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Ciencia

La Tierra entra en calor

El acelerado aumento de la temperatura producto de la acción humana modificará el perfil de la vida en el planeta

Hace unas semanas, los periódicos del mundo entero informaron acerca de un estudio llevado a cabo por 19 investigadores de ocho países y publicado en la revista científica Nature, que prevé tres posibles escenarios preocupantes para dentro de 50 años, como consecuencia del previsible aumento de la temperatura media global, ocasionado especialmente por la quema de los bosques y de combustibles derivados del petróleo. En la mejor de las hipótesis, corren riesgo inminente de extinción entre 900 mil y 1,8 millones de especies de plantas y animales terrestres, lo que corresponde al 18% del total estimado de especies actuales, y esto si la temperatura sube tan solo entre 0,8 y 1,7 grados Celsius y la concentración de CO2 en la atmósfera se eleva un 30% -una proyección que muchos expertos dan como segura ante la negativa de Estados Unidos y Rusia, -los dos mayores países contaminadores del mundo- a suscribir el Protocolo de Kyoto, un acuerdo internacional destinado a reducir las emisiones de gas carbónico.

El pronóstico más sombrío del estudio coordinado por Chris Thomas, de la Universidad Leeds, Inglaterra -que contó también con la participación de la bióloga brasileña Marinez Ferreira de Siqueira, del Centro de Referencia en Información Ambiental (Cria)-, indica que un aumento mayor que dos grados en la temperatura amenaza la continuidad de casi el doble de especies -y este número puede llegar incluso hasta a tres veces más, en caso de que las plantas y los animales no logren desplazarse hacia regiones más frías para encontrar otros lugares para vivir. Evidentemente, los programas de computadora que llevaron a esas conclusiones son limitados, y parten del supuesto de que la vida en el futuro se comportará tal como en el pasado, pero cualquiera de las tres posibilidades desembocaría en una nueva extinción en masa -la sexta en la historia del planeta- con posibles implicaciones serias para la vida de los seres humanos. La última vez que sucedió algo similar fue hace 65 millones de años,cuando erupciones volcánicas o quizás colisiones de asteroides contra el planeta desencadenaron la extinción de los dinosaurios y de la mayor parte de las formas de vida existentes en la Tierra en esa era, mucho tiempo antes del surgimiento de la especie humana.

Con todo, a la gente que enfrenta veranos agobiantes puede resultarle difícil creer que un aumento de dos grados pueda ser capaz de tamaño estrago. Pero esta posibilidad existe, y debido a un detalle: tal calentamiento no es homogéneo. “Una elevación media de 2 grados puede representar el incremento de un grado en algunas regiones del planeta, pero superior a los 4 ó 5 grados en otras”, dice Jefferson Cardia Simões, glaciólogo de la Universidad Federal de Río Grande do Sul (UFRGS). Y como el calor más intenso acelera la evaporación del agua y altera el régimen de lluvias, los desequilibrios ambientales dejan de ser una posibilidad teórica para convertirse en problemas concretos, como los que están produciéndose actualmente. En setiembre del año pasado, un tifón -un fenómeno cuyo origen se atribuye a los cambios climáticos globales- asoló Corea del Norte y dejó un saldo de cien muertos y 25 mil damnificados.

El equipo de Chris Thomas analizó de qué forma alteraciones climáticas más o menos intensas pueden influir sobre el futuro de 1.103 especies de plantas y animales, casi todas exclusivas (endémicas) de cada una de las seis regiones ricas en diversidad existentes en el mundo: México, Australia, Sudáfrica, Brasil, Costa Rica y Europa, que corresponden a una quinta parte de las tierras del planeta. Fue la mayor muestra analizada hasta ahora para entender de qué manera los cambios climáticos podrían afectar la vida en la Tierra, donde viven actualmente, de acuerdo con las estimaciones más confiables, entre 5 y 10 millones de especies, aunque de ellas solamente 1,8 millones hayan sido caracterizadas. Incluso antes de este estudio ya había indicios de cambios en las formas a través de las cuales las especies de animales e plantas se relacionaban entre sí o con el ambiente -las llamadas relaciones ecológicas- como consecuencia de los recientes cambios climáticos.

Durante los últimos cien años, el 60% de las poblaciones de 35 especies de mariposas europeas que no tienen hábitos migratorios desplazaron el área geográfica que ocupan y lo expandieron entre 35 y 240 kilómetros en dirección al polo norte; esto de acuerdo con un estudio coordinado por Camille Parmesan, bióloga de la Universidad de Texas, publicado en 1999 en Nature. Gian-Reto Walther, geobotánico de la Universidad de Hannover, Alemania, en un artículo publicado en 2001 también en Nature, registró otras modificaciones en las relaciones ecológicas, tales como la anticipación de entre dos y cinco días en la migración de pájaros en Europa y Norteamérica o el florecimiento entre 1,5 y 3 días antes por década de las plantas de Europa.

Terreno expedito para viejas enfermedades – El futuro de nuestra propia especie estaría amenazado, y esto de manera más directa de lo que se podría imaginar. “Los cambios climáticos pueden expandir la distribución geográfica de insectos como el Aedes (transmisor del dengue y la fiebre amarilla) y el Anopheles (transmisor del paludismo) y transportar enfermedades tropicales hacia países de las regiones templadas”, comenta Thomas Lewinson, ecólogo de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp). “Europa debe preocuparse con enfermedades tropicales que jamás conoció o que ya habían desaparecido en el continente, como la malaria, que era relativamente común en Inglaterra a la época del Imperio Romano.”

Marcelo Tabarelli, ecólogo de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE), brinda una idea de lo que puede acontecer en un espacio como la Amazonia: la desaparición de la vegetación y de los animales, provocada por las alteraciones del clima y también por la tala de bosques, ocasionará cambios en más de una región del planeta. El agua perdida por las plantas a través de la transpiración y por los animales a través de la respiración origina masas de aire que transportan calor y humedad hacia regiones vecinas. La alteración de ese ciclo puede hacer que el clima se vuelva aún más seco todavía en el “Cerrado” [la Sabana], en la porción central de Brasil, perjudicando así el cultivo de soja, hoy en día uno de los principales productos de exportación del país.

En el marco de la contribución brasileña al artículo de Nature, Marinez analizó lo que puede ocurrir con 163 especies de plantas estudiando la base de datos resultante de una asociación del Cria con el Proyecto de Cooperación Técnica Conservación y Manejo de la Biodiversidad del Bioma Cerrado, integrado por la Embrapa Cerrados, la Universidad de Brasilia (UnB), el Instituto Brasileño de Medio Ambiente y Recursos Naturales Renovables (Ibama) y el Jardín Botánico de Edimburgo, Escocia. De ese total, 123 son endémicas del “Cerrado”, que ya llegó a ocupar el 18% del territorio nacional y hoy en día está confinada a un sexto del área original. En el escenario más benigno, con una elevación de la temperatura de entre 0,8 y 1,8 grados, 66 especies de ese ecosistema estarían amenazadas de extinción, mientras que otras 75 correrían ese riesgo con un alza de 2 grados en la temperatura del planeta.

“El calentamiento hace desaparecer el ambiente favorable a la supervivencia y a la reproducción de esas especies, en particular de las más sensibles a la alteraciones del clima”, afirma la investigadora, cuyo trabajo ha sido desarrollado en el ámbito del proyecto SpeciesLink, vinculado al Programa Biota-FAPESP, financiado por la Fundación. De esta forma, es posible que dos arbustos típicos de la Sabana, la “douradinha” (Palicourea rigida ) y el “mercúrio-do-campo” (Erythroxylum suberosum ), desaparezcan en algunas generaciones, o sobrevivan durante algún tiempo más, pero como especies “muertas en vida” -es decir, con ejemplares vivos, pero incapaces de reproducirse.

La presión humana
De alguna manera, la elevación de la temperatura forma parte de un ciclo natural de calentamiento del planeta, que posteriormente empieza nuevamente a enfriarse. El problema es que las actividades humanas, como las talas y la contaminación causada por las industrias y por los automóviles, están acelerando dicho proceso. Hace 18 mil años, en el auge de la más reciente glaciación, también conocida como la última era del hielo, una tercera parte de la Tierra estaba cubierta por glaciares, y su temperatura media era de alrededor de 9 grados. En 1900, el 66% de ese hielo ya se había derretido y el planeta tenía una temperatura casi 7 grados mayor.

Desde mediados del siglo XVIII, el índice de gas carbónico en la atmósfera ha crecido un 33%, pasando de 286 a 373 partes por millón por volumen, debido en gran medida al creciente consumo de combustibles fósiles luego de la Revolución Industrial. En la atmósfera, el gas carbónico forma una especie de manta que retiene el calor reflejado por la superficie del planeta y permite la existencia de vida. Por lo tanto, y en su justa medida, su efecto es benéfico. Pero en concentraciones muy elevadas surgen los desequilibrios. De acuerdo con la Organización Meteorológica Mundial, la temperatura media de la superficie terrestre aumentó al menos 0,6 °C solamente durante el último siglo, a un ritmo más intenso de los años 1970 en adelante. Es una elevación 15 veces mayor que la media verificada durante los 180 siglos anteriores. “La diferencia reside en la velocidad que el hombre le imprimió a ese proceso”, comenta Simões.

Para los seres humanos, que desarrollaron la capacidad de dotar de comodidad al espacio -con una frazada o prendiendo el aire acondicionado-, cinco décadas puede parecer bastante. Pero es muy poco tiempo frente a los millares de años que demoran especies mayores, de crecimiento más lento, para ajustarse a los cambios ambientales. De acuerdo con los biólogos, es muy poco probable que en tan solo medio siglo las plantas y los animales tengan tiempo para adaptarse desde el punto de vista genético a los cambios ocasionados por el calentamiento global, que agrava una situación ya de por sí complicada: la pérdida permanente de los ambientes naturales. El riesgo de extinción, subraya Tabarelli, no debe afectar de la misma manera a todas las especies. Algunas quizás sean capaces de dispersarse en dirección a los polos o hacia altuaras más elevadas, con temperaturas más benignas, mientras que otras pueden incluso verse favorecidas. Probablemente las más sensibles a los cambios de temperatura y humedaddesaparecerán primero.

“Si obramos inmediatamente, podemos intentar remediar los efectos de los cambios climáticos, trasladando a las especies más sensibles a otras zonas”, sugiere el ecólogo Jean Paul Metzger de la Universidad de São Paulo (USP). Para Simões, de la UFRGS, la posibilidad de extinción de miles de especies del planeta es, por sobre todas las cosas, una cuestión ética más que numérica: “¿Tenemos nosotros derecho a dejar el planeta sin condiciones favorables para la vida en las próximas generaciones?”

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