En el marco de una investigación que llevó a cabo durante los últimos 15 años en un fondo patrimonial de la Universidad de Texas en Austin, (EE. UU.), Antonio Dimas, del Instituto de Estudios Brasileños de la Universidad de São Paulo (IEB-USP), descubrió el legado del editor estadounidense Alfred Knopf (1892-1986), responsable de la traducción y la publicación en inglés de las primeras obras del bahiano Jorge Amado (1912-2001) y del pernambucano Gilberto Freyre (1900-1987). El análisis de la correspondencia, las opiniones y los contratos revelan, entre otras cosas, que esos autores gozaron de una buena acogida entre los lectores estadounidenses, sobre todo porque proporcionaron una mirada alternativa de Brasil, vinculada a las culturas negras de las ciudades de Salvador y de Recife. “Presentes en distintos lugares del mundo, las colecciones como la de Knopf también deben considerarse brasilianas, pese de no estar compuestas estrictamente por libros”, sostiene el investigador. Al proponer la ampliación de este concepto, inicialmente encuadrado en las colecciones de obras sobre Brasil que datan de los siglos del XVI al XIX, el planteo de Dimas se inscribe en un movimiento que cobró fuerza en los últimos cinco años y fue el eje temático de un evento organizado por la Biblioteca Brasiliana Guita y José Mindlin (BBM-USP), en el mes de febrero pasado.
El término brasiliana es un neologismo y según la historiadora Marisa Midori, de la Escuela de Comunicación y Artes de la Universidad de São Paulo (ECA-USP), su origen está relacionado con la bibliofilia, en particular, con los coleccionistas interesados en Brasil, como en el caso de los viajeros e intelectuales que estudian Oriente a los que se conoce como orientalistas. A partir del siglo XVI y sobre todo en Europa, comenzaron a conformarse colecciones de libros y documentos que versaban sobre las colonias de Portugal y de España en el llamado Nuevo Mundo. “Las primeras colecciones de este tipo se llamaron ‘americanas’ y la producción sobre Brasil pasó a considerarse como una de sus secciones”, dice. Según ella, desde que Brasil comenzó a estructurarse como Estado nación, es decir, después de conquistar su Independencia, en 1822, los gobiernos y las instituciones han procurado identificar y organizar este corpus bibliográfico. Hubo un hito en ese sentido que fue la exposición organizada por el médico y filólogo Ramiz Galvão (1846-1938), por entonces director de la Biblioteca Nacional, en 1881. “El catálogo de la muestra, que incluía un inventario general de fuentes, libros y documentos sobre el país, con más de mil ítems, marcó el inicio de la tradición bibliográfica brasileña. Empero, pese al interés por reunir y catalogar las colecciones alusivas a Brasil, en aquella época aún no se utilizaba el término brasiliana”, puntualiza.
A diferencia de Brasil, la biblióloga Marina Garone Gravier, de la Biblioteca Nacional de México (BNM) y de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam), explica que en su país, la noción de una “bibliografía mexicana” abarca la totalidad del material impreso o publicado sobre México, incluyendo la producción indígena, y libros y documentos del siglo XX. Incluso es enfática cuando afirma que, en ese sentido, no existe el término “mexicana” como un equivalente al concepto de brasiliana. “Muchos de nuestros impresos del período colonial han sido escritos en lengua indígena”, dice, a la vez que comenta que el documento más antiguo a resguardo en la BNM data de 1554. A su juicio, el concepto de brasiliana está vinculado con las formas de coleccionismo bibliográfico adoptadas por Estados Unidos en el siglo XIX, al organizar sus colecciones empleando esa nomenclatura. La idea subyacente detrás del acuerdo para actualizar el concepto de brasiliana es que este debe “reflejar los cambios internos de un país, en concordancia con los campos de estudio, en evolución permanente”.
La BN mexicana se encuentra bajo la tutela de la Unam, que cuenta con diferentes redes de investigadores que estudian y difunden sus colecciones, a través del Instituto de Investigaciones Bibliográficas, que existe desde hace más de 50 años. “Con libros y documentos de toda América Latina publicados desde el siglo XVI, la BN de México también contiene documentos del depósito legal nacional”, dice Garone Gravier, docente en la propia BN con alumnos de posgrado de diversas carreras de la Unam, entre las que se cuentan historia, lingüística, literatura y artes.
En tanto, en lo relativo a las brasilianas, aunque las colecciones se fueron conformando a partir del siglo XVI, la formulación del concepto cobró impulso en la década de 1930, en función del desarrollo del mercado editorial. La historiadora Eliana Regina de Freitas Dutra, de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG), analiza la colección homónima, publicada por la Companhia Editora Nacional a partir de 1931. La propuesta editorial fue desarrollada por el sociólogo Fernando Azevedo (1894-1974). En el transcurso de su existencia, se editaron 415 títulos de autores brasileños y extranjeros. “La Colección Brasiliana publicaba títulos raros, como los de cronistas y viajeros del período colonial, reeditaba obras agotadas y realizó publicaciones nuevas sobre historia, constitución social brasileña, educación, geografía, etnología y otros campos del conocimiento, siendo responsable de haber inaugurado la práctica del coleccionismo editorial en Brasil”, dice. Todo el fondo de esta colección fue digitalizado en el marco del proyecto intitulado Brasiliana Eletrônica, de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), cuya coordinación corrió por cuenta del historiador e ingeniero Israel Beloch. Además de la Companhia Editora Nacional, otras editoriales que publicaron colecciones brasilianas a partir de la década de 1930 fueron: Difusão Europeia do Livro (Difel), José Olympio, Civilização Brasileira y Livraria Martins Editora.
El historiador Fábio Franzini, de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp), quien también ha investigado esos proyectos editoriales, relata que la Coleção Documentos Brasileiros, de la editorial José Olympio, publicó obras que se erigieron como clásicos de la historiografía y del pensamiento social del país, entre ellas, Raízes do Brasil, del historiador Sérgio Buarque de Holanda (1902-1982), quien inauguró la colección, en 1936, y Casa-grande & senzala, escrito por Freyre en 1933 e incorporado a la serie en 1943. En un estudio realizado en la colección de la BBM-USP entre 2019 y 2020, analizó los prefacios de tres ediciones argentinas, dos francesas, una estadounidense, una portuguesa, una alemana, una venezolana y una polaca de Casa-grande. El objetivo: entender por qué un libro dedicado al proceso de configuración social de Brasil fue editado en tantos otros países, incluyendo Argentina y Estados Unidos en los años 1940, y Francia en la década de 1950. “Los prólogos escritos por Freyre para las ediciones internacionales apuntan a demostrar que su interpretación sobre Brasil puede leerse de manera universal”, dice, justificando el interés de los lectores extranjeros por la obra.
En 1965, en la estela del proceso de creación de las colecciones brasilianas por las editoriales, el historiador y bibliófilo Rubem Borba de Moraes (1899-1986), en la obra O bibliófilo aprendiz, propuso por primera vez una definición para el concepto. De acuerdo con su interpretación, las brasilianas comprenden “los libros sobre Brasil impresos desde el siglo XVI hasta finales del siglo XIX, y los libros de autores brasileños impresos en el extranjero hasta 1808”. Una carta del comerciante y explorador Américo Vespúcio (1454-1512), redactada en 1504, se considera el hito inicial de ese lapso. “Otros intelectuales, además de Moraes, enunciaron definiciones, incluyendo al abogado e historiador José Honório Rodrigues (1913-1987), quien elaboró una lista de los libros que consideraba fundamentales para entender Brasil”, señala el historiador Carlos Zeron, director de la BBM-USP hasta principios de este año.
En cuanto a las primeras colecciones organizadas por los bibliófilos, el historiador Thiago Lima Nicodemo, de la Universidad de Campinas (Unicamp) y coordinador del Archivo Público del Estado de São Paulo, recuerda que el naturalista alemán Carl von Martius (1794-1868) fue uno de los pioneros en reunir una colección de este tipo en el siglo XIX, al igual que el historiador y viajero francés Ferdinand Denis (1798-1890). El siglo XX vio crecer la cantidad de coleccionistas interesados en los libros sobre Brasil. Entre los pioneros estuvieron Moraes y Yan de Almeida Prado (1898-1991). Al morir, Moraes le dejó alrededor de 2.300 libros al abogado, empresario y bibliófilo José Mindlin (1914-2010) y a su esposa, Guita (1916-2006). En el transcurso de más de 80 años, el matrimonio reunió una colección de 32.000 títulos y 60.000 volúmenes de libros y manuscritos sobre Brasil. En 2005, cuando se fundó la BBM, fueron donados en su totalidad a la USP.
En el proyecto “Memoria digital. Archivo y documento histórico en el mundo contemporáneo”, iniciado hace dos años, Nicodemo trabaja con la idea de que las brasilianas son importantes para recabar conocimiento destinado a servir como base para la formulación de políticas públicas. “Las brasilianas también sirven para promover proyectos de modernización del país, porque permiten conocer mejor su población y sus fronteras”, sostiene. Según él, diversas instituciones han invertido en estas colecciones desde el siglo XIX, en el afán de establecer conexiones entre la producción de conocimientos y las intervenciones en la realidad. “El concepto tradicional de brasiliana incluye a los libros sobre Brasil producidos por viajeros extranjeros y a las obras de los autores icónicos de nuestra historiografía. En la actualidad, estamos promoviendo que la producción indígena y la literatura de las periferias urbanas, por ejemplo, sean incorporadas a estas colecciones. Tenemos que explorar nuevas perspectivas a la hora de pensar en Brasil”, sostiene el sociólogo Alexandre Saes, director actual de la BBM.
La idea de ampliar el concepto de brasiliana propuesta por Antonio Dimas, del IEB incluye la incorporación de colecciones del exterior referentes a la cultura brasileña, que no necesariamente deben estar compuestas por libros. Una de estas colecciones es la de la historiadora Simona Binková, de la Universidad Carolina, en la República Checa, que contiene documentos iconográficos de la cartografía brasileña producidos en los siglos XVII y XVIII, que muestran distintos aspectos de la participación de naturalistas checos en una expedición científica que llevaron a cabo en el país en 1817. En Estados Unidos, se encuentran las colecciones del geólogo John Casper Branner (1850-1922), que contiene manuscritos y mapas de estudios sobre Brasil de finales del siglo XIX, y la del historiador Ludwig Lauerhass (1936-2020), que incluye unos 4.000 artículos sobre la historia, la antropología y la sociología brasileñas del siglo pasado. Según Dimas, así como la colección de Knopf, estas y otras colecciones aún son poco conocidas y pueden servir como base para nuevos hallazgos científicos. “Por ejemplo, al trabajar con el legado del editor estadounidense, descubrí que Freyre y Amado oficiaron como divulgadores de la cultura de nuestro país en Estados Unidos, mientras que Knopf fue una especie de garante informal de los autores brasileños en el mundo anglófono”, dice.
En cuanto a la idea de incorporar en las colecciones brasilianas otros artículos más allá de los libros y del período acotado propuesto por Moraes, Ana Virginia Pinheiro, de la Escuela de Biblioteconomía de la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro, es bastante circunspecta. “Una ampliación sin criterios consensuados podría desnaturalizar a estas colecciones”, sostiene Pinheiro, quien fuera bibliotecaria de libros raros en la Fundación Biblioteca Nacional (FBN) de 1982 a 2020. La ampliación del concepto que ella propone incluye la incorporación de los libros que circularon en las antiguas colonias durante el dominio portugués entre los cuales figuran, por ejemplo, las obras que utilizaban los jesuitas para la educación de los alumnos, o los libros que versan sobre las monedas y sellos postales portugueses. “Hay literatura importante, por ejemplo, sobre educación y economía, que a pesar de no haber sido escrita por brasileños y que tampoco trata sobre Brasil, fue fundamental para su constitución como nación”, argumenta. La FBN, que tiene a la Biblioteca Real Portuguesa entre sus orígenes, cuenta con colecciones de ese tipo que todavía no han sido estudiadas. “En Brasil, el interés por los libros antiguos como objeto de estudios es reciente, comenzó al final de la década de 1970”, dice Pinheiro, quien avala el establecimiento de colaboraciones con las universidades para promover trabajos en colecciones poco conocidas. Fue precisamente a partir de un esfuerzo para la identificación de documentos y libros sin notoriedad que João Marcos Cardoso, curador de la BBM-USP, descubrió en 2015 un tratado feminista publicado en 1868. “Este documento fue escrito por una mujer inmigrante, en el contexto de un Brasil imperial y esclavista, reivindicando el derecho de las mujeres a participar en la política, en el mercado laboral y en la educación”, informa, a la par que comenta que el hallazgo fue objeto de estudios de maestría. La obra, publicada por la editorial del tipógrafo Francisco de Paula Brito (1809-1861), quien publicó la primera revista brasileña dirigida al público femenino, fue escrita por Anna Rosa Termacsics, una inmigrante húngara que arribó a Brasil a los siete años y vivió aquí hasta su muerte, en 1886.
En la actualidad, el 15 % de la colección de la BBM-USP está digitalizada. “La BBM cuenta con una reserva técnica para adquirir otros 90.000 libros y se encuentra atravesando un proceso de definición de nuevas políticas para orientar la ampliación de su colección a partir de 2023”, comenta Saes, director de la institución. El proceso de digitalización de la colección comenzó en 2007, con la financiación de la FAPESP. A partir de este proyecto, intitulado “Brasiliana digital”, fueron puestos a disposición en internet unas 4.000 piezas reunidas por Mindlin, que incluyen libros, grabados, mapas, manuscritos y otros documentos. En tanto, en la FBN, el proceso de digitalización comenzó con obras raras en 2001. Cinco años después, la Colección Brasiliana fue incorporada al proyecto.
La Biblioteca Oliveira Lima, de la Universidad Católica de América, en Washington (EE. UU.), que está considerada como una de las mayores brasilianas fuera de Brasil, ha concluido con la digitalización de una parte de su colección, que recientemente ha sido puesta a disposición en forma online y gratuita. En un esfuerzo que comenzó hace 10 años, se digitalizaron 3.800 publicaciones, cartas y panfletos, totalizando más de un millón de páginas. El libro raro más antiguo data de 1507. “Más que una brasiliana, la biblioteca Oliveira Lima puede caracterizarse como iberoamericana, puesto que reúne piezas relacionadas con la expansión portuguesa por todo el mundo y la historia de América, incluyendo la labor jesuítica y la historia de la esclavitud”, refiere la astrónoma Duília de Mello, vicerrectora de la Universidad Católica de América. Ella pone de relieve que, debido a esa característica, la colección de Manoel de Oliveira Lima (1867-1928), diplomático e historiador brasileño, difiere de otras bibliotecas de su tipo. “En primera instancia, nos propusimos digitalizar los miles de páginas que forman parte de la extensa correspondencia que Oliveira Lima intercambió con intelectuales brasileños como Machado de Assis (1839-1908)”, comenta De Mello, aludiendo a la carta en la cual el escritor brasileño, acongojado, escribe sobre la muerte de su esposa. Según ella, tan solo el 10 % de la correspondencia ha sido digitalizado. Otra de las metas, según Mello, es conseguir financiación para la traducción del sitio web, actualmente en inglés, al portugués (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 266).
La colección de la Biblioteca Oliveira Lima está compuesta en su mayoría por libros, documentos y objetos reunidos por el propio diplomático en el transcurso de su vida. Existen otras brasilianas importantes en Estados Unidos, tales como la colección del Lemann Center de Estudios Brasileños, en la Universidad de Illinois, y el de la Biblioteca John Carter Brown. “Las colecciones y bibliotecas de las instituciones extranjeras pueden haberse beneficiado de las iniciativas del primer gobierno de Getúlio Vargas (1882-1954). Quien fuera su ministro de Educación, Gustavo Capanema (1900-1985), estableció políticas de donaciones y enviaba libros publicados por las colecciones brasilianas de las editoriales brasileñas y por el Instituto Nacional del Libro a las embajadas, universidades, asociaciones de artistas y escritores de todo el mundo”, relata Dutra, de la UFMG.
En cambio, según Midori, de la USP, la característica de las brasilianas europeas es que están centradas en las obras de los siglos XV y XVI. “Las instituciones y coleccionistas de la región se interesaron por esos trabajos no solo por lo que revelaban sobre Brasil, sino también porque eran una muestra del desarrollo de las técnicas de impresión de aquel período”, informa la historiadora, quien menciona, por ejemplo, las xilografías producidas para los relatos de viajes. En un estudio realizado con documentos que se conservan en el palacio Nostitz, en Praga, identificó diarios de navegación con papeles plegados, similares a los libros pop-up actuales. “Estos documentos son de gran valor porque revelan las técnicas en boga para elaborar los primeros libros ilustrados del mundo”, concluye.
Proyecto
Por una biblioteca brasiliana digital (nº 07/59783-3); Modalidad Ayuda de Investigación ‒ Regular; Investigador responsable Pedro Luis Puntoni (USP); Inversión R$ 908.042,85.
Artículos científicos
DEAECTO, Marisa Midori. Uma brasiliana para o leitor do século XXI. Da sala de leitura a um projeto museológico imponente. Revista do Núcleo de Estudos do Livro e da Edição (Nele), v. 7/8, 2019.
DUTRA, E. F. The Atlantic space and global civilization: The history and development of the book in Latin America. Língua Franca – The History of the book in translation. v. 7, 2021.
ZERON, Carlos. Biblioteca brasiliana Guita e José Mindlin. Futuro pretérito e pretérito futuro. Revista do Núcleo de Estudos do Livro e da Edição (Nele), v. 7/8, 2019.