Por más asombroso que parezca, Nelson Rodrigues (1912-1980), Plínio Marcos (1935-1999) y Augusto Boal (1931-2009), no fueron los últimos autores brasileños que escribieron para teatro. Pero, ¿qué escritores del género se equiparan actualmente en importancia a esos pares fundamentales? ¿Gerald Thomas, Antunes Filho y José Celso Martinez Corrêa? Son directores, pero no han creado textos a no ser para sus propios montajes. Aquéllos que se dispongan a buscar con ahínco, no encontrarán, así y todo, obras que lleven sus firmas en las librerías.
Por ende, he aquí un tema que ronda a la generación de creadores escénicos actualmente en actividad: ¿el dramaturgo independiente ha perdido su trono? La respuesta a esta pregunta es ésta: en Brasil sí, lo ha perdido, al menos temporalmente; y este fenómeno ha transcurrido durante el mismo lapso de tiempo en que las compañías y los directores han ido cobrando importancia, haciéndose a su vez acreedores de fondos provenientes de las leyes de fomento y de concursos públicos. En la última década, se ha venido apostando en gran medida por los textos creados en procesos colectivos.
Con todo, esa misma figura, la del autor con carrera solitaria, actualmente procura recuperar su lugar, con aliados fuertes y hasta ahora inexistentes: cuatro instituciones brasileñas han creado en los últimos seis años escuelas que contemplan a aquéllos que pretenden dedicarse también a la escritura solitaria, una actividad que entre pares se la denomina “dramaturgia de gabinete”.
En 2007, una colaboración entre el Sesi [Servicio Social de la Industria] y el British Council llenó una laguna de larga data: sencillamente no existían buenas carreras de dramaturgia en São Paulo, ni siquiera en las principales facultades de artes escénicas del estado, la USP inclusive. El panorama era similar en Río de Janeiro. Los pocos autores teatrales que surgieron en estas tablas áridas (Plínio Marcos, por ejemplo) fueron autodidactas. Goteaban aquí y allá en los workshops a cargo de los veteranos. Sérgio Roveri, quien ganó el premio Shell por su obra A cólera de Boris, por ejemplo, hizo un curso de pocos días con Samir Yazbek, autor de O fingidor. Mário Bortolotto aprendió solo y sobrevivió como dramaturgo en buena medida gracias al apoyo de su propia compañía teatral, Cemitério de Automóveis.
En 2009, la SP Escuela de Teatro, fundada por la gobernación del estado de São Paulo, pasó a hacerle coro a la colaboración Sesi-British Council: se creó también allí, en la institución administrada y dirigida por artistas del grupo Os Satyros, un curso de dramaturgia, de 20 horas semanales durante dos años. Las dos iniciativas tuvieron un antecesor: el curso del Centro de Investigación Teatral, creado por el director Antunes Filho en Sesc Consolação [Servicio Social del Comercio], que comenzó en 1999, estuvo abierto durante poco más de cinco años y no prosiguió.
Cursos menores acompañaron este renacimiento de la dramaturgia en São Paulo después de 2010. Club Noir, una pequeña compañía con sede en la calle Augusta, empezó a ofrecer clases en programaciones de dos o tres meses, dictadas por el dramaturgo y director Roberto Alvim. Las obras escritas por los alumnos eran en buena medida escenificadas por el propio grupo con sede allí.
Perlas escondidas
Y el resultado no fue tímido: Zen Salles, 38, Gustavo Colombini, 22, Michelle Ferreira, 31, Lucas Arantes, 27, Ricardo Inhan, 27, y Murilo de Paula, 29, son algunos jóvenes que salieron de esos núcleos. Produjeron textos, salieron a escena, y, en algunos casos, pasaron a trabajar en televisión.
Parte de esta recuperación, dice Colombini, quien estudió en el Sesi-British Council, “se relaciona con el boom de las escuelas de dramaturgia”. Por otra parte, este oficio, el de escribir obras, es un reflejo tradicional del lema “hazlo tú mismo”, considera. “De cualquier forma, creo que estamos realmente en un momento de revalorización del texto teatral”, concluye. Actualmente se dedica a un texto que pronto estrenará. En 2011, su obra O silêncio depois da chuva fue seleccionada entre sus compañeros de curso para ser producida con la dirección de Leonardo Moreira (de Ficção e Ensaio). Y se reveló como una sorprendente perla, escondida entre centenas de obras de distintas calidades en cartelera en la ciudad de São Paulo: son casi 400 estrenos anuales en la actualidad.
El descubrimiento de talentos pasó así a independizarse de la buena voluntad o del espíritu de aventura de algunos directores. “Tengo conciencia de la importancia de la institución, el lugar que estimula cada año el compromiso de la formación y no el acto de valorar a los dramaturgos por tiempo limitado”, dice Marici Salomão, quien dirige el núcleo de dramaturgia del Sesi-British Council y ocupa el cargo de coordinadora del curso de dramaturgia de la SP Escuela de Teatro. Salomão menciona el ejemplo de Zen Salles, quien escribió la obra Pororoca en 2010, año en que cursó dramaturgia en el Sesi. El curso de extensión dura un año. La obra fue llevada a escena por un veterano, Sérgio Ferrara. En 2012, Salles dio un salto y pasó a formar parte del equipo de guionistas de la serie televisiva Sessão de terapia (GNT). En breve, una nueva producción teatral con texto suyo estrenará en São Paulo, una vez más con dirección de Ferrara.
Prueba de que compañías y directores están con la mira puesta en la nueva camada de autores es la joven Michelle Ferreira, ex alumna del CPT. Ferreira tiene dos textos en cartelera actualmente: Existe alguém que nos odeia, en el Teatro Augusta, con dirección de José Roberto Jardim, y Os adultos estão na sala, en el Tusp, hasta el final de septiembre, con la troupe A Má Companhia Provoca.
Los textos de Ferreira tienen aspectos formales que los acercan a la producción de los autores ingleses marginales. Hay rasgos de tenor psicológico en los diálogos, pero el paso del tiempo no obedece al realismo del grupo de brasileños de los años 1960 o de la generación años 1980 de Plínio Marcos. Realismo que, por cierto, es visto por la nueva generación muchas veces casi como una traición. Autores ingleses tales como Sarah Kane y Harold Pinter parecen operar como influencias directas sobre esa nueva generación, fundamentalmente debido a la fragmentación del contenido, y también por los frecuentes juegos de elipsis temporales y la economía compositiva. Muchos fundamentos tratados por los nuevos autores se despliegan a partir de puntos de vista filosóficos. Gilles Deleuze (1925-1995), por ejemplo, es bastante citado por la nueva generación. Un norte que no puede ignorarse, dice Salomão, es el de las interfaces, “la intersección entre la dramaturgia y otras áreas de conocimiento, tales como las artes visuales, la música, la filosofía y el cine”. Frases o palabras intentan abarcar no solamente el contorno de las situaciones, sino también la dimensión expansiva de los poemas. Y se va lejos.
En algunos casos, especialmente entre alumnos de Roberto Alvim, se hace mención a la “subjetivación del sujeto”. Resumidamente: se producen obras no con personajes, sino con voces que atraviesan la condición del sujeto. La oscuridad, en las puestas de las obras de estos jóvenes autores, dispara nuevos caminos, y la economía de luz se ha vuelto común. Llegó así por fin a São Paulo el día en que la dramaturgia prescindió (o procura prescindir) de un pilar: el propio sujeto en escena.
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