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Clima

La selva estresada

Los científicos evalúan los efectos de la sequía del 2005 en la región amazónica

desde Oxford

DELFIM MARTINS / PULSAR IMAGENES

Selva Amazónica: los científicos advierten de un 40% a 50% de riesgo de colapsoDELFIM MARTINS / PULSAR IMAGENES

La sequía que se abatió sobre la Amazonia entre mayo y septiembre de 2005 preocupa a los científicos. Este temor apunta a que el fenómeno – que vació ríos inmensos, provocó una brutal mortalidad de peces y aisló a varias comunidades ribereñas – se repita en los próximos años y reduzca la resistencia de la selva a los cambios climáticos.

A diferencia de otras sequías provocadas por El Niño, la de 2005 fue el corolario de un fenómeno más extraño: el incremento de la temperatura superficial del Atlántico Tropical Norte y la consecuente reducción de la intensidad de los vientos alisios (vientos que soplan en las zonas tropicales, en dirección al nordeste o sudeste según el hemisferio en que se producen) provenientes del norte, que normalmente traen humedad para la Amazonia.

Y sucedió luego de dos años más secos que lo habitual y de una temporada de pocas lluvias. Los efectos de esa sequía fueron debatidos intensamente en la conferencia sobre Cambios Climáticos y el Destino de la Amazonia, que se realizó entre el 20 y 22 de marzo en el Oriel College, de la Universidad de Oxford, en Inglaterra, dos semanas antes de la divulgación del segundo informe del IPCC (sigla inglesa por Panel Intergubernamental sobre Cambios Climáticos), con previsiones acerca de los efectos del aumento promedio de la temperatura del planeta sobre la vida de las personas y la economía de los países.

Luiz Eduardo Aragão, biólogo brasileño que trabaja desde hace dos años en el Environmental Change Institute (ECI), en la Universidad de Oxford, examinó centenares de imágenes satelitales y concluyó que la sequía de 2005 facilitó la propagación de incendios. Se estima que la combinación de sequía e incendios que se extendieron sin control, habría aumentado en un 33% el número promedio de focos de incendios en la Amazonia. Otra conclusión, elaborada en colaboración con otros investigadores brasileños, norteamericanos e ingleses, es que el fuego en el estado de Acre, el más afectado por la sequía, cubrió un área cinco veces mayor que el área directamente desmontada. Las llamas convirtieron en cenizas la vegetación del estrato más bajo de la selva en 2.800 kilómetros cuadrados de la misma – un área con casi el doble que la ocupada por la ciudad de São Paulo – dejando a la selva en situación de gran vulnerabilidad ante el impacto de futuros incendios.

En otro período de intensa sequía, entre 1997 y 1998, que resultó de la combinación de El Niño con el calentamiento de las aguas del Atlántico Tropical Norte, las llamas consumieron un área de selva proporcionalmente menor, correspondiente al doble del área desmontada, aunque quizá haya sido más intensa: dejando el 67 % de la cuenca Amazónica – el equivalente a 4,3 millones de kilómetros cuadrados de selva – bajo el efecto de la escasez de agua. Prolongado en la estación lluviosa, intensificó los incendios, especialmente en el estado de Roraima. “El fuego, que se esparce más fácilmente con la sequía, se tornó el principal elemento de transformación de la selva”, observó Aragón.

Carlos Peres, ex profesor de la Universidad de São Paulo (USP) quien actualmente enseña en la Universidad de East Anglia, detalló esa conclusión en un estudio paralelo, realizado a lo largo de nueve años en las zonas selváticas continentales de América Central que se habían quemado hasta tres veces. Según él, el denominado fuego rastrero puede aumentar entre un 10% a 45%, la mortalidad de los árboles y alterar profundamente tanto la estructura como la composición de la selva. Sumado a la pérdida de biodiversidad, acaece un empobrecimiento de las principales funciones del ecosistema, como son la retención de biomasa y carbono en las áreas sujetas a un ciclo frecuente de incendios.

Episodios extremos como la sequía de 2005, también pueden dislocar el ciclo de lluvias, esenciales para la supervivencia de los bosques, de los animales y de las poblaciones de la región, recordó José Marengo, del Inpe. De hecho, al año siguiente de la sequía el clima osciló entre dos extremos – y las mismas ciudades que habían soportado cuatro meses de extrema escasez de agua sufrieron con inundaciones igualmente raras, que puede hallarse asociadas con las sequías. Según Oliver Phillips, de la Universidad de Leeds, en Inglaterra, la sequía de 2005 puede haber quebrado la linealidad del crecimiento de la selva, que se evalúa tomando la medida del diámetro de miles de árboles.

Los incendios continuos también significan una presión para una transformación repentina del bosque, porque abren espacio para la explotación agropecuaria o para la siembra de especies que sobreviven con poco agua.

“La Amazonia se encuentra más vulnerable”, sentenció Yadvinder Malhi, uno de los organizadores de la conferencia. La sucesión de sequías intensas, incendios, extracción de madera y la sustitución de la selva por áreas de plantío y pastoreo están reduciendo la resistencia de la Selva Amazónica a los impactos del calentamiento global. Según John Schellnhuber, director de Potsdam Institute for Climate Impacts Research, de Alemania, el riesgo de que la selva colapse, “en un futuro no muy distante”, es del 40% al 50%. Ese riesgo descendería a un valor próximo al 10% si se adoptaran medidas eficaces para preservar la vegetación autóctona.

Oliver Phillips, quien desde hace 20 años estudia la selva en seis países de la región, concluyó que tanto el crecimiento como la mortalidad de los árboles se ha intensificado. Un posible resultado de esas presiones, es que la vegetación tropical, densa y húmeda tiende a ser gradualmente reemplazada por otra, más abierta, de proporciones más modestas y más resistente a la sequía, subraya Carlos Nobre, investigador del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe). Según él, esa transformación implica una “tremenda erosión en la biodiversidad”.

La evaluación del impacto de los cambios climáticos en la Amazonia exigirá un diálogo entre los especialistas de las más diversas áreas. Eduardo Brondizio, antropólogo de la Universidad de Indiana, Estados Unidos, presentó a la Amazonia como un mosaico de grupos sociales dinámicos y variados. Él estudia como pequeños hacendados de las ciudades paraenses de Altamira y Santarém reaccionan ante sequías como las de 1997-98. Concluyendo en que predominan las acciones individuales y locales, regidas principalmente por la experiencia personal y por la falta de confianza en las instituciones del gobierno. “Nuestra tendencia es simplificar y proponer utopías, pero tenemos que aprender a lidiar con la complejidad”, afirma.

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