “bahiano” según el Diccionario Houaiss significa tonto, negro, mulato, ignorante y fanfarrón.

Y se refiere a trabajadores descalificados oriundos de todos los estados del nordeste brasileño. Como la carretera por la que se concretó el éxodo fue la llamada Río-Bahía, a los migrantes nordestinos arribados a São Paulo y también en toda la región sur se les dice indistintamente “bahianos” -así como muchos estadounidenses, desinteresados acerca de lo que sucede al sur del Ecuador, confunden la capital de Brasil con Buenos Aires. “Descalificar a los migrantes nordestinos por perezosos era una forma de excluirlos”, dice Elisete. La estudiosa apunta los dos grandes motores del prejuicio: la desidia del gobierno respecto a la capacitación de esa fuerza de trabajo y la intolerancia de los inmigrantes europeos, que no querían que se los equiparase con los brasileños pobres, con quienes disputaban el mercado de trabajo y el espacio urbano.

La tesis de Elisete Zanlorenzi, docente de la Pontificia Universidad Católica de Campinas, es más celebrada que conocida -de allí la importancia de su publicación. Este estudio repercutió bastante al final de los años 1990. Hasta la actualidad circulan resúmenes en cadenas de Internet, propagadas probablemente por bahianos altivos. Los textos de algunos correos electrónicos contaron con el refuerzo de datos que ni siquiera figuran en la tesis, en una curiosa y anónima colaboración con la investigación. “Hay datos e incluso declaraciones entre comillas que no son mías”, dice Elisete.

“Todos los meses recebo mails de parte de investigadores interesados en estudiar el tema; por tal motivo, me decidí por la publicación”, dice. El sociólogo Octavio Ianni (1925-2004) -quien integró la mesa examinadora de la tesis, en 1998- apuntó a la época cuál era la principal contribución de ese trabajo: sugerir la asignación de la pereza como una sutil y solapada manera -porque irrisoria y folclorizada- de racismo.

La paulista Elisete, descendiente de italianos y alemanes, se mudó al nordeste de brasil al final de los años 1970 y vivió en Salvador entre los años 1980 y 1984. En la capital bahiana escribió su tesina de maestría, sobre el movimiento popular del barrio de Calabar, una antigua usurpación de 8 mil habitantes a los que la especulación inmobiliaria intentaba en vano expulsar de una región rica de la ciudad. En esa época le llamó la atención por primera vez el prejuicio oculto en la cuestión de la pereza. Una tarde de domingo, quedó impresionada con lo que vio en una fiesta, frecuentada por gente de la elite de Salvador: políticos, abogados y empresarios. “Empezaron a quejarse de la pereza de los empleados negros, mientras éstos los servían. Los negros eran los únicos que estaban trabajando allí”, recuerda.

El candomblé
Elisete salió en busca de las razones históricas de este fenómeno. “Ni la Abolición de la esclavitud ni la industrialización fueron capaces de incorporar a esos grandes contingentes de afrodescendientes de Salvador al mercado de trabajo formal”, dice la antropóloga. Hasta hace muy poco, los negros permanecían lejos de los mejores empleos y de las actividades mejor remuneradas en Bahía. En su gran mayoría, trabajaban en el mercado informal: en el pequeño comercio y la prestación de servicios; actividades descalificadas.

“Salvador vivía sumida en relaciones tradicionales, y muchos de sus barrios tenían una vida casi independiente”, afirma. Esto recién empezó a cambiar a partir de los años 1960, con la instalación del Centro Industrial de Aratú, y más acentuadamente en los años 1970, con la instalación del Pelo Petroquímico de Camaçarí, que absorbió mano de obra local, ayudando así a forjar una incipiente clase media afro-brasileña. “Pero la visión capitalista sobre el valor del tiempo y el significado del trabajo, estampada en la imagen de que tiempo es dinero, no logró modificar las relaciones cotidianas, ni retirar de los espacios de las relaciones de trabajo una cierta cuota de afectividad”, afirma la antropóloga.

Simultáneamente, ganó cuerpo la cara simpática de la pereza. Los compositores Ary Barroso y Dorival Caymmi, al describir una Salvador de las primeras décadas del siglo XX ayudaron a construir una imagen exótica y paradisíaca, que recorrió el mundo en la película Los tres caballeros (1945), de Walt Disney. Y no era precisamente una imagen inventada. El valor que el tiempo y el trabajo tienen para los bahianos, según se lee en la tesis, se encuentra bajo un fuerte influjo del candomblé.

“Las obligaciones, según la filosofía candomblé, son algo que se elige, no que se hace a la fuerza”, afirma Elisete. “En el fondo, esto viene de la tradición africana: el concepto de que el trabajo no es el foco principal de la vida, que el trabajo y el esparcimiento no se oponen. Pero es no significa que la gente no trabaje. Al contrario: las personas trabajan, y mucho, pero sin poner el trabajo como objetivo central de sus existencias, y cuidando mucho aquellas relaciones que transcurren por fuera de la esfera del trabajo”, comenta la antropóloga.

La tesis estudia el concepto de tiempo en Bahía. Sostiene que, aunque las relaciones formales se pautan por medio del reloj, es decir, responden a la lógica capitalista del tiempo, las relaciones informales se rigen por un tiempo maleable. “Muchas gente en Salvador no usa reloj”, observa Elisete. “Este hecho podría justificarse debido al bajo poder adquisitivo de la población, pero la cuestión va más allá de ello, pues un reloj no es un artículo que cueste tan caro. Si fuese imprescindible, seguro que lo usarían más”. Entre un encuentro y otro, observa la tesis, puede transcurrir un tercero, y las personas que quedan en encontrarse saben que la rigidez de horarios está expuesta al imprevisto. “Lo que la mentalidad utilitaria y rígida concibe como una tardanza, en la visión afrodescendiente bahiana aparece como una posibilidad, algo que puede suceder”, afirma la antropóloga.

La cigarra y la hormiga
El estudio es mechado con entrevistas con personalidades de Bahía, como João Jorge, director del grupo Olodum; Vovô, director de Ilê-Ayê; Normando, director del Centro de Cultura Popular, y Júlio Braga, antropólogo de la Universidad Federal de Bahía. “Todos afirman que el trabajo es una esfera importante de la vida, pero la vida no se resume al trabajo, ya que la recreación, la familia y los amigos son importantes”, recuerda Elisete. “Normando dijo que la fábula de la cigarra y la hormiga es una invención de la mentalidad occidental, sin ningún vínculo con la matriz africana.”

El compositor Dorival Caymmi encarnó como nadie la imagen del bahiano “indolente”. No caben dudas acerca de que su temperamento tranquilo y atrevido condice con esa imagen -pero, de allí a rotularlo como perezoso hay una enorme distancia. “Siempre se levanta temprano, e incluso en la época en que trabajaba a la noche, siempre se sentaba a desayunar con los hijos”, dice Stella Caymmi, biógrafa y nieta del compositor.

Dorival Caymmi forjó más de un centenar de canciones, y fue un luchador a favor de la legislación de los derechos de autor, pero gustaba de cultivar la fama de perezoso. Para rechazar compromisos para los que no tenía tiempo como para hacerse presente, respondía sencillamente que no podía ir porque estaba con fiaca. En una de las primeras propagandas que protagonizó, de una marca de ron, en 1957, Caymmi aparecía tocando la guitarra recostado en una hamaca. Nada más falso. A Caymmi, según cuenta su nieta Stella, nunca le agradaron las hamacas. Eso sí, apreciaba su sillón hamaca, como puede verse en la foto que ilustra la apertura de este artículo.

Un condimento
Los tropicalistas Gal Costa, Caetano Veloso, Maria Bethânia y Gilberto Gil incorporarían posteriormente la imagen de la pereza bahiana. “Era una manera de decir que ellos eran distintos, que no pertenecían a aquel mundo urbano al que estaban llegando”, dice Elisete. Entrevistado por la investigadora, Gilberto Gil explicó: “La pereza es una especia, un condimento que Bahía le brinda a Brasil. La pereza produce de manera inusitada; produce beneficios inimaginables. Vence los obstáculos mediante su capacidad de contornearlos, no de atravesarlos diretamente… es el agua, es lo femenino, es lo oscuro. Yo soy adepto a esa visión, porque creo que es la salvación del mundo”. Dicho sea de paso: Gilberto Gil nunca tuvo una vida calma. Cuando se mudó a São Paulo, a comienzos de los años 1960, trabajaba en una empresa de día y cantaba de noche. Actualmente, a los 62 años, concilia sus compromisos como ministro de Cultura con su agenda de recitales.

La industria del turismo aprendió a explotar ese filón para atraer multitudes de estresados de todos los rincones de Brasil. Si quiere descansar, vaya a Bahía, la tierra donde la fiesta no termina nunca y nadie se preocupa con el reloj. Eso empezó en los años 1960. A la época, la capital bahiana pasó por una gran cirugía urbana con el objetivo de fomentar el turismo -y así se descubrió que el mito de la pereza tenía una convocatoria impresionante entre los forasteros. Desde entonces, los bahianos trabajan duramente para crear una ilusión capaz de entretener a miles de incautos. La ilusión de que, en aquellos parajes, a nadie le gusta trabajar.

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