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Filosofía

La naturaleza atormentada

En el marco de un proyecto se discuten los peligros de la mercantilización de la ciencia

Al acuñar la expresión “la naturaleza atormentada”, a comienzos del siglo XVII, en referencia al objeto del conocimiento científico, Francis Bacon no imaginaba que ese ideal iría mucho después a atormentar a filósofos y científicos, en el siglo XXI. El “tormento” del mundo natural, significaba para Bacon conocerlo, no por el saber desinteresado, sino para dominar, transformar y luego utilizar ese universo en forma más eficiente. Y también más precisa. El instrumento escogido para llevar adelante tal tarea lo aportó otro pensador de aquel tiempo: Galileo, quien sostuvo que eran las cualidades de los objetos naturales reductibles a la matemática y la mecánica. La cuna de la ciencia moderna traía consigo la estructura para que el ideal de control de la naturaleza se plasmara. Al frente del italiano surgió la Iglesia, con sus supersticiones y oscurantismos, y enseguida se tornó necesario separar los hechos, un privilegio del pensamiento científico, de los valores, ligados a la autoridad y a lo social. El recién nacido sería imparcial, neutro y autónomo.

“La ciencia debe asumir que tiene también su costado comprometido, pues, pese a declararse desprovista de valores, trae consigo el ideal de control de lo natural, que de por sí es un valor. Nada cabe obstar a ello, pues esta voluntad es una parte intrínseca del ser humano. Pero es necesario siempre tener en cuenta que, en ocasiones, se suscita un problema: ¿cómo controlar a quien controla a la naturaleza?”, afirma Pablo Ruben Mariconda, coordinador del Proyecto Temático intitulado Estudios de filosofía y historia de la ciencia, que cuenta con el apoyo de la FAPESP, un espacio de discusión y análisis histórico y filosófico de los senderos de la ciencia, desde sus albores en el siglo XVII hasta el momento actual.

Este proyecto ha redundado en la publicación de una revista: Scientia Studia (cuya versión online puede ingresarse en www.scientiaestudia.org.br), que contiene textos críticos y analíticos de varios investigadores y también obras científicas históricas (cartas, tratados, etc.), traducidas y comentadas. Al margen del foco histórico, la investigación se aboca a la llamada polémica de la  tecnociencia, la unión de ciencia y tecnología. “La tecnociencia a veces une la supervaloración del aspecto aplicado del conocimiento con la desvalorización de la investigación pura y del conocimiento como un fin en sí mismo”, dice Mariconda. El principio de la difusión a través de toda la sociedad de los productos teóricos e intelectuales puede, en algunos casos, dar lugar a una intensa privatización del saber a cambio de utilidades.

“En la actualidad, en varios sectores, es casi imposible separar la investigación científica de los intereses, y no se cumplen más los valores de equidad y beneficio general, atributos natos de la ciencia”, dice Mariconda. “Ese estado de mercantilización puede poner en riesgo a la ciencia tal como la entendemos y queremos”. No obstante, cabe aclararlo, éste ha sido un proceso lento. El ideal de dominación de la naturaleza surgió en el siglo XVII, pero no se ha plasmado, a no ser en la generación del concepto de ciencia útil. Era la resolución de un impasse que tuvo su inicio con el Humanismo renacentista, que preconizaba el poder del hombre para conocer y dominar la realidad. Había en ese entonces dos maneras de pensar el valor de la ciencia. Una de ellas entendía la teoría científica como la búsqueda del conocimiento por el conocimiento mismo, por la ampliación del saber sobre lo desconocido, sin que ello implicara en la aplicación práctica de los descubrimientos. Junto a esto estaba el utilitarismo, que abogaba por la valoración de la ciencia en función de la cantidad de aplicaciones prácticas que un determinado descubrimiento pudiera permitir. No se podía perder tiempo, pues era necesario dotar de orden al mundo y controlarlo prácticamente. La decisión más acertada entre varias elecciones posibles en un experimento sería aquélla dotada de mayor eficiencia como para asegurar una finalidad pragmática. En el siglo XVII, el juicio a Galileo fue un punto clave para este cambio, pues hecho y valor al fin se disociaron. En el tribunal, de un lado había un hombre de la razón, que vio su pensamiento confrontándose con la fe. En aquel momento fue necesario, por tal motivo, que la incipiente ciencia se tornase totalmente desprovista de los llamados valores sociales, para distanciarse al máximo de aquello que no fuera racional, cognitivo.

La ciencia adoptó la matematización, pero la realización del paradigma del control recién se daría en el siglo XIX, con el surgimiento de las condiciones sociales y económicas necesarias. La Primera Revolución Industrial unió, por primera vez, producción de conocimiento y producción de mercaderías. A partir de entonces, esta relación entre ciencia y técnica se fue estrechando naturalmente. El final de la Segunda Guerra Mundial signó más aún la confluencia entre la ciencia y la tecnología, lo que en tiempos más recientes desembocó en la llamada tecnociencia.

Negación
La reacción, sostiene Mariconda, fue excesiva, a punto tal de inspirar críticas radicales, posmodernistas, que condenan la ciencia y las patentes en su totalidad, sin racionalización. El proyecto de Mariconda no avanza en el sentido de esa negación total, sino que, en el marco del mejor espíritu científico, defiende la validez de las investigaciones científicas, y prefiere únicamente advertir sobre el peligro de la valoración excesiva del control de la naturaleza sobre otras formas de relación con los objetos naturales. En este contexto, la ciencia moderna sería un abordaje posible entre tantos otros, sin la radicalización de los elementos de neutralidad y autonomía, y preservando su imparcialidad.

Sin embargo, tal como lo reconoce el investigador, es cada vez más complicada esa ampliación del abanico de opciones, en la medida en que, de manera creciente, la investigación científica ha ido migrando desde las universidades a las corporaciones económicas, que también destinan recursos al desarrollo de nuevos conocimientos. El número de patentes revela tamaña desproporción: a nivel mundial, solamente el 3% se concede a investigadores vinculados a una institución académica. “Esta cuestión es un punto neurálgico, pues restringe el acceso a los procedimientos biológicos, perpetrado por un grupo de gente que tiene la patente. En el largo plazo, esto puede traer aparejada una fragmentación del campo científico en un sinnúmero de patentes, cosa que haría imposible el conocimiento universal. Éste quedaría limitado a las áreas reguladas por las patentes, y así, será difícil hacer investigación independiente”, advierte Mariconda. “Debemos concientizarnos de que no podemos quedarnos únicamente en la investigación aplicada”. Afortunadamente, advierte Mariconda, Brasil es uno de los pocos países de Latinoamérica que no ha renunciado a hacer investigación básica.

Conocimiento
“Tenemos muchos institutos que, aunque apunten hacia la investigación aplicada, canalizan sus esfuerzos en pro de un conocimiento científico que solucione los problemas fundamentales de la sociedad brasileña”, elogia el investigador, quien pone de relieve el valor del trabajo de las fundaciones de fomento a la investigación, como la FAPESP, la Fundación de Apoyo a la Investigación de Río de Janeiro (Faperj), el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq) y la Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior (Capes), entre otras. Un dato nuevo que ha de analizarse se observa en la polémica de la rotura de patentes, en especial aquéllas referentes a las drogas empleadas en el tratamiento del Sida. “El gobierno tiene sus razones para ello, pero solamente en casos extremos como éste, pues se trata de una situación donde los productos son caros, y deberían beneficiar a todos. En casos que involucran vida o muerte, las ganancias no pueden estar por encima de las necesidades de la población”, sostiene. “La propiedad difusa, pública y colectiva, asociada al conocimiento de los pueblos y de las comunidades en general, e incluso de la comunidad científica en particular, empieza a competir de manera peligrosa con la propiedad privada, asociada a un conocimiento tecnológico avanzado, cuyo desarrollo dependerá cada vez más de las grandes inversiones, que solamente existirán con una garantía de retorno mayor aún”, evalúa el investigador.

Para Mariconda, en el ámbito de la ciencia, se puede de última sostener que existe un empobrecimiento cultural e intelectual: la tecnociencia contemporánea, cuando es predatoria, desemboca en que el conocimiento público, que es el ideal de la  ciencia moderna, se convierta en conocimiento privado. “Al defender la imparcialidad de la investigación científica, como la que se hace en las fundaciones y en las universidades, abogamos en favor de un conocimiento libre de ingerencias externas con una máscara humanista y progresista para imponer una ideología que se vuelve en contra del hombre e inhibe la libertad de pensamiento”, evalúa el investigador. Al fin y al cabo, sostiene Mariconda, la presencia de valores no le impide a la ciencia desarrollar un conocimiento objetivo e imparcial.

“De por sí, no es malo contar con la chance de conocer a fondo los fenómenos, y de esta forma tener control sobre la naturaleza. El problema radica en la utilización puramente materialista de tal conquista. Un mismo conocimiento puede usarse de diferentes maneras”, evalúa.

En tanto, el controlar a los científicos es una cuestión delicada. “Muchos insisten en la teoría de la neutralidad y en la idea de que el mal uso de sus descubrimientos es responsabilidad del capitalismo y del Estado, y no suya. Ésa no es precisamente una actitud sana. Siempre que producimos conocimiento somos responsables de los efectos colaterales de nuestra creación”, advierte el autor. Mariconda recuerda el ejemplo de Einstein, quien pese a ser conciente acerca de las consecuencias de sus descubrimientos, no cejó en sus  investigaciones. Lo que, por otra parte, no le impidió usar su figura pública para propagar el pacifismo. Al final de cuentas, en aquel día del juicio, pese a la  violencia con que lo amenazaban, Galileo no se dejó llevar. El dicho eppur si muove era totalmente cierto.

El Proyecto
Estudios de filosofía e historia de la ciencia; Modalidad Proyecto Temático; Supervisión Pablo Ruben Mariconda – USP; Inversión R$ 116.332,00 (FAPESP)

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