Imprimir Republish

Cretácico

Las bacterias que se alimentaban de pterosaurios

Hallan fósiles de microorganismos en la cresta de un reptil volador que vivió hace 115 millones de años

Voltaire Paes ImagensTupandactylus imperatorVoltaire Paes Imagens

Lo más cautivante del estudio de los fósiles es hallar preservados los denominados tejidos blandos que son, básicamente, todo lo que no es óseo en el cuerpo del animal. Su análisis hace posible aventurar en forma más concreta cómo eran y en qué forma vivían esos animales extintos y, en ese sentido, la Formación Crato –en la cuenca del Araripe, interior de los estados de Pernambuco, Piauí y Ceará–, es prolífica. Ahora, un nuevo estudio ayuda a explicar por qué.

Investigadores de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS), de la Universidad de São Paulo (USP) y del Centro de Investigaciones Paleontológicas de Chapada de Araripe hallaron vestigios de bacterias fosilizadas en la cresta de un pterosaurio que vivió hace unos 115 millones de años. Lo sucedido con esos microorganismos, consideran, puede ayudar a comprender cómo se preservaron tan bien los tejidos blandos en al menos algunos de los fósiles hallados en la región.

El ejemplar en cuestión pertenece a una especie descrita en 1997 por los paleontólogos Alexander Kellner y Diógenes de Almeida Campos, bautizada como Tupandactylus imperator. La encontraron los trabajadores de la Mina Triunfo, cercana a la ciudad de Nova Olinda, en Ceará, y, pese a ser dañado al momento de su extracción, se trata del mejor ejemplar de la especie que se haya encontrado.

El fósil, codificado como CPCA 3590 en el archivo del Centro de Investigaciones Paleontológicas de Chapada de Araripe, se destaca por su enorme cresta, que se mantuvo parcialmente fosilizada. Felipe Pinheiro, investigador del equipo de Cesar Schultz en la sección de Paleovertebrados de la UFRGS, describió el fósil el año pasado en la revista Acta Palaeontologica Polonica. “En aquel momento, no teníamos idea de la presencia de bacterias”, relata Pinheiro.

Recién cuando Paula Sucerquia, de la USP, realizó las primeras micrografías del fósil, los investigadores notaron la presencia de pequeñas estructuras con forma de bastoncillos en la superficie del tejido blando fosilizado. Entonces el equipo comenzó a investigar la hipótesis de que se trataba justamente de bacterias.

Hay registros de fosilización bacteriana diseminados por el mundo, pero hasta entonces, ninguno procedía de la Formación Crato. Incluso hace algunos años, se habían interpretado formas similares en otros fósiles de la región como vestigios de microorganismos, aunque posteriores investigaciones indicaron que podría haber una confusión y, en lugar de bacterias, lo que se notaba en otros fósiles posiblemente fueran melanosomas –corpúsculos celulares que contienen el pigmento melanina–, que, por alguna razón, son extremadamente resistentes a la descomposición.

042-043_Paleo_196Ilustración: Voltaire PaesPero no es este el caso de las pequeñas estructuras halladas en el CPCA 3590. Basándose en su morfología, fueron identificadas como bacterias que estaban descomponiendo el tejido blando del pterosaurio en el lecho del otrora lago Araripe, luego de la muerte del reptil volador, más de un centenar de millones de años atrás. De estar en lo cierto ese análisis, constituirá la primera evidencia sólida de fosilización bacteriana proveniente de aquella región.

Muerte y preservación
Justamente, según los investigadores, la presencia de esos microorganismos puede haber propiciado la preservación de los tejidos blandos del fósil. Hay dos vías para que ello suceda. En una de ellas, las bacterias que descomponen a los animales producen reacciones químicas que conducen a la mineralización de los tejidos. “En la mayor parte de los casos, el tejido muerto sirve como sitio de depósito de fosfatos y no es rara la preservación de estructuras subcelulares, tales como fibras musculares e incluso núcleos celulares, con un elevado grado de fidelidad”, explica Pinheiro.

No obstante, el caso del pterosaurio es otro. “Las propias bacterias caen en una trampa”, comenta el investigador. “El fosfato que se hallaba diluido se deposita en la pared celular de esos microorganismos. Eso provoca la muerte de las bacterias, pero permite que sean preservadas como fósiles”, explica Pinheiro, quien es el primer autor del nuevo artículo, publicado en la revista Lethaia – International Journal of Paleonthology and Stratigraphy. Este proceso, denominado autolitificación bacteriana, no es tan benévolo con los tejidos blandos del animal en proceso de fosilización. Como las bacterias conforman una especie de molde fosilizado, resulta imposible estudiar en detalles microscópicos qué había debajo. Este trabajo, sumado a otros recientes, ayuda a echar por tierra un mito de la paleontología: aquél que sostiene que una óptima preservación del fósil se encuentra necesariamente asociada con la ausencia de descomposición bacteriana.

Una interesante característica de las estructuras granulares –los fósiles de las antiguas bacterias– halladas por los investigadores, consiste en que algunas parecen encontrarse unidas, por pares, tal como si se hallaran en medio de un proceso de replicación cuando se fosilizaron.

Aunque los propios investigadores admiten que esa evidencia aún resulta poco concluyente, es de importancia porque sugiere que la fosilización quizá haya ocurrido muy velozmente, horas o días después de la muerte del animal. Casi como si se tratase de una gentileza de la naturaleza que permitiría que seres que se extinguieron hace mucho tiempo sean descubiertos millones de años más tarde.

 Artículo científico
PINHEIRO, F. L. et al. Fossilized bacteria in a Cretaceous pterosaur headcrest. Lethaia. 2012.

Republicar