El reportaje de tapa de esta edición pone de relieve investigaciones sobre la obesidad con la mira puesta en el cerebro, un órgano al cual se apunta mucho menos que al corazón cuando se analizan los efectos positivos o nocivos de los variados tipos de grasas en el organismo humano. En los últimos años se han publicado trabajos científicos con indicios de que el consumo excesivo de alimentos con grasas saturadas y las denominadas trans produciría una inflamación permanente en el hipotálamo, un sector situado en la base del cerebro. Eso se traduciría en la necrosis de las neuronas encargadas de controlar la sensación de hambre y saciedad, así como el gasto de energía. Ahora, científicos del Centro de Investigación en Obesidad y Comorbilidad, uno de los 17 Centros de Investigación, Innovación y Difusión (Cepid) que patrocina la FAPESP, sugieren que ese daño cerebral podría revertirse parcialmente mediante el consumo de alimentos o compuestos con elevado tenor de otro tipo de grasas, las denominadas insaturadas, las mismas que resultan benéficas para el corazón.
Una de las conclusiones que pueden extraerse de las investigaciones en curso es la confirmación de que la obesidad no debe tomarse como falta de empeño personal, sino como una enfermedad. Probablemente, las lesiones en el hipotálamo no sean la única causa del problema; hay otros factores que contribuyen a una acumulación excesiva de grasa. Este camino que iniciaron los investigadores ayuda a entender algunos de los temas complejos que entraña la obesidad.
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Hay una novedad que empieza a asomar con fuerza en las investigaciones de genética en todo el mundo: la técnica de edición del ADN denominada CRISPR-Cas9. Este sistema se basa en el uso de una proteína guiada por una molécula de ARN que corta las cadenas de ADN en puntos específicos para reparar el material genético, desactivando genes o insertando alteraciones. La técnica, que la revista Science destaca como el gran avance (breakthrough) de 2015, fue descubierta en 2012, sigue desarrollándose y cuenta con gran potencial de uso en aplicaciones médicas. En Brasil, antes de que los genetistas comenzaran a trabajar, era necesario conocerla. Así fue como investigadores de São Paulo viajaron a laboratorios del exterior ‒con becas y ayuda financiera de la FAPESP‒ para aprender cómo funciona la CRISPR-Cas9 y, a su regreso, les transmitieron su conocimiento a otros genetistas.
Ahora hay líneas de investigación que emplean esa técnica para estudiar desde la leucemia hasta el síndrome de Marfan, del Trypanossoma cruzi al Aedes aegypti. Los trabajos realizados en Brasil comenzaron hace poco y todavía son incipientes, pero ganarán volumen e importancia en pocos años. Dada la facilidad para trabajar con este sistema, los procedimientos se encuentran al alcance de la mayoría de los laboratorios de genética del país. Como toda gran innovación en el área que comprende el empleo de la manipulación génica, su desarrollo implica que habrá que sortear obstáculos éticos, pues una de las posibilidades aún no comprobadas de la CRISPR-Cas9 es la producción de bebés a medida.
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En el área de las ciencias humanas y sociales, la novedad viene del pasado. Un vasto proyecto de coordinación binacional entre la Universidad de Campinas (Unicamp) y la Universidad de Versailles Saint-Quentin, en Francia, recuperó el intenso intercambio cultural que había entre Brasil y Europa en el siglo XIX. Era un tipo de globalización de doble mano que contemplaba la circulación de materiales impresos tales como libros, periódicos, revistas, folletines, opúsculos y partituras. Se trata de una historia olvidada que vale la pena conocer.
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