La historia de los éxitos y los fracasos de la Real Fábrica de Hierro de Ipanema, un emprendimiento siderúrgico del siglo XIX en Brasil, ya ha sido analizada y contada en diversas oportunidades. Hoy en día se conocen bien las dificultades técnicas que afrontaron los suecos y los alemanes contratados para obtener hierro de calidad y en grandes cantidad en el interior de São Paulo, cometido que nunca lograron. En ese período, la siderurgia ya se encontraba avanzada en Europa, donde los altos hornos se fabricaban con base en el conocimiento científico acumulado durante siglos. Pero los intentos de producir hierro antes de la Real Fábrica constituyen una historia poco conocida. El mineral era transformado en hierro por fundidores prácticos, que trabajaban en condiciones precarias en el medio del monte, con hornos muy pequeños y dificultades para distribuir la producción.
Muchos de los llamados prácticos en metalurgia y fundición, y mineros especializados en oro, plata y piedras preciosas llegaron al país en 1598, por pedido de Francisco de Sousa (1591-1602), el séptimo gobernador general de Brasil. Sousa contaba con información sobre la existencia de minerales valiosos en una zona situada cerca de la en ese entonces denominada Vila de São Paulo de Piratininga, en el cerro de Araçoiaba, a 15 kilómetros del actual municipio de Iperó. Los trabajos de exploración del lugar se iniciaron un año antes con el bandeirante y comerciante portugués Afonso Sardinha, quien tenía la esperanza de hallar metales nobles en el lugar, de acuerdo con el historiador Pedro Taques (1714-1777).
Sin embargo, en Araçoiaba la abundancia de mineral de hierro se restringía únicamente a la magnetita. Con el fin de aprovechar el potencial de aquella área, se construyeron hornos y forjas para hacer barras y piezas sencillas, tales como cuchillos, espadas, herraduras y clavos. “Los fundidores hacían ese trabajo utilizando su conocimiento práctico, sin una comprensión científica de los fenómenos activos en la fundición, especialmente aquéllos que suceden durante la combustión de los materiales”, dice la historiadora Anicleide Zequini, experta en el tema del Museo Republicano de Itu, ligado al Museo Paulista de la Universidad de São Paulo (USP).“Estos fenómenos recién fueron develados durante la llamada revolución científica, entre 1789 y 1848, con el avance de la química y en simultáneo con la Revolución Industrial.”
Pero la explotación emprendida en el cerro de Araçoiaba por don Francisco y por Sardinha no duró mucho. En esa época, la inversión quedaba parcial o totalmente a cargo del explorador. Si el capital fuese limitado y el retorno de la inversión no se concretase enseguida, el inversor terminaba en bancarrota, tal como le sucedió a don Francisco. Sus inversiones no surtieron efecto y murió en la miseria. Posteriormente hubo otras dos iniciativas similares. En el siglo XVII, en 1684, el portugués Luiz Lopes de Carvalho construyó un ingenio de hierro en el mismo lugar. Para hacerse de dinero, hipotecó sus propiedades en Portugal, pero quebró en 1682. Durante el siglo siguiente, en 1763, le llegó el turno a Domingos Pereira Ferreira de intentarlo. “Estimo que debe haber sido el último que produjo hierro en aquel cerro con la ayuda de los fundidores”, dice Zequini. La Real Fábrica fue erguida recién en 1810, a algunos kilómetros de aquel lugar.
Araçoiaba no fue el único sitio de São Paulo en donde se fabricó hierro durante el siglo XVII. En la villa de São Paulo se abrió la llamada Fábrica de Ferro de Santo Amaro, en 1607, una sociedad de Diogo Quadros con Francisco Lopes Pinto y Antonio de Souza. Duró algunos años y luego cerró.
Las actividades realizadas entre los siglos XVI y XVIII en el interior de São Paulo fueron investigadas entre 1983 y 1989 por la arqueóloga Margarida Davina Andreatta, una de las pioneras de la arqueología histórica en Brasil, según Zequini. El área estudiada y excavada por Andreatta fue hallada con la ayuda de un investigador de la historia de la zona, José Monteiro Salazar. Ella identificó el sitio, denominado Afonso Sardinha, y halló escoria, tejas, cerámicas y vestigios del horno y otras construcciones. Cuando Zequini elaboró su tesis doctoral sobre el sitio, hizo datar las piezas y comprobó que eran del período estudiado. “Fue el primer sitio del siglo XVI datado en São Paulo”, dice Andreatta. Actualmente jubilada de la USP, ella sigue yendo dos veces por semana al Museo Paulista y coordina un grupo de arqueología histórica en la Universidad Braz Cubas, en la localidad paulista de Mogi das Cruzes.
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