El geógrafo alemán Philipp Schmidt-Thomé concluyó con su propia experiencia que la mejor forma de comunicar los resultados de investigaciones a administradores de órganos públicos consiste en ser claro, directo y simple, evitar el catastrofismo y ofrecer posibilidades de selección sobre qué hacer. “Si las personas sienten miedo, pueden perder la esperanza y dejar de tomar las actitudes necesarias para evitar lo peor”, comentó, al presentar en la Universidad de Campinas (Unicamp) y en la FAPESP el trabajo que lleva adelante desde 2002 para evitar desastres naturales en Europa.
Schmidt-Thomé coordina una red que reúne a expertos de 29 países de Europa y produce mapas que indican los riesgos de desastres naturales. Algunos de los riesgos son típicos del Hemisferio Norte, como tempestades de nieve. Otros, sin embargo, pueden ocurrir también en Brasil y convertirse más severos en la medida que los cambios climáticos se intensifiquen, por ejemplo las inundaciones, la sequía, la erosión, la degradación de los suelos, incendios forestales y deslizamientos de laderas.
Esa perspectiva debe forzar a los gobiernos prestar más atención a la gestión del territorio, pero la comunicación entre científicos y administradores públicos aún necesita mejorar mucho para que las medidas capaces de reducir los impactos de un clima más cruel sean de hecho implantadas, según Schmidt-Thomé, que trabaja desde 1998 en el Servicio Geológico de Finlandia.
Él reconoció que no siempre esa comunicación es fácil, porque requiere la identificación de un lenguaje común y la selección de informaciones que puedan ser efectivamente útiles: “Los formuladores de políticas públicas no tienen tiempo de leer más que una página de resultados”, dice. “Un lenguaje excesivamente científico puede alejar el interés de los gestores, pero el catastrofismo es aún peor, porque da la impresión de que nada más puede ser hecho.”
Por esa razón, Schmidt-Thomé considera provechoso contar con el apoyo de científicos sociales, más hábiles en lidiar con públicos diferentes de los llamados científicos de la naturaleza. En Brasil parece haber un interés creciente por el diálogo. “Es fundamental oír diferentes opiniones”, comentó Pedro Leite da Silva Dias, director del Laboratorio Nacional de Computación Científica (LNCC) y presidente del comité ejecutivo de la 3ª Conferencia Regional sobre Cambios Climáticos: América del Sur, realizada en noviembre en São Paulo.
Aunque la comunicación funcione, algunas barreras son insuperables. Schmidt-Thomé cuenta que los políticos a veces quieren una respuesta exacta sobre, por ejemplo, cuantos centímetros el mar va a subir hasta una determinada data – algo imposible ya que la ciencia trabaja con escenarios, no con certidumbres. Puede suceder también que los políticos dejen a los científicos hablar y entiendan lo que dicen, pero no acepten las conclusiones. Fue lo que sucedió en el norte de Alemania. Si reconociesen que los cambios climáticos representan efectivamente una amenaza, los alcaldes tendrían que promover profundos cambios en la región, que vive del turismo. Como algunas casas están a medio metro por debajo del nivel del mar, cualquier elevación en el océano sería desastrosa.
Schmidt-Thomé mostró una serie de mapas de las áreas más sujetas a sequías, inundaciones y otros accidentes naturales, ya adoptados como instrumentos de gestión y planificación urbana en otras regiones de Alemania, en Estonia, en Finlandia o en Polonia, para evitar episodios dramáticos como las inundaciones de 2002 del río Elba, en la Alemania. Uno de los mapas, que sobrepuso los riesgos de accidentes naturales, dejó claro que las áreas más vulnerables en Europa son las regiones más pobladas que, forman un triángulo delimitado por las ciudades de Londres, Munich y Milán.
“No tenemos nada en Brasil con un abordaje tan abarcador”, comentó la geógrafa Lucí Hidalgo Nunes, docente del Instituto de Geociencias de la Unicamp, al final de una de las presentaciones del finlandés. Una semana después, lluvias intensas, la ciudad de Río de Janeiro paró por causa del deslizamiento de 7 mil toneladas de tierra que cerró una de las vías del túnel Rebouças, una de las principales vías de vinculación entre las zonas Norte y Sur de la ciudad.
“Necesitamos conocer mejor los posibles efectos de las lluvias intensas sobre las ciudades”, alertó Carlos Eduardo Tucci, profesor de la Universidad Federal de Río Grande do Sul (UFRGS), en la conferencia en São Paulo. Según él, el escenario de las aguas en las ciudades ya era crítico antes hasta de cobrar fuerza con los cambios climáticos. Y son justamente los países en desarrollo como Brasil los que exhiben las tasas más altas de urbanización, recordó la geógrafa Helena Ribeiro, de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de São Paulo (USP).
Islas de calor
Helena considera los cambios climáticos un problema de salud pública, cuyas señales ya pueden ser detectadas. Ella misma hizo un estudio, publicado en 2005 en la revista Critical Public Health, mostrando que los habitantes de las áreas más calientes – las islas de calor – de la ciudad de São Paulo padecen de enfermedades cardiorrespiratorias con más frecuencia que los que viven en barrios con temperaturas más amenas.
¿Cuáles son las soluciones? Menos polución, más árboles y techos más claros, por ejemplo. Podría hacerse incluso una revisión del Plan Director de las ciudades, en la opinión de Humberto Ribeiro da Rocha, profesor de la USP. Hasta ahora, sin embargo, el ritmo de acción parece no acompañar al ritmo de las sugerencias. “No estoy viendo nada en términos de política pública”, dijo Rocha.
El geógrafo Hugo Iván Romero, de la Universidad de Chile, fue más incisivo: “La manera como administramos las ciudades en toda América Latina es un fracaso”, sentenció. Él describió los contrastes de la capital chilena, Santiago, que son los mismos de las grandes ciudades de Brasil: los habitantes más ricos viven en áreas con más árboles, que presentan los mejores climas, mientras que los más pobres viven en las áreas más desprovistas de áreas verdes y más sujetas a inundaciones y a variaciones climáticas más intensas. “El clima urbano es una construcción sociopolítica, que castiga principalmente a los más vulnerables”, concluyó. “¿Será que tenemos fuerzas para cambiar esa situación?”
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