Un estudio que explica las razones del atraso brasileño en el sector gráfico y de autoría
Al terminar la lectura de O Preço da Leitura – Leis e Números por Detrás das Letras, una nueva y excelente investigación de Marisa Lajolo y Regina Zilberman, sentimos dos sensaciones. Una de placer, por la forma en la cual las autoras cuentan la historia de la escritura en Brasil, yendo desde la prohibición de la prensa en el país hasta 1808, pasando por la larga (y aún vigente) lucha del escritor como propietario de su obra como creación, y como merecedor de una paga por el producto en cual ésta se transforma.
La otra es una sensación de remolino, pues aunque dispongamos de una Ley de Derechos de Autor razonablemente decente (por lo menos en los papeles), nos deparamos en este comienzo de siglo y de milenio con el problema de esos mismos derechos en Internet y de los derechos inherentes a los autores de televisión y demás medios electrónicos, que aún está por resolverse.
De la misma manera en que, durante la primera mitad del siglo XX, los contratos editoriales intentaban sujetar a la obra adquirida a las modalidades de reproducción existentes en la época (teatro y cine), hoy en día los editores también pretenden igualmente amarrar al autor, incluyendo además del teatro y del cine, a la televisión y a la propia Internet. De este modo, volvemos a la compra por parte del editor no ya de la obra bajo su forma impresa, sino de la obra in totum, lo que no es nada más ni nada menos que un absurdo total.
Pese a que no haya abordado la cuestión de los derechos de autor más a fondo en esas vertientes, O Preço da Leitura proporciona al público informaciones preciosas para entender los motivos del atraso de Brasil en el sector gráfico y en el área de derechos de autor –entre éstos, las tasas exorbitantes cobradas para libros hechos en el país, en contraposición las ventajas aduaneras concedidas a los libros importados desde Europa.
Sin embargo, esta actitud de la Corona Portuguesa estaba relacionada apenas con Brasil y las colonias portuguesas de África, pues en Asia, Goa y Macao no sufrieron prohibiciones tipográficas. Al contrario.
En el trabajo de Marisa Lajolo y Regina Zilberman, la lucha por el reconocimiento del derecho de autor –hecho realidad solamente en 1710, con el Estatuto de Ana, decretado en Inglaterra– está amalgamada al binomio supervivencia-creación, a la dificultad del reconocimiento por parte de la sociedad de la obra literaria como producto, a las tentativas de los autores de lograr la profesionalización, y a un cierto paternalismo de doble mano (autor/ editor), en el cual los problemas personales, de salud y de ganancias surgidas de la producción literaria muchas veces se confunden.
A través de documentos y cartas, vemos en esa lucha a Diderot y Beaumarchais; Almeida Garrett y Alexandre Herculano; Camilo Castelo Branco, Euclides da Cunha, la figura de los mecenas; Clóvis Bevilácqua; Baptiste Louis Garnier, editor francés radicado en Río de Janeiro (B.L. Garnier); el periodista gaúcho Pardal Mallet; la creación de las primeras asociaciones de escritores (mujeres afuera, claro…) en pos de organizar un poco ese reconocimiento necesario de la autoría y, finalmente, la creación de la Academia Brasileña de Letras, en 1897, presidida por Machado de Assis, que abandonó definitivamente la lucha por los derechos de autor, por creer que el ser escritor era una postura y nunca una profesión. Sin hablar, lógicamente, de Mario de Andrade y Castro Alves, entre varios otros.
El libro teje un camino documentado, con una extensa bibliografía y copias de contratos firmados entre autores y editores, y sus autoras saben que, hasta hoy, las prestaciones de cuentas continúan llegando, cuando llegan, mucho tiempo después. Sin ninguna corrección, claro.
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